Les ofrecemos a continuación un extracto de las memorias del Cardenal Merry del Val, sobre sus años como colaborador del Papa San Pío X, durante cuyo pontificado (1903-1914) ejerció el cargo de Secretario de Estado. En dicho extracto, el Cardenal Merry del Val se refiere a las opiniones de San Pío X sobre la decoración de las iglesias.
Retrato de San Pío X por el pintor chileno Pedro Subercaseaux
El Pontífice poseía ideas muy concretas sobre la decoración,
la cual consideraba admisible en iglesias de valor artístico evidente.
Benedicto XIV, en su clásico tratado sobre la Beatificación y Canonización de los Siervos de Dios, estudia, bajo
el epígrafe “Ornatus Vaticani Templi”, los adornos transitorios con que es
costumbre decorar la gran Basílica. Este ilustre Pontífice justifica el hábito
establecido, observando que el carácter excepcional de estas ornamentaciones
contribuye a impresionar el ánimo del pueblo con la solemnidad de la
celebración. Nuestro interés se despierta, naturalmente, con menor intensidad
mediante aquello que se halla siempre a nuestro alcance, por muy bello que sea,
ab assuetis non fit passio, e
indudablemente comprendemos mejor la significación plena de una ceremonia
cuando no es dado contemplar la decoración especialmente adaptada a este fin. Pío
X no mostró inclinación a poner en duda este principio, pero objetaba
firmemente su empleo indistinto y exagerado.
Giovanni Paolo Pannini, Interior de Santa María la Mayor, circa 1750
“Por el amor de Dios, respetad las líneas arquitectónicas de
nuestras iglesias y la armonía de su trazado; no estropeéis su auténtica
belleza con vuestros trapos rojos (stracci
rossi)”. Esta amonestación la escuche repetida y frecuentemente de los
labios de Pío X, al referirse al excesivo empleo de paños baratos y colgaduras
insustanciales colocados en iglesias y capillas, aun de la misma Roma, con
ocasión de importantes festividades. Censuraba francamente la cobertura
exagerada del mármol de las paredes y de los soberbios pilares y finos arcos de
nuestros edificios sagrados, que tan poco tienen que ocultar y tanto que
admirar. Juzgada absurdo tratar de amenguar si esplendor con adornos chillones,
precisamente en aquellos días solemnes que ofrecían la mejor oportunidad de cultivar
el gusto de las multitudes y fomentar en ellas y aprecio de la genuina belleza
de la casa de Dios.
Durante los once años que duró el pontificado de Pío X se
construyeron en Roma y en sus alrededores gran número de iglesias. Muchas de
ellas se erigieron totalmente a expensas de Su Santidad; a todos contribuyó con
su esplendidez, y los planos de sus trazados fueron, en la mayoría de los
casos, sometidos a su aprobación.
Las necesidades urgentes de los grandes y densamente
poblados distritos de los suburbios de la ciudad y de los sectores rurales
hacían absolutamente necesaria la erección de nuevos templos y parroquias. “Hay
muchísimas iglesias bellas en Roma, y, sin embargo, no son, en modo alguno,
suficientes —acostumbraba decir el Santo Padre—. De buena gana trasladaría una
docena de las situadas en el centro a las afueras de la ciudad, pues entonces no
nos veríamos obligados a construir otras nuevas”.
[…]
No alentaba nuevas modalidades de estilo arquitectónico de
las construcciones religiosas, especialmente en Roma, y demostraba marcada preferencia
por la arquitectura clásica, que creía debía imitarse dentro de los límites de
la adaptación y gasto razonables.
“¿Por qué ir lejos a buscar nuevas ideas? —solía decir—.
Tomad como modelo alguna de las antiguas Basílicas; tenemos a nuestro alcance
gran número de iglesias espléndidas y existen otras muchas en el país con las
que sería difícil rivalizar; mejor será reproducir las antiguas en mayor o menor
escala que perder tiempo en buscar novedades sin gusto, de estilo excéntrico o
indefinido”.
Nota de la Redacción: El fragmento ofrecido está tomado de Merry del Val, R., El Papa San Pío X:
memorias, trad. de Rosa María Topete, Buenos Aires, Ediciones Fundación San Pío
X, 2006, pp. 70-72.
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