Joris-Karl Huysmans (1848-1907), uno de los más connotados conversos en la Francia de la llamada Belle Époque, recorrió un largo camino espiritual y estético hasta su regreso al catolicismo. Originalmente miembro del círculo naturalista de Émile Zola, la publicación de su novela À rebours (1884, traducida habitualmente en castellano como A contrapelo) marcó un quiebre con el naturalismo y su acercamiento al Decadentismo del Fin de Siècle. La novela, junto con Les Fleurs du mal (Las flores del mal), de Baudelaire, se convirtió en Francia en la obra de cabecera de dicho movimiento estético y causó gran admiración en muchos, llegando el poeta simbolista Mallarmé a dedicarle un poema al protagonista de la novela, Des Esseintes, un dandy decadentista que, como una suerte de anacoreta profano, se recluye en una casa en el campo para entregarse a toda clase de experiencias estéticas.
Joris-Karl Huysmans
(Imagen: Letras Libres)
Posteriormente, la conversión de Huysmans lo llevaría por nuevos derroteros no sólo personales y espirituales, sino también estéticos, dando lugar a una trilogía de trasfondo veladamente autobiográfico (el protagonista de las tres novelas, Durtal, es un evidente alter ego literario de Huysmans): En route (En ruta, 1895), La Cathédrale (La catedral, 1898) y L'Oblat (El oblato, 1903), esta última un retrato de las experiencias de Huysmans como oblato de la abadía benedictina de Ligugé. Sin embargo, Huysmans vería después A contrapelo no en contraposición a la Fe redescubierta, sino como una estación en su camino hacia ella (Prólogo de 1903 del autor para A contrapelo). Recientemente ha existido un renovado interés en la figura de Huysmans gracias a la novela Soumission (Sumisión, 2015), de Michel Houllebecq, cuyo protagonista es un profesor universitario experto en Huysmans [véase aquí la entrada que en su momento dedicamos a este escritor francés contemporáneo, donde también aludimos al vínculo con Huysmans].
A continuación hemos querido transcribir un pasaje de A contrapelo que consideramos de interés para nuestros lectores, en el cual Des Esseintes, preso de sus ensoñaciones, rememora sus experiencias con la música sacra durante su infancia en un colegio jesuita, expresando su predilección por el canto gregoriano, poniéndose así Huysmans, antes de su conversión, en sintonía con el movimiento de rescate del gregoriano emprendida por la abadía de Solesmes (y, en especial, su abad, Dom Prosper Guéranger, precursor del Movimiento Litúrgico) y luego decididamente por San Pío X en el motu proprio Tra le sollicitudine (1903). Hasta ese entonces, el canto gregoriano se encontraba amenazado por los gustos imperantes, que favorecían la polifonía e incluso la influencia del género operístico sobre la música sacra. El pasaje es de impresionante actualidad en los tiempos actuales, en los que han transcurrido cincuenta años de renovada iconoclastia litúrgica y musical, en los que se ha intentado sistemáticamente suprimir este tesoro milenario de la Iglesia.
Edición francesa de A contrapelo
(Imagen: Libros envenenados)
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"¨[...] Entonces sintió que su cerebro delirante se elevaba entre ondas musicales y que se ponía a dar vueltas atrapado entre los torbellinos místicos de su infancia. Los cánticos aprendidos en el colegio de los Jesuitas volvieron a resonar de nuevo, y con ellos reapareció el internado y la capilla donde los había escuchado, contagiando sus alucinaciones a los órganos olfativos y visuales, que los fueron envolviendo entre humo de incienso y entre los diversos tonos de luz que irradiaba el resplandor de las vidrieras bajo las altas bóvedas sostenidas por enormes arcos.
En el colegio de los Jesuitas, las ceremonias litúrgicas se celebraban con gran pompa y esplendor; un excelente organista y un coro extraordinario hacían que estas ceremonias resultaran una delicia artística que realzaba el sentido del culto. El organista sentía una especial predilección por los maestros clásicos, y, en los días de fiesta, interpretaba misas de Palestrina y de Orlando Lasso, salmos de Marcello, oratorios de Haendel y motetes de Sebastian Bach; ejecutaba también, prefiriéndolos a las blandengues y facilonas complilaciones del Padre Lambillote, que tanto éxito tenían entre los curas, algunos Laudi spirituali del siglo XVI, cuya solemne y sacerdotal belleza cautivaba con frecuencia a Des Esseintes.
Pero lo que más lo había llegado a conmover, causándole una dicha inefable, había sido la melodía del canto gregoriano que el organista había sabido mantener haciendo caso omiso de las nuevas tendencias.
Des Esseintes en su estudio, ilustración de Arthur Zaidenberg para una edición norteamericana (1931)
Esta forma melódica, considerada ahora como una forma caduca y gótica de la liturgia cristiana, como una curiosidad arqueológica, como una reliquia de los siglos pasados, era, en realidad, la voz de la antigua Iglesia, el alma de la Edad Media, la eterna plegaria cantada, y modulada según el ritmo de los impulsos del alma, el himno que de forma permanente se va elevando hacia el Altísimo a través de los siglos.
Esta melodía tradicional era la única que, por sus vigorosos acordes cantados al unísono, su imponente y solemne armonía, parecida a la de las piedras labradas de los muros de sillería, pudo acoplarse y estar a tono con las viejas catedrales, llenando con su ritmo las bóvedas románicas de las que parecía ser la emanación y la voz misma.
¡Cuántas veces Des Esseintes se había sentido sobrecogido y sacudido por un soplo potente e irresistible, mientras el Christus factus est del canto gregoriano se elevaba por la nave de la iglesia cuyas columnas temblaban entre las nubes del humo del incienso, o cuando se oía el gemido del De profundis que sonaba de forma lúgubre, como un sollozo contenido, y desgarradora, como una súplica desesperada de la humanidad llorando su destino mortal e implorando la misericordia enternecida de su Salvador! [...]"
Nota de la Redacción: Los párrafos de À Rebours transcritos han sido tomados de la traducción de Juan Herrero, publicada en Cátedra (A contrapelo, Madrid, 7a ed., 2015, pp. 344-346).
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Actualización [27 de septiembre de 2017]: El sitio Dominus Est ha publicado una entrada con una traducción de un hermoso fragmento de la novela de Huysmans La catedral (1898), en el cual el protagonista, Durtal, asiste conmovido a la celebración de una Misa rezada, revelándosele el sentido de la liturgia hasta el punto de sentir una profunda unión con los cristianos de los primeros tiempos.
Actualización [27 de julio de 2019]: The Wanderer da noticia sobre la próxima aparición en castellano de una reimpresión del libro En ruta de Huysmans, que prepara la Editorial Homolegens, ya publicado originalmente en 2007. Ella forma parte, junto con La catedral, referida en la actualización anterior, de la trilogía donde el autor francés narra indirectamente su proceso de conversión (la trilogía está compuesta por En route, 1895; La catedrale, 1898, y L'Oblat, 1903). Para lo que aquí importa, Durtal, el protagonista, se convierte por la liturgia, y Huysmans, que es un esteta, se revela a través de su personaje como un incansable buscador de belleza que recorre las iglesias parisinas para oír Misa, asistir a la bendición del Santísimo Sacramento o a vísperas.
¡Muy interesante el sitio! ¡gracias y felicitaciones por el contenido!
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