domingo, 20 de septiembre de 2020

Domingo XVI después de Pentecostés

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons)

 El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Lc. 14, 1-11):

“En aquel tiempo: Al entrar Jesús un sábado a comer en casa de uno de los principales fariseos, le estaban acechando. Y he aquí que un hombre hidrópico se puso delante de Él. Y Jesús, dirigiendo su palabra a los Doctores de la Ley y a los Fariseos, les dijo: ¿Es lícito curar en sábado? Mas ellos callaron. Entonces, tomando Jesús a aquel hombre de la mano, le sanó y le despidió. Dirigiéndose después a ellos, les dijo: ¿Quién de vosotros hay que, viendo su buey o su asno caído en un pozo, no le saque luego aun en día de sábado? Y a esto no le podían replicar. Observando también cómo los invitados escogían los primeros asientos en la mesa, les propuso una parábola, diciéndoles: Cuando fueres convidado a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que haya allí otro convidado de más distinción que tú, y venga aquél que os convidó a entrambos, y dirigiéndose a ti te diga: Deja a éste el sitio; y entonces tengas que ocupar el último lugar con vergüenza tuya. Pues, cuando fueres llamado, ve y siéntate en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces serás honrado delante de los demás comensales; porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”.

***

La situación que describe el evangelista en este pasaje, es una en que se podría haber esperado un grave enfrentamiento entre el Señor y sus enemigos. Los fariseos y doctores de la ley se han congregado en casa de uno de ellos porque éste ha convidado a Jesús a comer. Y, como dice el texto, fueron ahí a acecharlo. Jesús lo sabe porque lee sus corazones, y se da cuenta de que no está rodeado de afecto, sino de odio, y que en cualquier momento esos hombres engreídos y seguros de sí lo atacarán. 

Pero el Señor no da lugar a que brote la disputa. Con ello quiere, quizá, agradecer a su anfitrión que, aunque fariseo -Él ha venido a buscar no a justos sino a pecadores como éste-, lo ha invitado, ha preparado una cena y lo atiende. Y el Señor tiene la delicadeza de impedir que la cena se agríe y transforme en un fiasco.

Son varias las lecciones que podemos recoger de este Evangelio. Pero hay una que, en los terribles momentos de rivalidades, desunión, deslealtades y odios que vive la Iglesia, es especialmente importante.

En el milagro que realiza Jesús, la curación del enfermo es presentada por el Señor en tales términos que se revela como un modo absolutamente razonable de actuar, como algo que aparece tan lógico y prudente que evita que surja el altercado: cualquiera de esos fariseos, en día de sábado, correrá a impedir que se ahogue su buey o su asno. Aquí no hay lugar a complicaciones religiosas, no hay espacio para filigranas legales: es obvio que rescatar un animal de ahogarse es conveniente y prudente desde cualquier punto de vista que se lo mire. ¿Acaso podría Dios mandar en la Ley algo que tan irracional y absurdo como pedir que se deje al animal perecer a vista y paciencia de su dueño? Jesús, diestramente, transfiere este problema, que tiene muchas facetas, al terreno de lo obvio y lo evidente, y desarma así a quienes estaban listos a saltar sobre Él para acusarlo de violar el sábado.

En otras palabras, el Señor presenta aquí su enseñanza con tal mansedumbre, que deja a sus enemigos sin armas para atacar: y la enseñanza de Jesús es una que los doctores de la ley ciertamente conocían. Porque, en efecto, en el profeta Oseas se lee: “Pues prefiero la misericordia al sacrificio, y el conocimiento de Dios al holocausto” (Os. 6, 6). En otra oportunidad, diferente de esta cena que el Señor no quiere arruinar, Él no había dudado en enrostrarles ese texto: “Si entendierais qué significa 'Misericordia quiero, y no sacrificio'” (Mt. 12, 7). Pero no aquí.

Curación del hidrópico (mosaico de la Catedral de Monreale, Italia, siglo XII)
(Imagen: Pinterest)

Jesús -y ello apenas necesita ser recordado- tenía toda la razón de su parte. Pero expuso su doctrina de tal modo que, en vez de anotarse un triunfo dialéctico más y de aparecer victorioso en la disputa, en vez de humillar -muy merecidamente, por lo demás- a sus adversarios, busca atraerlos y convencerlos con una argumentación tan fácil como obvia.

Desgraciadamente, no siempre la verdadera doctrina es expuesta, en la Iglesia de nuestros tiempos, de este modo admirable. Es cierto que las opiniones heterodoxas que hoy menudean hasta en las más altas esferas son de tal calado que hacen surgir en los corazones católicos las reacciones más comprensibles y justicieras. Pero con demasiada frecuencia éstas van expuestas con una ira y una violencia que las hacen incapaces de persuadir a los equivocados y, más bien, generan en ellos una reacción igualmente iracunda y violenta que agrava el caso.

San Pedro, que seguramente ha de haber sido testigo de la escena que el Evangelio narra hoy y ha de haber quedado igualmente impresionado que nosotros, habrá de escribir posteriormente en su primera epístola, “estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia”( I Pe 3, 15-16).

2 comentarios:

  1. Hola amigos. ¿ Saben cuando van a volver las misas tridentinas con el padre Milan?
    Saludos.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por leernos. Se están haciendo las consultas pertinentes. No es fácil de momento, debido al lugar de celebración y a los protocolos sanitarios impuestos por el gobierno para el culto religioso en general.

      Borrar

Política de comentarios: Todos los comentarios estarán sujetos a control previo y deben ser formulados de manera respetuosa. Aquellos que no cumplan con este requisito, especialmente cuando sean de índole grosera o injuriosa, no serán publicados por los administradores de esta bitácora. Quienes reincidan en esta conducta serán bloqueados definitivamente.