martes, 19 de julio de 2016

Música sagrada versus música “Praise & Worship”. ¿Importa la diferencia? (II)

En una entrada anterior publicamos la primera parte de un artículo del Prof. Peter Kwasniewski, donde se contrasta la música sacra y la música popular, examinando la conveniencia del creciente uso de esta última en funciones litúrgicas tras la reforma posconciliar. Les ofrecemos ahora la segunda parte de ese artículo, publicado originalmente en inglés (véase aquí el original) y traducido por la Redacción. 

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 Benedictinos de Nursia (Foto: De Montfort Music)


Música sagrada versus música Praise & Worship
¿Importa la diferencia? (II)

Peter Kwasniewski
 

El problema fundamental de Praise & Worship

En la primera parte de este ensayo expuse una crítica de los rasgos de estilo profano de la música Praise & Worship, ya sea “blanda” o “dura”[1]. La música Praise & Worship no es apropiada para usos litúrgicos. Su estilo refuerza una falsa concepción de la liturgia de la Iglesia (Misa, Oficio Divino y otros ritos sacramentales) como reuniones comunitarias en las que los sentimientos subjetivos, la informalidad y la espontaneidad desempeñan un importante papel. En realidad, como lo muestran Guardini y Ratzinger, la liturgia se caracteriza por la objetividad, la formalidad y la ausencia de espontaneidad, y sólo de este modo puede ser para nosotros el principio inconmovible de nuestros pensamientos y acciones, la roca sobre la cual podemos construir nuestra vida interior y el culto infinitamente agradable que es ofrecido no tanto por nosotros como por nuestro Sumo Sacerdote, y por nosotros en unión con El.

En particular, la Misa no debe ser tan abrumada con sentimentalismo y subjetividad que su esencia resulte oscurecida por los accidentes, y que perdamos de vista lo que ella es en realidad: la representación mística del supremo sacrificio de Cristo en el Calvario. Esto lo percibimos sólo mediante un intelecto informado por la fe, y jamás por determinadas facultades psicosomáticas, ya sean los sentidos exteriores, la imaginación o las emociones. Participamos en esta ofrenda objetiva, pública y solemne principalmente uniendo nuestras mentes y voluntades a las oraciones del sacerdote y a las realidades a que éstas apuntan. No puede haber lugar en la liturgia para música inspirada o influida por el pop, porque ello viola una cantidad de principios que han sido repetidamente establecidos en los documentos eclesiásticos. El hecho de que muchos sacerdotes y obispos no hagan cumplir estas reglas ni se preocupen por ellas no constituye un argumento en contrario, tal como el hecho de que la mayoría de los católicos disientan de la encíclica Humanae Vitae (incluso muchos miembros del clero) no hace lícita la contracepción.  La gran mayoría de los católicos están hoy en un estado de profundísima ignorancia, de descuido habitual y, a veces, de abierta desobediencia, y tenemos que enfrentar el hecho de que ello es parte de la causa de la actual crisis de identidad, de doctrina y de disciplina en la Iglesia. 

Yo iría más allá y diría que necesitamos ir alejándonos, en cualquier actividad litúrgica o devota, de la moda o manía de emplear música derivada de los estilos populares contemporáneos. Haríamos muy bien, en la adoración, por ejemplo, en volver a dar al silencio un lugar mucho mayor y a usar habitualmente cantos más sencillos. La oración silenciosa, combinada con el gregoriano, permite a muchas personas de los más diversos temperamentos, personalidades, edades, situaciones por las que atraviesan en un momento determinado, etcétera, unirse en la oración de un modo que puede adaptarse a las necesidades de cada uno. La oración vocal, o alguna forma más “estimulante” de música, aunque tengan su lugar en la vida cristiana, no facilitan la oración grupal, o sea, litúrgica, del mismo modo que lo hacen el silencio y el gregoriano (y la música sagrada)[2].

¿No es esto sino una cuestión de gustos?   

En este punto suele normalmente ponerse la siguiente objeción: “Bueno, esa es su opinión, pero me parece que simplemente no estamos de acuerdo. De gustibus non disputandum [no se puede discutir sobre gustos], como decían los clásicos”.

Pero esta es una opinión falsa que no resiste un análisis serio. Como nos enseñan Platón y Aristóteles, hay ciertas cualificaciones sobre cuya base ciertas personas pueden emitir mejores juicios que otras en cosas relativas a la virtud, la ciencia y la estética[3]. Por ejemplo, siguiendo a Aristóteles podemos decir que mientras más cercano al término medio vive un hombre, mejor puede juzgar qué falta o qué sobra. Con Platón podemos decir que aquéllos que tienen la sabiduría de la edad son, ceteris paribus, mejores jueces que los jóvenes acerca lo que es bueno para la juventud. Quienes tienen mayor conocimiento, educación y experiencia en el campo de la música sagrada, de la liturgia y de la teología (puesto que las tres hacen falta) tendrán opiniones y juicios mejores y más confiables. Tales personas –el Papa Benedicto XVI es un brillante ejemplo han desarrollado un oído sensible y un gusto confiable acerca de lo que es mejor o peor, más o menos adecuado, según los principios del arte, de la liturgia, de la tradición y del Magisterio.

En consecuencia, debiéramos tomar muy en serio esas opiniones y juicios y no dejarnos convertir en víctimas de cierta forma de voluntarismo, a causa del cual, porque nos gusta algo, o estamos acostumbrados a ello, haremos todo tipo de contorsiones para encontrar argumentos que lo apoyen, ni convertirnos tampoco en víctimas del nominalismo, en virtud del cual terminamos queriendo negar los principios o las esencias para favorecer lo que –creemos son hechos evidentes. El voluntarismo y el nominalismo fueron dos de los principales elementos intelectuales de la reforma protestante y puede decirse que, históricamente,  son la razón de la caída de la filosofía realista de Occidente. Cuando se suma el voluntarismo al nominalismo, se termina en el relativismo. Debiéramos estar particularmente prevenidos contra la importación de este trío de “ismos” a nuestra vida de oración y de culto, y no debiéramos ni siquiera coquetear con ellos.  

No se puede discutir, tampoco, que nuestro nivel musical general ha declinado en cuanto cultura, y esto ha afectado negativamente la calidad artística de nuestra música en todos sus diferentes géneros, desde las canciones de la radio hasta las partituras de los shows de Broadway hasta las composiciones eclesiásticas. Por lo tanto, debiéramos favorecer las obras maestras del pasado a fin de educar y elevar nuestro gusto y aprender lo que es la medida ideal que hay que buscar cuando evaluamos composiciones nuevas, o cuando intentamos incrementar nosotros mismos el tesoro de la música sagrada. Lo que hace falta, para decirlo brevemente, es un discipulado de toda una vida respecto de la gran música sagrada. Debemos hacernos aprendices de los maestros si queremos penetrar en la disciplina, asimilarla y, eventualmente, producir frutos dignos de la Majestad Divina y del alma cristiana, que es capax Dei, capaz de recibir a Dios mismo.

¿Es demasiado difícil la música tradicional de Iglesia?

Cuando mi hijo, que no fue jamás un niño prodigio, tenía cinco años, podía cantar todas las antífonas marianas (Salve Regina, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina Coelorum, Regina Caeli); cuando tuvo seis años, podía cantar la Missa de Angelis y otros cantos gregorianos usuales en nuestra iglesia, sin ser capaz de leer la música. Con mi hija pasó lo mismo. Puesto que los niños son alumnos dotados en materia de oído y puesto que muchos cantos gregorianos cautivan con su melodía, los niños los aprenden rápidamente si viven en comunidades que los aprecian.

Esa es la forma, efectivamente, en que se transmite la tradición: de un modo natural, sin esfuerzo, mediante un común aprecio por las cosas tradicionales y un uso común de las mismas. En los momentos culminantes del renacimiento del canto gregoriano antes del Concilio Vaticano II, Justine Ward (creadora del método que lleva su apellido) tuvo centenares de escuelas en todo el mundo que enseñaban canto gregoriano a cientos de miles de niños. En aquel tiempo hubo famosos congresos en los que 10.000 niños y niñas cantaban el Ordinario de la Misa. Todo esto pudo haberse desarrollado y continuado hasta nuestros mismos días, gracias al impulso que le dio el Concilio Vaticano II a la música sacra, pero las décadas de 1960 y 1970 no fueron propicias para la preservación de la tradición, que rápidamente se convirtió en una palabra sucia. 


Demostración del método Ward. Al fondo a la izq., Justine Ward
Foto: Watershed

Si miramos hacia el Oriente, al ámbito bizantino, encontraremos feligresías acostumbradas a cantar textos litúrgicos en polifonía de tres o cuatro voces. Tal cosa es común a través del mundo cristiano de Oriente, y los cristianos de Occidente se adaptan a ello con facilidad, según pude experimentar de primera mano en Austria, y como he podido ver en el Wyoming Catholic College cada vez que tenemos la suerte de albergar liturgias bizantinas. 

En la Comunidad de Taizé, en Francia, un monasterio ecuménico, grandes reuniones de fieles, católicos y protestantes, cantan, en latín y vernáculo, cantos responsoriales, armonizados en cuatro partes. Los visitantes los aprenden con rapidez y nunca más los olvidan.

En realidad, la capacidad de gran música del alma humana no tiene límites. No debiéramos subestimar ni la capacidad ni la necesidad de excelencia en este ámbito.

Todas las cosas grandes son exigentes.

El P. Samuel Weber ha hecho una crucial observación acerca de la necesidad de trabajo duro y de disciplina cada vez que hay en juego algo grande. De hecho, esto es lo que por lo general esperamos de los hombres de negocios y de los equipos deportivos. ¿No lo esperaremos también del ministerio de la música? ¿Es este campo menos exigente y digno de nuestra atención, de nuestro cuidado y de nuestro esfuerzo? Dice al respecto el P. Weber: 

“Hablando desde la experiencia, estaría de acuerdo en que el canto gregoriano exige más disciplina, más atención y más sacrificio de tiempo y energía para 'lograr que se dé' en nuestras parroquias. Pero las dificultades no son un auténtico impedimento. En nuestra sociedad estadounidense concedemos gran valor al deporte. Yo soy personalmente un fan de Green Bay Packers, un hincha furibundo, de hecho. Y estoy agradecido a los Packers por todas las horas que invierten en la práctica y preparación de los juegos, por los sacrificios que hacen. Valen la pena. Lo que se gana es realmente grandioso. Nosotros los hinchas no aceptaríamos menos. ¿No debiera aplicarse la misma expectativa a las cosas de Dios? Después de todo, no es tan difícil entenderlo, ¿no es cierto?

San Agustín enseñaba a los fieles de Hipona: Cantare amantis est, cantar es lo propio de quien ama. Si el amor supremo se da, como creemos, entre Cristo, el novio, y la Iglesia, su novia, ¿podría escatimarse esfuerzos para expresar este amor en su verdadera belleza? ¿Es demasiado cualquier sacrificio? No necesitamos adivinar cuál es el canto: este tremendo Amador que tenemos nos enseña cuál es el canto que quiere oír de nuestros labios y nuestros corazones. Esta es nuestra fe católica. ¿Hace falta decir más? ¡Comencemos!"[4].

¿Por qué “no necesitamos adivinar el canto”? Porque Nuestro Señor Jesucristo, a través de la Tradición y Magisterio de la Iglesia, “nos dice cuál es el canto que quiere oír de nuestros labios y nuestros corazones”. El problema de la mala música será resuelto cuando, y en la misma medida en que, tanto la tradición eclesiástica (parte de la esencia misma del catolicismo) como la enseñanza magisterial sean acogidas con respeto, humildad y gratitud. El problema mayor de la Iglesia de nuestros tiempos es la pérdida de toda idea de tradición, del tipo de conocimiento y valoración de ella que un catolicismo sano presupone. 

Lo peor para una sociedad sería no tener leyes en absoluto. Menos malo sería tener buenas leyes y no cumplirlas o ignorar que existen. Esto último es, actualmente, el caso de la Iglesia católica respecto de muchos aspectos de su vida. La sólida legislación sobre música sagrada nos proporciona un notable ejemplo de leyes que no se conoce, que se ignora o que se desprecia. Una sociedad cuyos miembros violan rutinariamente sus leyes está en una peligrosa situación y, ciertamente no puede decirse que esté floreciendo.

Comencemos, si es que todavía no hemos partido. Continuemos, si ya hemos comenzado. Llevemos a la perfección todo lo que se refiere a los “santos, tremendos, inmortales y vivificantes misterios de Cristo”, para gloria de Dios y santificación del pueblo.

Notas

(1) Para un tratamiento más completo de sus problemáticos supuestos teológicos, litúrgicos y psicológicos, véase los artículos del P. Christopher Smith “Por qué la música Praise & Worship es alabanza, pero no culto”, y el siguiente artículo accesible desde aquí.

(2) Romano Guardini expresa la misma idea acerca de la oración litúrgica en general: “La oración es, sin duda, un 'elevarse el corazón a Dios'. Pero el corazón debe ser guiado, apoyado y purificado por la inteligencia […] Si, por lo tanto, la oración en común ha de resultar beneficiosa para la mayoría, debe ser dirigida primeramente por el pensamiento, no por el sentimiento. Es solamente cuando la oración es sostenida por, y empapada en, un pensamiento religioso claro y fructífero, que puede ser útil para un conjunto compuesto por diferentes elementos, todos movidos por diversas emociones […] El pensamiento dogmático libera de la cárcel del capricho individual y de la inseguridad y pereza que tienen lugar cuando la emoción se termina” (The Spirit of Liturgy, trad. de Ada Lane [Nueva York, Sheed & Ward, 1935], capítulo 1).

(3) Podemos añadir también la espiritualidad a la lista. Todo esto, sin duda, es difícil de tragar en nuestros tiempos igualitarios.

(4) Weber, S., "Sacred Music that Serves the Word of God" (primera parte) [disponible aquí].


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Actualización [26 de julio de 2018]: El Dr. Peter Kwasniewski ha publicado un interesante artículo en New Liturgical Movement, donde vuelve a reiterar la importancia de que la música que se canta en las iglesias sea sacra. Y lo hace de una manera particular: compartiendo algunos párrafos seleccionados de los ensayos escritos por los alumnos de su curso de música impartido en el Wyoming Catholic College, los que versan sobre cuán inapropiado resulta emplear los estilos propios de la música contemporánea para componer música religiosa. Una muestra más de que la Tradición es para los jóvenes

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