Les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, aparecido hoy. En él se reproduce un intercambio epistolar con uno de us lectores respecto de las posturas de los fieles durante la Santa Misa celebrada segú la forma extraordinaria. El argumento es que lo importante no es el racionalismo de los comportamientos, sino que la posición del cuerpo sea también una forma de oración.
El artículo hace recordar la anécdota que contaba uno de los miembros en esas tertulias nocturnas que ya no podemos celebrar. Contaba esta persona sobre su experiencia viviendo en una residencia administrada por una institución religiosa en otro país. En ella se decía cada día la Misa reformada ante una feligresía poco numerosa. Nuestro amigo oía dicha Misa y adoptaba las posturas corporales que son todavía habituales en la mayoría de las iglesias chilenas, vale decir, se arrodillaba durante toda la recitación de la plegaría eucarística y también antes de la comunión. Al cabo de unas semanas, el director de esa residencia se acercó a él cuando salían de Misa, y le dijo que evitara seguir sus prácticas de piedad, adaptándose al resto, porque lo importante era la unidad de la Iglesia. Así como la Iglesia era una, todos debían ser uno con ella, le sañaló. Nuestro amigo intentó explicarle que la nota de unidad significaba algo completamente distinto, porque ella apunta a la fe, los sacramentos y la autoridad, pero no a cuestiones que son de orden práctico y de derecho litúrgico, de manera que cambian de un lugar a otro y de una época a otra. Fue en vano, porque pronto aparecieron los argumentos de autoridad de lo que ya decía, hacía o había visto el fundador. Seguir el diálogo era inútil.
Nuestro amigo optó por la solución más razonable: dejó de ir a Misa en la residencia y comenzó a hacerlo en otra iglesia de la ciudad, donde por lo demás se guardaba mucho mejor esa "hermenéutica de la continuidad" en la que insitió (lamentablemente sin muchos frutos ostensibles) el papa Benedicto XVI. Ahí puso seguir adoptando las posturas que le parecían más convenientes al momento de la Misa, y nadie le dijo nada.
El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original.
El artículo hace recordar la anécdota que contaba uno de los miembros en esas tertulias nocturnas que ya no podemos celebrar. Contaba esta persona sobre su experiencia viviendo en una residencia administrada por una institución religiosa en otro país. En ella se decía cada día la Misa reformada ante una feligresía poco numerosa. Nuestro amigo oía dicha Misa y adoptaba las posturas corporales que son todavía habituales en la mayoría de las iglesias chilenas, vale decir, se arrodillaba durante toda la recitación de la plegaría eucarística y también antes de la comunión. Al cabo de unas semanas, el director de esa residencia se acercó a él cuando salían de Misa, y le dijo que evitara seguir sus prácticas de piedad, adaptándose al resto, porque lo importante era la unidad de la Iglesia. Así como la Iglesia era una, todos debían ser uno con ella, le sañaló. Nuestro amigo intentó explicarle que la nota de unidad significaba algo completamente distinto, porque ella apunta a la fe, los sacramentos y la autoridad, pero no a cuestiones que son de orden práctico y de derecho litúrgico, de manera que cambian de un lugar a otro y de una época a otra. Fue en vano, porque pronto aparecieron los argumentos de autoridad de lo que ya decía, hacía o había visto el fundador. Seguir el diálogo era inútil.
(Foto: The Catholic Gentelman)
Nuestro amigo optó por la solución más razonable: dejó de ir a Misa en la residencia y comenzó a hacerlo en otra iglesia de la ciudad, donde por lo demás se guardaba mucho mejor esa "hermenéutica de la continuidad" en la que insitió (lamentablemente sin muchos frutos ostensibles) el papa Benedicto XVI. Ahí puso seguir adoptando las posturas que le parecían más convenientes al momento de la Misa, y nadie le dijo nada.
El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original.
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¿Es necesario regular, normar o revisar las posturas de los laicos en la Misa tradicional?
Peter Kwasniewski
A lo largo de los años he advertido
la existencia de un interesante grupo de personas apasionadas por el tema de
las posturas de los laicos en la Misa tradicional [Nota de la Redacción: véase aquí la entrada que dedicamos ellas]. En algunas ocasiones exhiben
un celo de cruzados que combaten a un pertinaz enemigo, ya sea la Indiferencia
(laicos a quienes no les importa en absoluto quién se arrodilla o quién se
levanta o quién se sienta, ni cuando, ni por qué), o la Diversidad (diferentes
costumbres entre países o incluso entre templos), o el Desorden (falta de
uniformidad en una misma Misa). Es muy importante para ellos que se cree y se
ponga en vigor una rúbrica coherente, derivada de la costumbre o de algún tipo
de razonamiento.
Un plan, pero no el único plan
Al cabo, se puede simpatizar con
ellos. Todos conocemos el enredo que puede ocurrir al interior de la iglesia
cuando la congregación está compuesta por una mezcla de asistentes habituales y
otros nuevos que no sospechan los que está teniendo lugar en la Misa
tradicional. En diversos momentos, ciertos individuos decididos se arrodillan
decididamente, y otros miran en torno ovejilmente, como tratando de averiguar
qué se espera que hagan ellos. A veces, está de visita un europeo o quizá un
norteamericano que estudia intensamente los folletos del Movimiento Litúrgico y
que sigue un conjunto diferente de costumbres. La confusión aumenta. Se puede,
pues, entender, desde un punto de vista puramente pragmático, por qué una rúbrica común podría ser útil.
La siguiente es la perspectiva que
me dio a conocer un amigo que me envió una carta:
“Desde que comencé a asistir a la
Misa tradicional el año pasado, me he preguntado sobre los gestos físicos que
hacen quienes me rodean. Por ejemplo, hacen la señal de la cruz en la oración
después del Confiteor, durante el Gloria y durante el Sanctus, y se golpean el pecho durante la consagración. No sé si se
supone que debo hacer estos mismos gestos (ni sé cuáles son todos los gestos
convenientes: ¿existe una lista de ellos en alguna parte?)”.
“Debido a que crecí con el Novus
Ordo, estoy acostumbrado a ver que toda la gente hace lo mismo, y siempre se me
dijo que estaba mal que ciertos individuos siguieran sus propios usos (por ejemplo,
arrodillarse durante el Agnus Dei),
teniendo como fundamento la idea de que “puesto que la Iglesia no dice que
debamos hacer esos gestos, no debemos hacerlos”. ¿Me equivoco si pienso que
determinado gesto de los fieles debe ser aprobado o estar dispuesto por la
OGMR? ¿Se aplicaría esto sólo a la Misa de Pablo VI?
“Supongo que mi inclinación por la
uniformidad de los gestos me viene del deseo de que el cumplimiento de aquello
de “diga lo que está en negro, haga lo que está en rojo”, propio de la Misa
tridentina, debe aplicarse igual a los laicos que al sacerdote. Quiero ir a
Misa y (como usted dijo en este artículo) quiero “saber qué voy a oír y ver.
Los mismos textos, los mismos gestos, el mismo ethos, la misma religión católica”. ¿Me equivoco al querer que esa coherencia se
dé también entre los fieles que asisten?
“En cierto sentido me inclino a
desear hacer más gestos como laico. No sé bien por qué, pero me parece una
experiencia más completa de recogimiento el que mis brazos simbolicen una
verdad de la liturgia, además de mis piernas (arrodillarse y estar de pie). Por
otra parte, mi deseo de “hacer” más podría ser sólo del contagio con el deseo
incorrecto del antiguo Movimiento Litúrgico de crear más oportunidades para la
“participación activa”, como si el estar de pie participando de modo reverente
y atento no fuera suficiente. Estoy perplejo y no sé qué hacer, ni en la Misa
antigua ni en la nueva”.
Formulario IKEA para la adoración (la ficha está disponible también en otros 67 idiomas)
A continuación va mi respuesta.
Todo esto plantea la gran cuestión
de la participación del cuerpo. Lo maravilloso de la antigua Misa es que las
posturas y gestos corporales de los laicos no fueron jamás normados. Durante
casi 2.000 años, e incluso hoy, no han existido normas que digan qué deben
hacer los laicos, si levantarse, sentarse, arrodillarse, golpearse el pecho,
santiguarse: todo esto depende de ellos.
Los reformadores litúrgicos, que
tuvieron por lo general una mentalidad burocrática e incluso fascista, se
sintieron incómodos con esta falta de uniformidad, que les pareció
devocionalismo, e incluso relajación, y lograron crear, para el Novus Ordo, un
conjunto de comportamientos perfectamente normados para ser observado por los
fieles. El problema es que lo que acordaron es más bien minimalista, por lo que
se da la sorprendente paradoja de que el antiguo rito tendía, en las costumbres
a que dio lugar, a promover más actividad corporal durante la Misa, en tanto
que el nuevo rito tiende a alentar algo que es más racionalista y pasivo. En
este artículo (que se transformó en un capítulo de este libro),
documento la gran variedad de acciones que se ve a menudo en la Misa
tradicional (nota: como costumbres, no como exigencias).
Le sugiero abandonar la muy moderna
idea de que todo el mundo debiera hacer lo mismo al mismo tiempo. Puede que sea
conveniente hacer ciertos gestos físicos, pero no se puede, sencillamente,
imponerlos o exigirlos. Parece que es mejor que los libros (o alguna ocasional
homilía) explique a los fieles que su imitación discreta de algunos de los
gestos del sacerdote puede ser un modo de hacer su oración más holística, más
inclusiva de toda la persona, y fomentar una auténtica oración, sin que se
exija nada de esto. En el fondo, si le ayuda, hágalo; si no, no se tome la
molestia.
A mi juicio, en el Novus Ordo hay que tomar una decisión
personal. Si se procura realizar en él todos los antiguos gestos, probablemente
ello constituirá una distracción para los demás e incluso para uno mismo. Si,
por el contrario, nadie advierte lo que uno hace, ¿por qué no hacer algunos de
los gestos que uno haría en la antigua Misa? Esto podría ser una forma de
“mutuo enriquecimiento”, del tipo que pedía Benedicto XVI. Mientras todavía
asistía al Novus Ordo, me encontré
haciendo todo tipo de signos de la cruz “extra rúbricas” y arrodillándome
cuando no se “suponía” que debía hacerlo, etcétera. Pude salirme con la mía
fácilmente porque siempre me hallaba en el espacio del coro, allá arriba.
Mi intrépido amigo me respondió lo
siguiente:
“El artículo de usted de OnePeterFive hace un
buen trabajo clarificando que la participación activa está más presente en la
Misa tradicional, idea que me acuerdo haberle leído también en “Resurgimiento en medio de la crisis” [Nota de la Redacción: se trata del libro que tradujo al castellano nuestra Asociación].
Pero todavía estoy confuso.
“Usted decía que yo debería abandonar
la idea moderna de que todo el mundo debiera hacer lo mismo. Puedo ver que esta
idea es un error cuando está motivada por intenciones burocráticas o fascistas,
pero no entiendo qué podría haber de malo en ella si surge de un auténtico
deseo de unidad litúrgica en los laicos, coherente con la precisión de la
unidad litúrgica exigida a los sacerdotes en la Misa. Si se exige hasta en el
mínimo detalle que el sacerdote observe ciertos gestos físicos específicos,
¿por qué habría de ser poco razonable exigir ciertos gestos físicos específicos
a los laicos?
“Pareciera que una exigencia así
promovería la unidad litúrgica y la coherencia que usted alaba tan seguido.
Recuerdo que alguna vez me dijo por qué las rúbricas de la Misa tradicional
habían sido originariamente “clavadas”: muchos años de variaciones litúrgicas
regionales habían producido cierta anarquía en el culto católico. Para
recuperar la unidad litúrgica frente a los protestantes, la Iglesia exigió que
los sacerdotes adhirieran a las rúbricas que se les imponían, que no eran una
novedad sino que se habían desarrollado orgánicamente con el paso de los
siglos.
“La situación de los laicos me
parece ser la misma. Incluso si el único resultado negativo de la ausencia de
unidad gestual es la distracción por lo que otros hacen idiosincráticamente
durante la Misa, esa ausencia misma parece contradecir el espíritu
maravillosamente disciplinado de la antigua Misa. ¿No sería conveniente que la
Iglesia estableciera una serie de rúbricas en la Misa tradicional que
definitivamente declarara qué gestos desea que hagan los fieles, siempre que
esos gestos fueran los que se han desarrollado orgánicamene durante siglos de Tradición?
“Quizá esté interpretando mal los
inconvenientes del conjunto regulado de acciones creado por los reformadores
litúrgicos. Pero, para evitar el peligro de minimalismo, ¿no sería mejor
establecer una rúbrica más completa y bien ordenada?
“La referencia a gestos “extra
rúbricas” en el Novus Ordo que hace usted me sorprende, considerando que la OGMR 42 dice (edición 2011, EE.UU.): “Los gestos y la postura corporal tanto del
sacerdote como del diácono, de los ministros y del pueblo, deben conducir a
hacer brillar toda la celebración con belleza y noble simplicidad, a dejar
claro el verdadero y pleno significado de sus diferentes partes, y a fomentar
la participación de todos. Por tanto, debe prestarse atención a lo que está
prescrito por esta Instrucción General y por la práctica tradicional del rito
romano y a lo que sirve al bien común espiritual del Pueblo de Dios más que a la inclinación privada o a la
elección arbitraria. Una postura corporal común, que se debe observar por todos
los que participan, es una señal de unidad de los miembros de la comunidad
cristiana reunida para la sagrada liturgia, porque expresa las intenciones y la
actitud espiritual de los participantes y la fomenta”.
“La parte que puse con itálicas [Nota de la Redacción: aquí, en texto normal] me
parece razonable. ¿O estoy totalmente equivocado?”.
Mi respuesta fue la siguiente:
Hay algo indescriptiblemente hermoso
en que la gente pueda orar a su propio modo y en paz. Ahora, obviamente, se
puede esperar que todos adopten algunas posturas importantes, lo cual es
coherente con la piedad, y ¿quién podría quejarse de ello? Todos nos ponemos de
pie para los dos Evangelios (el Evangelio del día y el último Evangelio), todos
nos arrodillamos al “et incarnatus est”
y durante el Canon. Hay también otras costumbres muy difundidas.
Pero apenas se trata de legislar
sobre detalles como “que todos hagan la señal de la cruz en estas ocho
oportunidades, que todos se golpeen el pecho en estas cuatro ocasiones, y que
todos inclinen sus cabezas en estos cinco casos”, etcétera, ello se hace muy
difícil de llevar a cabo y de exigir, y se transforma además en la ocasión para
fiscalizar e intimidar. Es muy difícil exigir esto de todo el mundo todo el
tiempo. Por cierto, yo mismo no hago siempre lo mismo cada vez que voy a Misa:
depende que cuán lenta o cuán rápidamente el sacerdote está celebrándola, de
cuán bien se puede oír al sacerdote o a los acólitos[1].
Para lograr una total uniformidad,
había que hacer marchar a la gente con el mismo paso, como una banda o un
escuadrón de soldados. Además, se estaría forzado a simplificar hasta un
extremo minimalista, como ha ocurrido de hecho con las rúbricas del Novus Ordo
para los laicos. Sólo pensar en ello me pone los pelos de punta. Honestamente,
no creo que sea ni posible ni deseable. Está bien lograr algunos acuerdos
amplios sobre las posturas más importantes, y tener una actitud amplia respecto
de todo lo demás.
Incluso en el caso de las posturas
más importantes, difieren las costumbres de un país a otro. ¿Por qué habrían de
ser los obispos o liturgistas de Estados Unidos o Canadá, el Reino Unido o Irlanda,
Polonia o Alemania, etcétera, quienes decidieran cómo el resto del mundo debe
comportarse?
Jacques y Raïssa Maritain estaban
convencidos de que Roma era amiga de la libertad en este sentido, incluso hasta
poco antes del Concilio Vaticano II y, quizá, lo fue en el pasado. He aquí lo
que ambos dicen en un libro publicado en francés en 1959 y en inglés en 1960:
“En contra de las exageraciones
pseudo-litúrgicas, lo que nos corresponde es defender la libertad de las almas […] Roma ha estado siempre pronta a oponerse a todo intento de regimentar las
almas, porque sabe que el espíritu de la liturgia exige respetar la libertad
evangélica propia de la Nueva Ley. En cambio, los que confunden liturgia con
para-liturgia y sostienen como válida una forma única de piedad, en que cada
uno obra en común con los otros, y exigen de todos que, en su palabra y gestos,
obedezcan las formas litúrgicas con una precisión militar; y desafían o
cuestionan las devociones privadas, e incluso la adoración del Santísimo
Sacramento fuera de la Misa, lo que hacen es imponer a las almas unos esquemas
rígidos y abrumarlas con obligaciones exteriores que pertenecen al mismo tipo
que las observancias de la Ley Antigua”[2].
Los Maritain al comienzo de su carrera
Así pues, con un espíritu
verdaderamente católico, debiéramos dejar que los irlandeses se arrodillen
durante toda la Misa solemne si así es como oran mejor, y dejar que los
norteamericanos, en cambio, estén mucho de pie, y dejar que algunos países
respondan todos los diálogos de la Misa, y que otros respondan sólo a unos
pocos o a ninguno. La catolicidad conlleva tanto el realizar en común las cosas
más importantes, como el permitir una amplia variación y flexibilidad en cómo
se hacen las cosas que no son materia de ley natural o divina. Recuerdo un
antiguo adagio, que no es menos válido por ser vago y manoseado: “In
necessariis unitas, in dubiis libertas, in ómnibus caritas” (“en lo necesario,
unidad; en lo dudoso, libertad, y en todo, caridad”). Sería extremadamente
difícil sostener que una uniformidad normada de las posturas y gestos de los
laicos durante la Misa es esencial para nuestra fructífera participación en la liturgia.
Como ha escrito Michael Fiedrowicz:
“En la típica vastedad católica, no
es necesario normar en ninguna forma la gran variedad de posibilidades
individuales de participación que acompañan a la estrictez de rúbricas del
rito, sino que lo que hay que hacer es respetarlas. Incluso el estar presente
en silencio y solamente mirando no significan necesariamente falta de
compromiso interior. El mero acto de oír, sea con los oídos o con el corazón,
es sin duda alguna una forma de participación activa”[3].
Me atrevería a afirmar que la
mayoría de los católicos tradicionales prefieren que todos hagan las mismas
cosas en lo que se refiere a las acciones más importantes de ponerse de pie,
sentarse y arrodillarse, ya que ello quita las ocasiones de distracción y ayuda
al compromiso fervoroso con la liturgia. Pero lo que me ha quedado en claro de
todos mis viajes es que, cada vez que algo no me es familiar, no me siento en
la primera fila sino, más bien, en las últimas, observando alrededor de mí, y
miro lo que hace la mayoría y observo las costumbres locales, como recomendaba
San Agustín hace mucho tiempo en su carta 54 a Januarius. Hay pocas cosas
peores que el extranjero que obra como un ángel enviado por Dios para corregir
él solo los caprichos de palurdos rústicos. Si a usted le importa mucho respetar
las posturas a que está acostumbrado, siéntese bien atrás, donde no sea una
molestia para el resto (el P. Z. da un consejo parecido).
Resta un solo tema que examinar: el
problema de los bancos. Puesto que todas las iglesias católicas de Occidente
tienen hoy día bancos, atornillados para hacerlos permanentes, el tópico es
mucho más especulativo que lo que hemos analizado previamente, y merece ser
tratado aparte.
[1] Recomiendo dos artículos para profundizar más en este tema: “ASK FATHER: Excessive pious gestures during Mass” y “Is Passivity Mistaken for Piety? On the Perils and Pitfalls of Participation”. Respecto de la OGMR, este artículo analiza dos enfoques diferentes acerca de las rúrbicas del Novus Ordo.
[2] Maritain, J./Maritain, R., Liturgy and Contemplation (trad. de Joseph W. Evans, Nueva York, P.J. Kennedy & Sons, 1960), pp. 88-90.
[3] Fiedrowicz, M., The Traditional Mass: History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite (Brooklyn, NY: Angelico Press, 2020), p. 228.
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