domingo, 12 de abril de 2020

Feliz Pascua de Resurrección

Angélicos testes, sudárium et vestes
(Vi ángeles como testigos; vi el sudario y los vestidos)

De la secuencia de la Misa del Domingo de Resurección (de Wipo, fallecido en 1039)

La Asociación Litúrgica Magnificat les desea a todos sus miembros, amigos y benefactores, así como a los lectores de esta bitácora, una muy feliz y santa Pascua de Resurrección. Se recuerda asimismo que la Santa Misa que se celebra en la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria se encuentra suspendida hasta nuevo aviso debido a las medidas sanitarias adoptadas por el poder civil y el Arzobispado de Santiago. Se informará oportunamente por este medio la reanudación del culto público. 

Hans Rottenhammer, Resurrección de Cristo (siglo XVI)
(Imagen: Wikicommons)

Asimismo, les ofrecemos una columna del Prof. Roberto de Mattei publicada el pasado 8 de abril en Corrispondeza Romana sobre la particularidad de esta Pascua de Resurrección y la importancia de volvernos ala Santísima Virgen en medio de las calamidades. La traducción ha sido hecha por la Redacción. 

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Una Pascua que pasará a la historia

Roberto de Mattei

La semana de Pascua de 2020 está destinada a pasar a la historia por su excepcionalidad, como aquel día de febrero de 2013 en que Benedicto XVI anunció su renuncia al pontificado. Un hilo conductor misterioso parece ligar estos dos eventos. Los liga un mismo sentido del vacío.

Benedicto XVI ha renunciado jurídicamente al mandato petrino, sin explicar los legítimos motivos morales que podrían dar razón de este gesto extremo. El papa Francisco, por su parte, conserva jurídicamente ese mandato, pero no lo ejerce y parece en efecto querer despojarse del más alto título que le compete, el de Vicario de Cristo, transcrito, en la última edición del Anuario Pontificio, como un apelativo histórico, y no constitutivo. Si Benedicto XVI ha renunciado al ejercicio jurídico del Vicariado de Cristo, pareciera que el papa Francisco ha renunciado al ejercicio moral de su misión. La suspensión de las ceremonias religiosas en todo el mundo, aquejado por el coronavirus, parece una expresión simbólica, pero real, de una situación inédita, en que la Divina Providencia sustrae a los pastores el pueblo que ellos han abandonado.

No sabemos cuáles serán las consecuencias políticas, económicas y sociales del coronavirus, pero en estos días estamos calculando sus consecuencias para la Iglesia. Un velo parece haberse alzado: es la hora del vacío, de la grey privada de sus pastores. La plaza de San Pedro, vacía para el Domingo de Ramos, estará vacía también el Domingo de Pascua. “El Santo Padre -ha comunicado el Vaticano- celebrará los ritos de la Semana Santa en el altar de la Cátedra, en la basílica de San Pedro, sin la asistencia de pueblo, como consecuencia de la extraordinaria situación que ha sobrevenido a causa de la difusión de la pandemia del COVID-19.

Según la philosophia perennis, la naturaleza tiene horror al vacío (natura abhorret a vacuo). En la hora del vacío espiritual, el alma de quien tiene fe se vuelve instintivamente a Aquella que no está vacía, porque está llena de todas las gracias: la Santísima Virgen María. Sólo en Ella puede el alma encontrar esa plenitud espiritual y moral que la plaza de San Pedro y las innumerables iglesias cerradas en todo el mundo ya no ofrecen. Una Misa en streaming puede satisfacer los ojos, pero no llena el alma. Pero el papa Francisco, en vez de alimentar la devoción y el culto a María, quiere despojarla incluso de aquellos títulos que le corresponden. Ya el 12 de diciembre de 2019 el Papa había liquidado la posibilidad de nuevos dogmas marianos, como el de María corredentora, afirmando: “cuando llegan historias de que se debiera declarar esto o establecerse este dogma o aquél, no nos perdamos en necedades”. Y el 3 de abril de 2020 ha declarado que la Virgen “no ha pedido ser cuasi redentora, ni corredentora. No. El redentor es uno solo. Ella es solamente discípula y madre”.

Estas palabras fueron proferidas en vísperas de Semana Santa, que es aquélla en que la Virgen completa, en el Calvario, su misión de corredentora y mediadora de todas las gracias. El papa Benedicto XV explica así el porqué: “Así como ella sufrió y casi murió con su Hijo sufriente y moribundo, así renunció, por la salvación de los hombres, a sus derechos de madre de este Hijo y lo inmoló para aplacar la justicia divina, por lo que se puede decir, con razón, que Ella ha redimido con Cristo al género humano. Evidentemente, por esta razón es que todas las diversas gracias del tesoro de la redención son distribuidas por las manos de la Dolorosa” (Carta Apostólica Inter sodalicia).

Pietro Perugino, Crufixión con Santa María y San Juan (parte central del tríptico de Galizia), 1482-1485, National Gallery of Art (Washington D.C.)
(Imagen: Wikicommons)

Según algunos teólogos, la palabra corredentora incluye la de mediadora; según otros, como don Manfred Hauke, la expresión “mediación universal de María” se presta para un significado más amplio que el de corredención, cuyo contenido queda incluído en ella (Introduzione alla MariologiaLugano, Eupress FTL, 2008, pp. 275-277). Esa expresión integra el aspecto “descendente”, por el cual las gracias llegan a los hombres, con el aspecto “ascendente”, expresado por la palabra corredención, a través de la cual la Virgen se une al sacrificio de Cristo. Ambos títulos son, de algún modo, complementarios, como enseña Mons. Brunero Gherardini en su ensayo La corredentrice nel mistero di Cristo e della Chiesa (Viverein, Roma, 1998), y se unen al título de Reina del cielo y de la tierra.

Pero ¿hace falta seguir? San Bernardo dice: “De Maria nunquam satis” ("Sermón de la Natividad de María", en Patrologia Latina, vol. 183, col. 437D), y san Alfonso María de Ligorio afirma: “Cuando alguna opinión honra en cualquier forma a la Santísima Virgen, tiene algún fundamento y no contiene nada contrario a la fe ni a los decretos de la Iglesia ni a la verdad, no aceptarla y contradecirla porque la opinión contraria podría ser verdadera, denota poca devoción a la Madre de Dios. Yo no quiero ser contado entre estos espíritus poco devotos, ni quisiera que lo fuera mi lector, sino que, al contrario, quisiera ser contado entre quienes creen plena y firmemente todo aquello que, sin error, se puede creer de la grandeza de María” (Las glorias de María, cap. V, párrafo 1).

Los devotos de María son una familia espiritual que tiene su propio prototipo y patrono en san Juan Evangelista, el apóstol predilecto, que recibió de Jesús, en el Calvario, una herencia inmensa. Todo se contiene en las palabras de Jesús cuando, desde la Cruz, “viendo a su madre y al discípulo que amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo”, y volviéndose a san Juan “he ahí a tu madre” (Jn. 19, 26-27). Con estas palabras, Jesús estableció un vínculo divino e indisoluble no sólo entre María Santísima y san Juan, representante del género humano, sino entre Ella y todas las almas que siguieran el ejemplo de san Juan de fe y de fidelidad. San Juan es el modelo de quienes, en la hora de la traición y de la renuncia, permanecen fieles a Jesús, a través de María. “Dios Espíritu Santo quiere formarse elegidos en Ella y por medio de Ella y le dice “in electis meis mitte radices” (Ecl. 24, 12)”, escribe san Luis Gignion de Monfort (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, núm. 34), asegurándonos que sus devotos recibirán una fe firme e indestructible que les hará permanecer firmes y constantes en medio de todas las tempestades (ibid., núm. 214). Plinio Corrêa de Oliveira ha demostrado cómo la devoción mariana, no exterior ni inconstante sino firme y perseverante, es un factor decisivo en el confrontamiento de la Revolución con la Contra-revolución, que se hará cada vez más agudo en los tiempos oscuros que nos aguardan. María, mediatriz universal es, efectivamente, el canal por el cual pasan todas las gracias, y las gracias lloverán con abundancia sobre quien le reza y lucha por Ella (Rivoluzione e Contro-Rivoluzione, ed.italiana, Milán, Sugarco, 2009, pp. 319-332).

El gran archidiácono d’Evreux, Henri-Marie Boudon, en cuya espiritualidad se formó san Luis María de Monfort, escribía que, en las calamidades públicas, como las guerras o las epidemias, echamos la culpa a otros, cuando sería necesario echarnos la culpa a nosotros y a nuestros pecados: “Dios nos golpea para que lo contemplemos y nosotros, en cambio, no levantamos los ojos de las creaturas” (La dévotion aux saints angesCondé-su-Noireau, Clovis, 1998, p. 265). En estos días inquietantes, nos fatigamos buscando dónde está la mano de los hombres detrás de esta pandemia. Contentémonos con descubrir la mano de Dios. Y puesto que la Virgen, además de corredentora y mediatriz, es también reina del universo, no nos olvidemos que Dios le ha confiado la misión de intervenir en la historia, oponiéndose a la acción que lleva a cabo el demonio. Por esto es que, cuando el Señor flagela a la humanidad, el único refugio es María. De Ella recibe su fuerza quien no abandona su puesto sino que permanece en el campo para combatir la última batalla, la batalla por el triunfo de su Corazón Inmaculado.

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