jueves, 23 de abril de 2020

Algunas excusas que puede que no sirvan el Día del Juicio

Siguiendo la recomendación de nuestros lectores, que nos han pedido que intensifiquemos las publicaciones de esta bitácora en estos tiempos de pandemia, les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, bien conocido de todos ustedes. Aunque publicado hace tres años, su contenido se ha vuelto todavía, si cabe, más actual. El artículo trata sobre tres diálogos imaginarios entre un alma que enfrenta su juicio particular y Cristo que obra como Juez Supremo, donde la primera quiere diluir su responsabilidad diciendo que obró como mandaba el Papa por entonces reinante. La respuesta de Cristo es que todo fiel debe adhesión a la Revelación, porque sólo Uno es el Camino, la Verdad y la Vida. La gracia recibida en el bautismo y la recta conciencia son capaces de discernir el grano de la paja, la verdad de la mentira, la enseñanza divina de los deseos del mundo, la carne y el demonio. Era lo que decía San John Henry Newman (1801-1890) en su célebre Carta al duque de Norfolk (1875): "Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa -desde luego, no parece cosa muy probable-, beberé '¡Por el Papa!' con mucho gusto. Pero primero '¡Por la Conciencia!', después '¡Por el Papa!'". 

El artículo fue publicado originalmente en Life Site News y ha sido traducido por la Redacción. 

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“¡Pero así lo dijo el Papa!”: excusas que puede que no sirvan en el Día del Juicio

Peter Kwasniewski


(Imagen que acompaña al artículo original)

Hay ciertas excusas de las que jamás debemos echar mano en materia de fe y moral cristianas.

Mucha gente encuentra difícil emitir un juicio sobre los problemas contemporáneos, porque resultan estar “demasiado cerca” de nosotros como para que podamos verlos con claridad. Nos sentimos demasiado inmersos en ellos, casi como si estuviéramos caminando sobre el agua y procurando no ahogarnos. Una forma útil de adquirir perspectiva es retroceder en el tiempo a otros momentos de crisis, e imaginar cuáles habrían sido las implicaciones de tales crisis para los católicos que las vivieron entonces. Aquí haremos una exploración que tendrá la forma de un hipotético diálogo entre Cristo y un alma en su juicio particular. 

El escenario núm. 1 tiene lugar en el año 366.

Juez: Oh, alma cristiana, ¿por qué osaste cantar los cánticos de los arrianos, con su versículo “hubo un tiempo en que Él no existía”? Porque, en efecto, no existe un tiempo en que Yo no haya existido. Soy el Hijo eterno del eterno Padre.

Alma: Bueno… es que me confundí cuando el papa Liberio firmó un acuerdo con el Emperador. Todo el mundo decía que el Papa había admitido que podía darse algún debate, o sea, alguna flexibilidad en las fórmulas… que no todo era blanco y negro…

Juez: Debieras haberlo pensado mejor. Mi Iglesia ha confesado siempre mi Divinidad. Cuando surgió Arrio, se lo condenó inmediatamente como hereje. La verdad fue solemnemente proclamada en el Concilio de Nicea, y desde entonces mis santos la han defendido siempre.

Alma: Pero, ¿quién era yo para juzgar? Al oír opiniones en conflicto, pensé: “Si el Papa está confundido, ¿cómo puede esperarse que yo esté seguro?”.

Juez: Dices “¿quién era yo para juzgar?”. Sin embargo, en tu bautismo y en tu confirmación te di el Espíritu de verdad para poder distinguir lo verdadero de lo falso y para conocer tu deber de conocer la fe y serle fiel hasta la muerte.

Alma: Pero, ¿y qué pasa entonces con el Papa, que es la roca sobre la que está construida la Iglesia?


El papa Liberio
(Imagen: Wikicommons)

Juez: Yo establecí el papado como guardián de las verdades inmutables de la fe y como barrera contra las novedades. Esa es la razón por la que es llamado roca y no arena. Este Liberio, mi papa número 36, fue indigno de su cargo, porque vaciló cuando debiera haber permanecido firme. Puesto que sé lo que ha de venir, te declaro que él será el único papa, entre 54 obispos de Roma, desde san Pedro hasta san Gelasio, que no será venerado como santo.

Alma: Estoy avergonzado. Soy justamente condenado por mi falta de fe. ¡Ten misericordia de mí, Señor!

Juez: Tendré piedad de quien Yo quiera, y mostraré mi misericordia a quien Yo quiera. Ángeles, llevaos esta alma al horno de la purificación, para que sea limpiada de sus vicios.

***

El escenario núm. 2 tiene lugar en el año 638.

Juez: ¿Por qué, amigo, sostuviste y promoviste el malvado error de que Yo tengo sólo una voluntad, la divina, en tanto que tengo dos naturalezas, una divina y una humana? ¿No te diste cuenta de que este error es un insulto a la verdad de mi Humanidad y a mi misión de asumir, sanar y elevar todo lo que hay en el hombre?   

Alma: Pero, Señor, Señor, yo sólo seguí lo que el papa Honorio escribió en su carta al patriarca Sergio, donde desautoriza a los escritores que hablaron de “dos voluntades”. Como lo sabes, hay muchos que siguen esa carta.

Juez: La Iglesia ya había enseñado la verdad acerca de Mí. Lo fieles lo sabían. El papa Honorio abandonó su deber. Su palabra no es nada si contradice la enseñanza tradicional de la Iglesia. Quienes lo siguen en esta materia, lejos de quedar excusados, participan de su infidelidad.

Alma: Pero, ¿no fue culpa suya haberme hecho equivocar?

Juez: Tú podías y debías haberte dado cuenta. ¿Te considerabas un católico bien formado?

Alma: Bueno, supongo que sí.


El papa Honorio I
(Imagen: Ecce Christianus)

Juez: Sabías leer y escribir en una época en que pocos sabían. Tenías la capacidad de estudiar, y estudiaste efectivamente. Conocías -o podías haber fácilmente conocido- la fe tradicional de la Iglesia.

Alma (sonrojándose): Sí, Señor, todo lo que dices es verdad.

Juez: Un sucesor del papa Honorio, el papa Martín I, mostrará a todo el mundo la inconmovible fidelidad que espero de todos mis pastores. Martín convocará un sínodo para condenar el monotelismo, oponiéndose valientemente al Emperador. Y será detenido y enviado a prisión y exiliado hasta su muerte, y después será venerado como mártir. El tercer concilio ecuménico de Constantinopla disipará los últimos vestigios de este error y condenará a Honorio con palabras que Yo mismo le inspiraré: “Definimos que Honorio, que fue una vez obispo de Roma, será expulsado de la santa Iglesia de Dios y anatemizado por lo que hemos encontrado que escribió a Sergio, al cual siguió en todos los respectos en sus opiniones y cuyas impías doctrinas confirmó”. El papa León II, suscribiendo este anatema, escribirá: “Honorio […] consintió en la polución de la impoluta norma de la tradición apostólica que recibió de sus predecesores”. Y lo condenará como a quien “no apagó la llama de la herejía apenas surgió, una vez que recibió la autoridad apostólica, sino que la avivó por su negligencia”. ¿Cómo es que Martín I, León II e incontables otros Papas conocerán y enseñarán la verdad de la fe, en circunstancias de que no lo hizo Honorio?

Alma: No lo sé, Maestro.

Juez: Es que los otros Papas, como cuestión de principio, rechazan toda profana novedad y “combaten honradamente por la fe que se dio una vez a los santos”, como mi servidor Judas lo ha dicho. He puesto al alcance de todos los pastores diligentes del rebaño el conocer y transmitir la verdadera fe, así como he puesto al alcance de toda alma cristiana honesta recibir y abrazar esa misma fe para la salvación.

Alma: ¡Veo ahora cuán negligente he sido!

Juez: ¿Acaso no condené a los falsos profetas y los falsos maestros en la Sagrada Escritura? ¿Y a quienes los siguen?

Alma: Sí.

Juez: Quien quiera que distorsiona la palabra de Dios, tal como está transmitida en la Escritura y en la Tradición, es un falso profeta. ¿O no?

Alma: Sí.

Juez: Por tanto, un Papa que hace eso es también un falso profeta y un falso maestro.

Alma: Esa es la conclusión que hay que sacar.

Juez: Es justo que Yo te condene por tu propia boca. ¡Ángeles, atadlo de pies y manos, y arrojadlo afuera, a las tinieblas exteriores!

***

El tercer escenario tiene lugar en el año 1332.

Juez: ¿Te sorprende que innumerables almas de justos estén gozando ya la visión de mi divina gloria?

Alma: No comprendo la pregunta, Maestro.

Juez: Tú perteneciste a la corte papal, ¿o no? Como miembro de ella, te hiciste un nombre adoptando y defendiendo la tesis del papa Juan XXII de que las almas justas son admitidas a la visión beatífica sólo al final de los tiempos, con la resurrección general.

Alma: Sí, fui abogado de ese Papa, y lo asistí en la investigación que sirvió de base a esa postura.

Juez: Esa postura es execrablemente falsa. Tanto el testimonio de la Escritura como el de los Padres y Doctores, así como la fe constante del pueblo, cierran filas contra ella. ¿Cómo pudiste osar ayudar y apoyar el Papa en su necio razonamiento?

Alma: Me pareció un tema abierto al debate teológico. Me parece que un cardenal alemán me dijo…

Juez: No te corresponde a ti decidir qué está abierto al debate y qué no.

Alma: Pero, ¿y si el Papa decide que algo está abierto al debate?

Juez: Él también está obligado por la misma fe, como todo cristiano. De hecho, está más obligado que todos los demás, y debe mostrarse inconmovible en la resistencia a toda desviación, innovación u ofuscación, por pequeña que sea. Lo que se puede perdonar en un hombre de menor importancia, no puede ser perdonado en el pastor supremo.

Alma: ¿Quieres decir que debiera haberme rehusado a colaborar con él en este asunto?

Juez: Sí, y tanto más cuanto más insistía el Papa en su idiosincrática opinión. Mis súbditos leales, entre los que están el obispo Guillaume Durand, el dominico Thomas Waleys, el franciscano Nicholas de Lyra, el cardenal Fournier, y el rey Felipe, resistieron valientemente el error de Juan y sufrieron a causa de ello, adquiriendo de este modo muchos méritos para sus almas. De hecho, conociendo el corazón de los hombres, te digo que antes que hayan pasado dos años sobre la tierra, el Papa se retractará de su error y morirá arrepentido.

Alma: La verdad siempre triunfa.

Juez: Triunfa, en quienes la buscan y adhieren a ella, pase lo que pase.

Alma: ¿Qué pasará entonces después de que muera mi señor?


El papa Juan XXII
(Imagen: Wikicommons)

Juez: El cardenal Fournier será elegido como papa Benedicto XII, y entre sus primeras acciones, definirá solemnemente en una bula papal lo opuesto de lo que su antecesor se dedicó a enseñar: las almas de los justos, ya sea inmediatamente de muertos o después de la conveniente purificación, son admitidas a la visión beatífica, y aguardan la resurrección de los muertos y el juicio general.

Alma: Pero, Señor, si sólo me hubieras permitido lo suficiente para ver esa bula papal, habría tomado el partido correcto…

Juez: No, en eso te equivocas, amigo. ¿Recuerdas mi parábola de Dives y Lázaro? Viene bien a tu caso… Sé que te hubieras transformado en un hereje contumaz, y tu castigo eterno hubiera sido peor. Por eso te llamé misericordiosamente, para que recibieras un castigo menor.

Alma: Me inclino ante tu decreto y acepto tu justa sentencia.

Juez: Ángeles, tomad a este abogado y llevadlo al lugar donde se sentirá más como en casa, o sea, entre los escribas y fariseos que cambiaron la ley de Dios para acomodarla a las tradiciones humanas de su medio cultural.

***

¿Hay otros escenarios, con base histórica, que podríamos imaginarnos? Sí, pero tendrán que esperar una próxima oportunidad. Este trío de escenarios, en todo caso, nos ayuda a ver que existen ciertas excusas que no debiéramos presentar jamás en nuestro favor cuando se trata de la adhesión a la doctrina cristiana en materias de fe y de moral. Así es nuestra responsabilidad: no podemos abdicar de ella ni tratar de echar la culpa a otros.

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