Publicamos a continuación la tercera parte de la conferencia dictada por el Profesor Augusto Merino Medina en el II Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile (2016).
Prof. Augusto Merino
(Foto: Hacer Familia)
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Lex orandi, lex credendi: cómo alterar la fe sin tocar la doctrina (III)
La ambigüedad en el nuevo vocabulario litúrgico
De
los aspectos más exteriores y más fácilmente captables que tanto Cranmer en su
tiempo como los actuales reformadores de la liturgia se empeñaron en manipular
y transformar, hay uno que es importante y es el primero que queremos abordar
aquí: el vocabulario de las oraciones de la Misa. El otro aspecto tiene que ver
derechamente con la sensibilidad y la afectividad y opera, por tanto, de modo
más indirecto y sutil: la transformación de la música que se toca en la
liturgia.
1.
El manejo sutil y, a veces, magistralmente ambiguo del vocabulario, el uso de
sinónimos que, no obstante serlo, conllevan atmósferas espirituales diferentes,
la transposición de frases iguales a un contexto en que su reverberación
espiritual cambia, son estrategias que se ha usado abundantemente por los
reformadores de la liturgia después del Concilio Vaticano II. Aquí me detendré
sólo en el lenguaje de las oraciones colecta de la Misa. La introducción de
nuevos vocablos en la vida católica en general –“ecumenismo”, “diálogo”- es un
magno tema, que ya ha sido abordado por otro conferencista [nota de la Redacción: se refiere a la conferencia dada por Christopher Ferrara, que también fue publicada en esta bitácora por entregas].
Por
ejemplo, la supresión del uso de la segunda persona del plural para dirigirse a
Dios o a los fieles (“vosotros”, “vos”, “os”; los correspondientes imperativos
como “conceded”, “orad”, etcétera), con el pretexto de que esa expresión no es
usada por el pueblo en la vida corriente y dificulta, por lo tanto, la
comprensión de lo que se quiere decir, conduce a un rebajamiento de la dignidad
de la palabra dirigida a Dios solemnemente y a la solemnidad de la ocasión. No
es que haga más comprensible lo que se dice, sino que se lo hace más prosaico o
vulgar en el modo; se suprime el matiz del respeto y se añade un toque de
camaradería o igualitarismo, similar al lenguaje de la calle. Por ejemplo, en las palabras de la consagración,
la Conferencia Episcopal de Chile ha dispuesto últimamente que la fórmula
“Tomad y comed” sea reemplazada por “Tomen y coman”, aduciendo que ello
facilita a la gente la comprensión de lo que se dice. Como es obvio, ello es
falso: el gran problema es que la gente comprenda realmente qué es la
transubstanciación, cosa que no se le explica, y no que se le aclare que “Tomad”
quiere decir en realidad “Tomen”; pero este cambio
sí produce el efecto de trivializar las palabras, creando la impresión de que
no hay ni debe haber diferencia entre el lenguaje usado para dirigirse a un
compañero de trabajo y el usado para dirigirse a Dios, y la de que no hay
diferencia ni en cualidad ni en grado entre una acción sagrada y una profana.
Kwasniewski ha escrito elocuentemente
sobre la pérdida de la solemnidad en la liturgia, una de las claves de su
deterioro[1],
que resulta particularmente impresionante si se compara la situación de la
Iglesia latina con lo que ocurre en el rito bizantino.
Elevación del cáliz en una Misa Novus Ordo
(Foto: Iglesia.cl)
Otro
ejemplo es la sustitución de términos en algunas de las oraciones más populares
y queridas por el pueblo chileno, como la del Mes de María. No hay chileno en
quien no se despierte alguna emoción, siquiera débil, al oír aquel comienzo de la oración compuesta por monseñor Ramón Ángel Jara:
“Oh, María, durante el bello mes que os está consagrado”. Pues bien, aquí
también se ha eliminado el uso de la segunda persona del plural y se trivializa
el trato con la Virgen empleando un “tú” que deroga el ímpetu de cariño unido
al respeto que caracteriza a la forma original de la oración, creando una
sensación de que se está en una relación de “igual a igual”, absolutamente
impropia, con la Madre de Dios. Por otra parte, se ha variado, con una intención que es inevitable
calificar de “ideológica”, un pasaje que decía: “y con vuestra ayuda,
llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados”, reemplazando este último término, “resignados”, por
“esperanzados”, como si la resignación ante la Voluntad Divina evocara
actitudes de sometimiento de una clase social a otra, por lo que habría que
desterrarla del nivel religioso por ser un obstáculo para una justa
reivindicación en el terreno político: viene inmediatamente a la mente aquello
de “religión, opio del pueblo”[2].
2. La
investigadora Lauren Pristas ha escrito un libro de extraordinaria erudición y prolijidad, uno de cuyos objetivos es “descubrir si las colectas de los
domingos y festividades de los diversos propios, en los misales pre y post
Vaticano II, asumen la misma postura ante Dios, expresan las mismas
convicciones y sentimientos respecto de Él, entienden y describen la condición
humana en la misma forma, piden a Dios las mismas o parecidas gracias y, si no,
identificar los modos específicos en que difieren, y hasta qué punto lo hacen”[3].
La idea que sirve de hipótesis a ese estudio es que las oraciones –y todos los
demás elementos de la liturgia- tienen, como ya hemos sugerido en este texto,
un gran poder formativo del alma de los fieles, moldeándolos en su visión de
las cosas, desarrollando en ellos determinados sentimientos y haciéndolos
experimentar ciertas sensaciones sobre su realidad de criaturas, dando lugar a
un efecto acumulativo de inmensa fuerza pedagógica o, en otros términos,
expresando fielmente la fe de la Iglesia.
Dra. Lauren Pristas
(Foto: O Clarim)
Lo primero
que es de notar, a propósito del estudio de Pristas, es que se haya creído
necesario reemplazar o “editar” las oraciones. En muchos casos, las nuevas
oraciones han sido tomadas de antiguos leccionarios de los siglos VII y VIII –antes, por lo tanto, del nacimiento de la escolástica, aborrecida por
el modernismo- aunque a menudo han sido editadas en algún sentido. Es de por sí
un mensaje el que se haya intervenido un conjunto de oraciones que decenas de
generaciones de católicos durante muchos cientos de años consideraron que
expresaban la fe perfectamente bien, y que el cambio haya sido hecho, a
diferencia de muchos otros cambios en la historia de la liturgia, no por un
lento y orgánico crecimiento (como pedía el Concilio[4])
sino por una subcomisión, el Consilium,
que procedió mediante el sistema de votaciones, no por el de la experiencia
espiritual recogida por un largo tiempo[5].
En todo caso, el reemplazo no significó siempre una novedad que justificara el
cambio; pero a menudo se constata un nuevo “espíritu” o “clima” teológico que
rodea a las oraciones introducidas, aun a las de origen más antiguo. En un
momento veremos, brevemente, algunos casos para ilustrar esto.
Pero el
estudio de Pristas permite también advertir que las nuevas oraciones
confeccionadas carecen frecuentemente de esa concisión y claridad propia de las
oraciones del rito romano: donde éste formula peticiones breves, puntuales y,
por lo mismo, memorizables por la gente, las nuevas son más largas, llenas de
cláusulas subordinadas, con peticiones complejas, de cuya audición difícilmente
se puede retener una sola idea clara. Hay una nueva verbosidad que no es una
contribución al enriquecimiento del culto: demasiadas palabras humanas no
llenan ningún vacío espiritual, sólo son una manifestación más de esa
“logificacion” de la nueva “forma mentis” que nos ha legado la Ilustración. Se
ha justificado a veces el alargamiento de las oraciones por la necesidad de
hacerlas menos “abstractas” o más “cercanas” a la realidad concreta del hombre
actual. Ello es otra expresión de aquel espíritu pedagógico por el que tanto
abogó el Mouvement liturgique, hasta el punto de desnaturalizar el espíritu
esencialmente latréutico de la liturgia de la Misa.
Veamos aquí
unos pocos ejemplos de manejo del lenguaje tomados del estudio de Pristas,
mediante los que advertiremos que, con el cambio sutil y a menudo inaparente de
las palabras, se introduce una nueva sensibilidad religiosa preparada para recibir,
al cabo, una nueva teología y una nueva fe.
Misales preconciliares
(Foto: New Liturgical Movement)
Comparando
las colectas de Adviento del misal de 1962 con las del misal de 1970/2002, Pristas
escribe: “Las colectas de 1962 piden a Dios que actúe o que mueva, que despierte
su poder y venga, que despierte nuestros corazones, oiga nuestras plegarias e
ilumine nuestra mente con la gracia de su visita, que excite su poder y venga y
socorra. Nuestra acción, en la única colecta de 1962 que la menciona, se ajusta
a una delicada descripción de la interrelación entre el don divino y la
respuesta humana. […] [En cambio,] Las colectas de 1970/2002, con excepción de
la del cuarto domingo, nos presentan al ser humano como alguien que actúa y
está en movimiento. En ellas se pide a Dios que fortalezca en los fieles la voluntad
con que se apresuran a actuar; que les conceda no ser impedidos por hechos
humanos en su avance; que les permita llegar a la fiesta de Navidad y a los
gozos de la salvación. […] La situación humana es presentada de modo diferente
en los dos conjuntos. En las oraciones de 1962, los seres humanos son
amenazados y obstaculizados por el pecado, y sus mentes necesitan purificación
e iluminación. Estas malas noticias son equilibradas, por así decirlo, por las
buenas noticias: el Señor viene con su poder a levantar, a iluminar, a
socorrer, proteger, librar y purificar,
y lo hace con prisa. [Por el contrario,]
En las colectas de los domingos de Adviento de 1970/2002 apenas hay conciencia de peligro, no se
menciona el pecado, ni la obstinación ni la debilidad humanas”[6] .
De
nuevo, en las colectas del domingo después de Navidad “no hay mención del
pecado en el conjunto [de oraciones] del [Concilio] Vaticano II. La única oración que
menciona el pecado en el corpus de 1962, la colecta de la Misa de Día de
Navidad, fue omitida en el misal revisado”[7].
Igualmente, “[e]n contraste con el movimiento que sugieren [dos oraciones] de
1970/2002, las colectas de 1962 imploran la acción de Dios sin decir nada sobre
la nuestra: […] extiende tu mano para defendernos, consuélanos con tu gracia,
mira con compasión”[8]. […] hay nueve oraciones para Navidad en el misal de 1962: cinco de ellas nos
presentan no como actores, sino como receptores agradecidos del favor divino,
que esperan nuevos favores”. Igualmente, “[e]n cinco de las colectas de los domingos
de Cuaresma no actuamos nosotros, sino que aguardamos atentamente de Dios la
protección, el consuelo, la purificación y la guía […] Sólo la colecta del
primer domingo nos muestra activos: nos esforzamos por conseguir [algo]
mediante nuestra abstinencia. Pero aquí también nuestra actividad es una
respuesta a la acción inicial de Dios, y su fruto depende de sus dones”[9].
En conclusión
de unos análisis exhaustivos y prolijos, escribe la autora: “las colectas de
los dos conjuntos no se aproximan a Dios en la misma forma, ni esperan de Él
las mismas cosas, ni presentan el mismo cuadro de la situación humana […] Queda
claro que hay significativos cambios en los énfasis teológicos y/o espirituales
de las colectas de un tiempo [litúrgico] determinado”[10].
Hemos
tomado sólo unos poquísimos ejemplos de un texto que abunda extraordinariamente
en ellos, pero parece que son suficientes para mostrar, sobre la base de la realidad
empírica, que el sutil manejo del vocabulario litúrgico, con variaciones apenas
perceptibles pero reales y profundas, se encamina a producir un cambio en la
sensibilidad del fiel, en su modo de dirigirse a Dios, de pedir esto o lo otro,
en la conciencia de lo que el ser humano puede hacer y otros aspectos
trascendentales que, al cabo, conducen a una fe reformada, más que reformulada.
Missale Romanum de Pablo VI (edición típica de 2002)
(Foto: Wikimedia Commons)
Para
fijar mejor en la atención estos cambios, quiero agregar aquí unas cuantas
estadísticas para dar una imagen más perfilada. Se ha dicho que el misal de
Pablo VI conserva ¾ partes de las oraciones del misal antiguo. Pero las cifras
dicen otra cosa: el misal tradicional tiene 1.182 oraciones; de éstas se
suprimió totalmente 760. Se conservó más o menos un 36% de las oraciones, y de
éstas más de la mitad fue intervenida o editada o cambiada parcialmente antes
de incluirlas en el Misal nuevo. Por lo tanto, sólo 17% de las oraciones del
antiguo misal se conservaron intactas en el nuevo[11].
Esto
es quizá, como observa un autor que ha estudiado el punto, un buen ejemplo de
“hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura”[12].
Finalmente,
y por si todavía hubiera alguien que no se convence del punto que estamos
presentando, permítaseme citar un texto, sorprendentemente candoroso, de Carlo
Braga, ayudante de Bugnini en el Consilium, sobre la revisión de las oraciones
colecta: “Revisar los textos preexistentes se hace más delicado cuando se
enfrenta con la necesidad de poner al día el contenido o el lenguaje, y cuando
esto afecta no sólo la forma sino también la realidad doctrinal […] Unos fundamentos completamente nuevos de la
teología eucarística han dejado obsoletos determinadas formas de venerar o
invocar a los santos […]”[13].
Pablo VI y Mons. Annibale Bugnini
(Fotomontaje: Pray Tell)
3.
Otro cambio que parece absolutamente secundario y sin mayor importancia en las
oraciones, pero que la tiene inmensa, es el que se refiere a que éstas, en el misal de Pablo VI, se dirigen siempre a Dios Padre de modo exclusivo. Con la
supresión de las oraciones del ofertorio se fue el “Suscipe, Sancta Trinitas, hanc oblationem” y con la de la oración
final, “Placeat tibi, Sancta Trinitas”,
desapareció la otra ocasión en que la Iglesia se dirigía solemnemente a la
Santísima Trinidad durante la Misa, que es el centro y raíz de la vida cristiana.
Del mismo modo, el prefacio de la Santísima Trinidad, que se rezaba todos los
domingos del año que no tuviesen uno propio, fue relegado a una sola ocasión en el año litúrgico (el domingo de la Santísima Trinidad). Se aleja
cada vez más de los fieles la imagen de la Trinidad, corazón del dogma
cristiano. Y, del mismo modo, se han suprimido prácticamente todas las
oraciones del misal que se dirigían a Jesús, Segunda Persona de la Trinidad,
con el pretexto de que es el Padre quien la representa, por lo que no se ve más
asociadas íntimamente las imágenes de Jesús y de Dios Hijo. Podría agregarse
que hay, además, viejas oraciones populares que han caído también en desuso,
como aquel acto de contrición “Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero...”.
De este modo, se va modificando lentamente la sensibilidad trinitaria de los
cristianos y la imagen de Jesús como Dios. Lo cual tiene, por cierto, la máxima
importancia. Se ha escrito mucho sobre el ambiente arriano que se advierte en
la liturgia reformada, sensación que se fortalece si se toma en cuenta la
orientación teológica de muchos de los participantes en el Consilium, donde se
fraguó las reformas litúrgicas, y los aires nestorianos y arrianos que empiezan
a soplar en ciertos círculos teológicos de importancia[14].
4. Me he detenido sólo en el
vocabulario de las oraciones colecta porque es algo a lo que, de ordinario, no
se presta mucha atención, pero, obviamente, hay campos en que el manejo de las
palabras y el escamoteo que hacen de ellas las traducciones, como en el Canon y
en las Plegarias Eucarísticas, llega a verdaderos extremos.
El problema de las traducciones
al vernáculo del texto de las ediciones típicas del misal, que se encomendó a
las conferencias episcopales, alcanzó desde temprano ribetes de la máxima
gravedad. El R.P Louis Bouyer C.O., uno de los principales artífices doctrinales de la
reforma de la liturgia católica, narra en sus memorias cómo, en el curso una
reunión de la Comisión Teológica Internacional, “el P. Lubac aprovechó de
someter a la consideración de todos los miembros de lengua francesa una carta
dirigida al Papa, que exponía todos los contrasentidos, evidentemente deliberados,
en la versión francesa de los nuevos libros litúrgicos que, sin embargo, habían
sido declarados conformes con el texto latino auténtico por Bugnini […] Todos,
impresionados por el carácter escandaloso de esta tergiversación, incluso el P.
Congar, tan preocupado de no oponerse a lo que llamaba “la renovación en la
Iglesia”, firmaron sin dudar ese documento abrumador. Ocho días después,
Bugnini era destituido por el Papa […]”[15].
R.P. Henri de Lubac, S.J.
En lo que a nosotros respecta,
citaré sólo un grave error existente en la traducción de la oración “Quam
oblationem”, que precede inmediatamente a la consagración en el Canon Romano:
ahí donde el texto latino dice “ut nobis
Corpus et Sanguis fiat dilectisimi Filii tui Domini nostri Jesu Christi”, algunas
versiones castellanas dicen: “de manera que sean para nosotros el Cuerpo y la Sangre
de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro Señor”[16]. Hay
aquí un error de traducción del latín que escamotea olímpicamente el sentido de
la expresión latina “Corpus et Sanguis
fiat”, es decir, “que se convierta
en el Cuerpo y Sangre”, expresión que se refiere a que, más allá del “nobis”, del “para nosotros”, hay un
hecho exterior y objetivo que tiene efectivamente lugar, de modo que no se
trata de una nueva significación para nosotros del pan y del vino, que
puede entenderse como un cambio meramente subjetivo, algo que ocurre no en la
realidad en sí misma sino sólo en aquello que dice referencia con nosotros.
Queda así creada la ambigüedad en el corazón mismo del Canon, de modo análogo a
lo que hizo Cranmer –gran maestro de ambigüedad y disimulo- en el Book of Common Prayer de 1549: en ese texto
Cranmer, inmediatamente antes de la Consagración, redactó una plegaria en que
se dice “que sean para nosotros (“may be unto us”) el cuerpo y la sangre del
más dilecto y amado hijo Jesucristo”, fórmula plenamente satisfactoria para
alguien, como Cranmer, que negaba de modo tajante que el pan y el vino
consagrados fueran en realidad el
Cuerpo y la Sangre del Señor, puesto que el Cuerpo de Cristo está en una sola
parte, el Cielo[17].
Por cierto, la misma fórmula “que sean para nosotros”, sin referencia a “fiat” alguno, figura en la Plegaria
Eucarística II, que es usada hoy casi de modo exclusivo. Aunque no hay tiempo aquí
para mencionar más paralelos con el caso anglicano, es interesante añadir que
el agregado en el actual Canon Romano del Novus
Ordo, “que se entrega por vosotros”, dicho a continuación de la
consagración del pan, fue también añadido por Cranmer, al tiempo que suprimía
el “mysterium fidei” en la
consagración del vino[18].
Colecta de la edición de 1637 del Book of Common Prayer
(Foto: Echoes from the Vault)
[1] Kwasniewski, Resurgent in the midst of crisis, cit., cap. 1.
[2] Al respecto es interesante citar a Duquoc, C./Richard, J/Groupe de Recherche
de la Faculté de Théologie de Lyon, Politique
et vocabulaire liturgique (París, Cerf, 1975), pp. 89-90:
“il s’agit de prendre le langage liturgique à son niveau spécifique, qui est
celui d’une lecture religieuse, symbolique du réel, et non de la réduire à une
sorte de “superstructure” de réalités autres, politiques ou économiques. Mais
on peut se démander si le fait de tenir, le dimanche, ce discours liturgique-là
permet à l’homme de tenir la semaine n’importe quel discours politique ou
sindical? Par exemple, le langage de la soumission –fût-ce à la volonté de Dieu
Sauveur- que tient la liturgie, est-il compatible avec le langage de la
libération que tient le révolutionnaire?”.
[3] Pristas, L., The Collects of the Roman Missals. A comparative Study of the Sundays in Proper seasons before and after
the Second Vatican Council (Londres/Nueva Delhi/Nueva York/Sydney, Bloomsbury, 2013), cap. 8.
[4] Constitución Sacrosanctum Concilium, núm. 23.
[5] Véase, al respecto, lo que sobre la elección de nuevas lecturas
escribe Kwasniewski, Resurgent in the midst of crisis, cit., p. 131.
[6] Pristas, The Collects of the Roman Missals, cit., cap. 8.
[11] Cekada, Work of human hands, cit., p. 222.
[14] Véase el comentario de Carlos Augusto Casanova a la
cristología del R.P. Jorge Costadoat SJ, en el que se aprecia el ambiente
herético que se ha vivido en estas materias en la Facultad de Teología de la
Pontifica Universidad Católica de Chile, y que fue publicado en el sitio www.vivachile.org el 2 de abril de 2015. Véase aquí su texto.
[15] Bouyer, Memoires, cit., p. 203-204.
[16] En los
textos en castellano confeccionados por la respectiva comisión para ser usados
en Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, lo que se proponía para la
oración “Quam oblationem” del Canon era lo siguiente: “de manera que sea para nuestro bien el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro
Señor”. Véase la traducción del Canon Romano hecha en el “Nuevo Misal para Argentina,
Chile, Uruguay y Paraguay”, disponible aquí.
[17] Cfr. Davies, El ordo divino de Cranmer, cit., cap. XII.