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miércoles, 28 de febrero de 2018

En torno a la cuestión de ritos y formas (I)

Continuando con la tarea de poner a disposición de nuestros lectores las actas del III Congreso Summorum Pontificum, el que tuvo lugar a fines de julio pasado, publicamos hoy la primera de dos entradas de la conferencia que allí sostuviera el Prof. Augusto Merino Medina, colaborador estable de esta bitácora.


El Prof. Augusto Merino durante su conferencia en el III Congreso Summorum Pontificum de Santiago (2017)
(Foto: Asociación Litúrgica Magnificat)

***

En torno a la cuestión de ritos y formas.

Augusto Merino Medina

“El medio es el mensaje”
Marshall MacLuhan

“Y cuando estaban juntos a la mesa
tomó el pan, lo bendijo, lo partió
y se los dio. Entonces se les abrieron
los ojos y lo reconocieron”
Lc 24, 30-31.

I. Introducción

La promulgación, hace ya diez años, del motu proprio Summorum Pontificum es uno de los momentos más importantes de la vida de la Iglesia en la época contemporánea. Su importancia puede evaluarse si se considera, primero, que la liturgia es la cumbre y fuente de la vida de la Iglesia[1] y, segundo, que esa liturgia fue sometida a reformas, sin antecedentes en la historia de la Iglesia, con posterioridad al Concilio Vaticano II, con el pretexto de cumplir lo mandado por él; reformas que constituyen el acto más importante y más grave derivado de dicho Concilio, y el que ha tenido más consecuencias para la vida de la Iglesia desde la herejía arriana del siglo IV: cuando se mete mano tan radicalmente en el corazón de la liturgia, que es la Misa, es decir, en el corazón de la Iglesia, ya nada queda en pie. Testigo de esto es la reforma litúrgica de Lutero, la única otra gran reforma masiva de la liturgia que registra la historia de la Iglesia.

El restablecimiento del vínculo con la Tradición, al declarar el motu proprio que la Misa usus antiquior jamás había sido abrogada o derogada y al alentarse de nuevo, por consiguiente, su celebración, ya es un logro considerable, por el cual la Iglesia debe estar agradecida a Benedicto XVI. Pero hay también otro motivo de gratitud: en ese documento Benedicto XVI empleó una terminología, hasta entonces inusual, para referirse a la Misa de Pablo VI como “forma ordinaria” y a la Misa usus antiquior, como “forma extraordinaria”, declarando que las dos son formas igualmente válidas del rito romano. Esta terminología permite aclarar los términos del problema que Pablo VI creó al promulgar la nueva Misa, que puede ahora ser expuesto mucho más nítidamente.

Lo que aquí intentaremos hacer es lo siguiente: en primer lugar, examinar en general el concepto de rito, destacando los dos elementos que lo integran, que denominaremos “contenido” y “forma”; en segundo lugar, aplicar las ideas así elucidadas al análisis de la situación actual del rito romano de la Misa.

 El entonces Cardenal Ratzinger celebra una Misa Pontifical usus antiquior para la FSSP en el seminario de Wigratzbad (1990)
  
II. La concepción de rito: contenido y forma.

1. El concepto genérico de rito.

El rito, en general, puede entenderse en relación con las necesidades expresivas del ser humano y sus capacidades comunicativas.

En efecto, no todo lo que el hombre es capaz de concebir o de experimentar en su vida interior (ideas, emociones, sentimientos, intuiciones) puede ser comunicado o expresado a los demás por el modo que resulta más inmediato, directo y, al cabo, más distintivo y propio de la especie humana, es decir, por el lenguaje verbal, ya sea abstracto, ya concreto –es decir, poético-. Y esto nos pone frente al segundo lenguaje por el cual se comunica el ser humano: el lenguaje no verbal.

Este sirve para expresar todo aquello que no cabe en el concepto –el que es siempre una abstracción de la realidad-, o sea, todo aquello que, por su riqueza, lo desborda y para expresar, además, todo aquello que la palabra poética no siempre acierta a comunicar. Para hacerlo, este lenguaje no verbal recurre a una gran variedad de recursos de otro tipo que están a disposición del hombre: los gestos del rostro o del cuerpo en general, el uso de ciertas cosas como flores, o aromas o colores, la disposición de las cosas en el espacio, las vestimentas y adornos corporales, la música y las demás artes, las inflexiones de la voz (independientemente de la palabra pronunciada) y otras más, todas las cuales coadyuvan a la expresión y la comunicación.

Dos elementos, pues, integran el rito: el contenido (una realidad inefable aprehendida interiormente por el hombre) y las formas exteriores que usa para expresarlo y comunicarlo.

Pero no toda forma de comunicación que recurre al lenguaje no verbal es, propiamente, un rito. El amor recurre también a gestos para comunicarse, pero no todo en la expresión y comunicación del amor es, en sentido propio, un rito. Restringiremos el término rito, en esta exposición, sólo a lo que deja atrás el mundo de los contenidos cotidianos, de lo usual, de lo familiar, para intentar comunicar algo que trasciende la vivencia humana usual o prosaica.

O sea, el rito expresa algo que, saliendo de la prosa del día a día, es de importancia trascendental. Pero hay más: todo rito tiene siempre una dimensión colectiva porque el hombre es esencialmente un ser social: existe propiamente un rito cuando éste está referido a lo inefable y trascendental en la vida colectiva: el rito es algo que se vive y se realiza colectivamente.

Como modo de expresar y comunicar lo inefable y trascendente en la vida colectiva el rito exige una particular solemnidad en su realización y la observancia minuciosa de una serie de actitudes y exterioridades ad hoc, claramente diferenciadas de las reglas de comportamiento diario y de los usos y costumbres sociales corrientes (como el saludarse dándose la mano, o las maneras de comer en la mesa, cosas que están también pautadas, etcétera).

Esta expresión de lo inefable y trascendental exige alejarse necesariamente de lo cómico o lo familiar o lo simpático o de otras emociones parecidas que no convienen a la comunicación de lo trascendental, de lo sublime, y requiere la realización de acciones inusuales, de comportamientos y gestos reservados exclusivamente para estas ocasiones y estrictamente pautados hasta en sus menores detalles. Ahora bien, en el orden de lo inefable hay una amplísima gama de realidades que comunicar y es posible reconocer en ella, casi intuitivamente, una jerarquía más o menos clara. Mientras más alta es la jerarquía de la realidad que ha de comunicarse, más pautado, estricto, regulado y solemne es el rito. Por eso, cuando el rito se refiere a lo sagrado, exige la observancia de un comportamiento acorde con el misterio propio de lo sacro, un comportamiento que exprese lo que, en inglés, se denomina “awe”, concepto imposible de traducir al castellano con un solo término, y que se puede describir  como “sentimiento de asombro, de admiración y de temor reverencial ante lo inmenso, lo maravilloso y lo que supera nuestra capacidad de comprensión”. En la expresión y comunicación de semejante sentimiento no es concebible una actitud ritual que sea principalmente aleatoria, entregada a la improvisación, desregulada, “informal”. La falta de apego a una norma objetiva de expresión (vestimentas, gestos, objetos o instrumentos, etcétera), largamente vigente, decantada, es indicación de que falta la actitud requerida por el rito o señal clara de su corrupción.

Por lo trascendente de su contenido, una colectividad humana no concibe jamás un rito como una simple creación humana ni, mucho menos, prosaica y burocrática, sino que, igual que el arte, el rito está siempre vinculado con criterios arcanos de valor; oculta siempre el artificio que lo ha ido creando, y tiende un velo sobre el acto de su generación. Además, en relación con esto último, con su origen, el rito comunica que la colectividad está en conexión vital con su pasado, con la historia y, quizá más todavía, con el origen de todo, con una cosmogonía: todo rito es siempre herencia de los antepasados y forma parte esencial de la tradición. Por ello es que el rito exige, como decíamos, una actitud llena de reverencial temor que le es inherente. Piénsese, al respecto, en el ejemplo que nos proporciona la apertura del Parlamento por la Reina de Inglaterra: en esa impresionante ceremonia, que es un preclaro ejemplo de rito, todo está estrictamente pautado, regulado, previsto, de modo que no se deja nada al azar ni se lo entrega a la creatividad o espontaneidad de los actores, hasta el punto de que sería inconcebible, en el desarrollo de la ceremonia,  la intervención del arbitrio innovador, espontáneo, de nadie, o la alteración de cualquier detalle, por pequeño que fuere. Y la razón de ello es que esa ceremonia refiere plásticamente el origen mítico del sistema político inglés, la gloria de que está rodeado, la tradición venerable que encarna.

Todo esto tiene una particular importancia en el rito religioso, que se refiere al misterioso mundo de lo numinoso, de lo “awe-inspiring”. En el rito religioso hay un aspecto que se destaca mucho más que en los ritos “civiles”: el rito religioso no es jamás enteramente compresible conceptualmente: lo sagrado oculta su deslumbrante presencia al ojo prosaico, inquisitivo, de talante científico, analítico, crítico. Es un contrasentido un rito religioso que se hace o fabrica o modifica en una especie de laboratorio ad hoc, por un conjunto de “expertos en la materia” que proceden echando mano a una serie de conocimientos científicos (historiografía, paleografía, etcétera). Tal rito nace ya destituido de esa esencial capacidad de religar al hombre con el pasado, con el origen, con lo trascendente. Un rito religioso que lo explica todo, que es perfectamente inteligible, que se lee como quien lee una receta de cocina, ha perdido una de sus cualidades expresivas y comunicativas esenciales[2].

Del mismo modo, la permanencia e inalterabilidad de todo rito, y en especial del religioso, es también un factor de máxima importancia: se trata de expresar y de entrar en contacto con un mundo intemporal, que permanece siempre igual, como fundamento sólido de la realidad, del sentido de la vida, de la confianza y de la fe colectivas. Esto significa que jamás un rito “se pone al día”; el rito no se “aggiorna” para “sintonizar” con los hombres del presente, sino que la realidad inefable y trascendente que comunica exige que los hombres se pongan a tono con él, mediante un proceso de iniciación que incluye una explicación, un componente, podríamos decir, didáctico o pedagógico. Todo rito es siempre, en alguna medida, iniciático. Por otra parte, por su intemporalidad, el rito sagrado une también al hombre de hoy con los hombres del futuro, estableciendo una ligazón que supera los límites de la vida humana en el tiempo y descubriendo una realidad que la supera infinitamente.

Como puede verse, la tradición y el largo transcurso del tiempo, son elementos que tienen decisiva importancia en la configuración del rito. En esta misma línea se entiende que la lentitud en el desarrollo histórico del rito es esencial, como lo es también la lentitud en la ejecución del rito en cada ocasión: no es solemne lo que aparece en escena de un día para otro, lo que nace precipitadamente, como tampoco lo es lo que se hace a la carrera, lo que transcurre en un santiamén, lo que adquiere el ritmo de un dibujo animado. Lo que el rito comunica exige paladeo, una contemplación morosa, un transcurrir reposado y grave tanto a lo largo de los siglos como en el momento en que se lleva a cabo.

Todas estas exterioridades concretas o “formas” solemnes que un rito emplea para expresarse o comunicar su contenido, nos permiten colegir la importancia de la realidad a que se refiere, su naturaleza, su riqueza, su inefable complejidad. Un rito que no logra expresar y comunicar todo esto, es un rito frustrado.

En suma, el rito es, en su acepción más amplia, un conjunto de expresiones externas, tanto verbales como no verbales (ceremonias, gestos, acciones, usos, elementos visuales, auditivos, etcétera) que tienen como finalidad comunicar, en parte al menos, un determinado contenido inefable y trascendental para la colectividad. El rito religioso se diferencia de los demás ritos por referirse al mundo misterioso de lo numinoso, y exige que las características generales del rito, que hemos descrito, sean extremadas. 

 (Foto: Asociación Litúrgica Magnificat)

2. Las “formas”.

Hemos dicho que el rito comporta contenido y formas. Las “formas”, en relación con esta idea de “rito” son, pues, las expresiones materiales, las ceremonias externas, de que se echa mano para decir lo que, en una determinada realidad, es comunicable pero inefable. Esta realidad inefable es el fondo del contenido, el verdadero contenido, el mensaje que hay que comunicar. Las formas son el medio que lo comunica.

Ahora bien, se nos presenta aquí una cuestión difícil. A menudo las formas comunican más de lo que se querría, o menos, o cambian el contenido en alguna medida importante, o lo sesgan en alguna dirección que el emisor del mensaje nunca quiso ni previó y de la cual ni siquiera tiene conciencia. Cada forma comunicativa produce un “ruido” que incide sobre el contenido y lo cualifica o distorsiona, de manera que, al cabo, el receptor puede recibir el contenido de un modo diferente de cómo se emitió. Quienes entienden de los procesos de reproducción musical en el mundo de hoy captarán bien esta idea: los diversos procedimientos de reproducción conllevan más o menos ruido, y se prefiere, obviamente, los que provocan menos ruido. Por este motivo es que Marshall MacLuhan ha dicho que el medio es el mensaje. En el caso del rito y debido a que tiene que ver con lo inefable, el medio, es decir las formas, tienen tal fuerza que tienden a transformarse ellas mismas en el mensaje, en especial cuando se trata de símbolos

Hay una dialéctica, que calificaríamos incluso de agonal, entre el mensaje que hay que comunicar (es decir, el contenido) y el medio de comunicación (las formas, en la situación que analizamos). Porque, no obstante el poder de las formas (especialmente las formas simbólicas), el contenido no pierde toda importancia, particularmente cuando él consiste en un núcleo que es, en parte, conceptualmente inteligible. Y ello se debe a que ese contenido conceptual ayuda a comprender el sentido o significado que tienen las formas. Esto se hace más claro cuando un rito religioso, por ejemplo, está acompañado por una teología, que es una disciplina racional, conceptual, discursiva, que explica lo que se está haciendo. Imaginemos un rito de este tipo que consiste en encender una gran fogata y en poner en ella, para ser quemado, un determinado objeto: el contenido conceptual, teológico del rito puede explicar que lo que se está haciendo es una purificación, y no una destrucción de dicho objeto. De este modo, el rito cambia de cariz debido a la guía de los conceptos y palabras que lo acompañan.

Pero un rito no es una exposición o explicación de teología: el rito no es jamás una comunicación filosófica de un contenido conceptual, aun cuando ésta pueda ser posible y necesaria. En contraste con esto, una lección de lógica formal en la universidad, por ejemplo, no necesita recurrir ni a ritos ni a simbolismos ni excitar emociones. Una lección de teología, tampoco. En el caso de un rito, una vez inteligido y comprendido el contenido conceptual, queda todavía mucho por comprender que los conceptos no pueden comunicar. Quizá vendría a cuento recordar en este lugar aquello de Pascal: “el corazón tiene sus razones que la razón no entiende”. Y recordar también lo que ocurrió a Santo Tomás de Aquino: después de que mientras celebraba una Misa, a tres meses de su muerte, tuvo una visión sobrenatural, no siguió escribiendo una sola línea más de teología, dejando interrumpida la Suma, y sólo escribió un comentario al más poético de los libros de la Biblia, el Cantar de los Cantares: toda la estupenda teología que había escrito hasta ese momento le pareció “paja molida” en comparación con lo que había visto y no podía expresar.

Así pues -y esto es de máxima importancia- por su gran poder evocativo, sugerente de lo inefable (que es lo más rico y profundo del contenido a que se refiere el rito), las formas comunicativas no verbales (ceremonias y exterioridades) tienen un decisivo peso en el rito: ellas importan máximamente: son tales formas no verbales las que resultan decisivas en el rito, y ellas son las que más comunican de lo que hay de comunicable en la inefabilidad del contenido: ellas constituyen, efectivamente, el núcleo del rito, su nudo más comunicativo y expresivo. Por mucho que los conceptos puedan decir algo del contenido lo esencial es lo que se hace, más que lo que se dice. Como lo inefable del contenido es el “elemento” de mayor peso en el rito –es, al cabo, lo que hace necesario recurrir él- aquel elemento del rito –la exterioridad material- que comunica, o procura comunicar no verbalmente esa inefabilidad es lo que, al cabo, decide lo que el rito expresa. La suerte del contenido comunicable del rito se juega, normalmente, en las formas simbólicas, no conceptuales.

Esto explica que el rito cambia más fácilmente por el cambio de las formas (ceremonias y exterioridades del lenguaje no verbal) que por el conjunto de conceptos que forman parte del mismo. Se puede decir, así, que un rito depende, de modo inevitable y decisivo, de las formas. Por eso, cambiadas las formas, cambia el rito.

Por último, hay dos consideraciones que agregar. Primero, en todo rito hay ciertas exterioridades más esenciales que otras, que lo rodean y le dan un aire o tono particular. Entre estas últimas, puede darse un conjunto de variaciones menos importantes que no afectan a lo que el rito comunica. En el ejemplo de la fogata sagrada que poníamos antes, una exterioridad de menos importancia podría ser el procedimiento para encender la fogata. Sin embargo, existe una íntima y misteriosa vinculación entre las diversas partes de un rito, por lo que es con frecuencia imposible alterar una, incluso secundaria, sin introducir alguna alteración, de consecuencias desconocidas, en el resto. El mundo de lo simbólico, en que vive el rito, es insondable y toda intervención que se haga en él está cargada de peligros [3] [4].

Segundo: por más solemne y hierático que sea un rito, él es parte de la realidad humana, y no escapa, por tanto, a ciertas variaciones o evoluciones, propias de la medida de movilidad que hay en la existencia del hombre. Pero la vida, y la vida humana, cambia por lenta evolución, no por saltos, de modo que un rito sólo puede seguir siendo el mismo, sólo puede seguir vivo, si varía orgánicamente, al modo de las cosas vivas. Por tanto, una variación o alteración brusca o profunda del rito, no puede tener sino un resultado: la muerte del mismo, su destrucción, porque se ha tocado, efectivamente, lo que en él hay de más central y comunicativo: su estar fuera del tiempo y del espacio, su relación con lo trascendente e inefable.

Como conclusión de esta I Parte, podemos resumir lo dicho del siguiente modo:

1) El rito es un modo de expresar y comunicar lo que, en una colectividad humana tiene los siguientes rasgos:

(a) es inefable, en cuanto que su riqueza es tal que se hacen insuficientes las posibilidades comunicativas del lenguaje verbal conceptual, y debe recurrir, por lo tanto, a otras formas expresivas de que el hombre puede echar mano, como los gestos, actitudes, uso de colores y otras realidades que impresionan a los sentidos, entre las cuales tienen un lugar destacado las diversas formas de arte, que son un lenguaje concreto.

(b) es trascendental, en cuanto que se refiere a aspectos vitales de la existencia colectiva, que le sirven de fundamento, que la orientan, que la vinculan con el pasado y con el futuro.

(c) es “awe-inspiring”, es decir, inspirador de temor reverencial y de admiración.

2) Lo propio del modo ritual de expresar y comunicar algo es la regulación estricta de los medios o instrumentos o formas de la comunicación, sometiéndolos a una pauta detallada, de la cual quedan excluidas la espontaneidad, la improvisación, la informalidad y todas aquellas emociones humanas incompatibles con lo tremendo y lo numinoso (como lo cómico, o lo simpático).

3) De los diversos elementos que componen el medio por el cual se expresa y comunica el contenido del rito (determinadas ideas e intuiciones inefables), a saber: el lenguaje verbal conceptual, el lenguaje verbal concreto o poético, las ceremonias y otras formas propias del lenguaje no verbal, lo que define y configura al rito es el lenguaje verbal concreto o poético y el lenguaje no verbal en sus diversas manifestaciones. Y esto es así porque el núcleo más íntimo del contenido de un rito es inefable. En otros términos, lo que define y configura a un rito es su forma. Es por esta razón que un rito sólo puede tener una forma si ha de comunicar una sola cosa.



[1] Concilio Vatican II, Constitución Sacrosanctum Concilium, núm. 10.

[2] Esto permite comprender por qué, en la historia cultural de Occidente, la “ilustración” o “iluminismo”, o sea, el racionalismo del “siglo de las luces”, es el mayor enemigo del rito, con su afán de hacerlo todo comprensible y de desechar absolutamente lo que no lo es, erigiendo a la razón discursiva como criterio absoluto de lo verdadero.

[3] Respecto de este punto es útil decir que, a veces, se ha hablado de la existencia de “usos” dentro de un mismo rito; usos que se refieren a determinadas formas de importancia secundaria, que introducen cambios evidentes pero no mayormente significativos en el rito. Así, por ejemplo, se podría decir que, en el rito romano, existen diversos “usos” como el dominicano, en que se constata ciertas diferencias respecto del rito “madre”, el rito romano, que son accidentales, no sustanciales para la identidad del rito. Un ejemplo de esto en el “uso” dominicano es que, en la Misa, después de la Consagración  y durante el resto del Canon, el celebrante extiende sus brazos en forma de cruz, a diferencia del gesto restringido, lleno de “noble simplicidad”  y mesura, del rito romano, en que el celebrante mantiene sus brazos pegados al cuerpo aunque con las manos abiertas. Esta variación en la forma es una particularidad del “uso” dominicano que no es suficiente como para considerarlo un rito diferente. Pero todo esto implica una cuestión terminológica que puede llegar a ser innecesariamente prolija: que sea el dominicano un “uso” del rito romano o un rito diferente, no tiene mayor importancia porque, en la mayor parte de su transcurso, las formas son las mismas, y el esquema general del rito se puede reconocer fácilmente en ambos casos. Lo cual no es posible cuando hay diferencias formales de mayor importancia, como es el caso entre el rito romano y, por ejemplo, el mozárabe o, quizá, el ambrosiano. Se puede agregar, finalmente, para mayor abundamiento, que el contenido del rito es, obviamente, el mismo en ambos casos.

[4] La dificultad de apreciar la importancia de alguna ceremonia externa –es decir, de determinar si es importante o no- puede tener graves consecuencias si se decide intervenir dicha ceremonia porque, cambiado un elemento esencial, cambia todo el rito. Piénsese, por ejemplo, en el caso del Ofertorio en el rito romano, que ha llegado a formar una sola cosa con el Canon. Como ha dicho Mons. Klaus Gamber:Chaque rite constitue une unité homogène. Aussi, la modification de quelques-unes de ses composantes essentielles signifie la destruction du rite tout entier. C’est ce qui s’est passé pour la première fois au temps de la Réforme, lorsque Martin Luther fit disparaître le canon de la messe et relia le récit de l’Institution directement à la distribution de la communion”. Cf. Gamber, K., La reforme liturgique en question, p. 12, disponible aquí.

viernes, 22 de diciembre de 2017

III Congreso Summorum Pontificum: conferencia del Rvdo. Ángel Alfaro

Continuando con la tarea de poner a disposición de nuestros lectores los materiales del III Congreso Summorum Pontificum, que tuvo lugar en julio pasado, publicamos hoy la conferencia de uno de nuestros invitados internacionales, el P. Ángel Alfaro, FSSP, sacerdote español que realiza desde hace varios años una admirable labor misionera y educativa en Colombia, y a quien una vez más reiteramos nuestros agradecimientos por su generosa disposición a viajar a Chile para acompañarnos y por su intensa participación en el Congreso, durante el cual, además de su interesante conferencia y su intervención en el coloquio final, celebró diariamente la Santa Misa para los participantes.

Todos los gráficos incluidos han sido tomados de la página oficial de la FSSP y corresponden a sus estadísticas oficiales.

 Conferencia del P. Alfaro durante el III Congreso Summorum Pontificum de Santiago
(Foto: Asociación Litúrgica Magnificat)

***

La experiencia pastoral de la Fraternidad de San Pedro

Rvdo. Ángel Alfaro

[Presentación
y agradecimiento]

No podría comenzar esta intervención sin agradecer a D. Julio Retamal, y, en su persona, a toda la Asociación Litúrgica Magnificat, por la invitación realizada, la cual acepté de buen grado. Debo también presentar mi reconocimiento al padre Milán Tisma por la constancia y el empeño tenido durante tantos años a la hora de fomentar y cultivar el Usus Antiquor de la Liturgia Romana en la Arquidiócesis de Santigo. Por último, y no por ello menos importante, quiero expresar mis sinceros sentimientos de gratitud a todos los que, de una u otra manera, presentes y ausentes, han hecho posible la realización de este evento: organizadores, ponentes, participantes, etc.

[Enunciado del tema, establecimiento
de la cuestión y objeto
de la intervención]

El tema que me ha sido confiado es: “La experiencia pastoral de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro”. Resumir detalladamente tres décadas de existencia y exponerlos en cuarenta y cinco minutos, requiere una capacidad de síntesis que excede con creces la de un servidor. Por otro lado, circunscribir la “experiencia pastoral de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro” exclusivamente al ámbito de su existencia, sin considerar los diferentes actores y circunstancias que suscitaron su creación, sería desconocer en gran medida su razón de ser, y, por consiguiente, el objeto de su labor pastoral.

Por estas razones, he creído conveniente exponer, en un primer momento, el contexto en el que nace, y las razones por las cuales se crea la FSSP, haciendo énfasis en tres momentos puntuales que van a marcar su proceso de formación y su finalidad (1984, Quattuor Abhinc Annos; 1988, Motu Proprio Ecclesia Dei Adflicta; 2007, Motu Proprio Summorum Pontificum), para, en un segundo momento, cifrar a nivel estadístico el desarrollo alcanzado por la Fraternidad Sacerdotal San Pedro desde el momento de su fundación hasta nuestros días.

Recalcar que las afirmaciones y las opiniones realizadas a lo largo de la presente exposición son personales, teniendo como único objetivo el de establecer un diálogo próspero y enriquecedor acerca de esta realidad eclesial denominada Ecclesia Dei y presentar un poco más en detalle el quehacer pastoral de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro.

 (Foto: www.fssp.org)

 [Planteamiento de la cuestión
Primer momento]

A la luz de los tres momentos puntuales, esbozados anteriormente, los cuales dan razón del ser y del obrar de la FSSP, podríamos formular el primer momento de la exposición de la siguiente manera: ¿Cuál ha sido el papel ejercido por la FSSP y por las comunidades acogidas a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei en el proceso de reconocimiento del Usus Antiquor de la Liturgia Romana como un derecho general, y no como un indulto concedido a modo de privilegio?

La cuestión acerca de la reforma litúrgica postconciliar suscitó desde el inicio fuertes tensiones y discrepancias al interior de la Iglesia. Si leemos con detenimiento la III parte de la Constitución Sacrosanctum Concilium, vemos afirmada la voluntad explícita de reformar aquellas partes de la liturgia que, no siendo de institución divina, “… en el decurso del tiempo pueden y aun deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser menos apropiados … (S. C. Caput I - III pars. n° 21) En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario. (S. C. Caput II, n°50). “…la Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia … por lo cual,  al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones, y se tendrá esto en cuenta oportunamente al establecer la estructura de los ritos y las rúbricas”. .(S. C. Caput I - III pars. n° 37, 38); todo ello a la luz de la Tradición y en consonancia con el legítimo progreso. Es decir, antes de llevar a cabo cualquier tipo de reforma, esta “debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral, acerca de cada una de las partes que se han de revisar … Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes”. (S. C. Caput I - III pars. n° 22). En el apartado de las Normas Generales n° 21, se precisa que sólo la Jerarquía Eclesiástica puede introducir cambios en la Liturgia… “ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo (§1)… dentro de los límites establecidos… las asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos (§2)… Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia” (§3).

Con el objeto de llevar a la práctica la reforma litúrgica, fue creado el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, instancia independiente de la entonces Sagrada Congregación de Ritos, la cual había de dar cuenta de sus acciones solamente al Papa. A partir de ese momento, diversas reformas litúrgicas se fueron sucediendo e imponiendo, lo cual creó un clima de tensión y grandes discrepancias al interior de la Iglesia.

La creciente inconformidad en un amplio sector de los padres conciliares frente a las reformas litúrgicas propuestas por el Consilium, las cuales se alejaban cada vez más de lo establecido por el Concilio, dio pie a la creación del Coetus Internationalis Patrum.

 El Coetus Internationalis Patrum en la Plaza de San Pedro en Roma
(Foto: Seminario de la Reja)

Los hechos acaecidos ulteriormente son por todos conocidos. La Misa Normativa propuesta en 1967 al Sínodo de los Obispos, la cual no fue aceptada  por los padres sinodales. Sin embargo, tras ser ligeramente maquillada, como lo afirman Ottaviani y Bacci en el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae [1], fue promulgada por Pablo VI mediante la Constitución Apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969. No olvidemos que la reforma del Misal se realiza al mismo tiempo que la de los demás libros litúrgicos (Pontifical, Ritual y Breviario), es decir, la reforma abarca la integralidad del Uso Litúrgico en vigor.

Sin entrar en otras disquisiciones de orden teológico, litúrgico, histórico, que nos harían desviar la atención del tema que nos ocupa, y a la luz de los resultados evidenciados tras la promulgación del Novus Ordo Missae, debemos mantener que la entrada en vigor de la reforma litúrgica, tal cual se llevó a cabo, supuso de suyo: a) una división clara en el seno de la Iglesia que perdura a día de hoy; b) una ruptura con la tradición jurídica, litúrgica y doctrinal; c) un atentado, al derecho litúrgico y al derecho divino del culto: “Dios, dice el Card. Joseph Ratzinger, tiene derecho a una respuesta por parte del hombre, tiene derecho al hombre mismo, y donde este derecho de Dios desaparece por completo, se desintegra el orden jurídico humano, porque falta la piedra angular que le dé cohesión”[2].

Al respecto, me gustaría leer rápidamente una carta dirigida en 1976 por el entonces Profesor Joseph Ratzinger a su colega Wolfgang Waldstein, donde encontramos ya establecidos los principios jurídicos y teológicos que estructuran el Motu Proprio Summorum Pontificum: 

“En mi opinión, se debería obtener el permiso para todos los sacerdotes de poder utilizar, también en el futuro, el antiguo Misal a condición de que reconozcan también la validez del nuevo Misal. Deberían concebirse disposiciones, ciertamente necesarias por razones de orden y para evitar confusiones, de un modo que permitan la más vasta libertad del viejo Misal.

Para explicar mejor mi punto de vista, incluyo la fotocopia de la carta que dirigí, antes del primer domingo de Cuaresma, al Cardenal Volk, que trata del problema del Misal. Desafortunadamente, la situación había avanzado a tal punto que no permitió la posibilidad de aceptar mi propuesta, aunque el Cardenal Volk, al parecer, la juzgaba justa.

A este propósito, debe recordarse que el modo de introducir el nuevo Misal se aleja de la praxis jurídica del pasado, tal como san Pío V observó por ejemplo para su reforma del Misal que preveía explícitamente que una costumbre observada por más de 200 años “nequaquam auferimus”; por dar algunos ejemplos, en Colonia y en Tréveris hasta el siglo XVIII, y en Milán hasta el Concilio Vaticano II, se mantuvo el uso de otro Misal, como también en la Orden Dominica; y sería fácil encontrar otros ejemplos. Además, el Misal de Pío V no era un Misal nuevo sino una forma del Misal romano en uso en la urbe, corregido muy poco según las fuentes, es decir, ninguna otra cosa más que el círculo de crecimiento del viejo tronco, desarrollándose en línea directa según un proceso que viene desde los tiempos de Hipólito. Por eso, considero que hablar de Misa Tridentina y de Misal de Pío V es históricamente falso y teológicamente fatal. El problema del nuevo Misal está, por el contrario, en su abandono de un proceso histórico siempre continuado, antes y después de San Pío V, y en la creación de un volumen todo nuevo, si bien compilado con material viejo, cuya publicación fue acompañada de una suerte de prohibición de lo que había estado antes, prohibición desconocida en la historia jurídica y litúrgica; puedo decir con seguridad, basándome en mi conocimiento de los debates conciliares y en la repetida lectura de los discursos de los Padres conciliares, que esto no corresponde a las intenciones del Concilio Vaticano II. Es verdad que resulta difícil decirlo hoy y defenderlo, porque se podría confundir esta posición con aquella, en realidad totalmente diversa, de Lefebvre, que niega toda posibilidad de crecimiento y con esto se pone en contradicción no sólo con San Pío V sino también con el principio del poder papal y episcopal. Por eso, me parece importante subrayar la validez jurídica del nuevo Misal, una premisa con la cual se puede pedir que esa suerte de prohibición de la antigua liturgia (prohibición que es contraria a la Tradición) sea revisada, y que el desarrollo del crecimiento pueda retomarse en línea directa. Entonces, se podrá esperar que el nuevo Misal vuelva al cauce del Misal antiguo y, de este modo, no sea otra cosa más que una fase del crecimiento. Por otra parte, la petrificación del antiguo Misal sería, a largo plazo, su muerte” (publicada en italiano en Chiesa Viva 140, 1984, 6). 

 El entonces Profesor Dr. Joseph Ratzinger
(Foto: Catholic Vote)

[Indulto de 1984
Inicio del proceso de reconocimiento]

El clima de confusión y de división al interior de la Iglesia se fue agudizando. La carta dirigida a Mons. Annibale Bugnini por los sacerdotes españoles de la Hermandad Sacerdotal S. Antonio María Claret lo pone de manifiesto [3].

Esta delicada coyuntura suscitó el surgimiento de un buen número de personalidades relevantes en el ámbito eclesial y civil alrededor de las cuales se fueron gestando nuevas comunidades religiosas y sacerdotales, asociaciones de fieles, círculos académicos, que, en comunión con otras ya existentes se dieron a la tarea de salvaguardar el Usus Antiquor de la Liturgia Romana en el seno de la Iglesia, haciendo valer el derecho que les asistía.

Viendo la cuestión de “la celebración del rito antiguo” como una problemática que ponía en entredicho las intenciones del Concilio y las “bondades del nuevo rito” [4], el Santo Padre Juan Pablo II abordó la situación con verdadera preocupación, cuestionando a los obispos acerca de su labor pastoral frente a la situación de tensión que se creó a raíz de la reforma post-conciliar. Así lo puso de manifiesto en la Carta Dominicae Cenae, del 24 de febrero de 1980, donde escribe: “No faltan, sin embargo, quienes, educados todavía según la antigua liturgia en latín, sienten la falta de esta «lengua única», que ha sido en todo el mundo una expresión de la unidad de la Iglesia y que con su dignidad ha suscitado un profundo sentido del Misterio Eucarístico. Hay que demostrar pues no solamente comprensión, sino también pleno respeto hacia estos sentimientos y deseos y, en cuanto sea posible, secundarlos, como está previsto además en las nuevas disposiciones (…) Dios nos preserve de obrar diversamente, de debilitar aquel culto, desacostumbrándonos de varias manifestaciones y formas de culto eucarístico, en las que se expresa una tal vez tradicional pero sana piedad, y sobre todo aquel «sentido de la fe», que el Pueblo de Dios entero posee , como ha recordado el Concilio Vaticano II (…) quiero pedir perdón —en mi nombre y en el de todos vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado— por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquiera debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento (…) Me apremia sobre todo el subrayar que los problemas de la liturgia, y en concreto de la Liturgia eucarística, no pueden ser ocasión para dividir a los católicos y amenazar la unidad de la Iglesia (...)”

Además de la Carta Dominicae Cenae, el Romano Pontífice envió a los obispos una encuesta sobre la celebración de la Sta. Misa “según el antiguo rito” en sus diócesis. Cuatro años después, el 3 de octubre de 1984, la Sgda. Congregación para el Culto Divino concede el Indulto a todos aquellos “sacerdotes y fieles, que expresamente suscriban la petición al Obispo, para que puedan seguir celebrando la Misa con el Misal Romano en su edición de 1962” [5].

Siendo el indulto una aplicación particular del derecho, usado de manera excepcional, para dar flexibilidad al sistema de las normas y resolver las peculiares circunstancias y necesidades de uno o de pocos fieles o de comunidades relativamente pequeñas, la medida adoptada, si bien fue un conato de solución “al problema de la Misa Antigua”, por su excesiva sencillez y, sobre todo, por la notable discrecionalidad con la que, de hecho, fue concedido o negado el indulto por la autoridad competente a quienes lo solicitaban, hizo de éste un instrumento inadecuado e insuficiente para resolver el problema de fondo [6].

 Juan Pablo II junto a miembros de la FSSP
(Foto: Valor Crucis)

[Privilegio 1988,
Inicio del ejercicio pastoral de la FSSP]

En este orden de ideas, la promulgación del Motu Proprio Ecclesia Dei y, en particular, la creación de la Pontificia Comisión, supuso un paso adelante en el camino de reconocimiento y legitimación del Usus Antiquor, en tanto que: a) se logró establecer un ente controlador que asegurase la aplicación del indulto, esta vez concedido a modo de privilegio; b) se instó nuevamente a los obispos a la salvaguarda de la unidad entre las partes en conflicto; c) se solicitó a los teólogos y especialistas que estudiaran y profundizaran aquellos puntos doctrinales emanados del Concilio Vaticano II que, quizás por su novedad, no habían sido bien comprendidos por algunos sectores de la Iglesia; d) se explicitó la voluntad de procurar a los fieles católicos vinculados a las formas litúrgicas y disciplinares precedentes la aplicación de las medidas necesarias para garantizar el respeto de sus justas aspiraciones; e) se dio derecho de ciudadanía en la Iglesia a gran parte de las instituciones tradicionales existentes, como por ejemplo a la Fraternidad San Vicente Ferrer, a la Abadía Benedictina de Santa María Magdalena, más conocida como Le Barroux, y se aprobaron otras de nueva creación, como fue la Fratrenidad Sacerdotal San Pedro [7].

Es importante resaltar que en el Motu Proprio Ecclesia Dei ya no se habla más del “problema” de los sacerdotes y fieles que seguían vinculados al llamado rito tridentino, sino de la “riqueza” que su conservación representa, lo cual manifiesta un avance importante de aquella visión que se forjó al respecto en los círculos eclesiales moderados y progresistas.

Sin embargo, la situación canónica de la FSSPX y de otros muchos sacerdotes, seminaristas y grupos afines a Mons. Lefebvre quedó en vilo. Esta coyuntura fue celebrada y utilizada por los sectores reformistas para justificar tendenciosamente, bajo pretexto de cisma, la legitimidad de sus postulados y sepultar todo aquello que hiciera referencia al “rito antiguo”.

Esta dolorosa situación puso una vez más sobre la mesa el debate doctrinal de fondo, requiriendo con urgencia, por parte de las autoridades romanas, la realización de un examen interno de los puntos en disensión y el establecimiento de los vínculos de confianza necesarios para lograr el consenso de las partes en litigio.

Así lo manifestó el Cardenal Ratzinger durante su alocución a los Obispos chilenos, en julio de 1988. Dice el Cardenal al respecto:  

Ciertamente, la visión estrecha, unilateral, se nota en todas partes; sin embargo, el fenómeno en su conjunto no sería pensable si no estuvieran también en juego elementos positivos, que generalmente no encuentran suficiente espacio vital en la Iglesia de hoy. Por todo ello, deberíamos considerar esta situación primordialmente como una ocasión de examen de conciencia. Debemos dejarnos preguntar en serio sobre las deficiencias en nuestra pastoral, que son denunciadas por todos estos acontecimientos. De este modo podremos ofrecer un lugar a los que están buscando y preguntando dentro de la Iglesia, y así lograremos convertir el cisma en superfluo, desde el mismo interior de la Iglesia…y concluye su alocución diciendo Si conseguimos mostrar y vivir de nuevo la totalidad de lo católico en estos puntos (lo Sacro y lo profano, la no arbitrariedad de la fe y de su continuidad, la unicidad de la verdad), entonces podemos esperar que el cisma de Lefebvre no será de larga duración.

El empeño por parte de Roma a la hora de solucionar la situación existente tras las consagraciones episcopales, se concreta, en principio,  a través del reconocimiento canónico de aquellos movimientos tradicionales existentes antes del Motu Proprio Ecclesia Dei y de las fundadas a partir del mismo, como es el caso de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro: “Quo melius necessaria Ecclesiae unitas foveatur” [8].

Desde aquel momento, Roma abre sus brazos y reconoce canónicamente la existencia de un buen número de instituciones religiosas y aprueba la fundación de otras muchas, consolidando de esta manera el movimiento tradicional al interior de la Iglesia.

El entonces Cardenal Ratzinger junto a los obispos chilenos durante su visita a Chile (1988)
(Foto: 24 Horas

[Benedicto XVI,
Promulgación del Motu Proprio S. P.]

La elección de Benedicto XVI aseguró la continuidad del proceso iniciado. El Motu Proprio Summorum Pontificum lo pone de manifiesto. En el número 8 de la instrucción Universae Ecclesiae de 2011, el Santo Padre explicita los tres objetivos de Summorum Pontificum en su orden de prelación: Primero, ofrecer a todos los fieles el Usus Antiquior de la liturgia romana, considerada un tesoro precioso que debe conservarse. Segundo, garantizar y asegurar realmente el uso de la liturgia romana vigente en el año 1962 a quienes lo pidan, considerando que es una facultad concedida para el bien de los fieles y que, por lo tanto, debe interpretarse en sentido favorable a los fieles, que son sus principales destinatarios. Tercero, favorecer la reconciliación en el seno de la Iglesia.

El camino trazado para la tan buscada reconciliación en el seno de la Iglesia, es planteada por S.S. Benedicto XVI en el Motu Proprio Summorum Pontificum, a la luz de la hermenéutica de la continuidad litúrgica, como lo expone el P. Alberto Soria Jiménez, OSB, en su tesis doctoral Los principios de interpretación del Motu Proprio Summorum Pontificum [9].

En este orden de ideas, la conservación y el restablecimiento del Usus Antiquor en la Iglesia, el cual ha sido posible, en gran medida, gracias a las comunidades Ecclesia Dei, supone el punto de partida para la consecución la unidad en la Iglesia, ya que, ésta no se juega sola y exclusivamente desde el punto de vista jurídico, salvado con la expresión “numquam abrogatam”, sino desde el punto de vista doctrinal, conforme al adagio “Lex Orandi, Lex Credendi”, del cual la liturgia es testigo fiel en tanto en cuanto salvaguarda la Tradición, una de las dos fuentes de la Revelación.

Vemos, por consiguiente, como la labor pastoral de los grupos Ecclesia Dei, según su especificidad y carisma, corresponden plenamente a la “mens legislatoris” tal cual ha sido explicitada en el Motu Proprio Summorum Pontificum, documento con el cual se favorece la reconciliación en la Iglesia a partir de un diálogo sincero a la luz de la Tradición Litúrgica, testigo y salvaguarda de la Fe revelada por nuestro Señor.

 El P. Antony Sumich, FSSP, celebrando la Santa Misa en Zagreb (Croacia)


[II parte
La experiencia pastoral en cifras
De 1988 a 2008]

Diez años después de la Promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum, la Fraternidad Sacerdotal San Pedro puede considerarse, en el ámbito Ecclesia Dei, como la Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio con mayor desarrollo.

Fue fundada el 18 de julio de 1988 por once sacerdotes y algunos seminaristas pertenecientes a la FSSPX, quienes, en previsión de las consagraciones episcopales realizadas por Mons. Lefebvre en junio del mismo año, decidieron acogerse a Roma, regularizar su situación y solicitar de la Santa Sede la aprobación necesaria para la fundación de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro.

El decreto de Erección Canónica fue firmado por el Cardenal Mayer (Prot. N° 234/88), entonces Presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, a instancias del Papa Juan Pablo II, quedando constituida como Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio.

La Fraternidad Sacerdotal San Pedro nace con el fin de promover: “la santificación de los sacerdotes por medio del ejercicio de su ministerio pastoral, conformando sus vidas al Sacrosanto Sacrificio de la Eucaristía, el cual será celebrado según las tradiciones litúrgicas y disciplinarias recordadas por el Romano Pontífice en su Carta Apostólica Ecclesia Dei, Motu proprio dado el día 2 de julio de este año”.

Una vez aprobada, la Fraternidad Sacerdotal San Pedro fue recibida por Mons. Joseph Stimpfle, entonces obispo titular de la diócesis de Ausburgo, Alemania. funda su primer seminario en la pequeña localidad alemana de Wigratzbad, diócesis de Ausburgo. A partir de ese momento, la Fraternidad Sacerdotal San Pedro comienza a desarrollar su labor pastoral, cuyos avances observamos a través de la siguiente estadística.

Antes de exponer los avances alcanzados por la FSSP a lo largo de sus tres décadas de existencia, voy a enumerar algunas fechas de interés:
- 18 de julio de 1988: Fundada como Sociedad Clerical de Vida Apostólica.
- Julio 1988: Audiencias privadas con S. S. Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger.
- 18 de octubre de 1988: Erección Canónica de la Fraternidad por la Santa Sede.
- Pascua de 1990: Visita del Cardenal Ratzinger a la Casa Madre, sita en Wigratzbad, Alemania.
- 12 de septiembre de 1999 : Juan Pablo II bendice la piedra fundacional de los seminarios de la FSSP (Wigratzbad y Denton). 
- 8 de octubre 1999: Alocución del Superior General, Joseph Bisig, en el Sínodo de los Obispos celebrado en Roma.
- 20 de octubre 2001: Alocución del Superior General, Arnaud Devillers, en el Sínodo de los obispos celebrado en Roma.
- 29 de junio 2003: Aprobación definitiva de las Constituciones.
- 22 de febrero 2007: Fundación de la Confraternidad de San Pedro. 
- Marzo de 2008: El Santo Padre confía a la FSSP una parroquia personal en Roma.

El año de 1988, la Fraternidad San Pedro contaba con doce miembros, once sacerdotes y un diácono. Diez años después, se incrementó el número de miembros de manera considerable, pasando de doce a trescientos cuarenta y siete. 




Los candidatos procedían de doce países diferentes, lo cual permitirá posteriormente la implantación en  diócesis de los cinco continentes y la creación de dos seminarios internacionales: Priester Seminar Sankt Petrus, en Wigratzbad (Alemania) y el Seminario Internacional Nuestra Señora de Guadalupe, en Denton (EEUU), además de dos casas de formación para los candidatos de primer año: Saint Ezechiel House, en Petersham (Australia), y St. Junipero Serra Spanish Institut, en Guadalajara (México).

La media de ordenaciones sacerdotales por año, durante el periodo 1988 – 2008, fue de 13 sacerdotes, suponiendo el 10 % de las ordenaciones sacerdotales en Francia. Este gran impulso, hizo, como señalábamos anteriormente, que la Fraternidad Sacerdotal San Pedro se hiciese presente en 102 diócesis ubicadas en cuatro de los cinco continentes.

Durante estos diez primeros años de  existencia, se erigieron canónicamente  30 casas, once de ellas fueron nombradas  como parroquias personales, asegurando  la celebración de los Sacramentos según el Rito  Extraordinario de la Liturgia Romana en 162 lugares del mundo.

En febrero de 2007, la Fraternidad Sacerdotal San Pedro funda la Confraternidad de San Pedro, aunando así los intereses de los fieles católicos del mundo entero afines a la Fraternidad que desean servir a la Iglesia suscitando vocaciones y orando por los sacerdotes (http://www.fssp.org/fr/confraternite.htm). Pocos meses después de su creación, la Confraternidad San Pedro ya contaba con 2210 miembros: 281 de lengua francesa, 271 de lengua alemana y 1658 de lengua inglesa.

Estos diez primeros años de existencia concluyeron con la concesión, por parte de la Santa Sede, de una Parroquia Personal en la Diócesis de Roma. De esta manera, Roma reconocía el trabajo pastoral realizado por la Fraternidad Sacerdotal San Pedro. 

 Misa pontifical en Trinità dei Pellegrini (Roma), parroquia personal entregada a la FSSP

[La experiencia pastoral en cifras
de 2008 a 2017]

Ciertamente, Summorum Pontificum hizo caer muchos de los prejuicios y perjuicios acerca de la Forma Extraordinaria y de su celebración en el ámbito diocesano, lo que permitió a la FSSP fortalecer los apostolados existentes y hacerse presente en otras diócesis a petición de algunos obispos.

Actualmente, la Fraternidad Sacerdotal San Pedro se encuentra presente en 124 diócesis del mundo, asegurando la celebración permanente de los sacramentos, la predicación y la enseñanza catequética en 226 lugares de todo el mundo, como podemos observar en las siguientes gráficas:

 Diócesis servidas por país

 Diócesis servidas por distritos y regiones


En lo que se refiere al número de miembros (sacerdotes, diáconos y seminaristas) se constata un crecimiento proporcional. En este momento, la Fraternidad cuenta con 270 sacerdotes, 23 diáconos y 132 seminaristas.


El hecho de "abrir la riqueza litúrgica de la Iglesia a todos los fieles, ha hecho posible el descubrimiento de los tesoros de este patrimonio a quienes aún los ignoraban, con lo que esta forma litúrgica está suscitando más que nunca numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas a lo largo del mundo, dispuestas a entregar sus vidas al servicio de la evangelización” [10], dando respuesta a las necesidades de la Iglesia en diferentes partes del mundo.

La Confraternidad San Pedro, por su parte, ha experimentado también un crecimiento considerable, pasando de 2210 miembros en 2007 a 5231 miembros en 2017.

Esta segunda etapa de la vida de la FSSP (2008-2018) concluirá en junio de 2018 con la celebración del Capítulo General y la elección del nuevo Superior General. 

 Iglesia de la Sagrada Familia en Vancouver (Canadá), entregada a la FSSP


[III. Conclusión] 
 

A la luz de estas líneas, discutibles y criticables en sí, cuyo objetivo no era otro que el de avanzar una serie de puntos a considerar acerca de la vida propia de la Iglesia, podemos concluir diciendo:

a) El Motu Proprio Summorum Pontificum desliga la cuestión jurídica de la litúrgica y centra la atención en la cuestión teológica y eclesiológica con el fin de restaurar la unidad y el derecho litúrgico socavado por aquellos sectores reformistas que, haciendo de su capa un sallo, promueven un nocivo espíritu de reforma al interior de la Iglesia que desconoce el valor y la necesidad de la Tradición, custodia multisecular del depósito revelado.

b) En este sentido, es de reconocer la voluntad firme y determinada de Roma, y en particular del papa BenedictoXVI, quien encuentra en el “movimiento tradicional” una de las piezas claves a la hora de establecer un diálogo sincero que subsane la ruptura existente en el seno de la Iglesia.

c) Dicha escisión no podrá subsanarse si no es a la luz y en conformidad con la Tradición doctrinal, litúrgica y jurídica de la Iglesia.

d) De donde se sigue que la misión pastoral de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, al igual que la de todas aquellas instituciones que preservan la disciplina litúrgica y espiritual anterior a la reforma conciliar, consiste principalmente en la preservación, custodia y transmisión de la fe, según lo enseña el adagio latino “lex orandi, lex credendi”, sirviendo así como punto de referencia y puente de unión para con aquellos sectores de la Iglesia cuyo afán de novedad dista del sentir católico.

e) Por último, es necesario recordar la importante labor realizada al respecto por la Federación Internacional Una Voce a nivel internacional, y aquí en Chile gracias a la Asociación Cultural de Artes Cristianas y Litúrgicas Magnificat. Este III Congreso es prueba fehaciente del compromiso firme que ustedes asumen en tanto que bautizados e hijos de la Iglesia desde su estado de vida: Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial — ésa es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares haya impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristiana, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades —sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida— estarán al servicio de la edificación del reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús [11].





[1] “En el Ordo Missae promulgado por la Constitución Apostólica Missale Romanum del 3 de abril de1969, encontramos, idéntica en su sustancia, la «misa normativa…” (Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, Card. Ottaviani y Bacci, junio de 1969, pag. 3)

[2] Introducción al Espíritu de la Liturgia, Card. Joseph Ratzinger, Ed. Cristiandad, Madrid, 2001

[3] Carta de ls sacerdotes españoles de la hermandad sacerdotal de san Antonio María Claret:

“Reverendo Padre:

Le escribimos en nombre de 6.000 sacerdotes, miembros de nuestra Asociación. Al leer, con mucha atención, su comentario “Ad un mese dall introduzione del Nuovo Ordo Missae (Oss.n Rom. 1-11-69, p. 3), creemos que hay un malentendido que importa aclarar cuanto antes. Precisamente, porque somos sacerdotes que han obedecido toda la vida callándose, creemos llegado el momento en que es nuestro deber estricto levantar nuestra voz.

No somos sacerdotes ancianos preocupados de no tener ya la fuerza y la posibilidad física de aprender otras normas para celebrar el nuevo Ordo. La tenemos perfectamente. Nosotros, sacerdotes católicos, no podemos celebrar una misa, de la cual M. Thurian de Taizé ha declarado que podía celebrar sin dejar de ser protestante. Pedimos, pues, la Misa de San Pío V, para cuya celebración hemos recibido las órdenes sacerdotales. La mayoría de nosotros somos curas-párrocos, que poseemos una experiencia pastoral directa. Nunca nuestros feligreses hubiesen tenido la más ligera idea de pedir otra misa. Son hechos que creemos nuestro deber poner en su conocimiento.

Saludándole atentamente en Jesús y María.

Firman: JOSÉ BACHS, Pbro. Presidente y JOSÉ MARINER, Pbro. Secretario.

[4] Temo que un día se tenga que decir de esta reforma lo que se dijo de la reforma de los himnos en tiempos de Urbano VIII: accepit latinitas recessit pietas; y aquí accepit liturgia recessit devotio. (Cardenal Ferdinando Giuseppe Antonelli, Diario 20 de junio de 1964)

[5] Las condiciones establecidas fueron las siguientes: a) Debe constar sin ambigüedades que los tales sacerdotes y fieles no tienen parte con los que dudan de la legitimidad y rectitud doctrinal del Misal Romano promulgado por el Romano Pontífice Pablo VI en 1970;  b) Esa celebración sólo será útil para los grupos que la pidieron; en las iglesias y oratorios que el Obispo diocesano señalare (no así en templos parroquiales, a no ser que el Obispo lo conceda para casos extraordinarios), en los días y condiciones que el mismo Obispo estableciera por costumbre o por una eventualidad; c) Deberán celebrar siguiendo el Misal del año 1962 y en latín; d) No deberán mezclar los ritos y los textos de ambos Misales; e) Cada Obispo reportará a esta Congregación sobre las concesiones que otorgue, y al culminarse el año de la concesión del presente Indulto, dará cuenta de los resultados obtenidos con su aplicación.

[6] No cabe duda que la llegada de Monseñor Ratzinger a Roma, en 1981, imprimió carácter en las acciones realizadas en 1984 y 1988, encontrando en la voluntad del Papa Juan Pablo II el medio adecuado para establecer los principios jurídicos, eclesiológicos y doctrinales necesarios para el restablecimiento de la unidad.

[7] La Fraternidad Sacerdotal San Pedro se funda el 18 de julio de 1988 y es erigida canónicamente como Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio el 18 de octubre del mismo año, siendo la primera institución reconocida por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei (www.fssp.org)

[8] Decretum erectionis Fraternitas Sacerdotalis Sancti Petri, die 18 octobris, Prot. n°. 234/88 

[9] “En Summorum Pontificum, con el instrumento canónico del motu proprio, Benedicto XVI soluciona un problema pastoral y eclesial y responde a un interrogante teológico, saliendo así del círculo vicioso del positivismo litúrgico de unos y de otros, …al situar definitivamente la “cuestión litúrgica” (…) en un contexto eclesiológico como conclusión de una toma de posición teológica muy estrechamente relacionada con lo que él llama la hermenéutica de la renovación litúrgica (Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum, tesis doctoral del padre Alberto Soria Jiménez, OSB, 29 de mayo de 2013).

[10] Prólogo del Cardenal Cañizares a la tesis doctoral del P. Alberto Soria Jiménez, O.S.B., Los principios de interpretación del Motu Proprio Summorum Pontificum.

[11] Evangelii nuntiandi, 70.



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Actualización [26 de enero de 2017]: El sitio Messa in latino ha hecho dos publicaciones recientes respecto de la FSSP. La primera de ellas se refiere a las estadísticas actualizadas al 1° de noviembre de 2017. Nacida hace casi 30 años, la FSSP tiene actualmente 287 sacerdotes, con una edad promedio de 38 años. La medida de ordenaciones es de 12 cada año, habiéndose sido 19 los miembros que recibieron el orden sagrado como presbíteros en 2019. Como referencia, en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago de Chile hay actualmente ocho seminarista en el último año, algunos de ellos provenientes de otras diócesis. La segunda publicación es un recuerdo de 1988, cuando fue ordenado el Rvdo. Walthard Zimmer, proveniente de Austria, quien se convirtió así en el primer sacerdote que recibía la ordenación dentro de la FSSP. El sacramento del orden le fue conferido por el Cardenal Agustin Mayer, primer Prefecto de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, en la Iglesia de Santa Maria dell'Anima en Roma. Actualmente ejerce su apostolado en la ciudad de Linz.