Les ofrecemos un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski donde aborda algunas de las consecuencias absurdas que tiene la celebración de la Misa reformada en tiempos en que, por la pandemia de COVID-19 que asola el mundo, no hay feligresía presente. Aún así, muchos sacerdotes siguen celebrando la Misa de cara a un pueblo inexistente, el que a veces reemplazan por fotografías puestas en los bancos. Todo esto tiene, por cierto, un trasfondo teologócio sobre el sentido que tiene la participación en el Santo Sacrificio.
El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original.
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Lo absurdo del “versus populum” y el recogimiento
de “ad
orientem” en la transmisión en vivo por Internet
Ahora que miles de parroquias,
oratorios y catedrales en todo el orbe están transmitiendo Misas en vivo por Internet, ya sea semanales o diarias, es posible experimentar, mejor que nunca,
la bancarrota de esa innovación postconciliar que monseñor Gamber consideraba,
específicamente, el peor cambio litúrgico de todos los producidos en la Iglesia
católica: la postura del celebrante de cara al pueblo durante la Misa.
New
Liturgical Movement ha publicado en forma destacada muchos artículos, a lo
largo de los años, que critican el “versus
populum” desde puntos de vista teológicos, litúrgicos y psicológicos.
Véase, al respecto, “Mass ‘Facing the People’ as Counter-Catechesis and Irreligion” [“La Misa de cara al pueblo como contra-catequesis e irreligiosidad”]; “How Contrary Orientations Signify Contradictory Theologies” [“La diversidad de orientaciones expresan teologías contrarias”] y, como ejemplo especialmente pertinente, a la luz del memorándum publicado por
cierto obispo en el American Mountain
West, “The Normativity of Ad Orientem Worship According to the Ordinary Form’s Rubrics [“La obligatoriedad del culto “ad orientem” según las rúbricas de la forma ordinaria”] (este memorándum fue objeto de una extensa crítica aquí).
Con la transmisión en vivo a través
de Internet el problema se centuplica porque el celebrante está de pie no
frente a una congregación, como al centro de un círculo y rodeado por ella
-situación en que hay, al menos, algo de símbolo humano, aunque no el que se
requiere para el Santo Sacrificio de la Misa- sino frente a una cámara, como el
conductor de un show televisivo de conversación o un cocinero durante una
demostración culinaria.
Joseph Sciambra comenta en su bitácora:
“La crisis del COVID-19 ha revelado también, claramente, otro punto de polarización en la Iglesia: el Novus Ordo y la Misa tradicional. Uno está centrado en el sacerdote y se adapta bien a esta época de medios de comunicación --de acomoda a la transmisión en vivo por Internet, con el foco en la personalidad de quien preside-; de ahí que muchas parroquias celebran un culto a la personalidad centrado en un sacerdote carismático, conocido fundamentalmente por hacerse amigo de todos. Recuerdo este tipo de sacerdote debido a sus paramentos con los colores del arcoiris, por las estúpidas bromas que intercala en sus homilías y por su interminable paseo por la nave, abrazando a todo el mundo en el “beso de la paz”. Durante muchos años he asistido a innumerables Misas tradicionales celebradas por muchísimos sacerdotes, de los cuales no recuerdo a ninguno muy bien, pero sí recuerdo que Cristo estaba allí presente”.
“La crisis del COVID-19 ha revelado también, claramente, otro punto de polarización en la Iglesia: el Novus Ordo y la Misa tradicional. Uno está centrado en el sacerdote y se adapta bien a esta época de medios de comunicación --de acomoda a la transmisión en vivo por Internet, con el foco en la personalidad de quien preside-; de ahí que muchas parroquias celebran un culto a la personalidad centrado en un sacerdote carismático, conocido fundamentalmente por hacerse amigo de todos. Recuerdo este tipo de sacerdote debido a sus paramentos con los colores del arcoiris, por las estúpidas bromas que intercala en sus homilías y por su interminable paseo por la nave, abrazando a todo el mundo en el “beso de la paz”. Durante muchos años he asistido a innumerables Misas tradicionales celebradas por muchísimos sacerdotes, de los cuales no recuerdo a ninguno muy bien, pero sí recuerdo que Cristo estaba allí presente”.
La existencia de gran confusión
sobre la esencia misma de la Misa y el significado del sacerdocio ministerial
puede apreciarse en los artículos periodísticos en que se entrevista asacerdotes, que andan ahora con mucho tiempo libre debido a que no tienen una
feligresía que los absorba. Luego de haber definido el sacerdocio como una
relación con el pueblo, cuando en realidad es una relación con Cristo
primeramente y sobre todo, dichos sacerdotes buscan en vano, o al menos con
grandes dificultades, dar un sentido intrínseco y trascendente a la realización
del debido culto a la Santísima Trinidad, como el que durante siglos animó a
las llamadas “Misas privadas”, y que el Magisterio de la Iglesia alentó hasta
Benedicto XVI (véase mi artículo “The Church encourages priests to say Masses, even without the faithful” [“La Iglesia anima a los sacerdotes a celebrar
Misa, aun sin fieles”]).
Dan Millette advierte que, durante
medio siglo, se ha entrenado a los sacerdotes para “decir Misa para el pueblo”,
lo que ha redundado en que muchos de ellos desarrollaran el hábito de pensar la
Misa única o principalmente en términos de ver a la congregación e interactuar
con ella, “tocándola” mediante el contacto visual, con determinado tono de voz,
y con un ars celebrandi estilo barrio
residencial:
“[La transmisión en vivo] plantea la cuestión, causada
por el paradigma versus populum, de
la necesidad de que el sacerdote tenga una audiencia, y plantea asimismo la
idea de que la celebración de la Misa en solitario es, de algún modo,
insatisfactoria e incluso esperpéntica. Así, se instala una cámara, a menudo
sobre el mismo altar, a pocos centímetros de distancia del rostro del
sacerdote, y los bien entrenados gestos y voz litúrgicos logran la audiencia
deseada. En esta línea, recuerdo una historia que ocurrió en la crisis Covid-19
en Italia: un sacerdote solitario, con prohibición de decir Misa pública,
decidió instalar selfies de todos sus
feligreses en los bancos de la iglesia. Esta acción, prontamente imitada por
otros sacerdotes, posiblemente le nació del corazón, pero se trata de un
sentimentalismo que revela ausencia de verdadera comprensión litúrgica. Esto no
es un tópico de transmisión en vivo per se, pero confluye con la necesidad de
los sacerdotes de decir Misa en presencia de público”.
Lo anterior representa una reductio ad absurdum de la postura versus populum, y constituye el producto final que resulta de la
mentalidad “círculo cerrado”. Si la iglesia en que está ese sacerdote tuviera
un tabernáculo detrás del altar, la inversión sería total: un sacerdote
celebrando de cara a pedazos de papel con rostros impresos, en vez de orar hacia
Dios que vive con su pueblo en calidad de Cabeza, de Rey, de Pastor; Dios en
Persona, el Hijo de Dios cuyo sacrificio cruento en la cruz, que se representa
sacramentalmente sobre el altar, es la única razón por la que se dice Misa,
para beneficio de los vivos y de los muertos, donde quiera que ocurra que estén.
Quizá, sin embargo, esta foto de un obispo que
dice Misa a una cámara es igualmente efectiva como reductio ad absurdum.
Más ejemplos de esto pueden verse en un artículo
enviado a PrayTell, que incluye una
foto de un individuo que proclama la Palabra a una iglesia vacía:
Ver esta foto me hizo apreciar nuevamente la
sabiduría de la tradición de cantar la Epístola mirando al oriente y el
Evangelio mirando al norte: con ello la posición del lector es determinada por
ideas teológicas y simbólicas que no implican ninguna excentricidad cuando se
está en una iglesia vacía, al revés del escenario ilustrado más arriba.
La riqueza actual de transmisiones en vivo ha
traído, con todo, un cambio para mejor: la gran cantidad de Misas ad orientem (casi siempre según el usus antiquior) que están disponibles
ahora en los medios sociales, equiparable a las opciones versus populum. Por lo que se sabe, esas Misas de cara al oriente
no fueron ni de lejos tan abundantes o visibles a los ojos de los católicos
como lo son hoy. Ojalá dispusiéramos de estadísticas acerca del número de
espectadores, pero así como no hay duda de que se están diciendo más Misas
tradicionales (privadas) que nunca antes desde 1969, se puede colegir que el
número de católicos que hoy ven Misas dichas ad orientem desde sus casas es significativamente mayor que el de
quienes ya asistían a Misas ad orientem
en persona cada semana. La rápida decisión de los obispos de cerrar el culto
público, haya sido o no exigida por las autoridades civiles, puede convertírseles
en un sorprendente tiro por la culata.
El católico que desee empaparse más devotamente de
los sagrados misterios puede, en cambio, contemplar liturgias como éstas:
Adviértase que, en la tercera de estas imágenes,
se ve a la izquierda a un obispo que sigue la Misa desde el coro (fue él quien
predicó la homilía).
Se ha comenzado incluso a ver unos pocos casos en
que la jerarquía de la Iglesia reconoce el valor de la postura tradicional y
alienta las transmisiones:
Con un número tan grande de Misas que se pueden ver,
debemos recordar, una y otra vez, el hecho central de que los misterios más
importantes de nuestra fe no se pueden ver: ninguna cámara puede capturarlos,
no hay ojo humano que los pueda ver, ninguna cantidad de información proporcionada
por los sentidos puede suplir a la falta de fe sobrenatural. La Trinidad es
invisible, los ángeles son invisibles, el momento de la Encarnación, bisagra de
toda la realidad material y espiritual, fue invisible; la divinidad de Cristo
fue invisible durante toda su vida mortal (“no es la carne ni la sangre quien
te lo ha revelado, sino mi Padre celestial”); la Redención que el Señor nos
ganó en la cruz con su muerte, fue invisible, y no por ello menos universal y
definitiva.
Las Misas transmitidas en vivo nos dan la
oportunidad de preguntar una vez más: ¿Qué es lo que pensamos que vemos en la
Misa? ¿Por qué necesitaría yo ver la cara visible del sacerdote cuando lo que
busco es la cara escondida del Señor, cubierta por los velos sacramentales?
¿Por qué habría de ser distraído por una cabeza parlante cuando puedo entrar en
el silencio con la imagen del Sumo Sacerdote y penetrar, por la fe, en el
santuario no hecho por manos humanas? ¿En qué me beneficiaría ver una mesa con
pan y vino cuando lo que necesito es un altar del sacrificio sobre el cual
ofrecerme yo a mí mismo y a todos los que amo en unión con la Víctima que salva
al mundo del pecado, de la muerte y del infierno? ¿Por qué habría de mirar el
invisible milagro de la transubstanciación cuando para mí es muchísimo mejor
asir, en mi mente, el borde del manto de Cristo, al mismo tiempo que el acólito
sostiene el borde de la casulla, y pedirle Su poder sanador?
En el último boletín de los monjes benedictinos de
Nursia leo estas emocionantes palabras:
“Durante siglos no fue posible ver de cerca los
misterios del altar. En algunas épocas, se corrían las cortinas en los momentos
más importantes de la Misa. Todavía hoy las solemnes oraciones de la
consagración se dicen en los tonos más bajos -en susurros-, a medida que se
despliega el drama de la liturgia. El ocultamiento, intrínseco a la Misa (con
el iconostasio en el rito bizantino), fue común a todos, de algún modo, durante
muchos siglos, y evocó una atmósfera de misterio. En nuestra época, que exige
ver para creer, Dios nos ofrece una oportunidad de redescubrir el misterio, el
misterio de la invisible eficacia de la Misa (2 Cor. 4, 18). Debemos confiar,
para nuestra salvación, en un remedio invisible frente a esta invisible
amenaza”.
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