En esta y en las siguientes entradas semanales ofreceremos el texto completo que desarrolla la ponencia presentada por el Rvdo. Andrés Chamorro de la Cuadra, miembro de la Comisión Doctrinal y ex Rector del Seminario de la Diócesis de San Bernardo, en el II Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile, celebrado en 2016 para festejar el quincuagésimo aniversario de nuestra Asociación.
La conferencia del Rvdo. Chamorro
(Foto: Asociación Litúrgica Magnificat)
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Santa Misa, verdadero
Sacrificio: sus fines y sus frutos
Rvdo. Andrés Chamorro
Diócesis de San Bernardo
Introducción
En la primera parte de esta conferencia se pretende exponer la doctrina acerca de la Misa como
Sacrificio en Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el más grande y preclaro teólogo y doctor
de la Iglesia, que con razón ha recibido los títulos de Doctor Común de la
Iglesia, Doctor Angélico y Doctor Eucarístico; y en la segunda parte la
doctrina más común entre los teólogos acerca de los fines de la Misa y la
obtención de sus frutos por parte de los fieles.
1. La enseñanza de Santo Tomás de Aquino[1]
En
varias de sus obras, Santo Tomás trata acerca del Santísimo Sacramento de la
Eucaristía: en la Suma Teológica, la Suma contra gentiles, los Comentarios
bíblicos al Evangelio de San Juan, al Evangelio de San Mateo y a la Primera Carta
a los Corintios, así como los textos del Oficio Divino y de la Misa de Corpus
Christi.
Aquí
nos detendremos en exponer lo que al respecto enseña en la Suma Teológica,
tercera parte, cuestiones 73 a 83, donde menciona repetidamente el carácter
sacrificial de este Sacramento. Esa doctrina posteriormente fue definida como
dogma de fe divina y católica en el Concilio de Trento (1545-1562).
A
modo de introducción mencionaremos cómo Santo Tomás describe este Sacramento en
sus diversas e inseparables dimensiones o aspectos[2], dado que le atribuye un triple
significado.
El primero con respecto al pasado, en cuanto que es conmemoración de la Pasión del Señor, que fue un verdadero sacrificio (q. 48, a.3)[3]. En este sentido se le llama sacrificio.
El segundo de ellos con respecto al presente, y es
la unidad eclesial, en la que los hombres quedan congregados por este
sacramento. Y, en este sentido, se le denomina communio o synaxis. Y así, dice San Juan Damasceno en el IV libro que se la llama comunión porque ella comulgamos con Cristo, por ella
participamos de su carne y de su divinidad, y por ella comulgamos y nos unimos
mutuamente.
El tercero de esos significados es con respecto al futuro, en
cuanto que este sacramento es prefigurativo de la fruición divina que tendremos
en la Patria Celestial y, en este sentido, se llama viático,
porque nos pon en camino para llegar hasta allí. Y, por esta misma razón, se le
llama también eucaristía, o sea, buena gracia, porque la gracia de Dios,
como se dice en Rom 6, 23, es la vida eterna, o porque contiene realmente a
Cristo, que es el lleno de gracia (Jn 1, 14). También se le denomina en griego metalepsis, que quiere decir asunción, porque como dice san Juan
Damasceno, por él asumimos la divinidad
del hijo.
Este
texto quedó plasmado admirablemente en la Antífona al Magníficat de las
segundas Vísperas del Oficio Divino de Corpus Christi: O sacrum convivium in quo Christus sumitur, recolitur passionis eius,
mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur ("Oh Sagrado
banquete en que se recibe a Cristo, se hace memoria de su pasión, el alma se
llena de gracia y se nos da una prenda de la futura gloria").
Los cuatro fines del Sacrificio de la Misa
(Ilustración: The Catholic Gentleman)
Presento ahora una selección de textos respecto de la Eucaristía como Sacrificio, con un breve
comentario:
(a) La
q. 83 trata acerca de si en este sacramento se inmola Cristo y dice en el
cuerpo del artículo 1°:
La celebración de este
sacramento es considerada como inmolación de Cristo de dos maneras. Primera,
porque, como dice San Agustín en Ad Simplicianum: Las imágenes de las cosas suelen llamarse con el mismo nombre que las
cosas mismas, como, por ejemplo, al ver un cuadro o un fresco decimos: ése es
Cicerón, y aquél, Salustio. Ahora bien, la celebración de este sacramento,
como se ha dicho antes (79,1; 76,2 ad 1; 75, 1), es una imagen representativa
de la Pasión de Cristo, que es verdadera inmolación. Por eso dice San Ambrosio
comentado la carta Ad Hebr.: En Cristo se
ofreció una sola vez el sacrificio eficaz para la vida eterna. ¿Qué hacemos
entonces nosotros? ¿Acaso no le ofrecemos todos los días como conmemoración de
su muerte?
Segundo, este sacramento
es considerado como inmolación por el vínculo que tiene con los efectos de la Pasión, ya que por este sacramento nos hacemos partícipes de los frutos de la Pasión del Señor. Por lo que en una oración Secreta dominical se dice: Siempre que se celebra la memoria de esta Víctima, se consigue el fruto de nuestra Redención[4].
Por eso, en lo que se
refiere al primer modo, puede decirse que Cristo se inmolaba también en las
figuras del Antiguo Testamento. Y, en este sentido, se lee en el Ap 13, 8: Cuyos nombres no están escritos en el libro
de la vida del Cordero, muerto ya desde el origen del mundo. Pero en lo que
se refiere al segundo modo, es propio de este sacramento el que se inmole
Cristo en su celebración[5].
Precisamente
en este sentido lo definió dogmáticamente el Concilio de Trento, diciendo que Jesucristo quiso dejar a su Iglesia un Sacrificio verdadero a fin de que por su
medio se aplicaran los frutos de su Pasión. Se ha de distinguir la Redención
objetiva de la subjetiva. La primera es la realizada por el Señor en el
Calvario; la segunda es su aplicación a cada alma. La Iglesia tiene como misión
esta aplicación, principalmente a través de los sacramentos, de entre los
cuales la Eucaristía es el más perfecto y el fin de todos ellos.
(b) La
q. 75 en su artículo 1° se pregunta el Santo si acaso en este sacramento el
Cuerpo de Cristo se encuentre verdaderamente o sólo en signo o figura; y en una
parte del cuerpo del artículo dice:
Ni el sentido ni el entendimiento pueden apreciar que
estén en el sacramento el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, sino sólo la fe,
que se apoya en la autoridad divina […] Y esto es conveniente en la perfección de
la Nueva Ley. Pues si los sacrificios de la Antigua sólo contenían en figura el
sacrificio de la Pasión de Cristo, porque “sombra era la ley de futuros bienes,
no realidad de las cosas” (Heb 10, 1), convino que tuviera algo más el sacrificio
de la Ley Nueva instituido por Cristo; es decir, que contuviera al mismo Cristo
sacrificado en realidad de verdad y no tan sólo en significación o figura. Por
eso, el sacramento que contiene realmente al mismo Cristo es, como dice
Dionisio, “perfectivo de todos los otros sacramentos”, que participan de su
virtud.
La
presencia verdadera, real y substancial de Jesucristo en la Eucaristía por la
transustanciación es inseparable de su carácter sacrificial, porque quien está
presente es el mismo Cristo sacrificado; su fuerza santificante proviene del
Sacrificio del Calvario y no de otro tipo de presencia. La necesidad de la fe
para aceptar este supremo misterio también quedó plasmado en el Himno de
Vísperas de Corpus Christi: Et si sensus
déficit, ad firmándum cor sincérum sola fides súfficit ("Y si fallan los
sentidos, basta la fe para fortalecer el corazón sincero"); y en el poema Adoro te devote: Visus, tactus, gustus in te
fallitur; sed solus auditus tuto créditur ("La vista, el tacto, el gusto,
en Ti yerran; en cambio, sólo con lo escuchado se cree totalmente").
Santo Tomás meditando sobre la Eucaristía
(Imagen: Catholic Tradition)
(c) En
la q. 79, artículo 1°, Santo Tomás afirma que ésta es una de las razones
por las que este sacramento confiere la gracia: "[...] por la
representación de la Pasión del Señor […] Por eso los efectos que la Pasión hizo en
el mundo los hace este sacramento en el hombre. Y así, comentando el Crisóstomo
las palabras 'salió agua y sangre', dice: Puesto que de aquí toman principio
los sacramentos, cuando te llegues al tremendo cáliz, llégate como si bebieras
del costado mismo de Cristo”. Por eso dice el Señor: 'Esta es mi sangre, que
será derramada por vosotros en remisión de los pecados'" (Mt 25,28)".
La
expresión “representación de la Pasión”, empleada también por el Concilio de
Trento, no se ha entender en el sentido común de una realidad que hace las
veces de otra con fines meramente didácticos o de recuerdo de un acontecimiento
del pasado, sino en su sentido etimológico y propio de “volver a hacer
presente” la Pasión del Señor. Por eso se le llama también “actualización” de
la Redención, dado que se le hace presente “en acto”, en la perfección de su ser, el misterio de la salvación de la humanidad.
(d) En
la q. 73, artículo 5°, el Aquinate afirma que el carácter sacrificial de la
Eucaristía es una de las razones de conveniencia de la institución de este
sacramento: "[…] porque como dice
el Apóstol, nunca hubo salvación sin fe en la Pasión de Cristo: “A quien hizo
Dios propiciación por la fe en su Sangre” (Rom 3, 25). Por eso convino que
hubiere en todo tiempo entre los hombres, algo que representase la Pasión del
Señor. En el Antiguo Testamento, el principal sacramento era el cordero
pascual. Según el Apóstol, “nuestra pascua es Cristo inmolado” (1 Cor 5,7);
sucedió al cordero en el Nuevo Testamento el sacramento de la Eucaristía, que
es rememorativa de la pasión pasada, como aquél fue prefigurativo de la futura.
Así fue conveniente que, siendo inminente su Pasión y celebrado el sacramento
antiguo, instituyera el nuevo sacramento, como dice el papa León".
El
re-presentar o actualizar la Pasión del Señor es el sentido de la institución
de este sacramento en su dimensión esencial de sacrificio; cuyos frutos llegan
a las almas mediante la fe como medio fundamental y primero de la unión con
Dios. A la fe, luego se añadirán las demás disposiciones internas para recibir
los frutos del sacrificio más plenamente.
(e) En
la misma q. 73, artículo 3°, en la respuesta a la tercera objeción, hace el Santo una
comparación con el bautismo y su relación con la Pasión del Señor: "El bautismo es el
sacramento de la muerte y de la Pasión de Cristo, en cuanto que el hombre es
regenerado por virtud de ésta. En cambio, la Eucaristía es sacramento de la Pasión, porque con ella se perfecciona el hombre uniéndose a Cristo paciente. Y
como el bautismo se llama “sacramento de la fe”, que es cimiento de la vida
espiritual, la Eucaristía se denomina “sacramento de la caridad”, que es
“vínculo de perfección”, como dice el Col. 3, 14".
De
este modo se afirma el Sacramento Eucarístico como el más perfecto de todos los
sacramentos considerado en sí mismo, al contener el mismo Autor de la Gracia; y
también en sus efectos como alimento espiritual.
Sasnto Tomás de Aquino
(Ilustración: Taylor Marshall)
(f) Finalmente,
en la q. 76, artículo 2°, en la respuesta a la primera objeción, dice el Aquinate: "Todo Cristo está en
las dos especies, y no en vano […] está así para representar su pasión, en la que
la sangre estuvo separada del cuerpo; por eso en la forma de la consagración de
la sangre se hace mención de su efusión […]".
Este
elenco no exhaustivo pero significativo de textos de Santo Tomás sirvieron de
trasfondo a la definición dogmática del Concilio de Trento que cito a
continuación en algunos de sus párrafos, como inmejorable síntesis de la fe de la
Iglesia en este admirable Ministerio[6]:
"Así pues, Dios y Señor nuestro, aunque
había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz,
con la interposición de la muerte, a fin de realizar para ellos la eterna Redención; como, sin embargo, no había de extinguirse su sacerdocio por la
muerte (Hebr. 7, 24 y 27), en la Última Cena, la noche que era entregado, para
dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza
de los hombres, por el que se representara aquel suyo sangriento que había una
sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de
los siglos (1 Cor. 11, 23 ss), y su eficiencia saludable se aplicara para la
remisión de los pecados que diariamente cometemos, declarándose a sí mismo
constituido para siempre sacerdote según el orden de Melquisedec (Ps. 109, 4),
ofreció a Dios Padre Su Cuerpo y Su Sangre bajo las especies de pan y vino y
bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, para que los tomaran, a
sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, y
a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, les mandó con estas palabras: 'Haced
esto en memoria mía, etcétera' (Lc. 22, 19; 1 Cor. 11, 24) que los ofrecieran. Así
lo entendió y enseñó siempre la Iglesia. Porque celebrada la antigua Pascua,
que la muchedumbre de los hijos de Israel inmolaba en su memoria de la salida
de Egipto (Ex. 12, 1 ss), instituyó una Pascua nueva, que era Él mismo, que
había de ser inmolado por la Iglesia por ministerio de los sacerdotes bajo
signos visibles, en memoria de su tránsito de este mundo al Padre, cuando nos
redimió por el derramamiento de su sangre, y nos arrancó el poder de las
tinieblas y nos trasladó a su Teino (Col. 1, 13) […]".
"Y porque en este Divino Sacrificio, que en
la Misa se realiza, se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo Cristo
que una sola vez se ofreció Él mismo cruentamente en el altar de la cruz (Hebr.
9, 27); enseña el santo Concilio que este sacrificio es verdaderamente
propiciatorio, y que por él se cumple que, sin con corazón verdadero y recta
fe, con temor y reverencia, contritos y penitentes nos acercamos a Dios,
conseguimos misericordia y hallamos gracia en el auxilio oportuno (Hebr. 4, 16).
Pues aplacado el Señor por la oblación de
este sacrificio, concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los
crímenes y pecados, por grandes que sean. Una sola y la misma es, en efecto, la
víctima, y el que ahora se ofrece por el ministerio de los sacerdotes, es el
mismo que entonces se ofreció a Sí mismo en la cruz, siendo sólo distinta la
manera de ofrecerse. Los frutos de esta oblación suya (de la cruenta, decimos),
ubérrimamente se perciben por medio de esta incruenta: tan lejos está que a aquélla
se menoscabe por ésta en manera alguna. Por eso, no sólo se ofrece
legítimamente, conforme a la tradición de los Apóstoles, por los pecados,
penas, satisfacciones y otras necesidades de los fieles vivos, sino también por
los difuntos en Cristo, no purgados todavía plenamente".
Santo Tomás escribiendo sobre la Eucaristía
(Imagen: New Liturgical Movement)
[1] Cfr. BIFFI, I., L'Eucaristia
in San Tommaso “Dttore Euaristico”, Teología, mistica e poesía (Siena, Cantagalli, 2005) ,pp. 9-17.
[2] S Th, III, q. 73, a. 4, in c.
[3]S Th, III, q. 48, a. 3, in c: "Propiamente se llama sacrificio la obra
hecha con el honor que de verdad le es debido a Dios, con el fin de aplacarle.
Y de ahí proviene lo que dice Agustín en el libro X de Civ. Dei: Es verdadero sacrificio toda obra hecha para
unirnos con Dios en santa sociedad, es decir, la referida a aquel fin bueno
mediante el cual podemos ser verdaderamente bienaventurados. Ahora bien, Cristo, como se añade en el mismo lugar, en la pasión se ofreció a Sí mismo por
nosotros, y el mismo hecho de haber sufrido voluntariamente la Pasión fue una
obra aceptada a Dios en grado sumo, como que procedía de la caridad. Por lo que
resulta evidente que la Pasión de Cristo fue un verdadero sacrificio. Y, como
el propio Agustín añade luego en el mismo libro, de este verdadero sacrificio
fueron muchos y variados signos los antiguos sacrificios de los santos, estando
representado este único sacrificio fueron muchos y variados signos los antiguos
sacrificios de los santos, estando representado este único sacrificio por
muchas figuras, como si se expresase una misma cosa con diversas palabras, a
fin de recomendarla mucho sin fastidio; teniendo en cuenta que en todo sacrificio deben tenerse presentes
cuatro cosas, como escribe Agustín en IV De Trin., a saber: a quién se ofrece, quién lo ofrece, qué se
ofrece, por quiénes se ofrece, el mismo único y verdadero mediador que nos
reconcilia con Dios por medio del sacrificio pacífico, permanecía uno con Aquel
a quien lo ofrecía, hacía uno en Sí mismo a aquellos por quienes lo ofrecía,
siendo uno mismo el que lo ofrecía.
[4] Domínica IX post Pentecosten.
[5] STh, III, q. 83, a. 1, in c.
[6] DENZINGER-HÜNERMANN, El magisterio de la Iglesia. Enchrididion Symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei
et morum (Barcelona Herder, 1999), núm. 1740 y 1743.
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