jueves, 29 de junio de 2017

Monseñor Schneider y la renovación de la liturgia

Aunque publicada originalmente el 14 de febrero de 2015, OnePeterFive ha vuelto a dar circulación a una crónica escrita por Steve Skojec relativa a los diez elementos imprescindibles para la renovación de la liturgia que Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana (Kazajistán), enunciara en una conferencia pronunciada en el Paulus Institute de Washington. Si bien de ella existen ya (hasta donde sabemos) dos traducciones al castellano (véase aquí y aquí), como Redacción hemos hecho una propia para contribuir a la difusión de estas interesantes ideas que pueden ayudar a devolver la dignidad y un sentido de continuidad orgánica respecto de la tradición litúrgica al culto católico, favoreciendo así ese enriquecimiento entre las dos formas del rito romano que deseaba Benedicto XVI cuando promulgó el motu proprio Summorum Pontificum hace diez años. 

 Mons. Athanasius Schneider durante la celebración de una Misa Pontifical tradicional en Nueva Jersey (EE.UU.)

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 Mons. Schneider: diez elementos para la renovación de la liturgia

Steve Skojec

“¿Y por qué hablo del mundo futuro? Porque este misterio hace que esta tierra se convierta, aquí, en un cielo para nosotros. Abrid sólo un momento las puertas del cielo y mirad; pero no, no las del cielo, sino las del Cielo de los cielos. Y entonces vais a comprender de qué he estado hablando. Porque lo que hay allá de más precioso, eso os mostraré yo que existe en la tierra. Porque tal como en los palacios reales lo que hay de más glorioso no es ni las murallas ni los techos de oro sino la persona del rey sentado en su trono, así ocurre en el Cielo con el Cuerpo del Rey. Pero no se os permite ahora ver esto en la tierra. Porque lo que os muestro no son los ángeles, ni los arcángeles, ni los cielos, ni los Cielos de los cielos, sino al mismo Señor y Dueño de todo” (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre I Corintios, citado en Dominus Est, de Mons. Athanasius Schneider, p. 34). 

El 14 de febrero de 2015 Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, Kazajistán, dio una conferencia en Washington con el auspicio del Paulus Institute. En esa conferencia, Mons. Schneider propuso acciones concretas –diez elementos esenciales- que debiera ponerse por obra para llevar a cabo la renovación litúrgica.

En mi calidad de espectador, me impresionó una vez más la preocupación de Su Excelencia por la reverencia y la piedad en el culto católico. Debido al gran valor de las ideas que expuso, quisiera ofrecer aquí el resumen que hice de los principales temas. 

Mons. Schneider explicó que, desde los tiempos apostólicos, la Iglesia procuró tener una liturgia sagrada, y que es sólo mediante la acción del Espíritu Santo que podemos en verdad adorar a Cristo. Los gestos exteriores de adoración que expresan la reverencia interior son vitales en el contexto de la liturgia. Se incluyen entre ellos las reverencias, las genuflexiones, las postraciones y otras cosas semejantes. Su Excelencia citó los escritos de San Juan Crisóstomo sobre liturgia, concentrándose especialmente en el siguiente tema: la liturgia de la Iglesia es una participación en la liturgia celestial de los ángeles y debe tomarla como modelo.

La noción de liturgia celestial, y nuestra participación en ella en el Santo Sacrificio de la Misa, ofrece algunas perspectivas a aquellos que pudieran sentir la tentación de tomar como algo normal el increíble milagro que se produce en medio de nosotros. La realidad es que cada iglesia católica es, en sí misma, un lugar donde habitan los ángeles, los arcángeles, el reino de Dios y Dios mismo en su divina esencia. Si fuéramos capaces, de algún modo, de transportarnos a la liturgia celestial, no nos atreveríamos a dirigir la palabra ni siquiera a quienes conocemos y amamos. Cuando estamos en la iglesia, por tanto, deberíamos hablar sólo en voz baja, y sólo de cosas sagradas. 

En la Iglesia primitiva, el altar y los demás objetos sagrados eran cubiertos con un velo, como señal de respeto por el misterio sagrado en que les correspondía un papel. No existió, contra lo que piensa la gente en nuestros tiempos, la celebración de la Misa versus populum, y tampoco la práctica extendida de recibir la comunión en la mano. El sacerdote y los fieles miraban juntos hacia Dios en el oriente litúrgico.

Cuando celebramos la liturgia, es Dios quien debe estar en el centro. El Dios Encarnado, Cristo. Nadie más. Ni siquiera el sacerdote que actúa en lugar de Él.

La liturgia se empobrece cuando reducimos los signos y gestos de adoración. Toda renovación litúrgica debe, por tanto, restaurarlos y crear una liturgia terrenal más cristocéntrica y trascendente, más reminiscente de la liturgia de los ángeles.

 (Foto: Rorate Caeli)

Diez elementos de renovación.

Mons. Schneider enumeró los siguientes diez puntos que considera fundamentales para una renovación litúrgica:

1. Debe ponerse en el centro del presbiterio el tabernáculo, donde Jesucristo, Dios Encarnado, está realmente presente bajo las especies de pan, porque en ningún otro lugar en esta tierra está Dios, el Emanuel, tan realmente presente y tan cerca del hombre como en el tabernáculo. El tabernáculo es el signo que indica y contiene la Presencia Real de Cristo, y debiera por lo tanto estar más cerca del altar y constituir con éste la señal central más importante que apunta al misterio Eucarístico. El Sacramento en el tabernáculo y el Sacrificio en el altar no debieran oponerse ni separarse, sino estar ambos en el lugar central del presbiterio y próximos el uno al otro. La atención de quienes entren a la iglesia debiera espontáneamente dirigirse hacia el tabernáculo y el altar.

2. Durante la liturgia eucarística –al menos durante la Plegaria Eucarística- en que Cristo, el Cordero de Dios, es inmolado, los fieles no debieran ver el rostro del sacerdote. Aun los serafines se cubren el rostro (Isaías 6, 2) cuando adoran a Dios. Por el contrario, el rostro del sacerdote debiera estar vuelto hacia la cruz, ícono de Dios crucificado.

3. Debiera haber más signos de adoración durante la liturgia, específicamente genuflexiones, y en especial cada vez que el sacerdote toca la hostia consagrada.

4. Los fieles que se acerquen a recibir al Cordero de Dios en la comunión debieran saludarlo y recibirlo con un acto de adoración, arrodillándose. ¿Qué momento en la vida de los fieles es más sagrado que éste de su encuentro con el Señor?

5. Debiera haber más espacio para el silencio en la liturgia, especialmente en aquellos momentos que expresan más plenamente el misterio de la Redención. En particular, cuando el sacrificio de la cruz se hace presente en la Plegaria Eucarística.

6. Debiera haber más signos exteriores que muestren la dependencia del sacerdote respecto de Cristo, el Sumo Sacerdote, que muestren más claramente que las palabras que el sacerdote pronuncia (por ejemplo “Dominus vobiscum”) y las bendiciones que da a los fieles dependen y fluyen de Cristo Sumo Sacerdote, y no de él, la persona privada. Nada de “yo os saludo” o “yo os bendigo”, sino “el Señor” es quien os saluda y bendice. Entre los signos apropiados podría estar (como se hizo durante siglos) el besar el altar antes de saludar a los fieles, para indicar que ese amor fluye no del sacerdote sino del altar. Y antes de dar la bendición, besar el altar y luego la bendición (esto se hizo así durante mil años y, desgraciadamente, ha sido abolido en el nuevo rito). También, inclinarse ante la cruz del altar para indicar que Cristo es más importante que el sacerdote. A menudo la liturgia –del rito antiguo- hacía que el sacerdote, cuando pronunciaba el nombre de Jesús, se volviera hacia la cruz y se inclinara ante ella, para mostrar que la atención debe estar en el Señor, no en él.

 Un joven sacerdote celebra ad orientem una Misa de acuerdo con el Misal de Pablo VI 
en Troy, Nueva York (EE.UU.)
(Foto: Catholicvs)

7. Debiera haber más signos que expresaran el insondable misterio de la Redención. Esto podría lograrse mediante el gesto de cubrir los objetos litúrgicos con un velo, porque el velar es un acto de la liturgia de los ángeles. Velar el cáliz, velar la patena con el velo humeral, velar el corporal, velar las manos del obispo cuando celebra solemnemente, también velar el altar con la reja del comulgatorio. Y también signos, signos de la cruz hechos por el sacerdote y por los fieles: por el sacerdote durante la Plegaria Eucarística, y por los fieles en otros momentos de la liturgia: el persignarse es una señal de bendición. En la antigua liturgia los fieles se persignaban tres veces, en el Gloria, en el Credo y en el Sanctus. Todas estas son expresiones del misterio. 

8. Debiera haber también en el lenguaje una señal continua que exprese el misterio, lo que se consigue mediante el uso del latín. Éste es la lengua sagrada que exigió el Concilio Vaticano II para la celebración de cada Santa Misa. En todo lugar debiera siempre decirse en latín al menos una parte de la Plegaria Eucarística.

9. Todos quienes tienen un papel activo en la liturgia, como los lectores, o los que se encargan de la oración de los fieles, debieran estar siempre revestidos con ropajes litúrgicos. Y debieran ser sólo varones, no mujeres, porque actúan en el presbiterio, cerca del sacerdocio. Incluso el leer las lecturas apunta hacia esta liturgia con la que celebramos a Cristo. Y por lo tanto, sólo varones revestidos con ropajes litúrgicos debieran estar en el presbiterio.

10. La música y los cantos durante la liturgia debieran reflejar más fielmente el carácter sagrado y debieran asemejarse al canto de los ángeles, como el Sanctus, para que se pueda cantar a una voz con los ángeles. Pero no sólo el Sanctus, sino la Misa entera. Hace falta que el corazón, la mente y la voz del sacerdote y los fieles se dirijan hacia el Señor. Y esto debiera manifestarse también por signos exteriores y gestos.

Hay aquí mucha materia para la reflexión. Cada uno de estos diez puntos me parece, al menos a mí, indispensable para lograr un culto verdaderamente reverente en nuestras iglesias. Ninguno de estos puntos es incompatible ni con la antigua liturgia de la Iglesia ni tampoco, lo que quizás es más importante, con la liturgia que imaginaron los padres del Concilio en Sacrosanctum Concilium.

Sería una bendición inmensa el que muchos obispos tomaran estos diez puntos como guía esencial para la liturgia en sus diócesis. Os animo a que los enviéis a vuestros propios obispos para que los consideren.

Tuve también la oportunidad de encontrarme brevemente con Mons. Schneider al finalizar la conferencia. Cuando le agradecí por su liderazgo en estos tiempos, en que parece haber tantos pastores que no proclaman con claridad las enseñanzas de la Iglesia, me dijo: “Sois vosotros quienes tenéis que hacerlo. Vosotros, los fieles, y sus familias. Vosotros debéis ser santos. Vosotros debéis enseñar la fe a vuestros hijos. Vosotros debéis motivar a los sacerdotes”. En el tema de las vocaciones, me dijo que debemos ofrecer nuestros hijos a Dios si queremos que reciban la vocación. Pareciera que con este consejo –junto con las sugerencias concretas que hizo en un artículo publicado anteriormente este año- nos está llamando a los laicos a comenzar una santa revolución, si es que queremos ver reformas en la Iglesia.

Es el momento de comenzar a hacerla.

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