jueves, 1 de junio de 2017

Una respuesta dogmática contra la ansiedad posmoderna

Les ofrecemos hoy la traducción de un artículo publicado en marzo de este año en The Catholic Thing, referido a la función que cumple el dogma en tiempos de ansiedad como los que nos toca vivir a quienes nos ha correspondido habitar este valle de lágrimas en esta época denominada posmodernidad, donde todas las certezas parecen diluirse en la liquidez del nihilismo y la desesperanza. Ante esta incertidumbre, Cristo, como Camino, Verdad y Vida, es el único que ofrece palabras de vida eterna. 

El autor del artículo es el Rvdo. Jerry J. Pokorsky, quien se desempeña como párroco de la Iglesia de San Miguel Arcángel de Annandale (Diócesis de Arlington, Virginia, EE.UU.). Antes de su ordenación en 1990 tuvo una activa participación en el mundo de los negocios merced a su título como contador público certificado (Certified Public Accountant) y licenciado en ciencias de la administración. Esta experiencia le sirvió para desempeñarse, entre 2003 y 2006, como administrador financiero de la Diócesis de Lincoln. Es asimismo cofundador de CREDO, una asociación de sacerdotes dedicada a la correcta traducción de los textos litúrgicos, y de Adoremus, una asociación de renovación de la Sagrada Liturgia.


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El dogma en tiempos de ansiedad

Rev. Jerry J. Pokorsky


Se ha vuelto muy corriente en estos días oír comentarios despectivos sobre el dogma y la doctrina católicos. Pero resulta más difícil aceptarlos cuando provienen desde el interior, es decir, cuando los profieren algunos católicos.

Cuando el arzobispo de Dublín ordenó a unos diáconos jesuitas en 2015 hizo la siguiente advertencia: “No vamos a sanar a las almas que se han apartado de Jesús arrojándoles a la cabeza libros sobre los dogmas”.

Y el nuevo General de los jesuitas ha dicho recientemente que “doctrina es una palabra que no me gusta mucho, porque trae a la mente la dureza de la piedra. La realidad humana, en cambio, es mucho más matizada, nunca es en blanco o negro, está en continua evolución”.

Resulta irónico, pero es precisamente porque la realidad humana no es en blanco y negro que necesitamos la realidad del dogma, dura como piedra. Aparte del hecho de que las doctrinas “controversiales” generalmente se refieren al sexto mandamiento (cuya derogación aplaudirían muchos, por razones obvias), es conveniente que consideremos algunas de las doctrinas “difíciles” o “rígidas” de Jesús.

Por ejemplo, el Sermón de la Montaña nos presenta algunas enseñanzas especialmente difíciles. En el discurso sobre “los lirios de los campos” dice Jesús: “No os preocupéis por el mañana: el mañana se encargará de sí mismo. A cada día le basta su propio afán”. Sin poner en duda la verdad de Sus palabras, puede que nos resulte difícil ponerlas en práctica. ¿Cómo puede uno desentenderse de tantas de las preocupaciones de la vida? Esas mismas dificultades, sin embargo, son las que a veces llevan a rechazar Sus enseñanzas.

 Carl Bloch, El Sermón de la Montaña (1877, Museo de Historia Nacional del Castillo de Frederiksborg, Dinamarca)

Se dice que vivimos en una “era de la ansiedad” –que es igual que todas las demás, me imagino-. Los medios ganan mucho dinero vendiendo ansiedades. Los hechos, sin la ansiedad, son aburridos. Cuando hace poco los científicos dijeron que una inmensa masa de carbono derretido yace sepultada a 320 kilómetros bajo la superficie de la tierra en el Oeste de los Estados Unidos, los reporteros mañosamente vincularon la noticia con nuestros miedos, sugiriendo que, si entrara en erupción un enorme volcán en el Parque Yellowstone, ello pondría fin al mundo que conocemos. Hay muchas noticias de éstas, con temas que van desde las llamaradas solares hasta el descenso de la testosterona. Tantas preocupaciones en un lapso tan breve. 

Muchas ansiedades, por cierto, son mucho más comprensibles, si no exactamente más “razonables”. La salud personal –especialmente a medida que envejecemos- causa preocupación. Pero cuando el médico nos anuncia una enfermedad después de los exámenes, la certidumbre del diagnóstico nos alivia, por lo general: la enfermedad, finalmente, puede ser enfrentada o, si persiste, entendida. La certeza de la verdad es un remedio para la ansiedad.

Las certezas de la vida varían, dependiendo del contexto. Por una parte, nuestra historia personal posee certeza porque sus acontecimientos han tenido lugar (aunque nos falle la memoria), y se han transformado simplemente en datos de nuestra vida. Nacimos, crecimos y nos educaron, encontramos trabajo, amamos, hemos sufrido: los datos ciertos son interminables.

Por otra parte, cuando miramos hacia el futuro, humanamente hablando hay sólo una certeza: la muerte. Independientemente de cuán exacta pensamos que es nuestra planificación cotidiana, puede que mañana no despertemos. Por consiguiente, las incertidumbres del futuro no tienen término y pueden volverse muy inquietantes. Todo padre lo sabe.

Sin embargo, Jesús nos dice que no andemos ansiosos por el mañana. Él quiere que miremos los datos de la vida –los lirios del campo, etcétera- y confiemos en la Providencia amorosa de Dios.

Sabemos, por el catecismo de nuestra infancia, que los dogmas y doctrinas de nuestra fe nos consuelan con certezas que jamás hubiéramos tenido sin la Revelación divina. He aquí una de ellas: “¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré! Mira: te he grabado en las palmas de mis manos” (Isaías 49, 14-16).

Hay otro dogma que no necesita comentario y que nos guía hacia la certeza: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino es a través de Mí” (Juan 14, 6). Si anda usted preocupado por la situación de su matrimonio, Jesús dice de nuevo, con inequívoca certeza dogmática: “Por lo tanto, ahora ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mateo, 19, 6). 

Sin estos dogmas y doctrinas de la fe no habría claridad acerca del futuro, salvo la perspectiva de la muerte. Como dice Flannery O’Connor, los dogmas son auténticas “ventanas abiertas hacia el infinito”. Como en lo siguiente: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con El” (Romanos 6, 8).

 Flannery O'Connor en 1962 en su granja Andalusia en Georgia (EE.UU.)
(Foto: Joe McTyre / AP /El País)

Pero incluso si nos esforzamos, con la gracia de Dios, por creer todo lo que Jesús nos enseña por medio de su Iglesia, nuestra permanente lucha contra las ansiedades continúa. Tenemos que vivir en el momento presente, y eso es difícil en un mundo que camina aceleradamente. Dios nos da su gracia, si nos abrimos a Él cuando lo necesitamos, en cada instante, todos los días. He aquí por qué es tan necesario encontrarnos continuamente con Cristo en la oración, en los sacramentos, en la Misa dominical, en las certezas del dogma católico, que es la revelación del plan de Dios respecto a nosotros. Pero Dios no otorga su gracia por anticipado.

Por ello es que constituye un pecado de orgullo presumir que se puede manipular las enseñanzas de Cristo o despreciar los “dogmas” y “doctrinas” católicos, sugiriendo que ellos están sujetos a un continuo cambio. Quienes piensan así se transforman en agentes de confusión y de ansiedad, demoliendo en verdad a Cristo. Los miembros de la jerarquía de la Iglesia no están por sobre las firmes enseñanzas de Cristo.

Las doctrinas de la Iglesia –independientemente de la “rigidez” que se cree ver en ellas- son buenas porque por su intermedio nos encontramos con Cristo y con la Providencia de Dios. Las firmes certezas de las enseñanzas de Cristo no sólo nos guían, sino que nos ayudan a aliviar las ansiedades que nos atacan diariamente. Después de todo, “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8, 32). No es un mal dogma para tener en cuenta. 

Nota de la Redacción: Esta columna apareció originalmente en el sitio The Catholic Thing (www.thecatholicthing.org). Copyright 2017. Todos los derechos reservados. Publicada con autorización.

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Actualización [11 de junio de 2017]: Religión en libertad ha publicado un reportaje sobre el IV Congreso Sacra Liturgia, celebrado esta vez en Milán entre el 6 y el 9 de este mes. La conferencia inaugural estuvo a cargo del Cardenal Sarah, quien en la versión del año pasado causó revuelo por su llamada a que los sacerdotes comenzasen a celebrar la Santa Misa vueltos al oriente desde el primer Domingo de Adviento. El Cardenal Burke también participó en el congreso, haciendo un balance de la primera década del motu proprio Summorum Pontificum, tal cual lo hará nuestra Asociación el próximo mes en la tercera versión del congreso que lleva ese nombre. El reportaje se centra en reproducir la entrevista que La Nuova Bussola Quotidiana le hizo a Dom Christopher Zielinski OSB, abad de Lendinara (Rovigo, Véneto) y consultor de la Congregación para el Culto Divino. Este benedictino insiste en que "el hombre narcisista de nuestro tiempo, cada vez más desesperado, necesita seriamente una liturgia que lo ayude a liberarse de ese encerrarse y replegarse en sí mismo que, de manera inexorable, lo ahoga". De ahí que sean de extrema importancia los elementos rituales que ponen en evidencia el carácter sacrificial del rito. La conclusión es, entonces, que la liturgia tradicional es el remedio que el hombre posmoderno necesita para encontrar la paz, la cual sólo se logra en Dios. 

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