martes, 12 de diciembre de 2017

La confrontación teológica entre activismo y oración

Ofrecemos a nuestros lectores un artículo del Profesor Peter Kwasniewski, académico del Catholic College of Wyoming y asiduamente reproducido en esta bitácora, donde realiza un certero diagnóstico de un cierto espíritu que tiende a imponerse en la época posconciliar: un activismo estéril que se ha separado de las raíces que deben nutrir a toda acción, a saber, una profunda actitud de contemplación y una vida de oración fervorosa e incesante.

El artículo fue publicado originalmente en el sitio New Liturgical Movement (aquí el original en inglés). La traducción es de la Redacción. Las imágenes, por su parte, son las que acompañan al artículo original.

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La herejía del activismo contra la primacía de la oración



Peter Kwasniewski


En los Cuadernos de Notas del Concilio Vaticano, de Henri de Lubac, fuente de datos ya usada con provecho en los temas del esplendor y del latín por New Liturgical Movement, encontramos el siguiente resumen de un discurso pronunciado por el cardenal William Godfrey, arzobispo de Westminster, el 9 de noviembre de 1962, durante la discusión sobre el Oficio Divino:

Hay quienes exageran el onus sacerdotum in opere pastorali [el peso del sacerdocio en el trabajo pastoral]. Yo he sido cura párroco, me encuentro con gran cantidad de sacerdotes, y nunca me he topado con alguno que me dijera que ya no tiene tiempo para el breviario. No se legisle de modo universal para atender a unos pocos casos excepcionales. Tened cuidado con la haeresis bonorum operum [la herejía de las buenas obras]. El trabajo debe subordinarse a la oración. El breviario ya ha sido aligerado, y debe seguir siendo el essentiale nutrimentum nostri laboris [el alimento esencial de nuestro trabajo]… En nuestra catedral se recita o canta el Oficio todos los días; y nos descuidamos el trabajo debido a ello [1].

El sábado 10 de noviembre, el obispo Martín Jaime Flores, de Barbastro, España, hizo la observación, aunque obvia, muy importante, de que oratio est labor pastoralis: la oración es, en cierto modo, trabajo pastoral, es algo que beneficia al pueblo más que ninguna otra labor [2]. Más tarde, aquel mismo día, el obispo Luigi Carli, de Segni, habló contra lo que llamó “activismus exaggeratus”, un activismo exagerado, y dijo que la reducción del breviario sería un “impacto, un escándalo para todo el pueblo cristiano” [3].

 Mons. John Ireland, padre del americanismo

Para encontrar las raíces de este “exagerado activismo” –que el P. Jordan Aumann, O.P., llegó a llamar una “herejía” [4]- debemos retroceder hasta la controversia “americanista” de fines del siglo XIX. La biografía del P. Isaac Hecker, fundador de los Paulistas, escrita por el P. Walter Elliott en 1891, apareció en traducción francesa en 1897. Esta traducción incluía la controvertida “Introducción” del obispo John Ireland, de St. Paul, que ocasionó la carta de León XIII Testem Benevolentiae, de 1899, dirigida al cardenal Gibbons y a los obispos estadounidenses. Como Paul Vigneron relata en su libro Histoire des crises du clergé français contemporain, de 1976, la biografía de Hecker se transformó en un éxito de ventas en el clero francés, que era por entonces atacado por un gobierno anticlerical. Pronto se produjo un vuelco que desvió de la vida interior hacia el activismo o, como diríamos hoy, hacia “la pastoral”. Se desplomaron las vocaciones al clero diocesano. Esta tendencia sólo se revirtió con la publicación del libro de Dom Jean-Baptiste Chautard L'Ame de Tout Apostolat [El alma de todo apostolado1907, 1909 y 1913]. Y las vocaciones florecieron hasta 1946, cuando ya se habían vendido más de 250.000 ejemplares de ese libro. Entonces el P. Marie-Dominique Chenu OP, capellán nacional de los sacerdotes obreros, atacó públicamente L'Ame de Tout Apostolat sindicándolo como pasado de moda: la situación en que había escrito Dom Chautard había dejado de existir. Las vocaciones al clero diocesano se desplomaron, sin que se hayan recuperado jamás[5].  

El P. Marie-Dominique Chenu OP, opositor a Dom Chautard

Así, para cuando se reunió el Concilio Vaticano II, ya estaban bien definidas las líneas de batalla entre los que, de acuerdo con la tradición católica expuesta por Chautard, veían la inherente prioridad de la oración y la contemplación sobre las obras de la vida activa, y aquellos que, siguiendo la moderna tendencia desde Ireland hasta Chenu, deseaban disminuir “la carga” de la oración a favor de la eficiencia pastoral.

No cabe duda acerca de cuál de estos partidos ganó en la práctica: todas las liturgias de la Iglesia católica romana, desde los ritos de los sacramentos hasta el Oficio Divino y las bendiciones, fueron muy acortadas, simplificadas y reestructuradas; se dio muchas “tareas” al pueblo, y al celebrante se le dio los papeles, más “activos”, de interlocutor, animador, comentarista, improvisador. Se redefinió la vida religiosa en términos de apostolado social. En particular, los contemplativos sintieron que tenían que justificar su existencia señalando los beneficios concretos que otorgaban a la sociedad. A medida que las vocaciones al sacerdocio diocesano se derrumbaban, pasó lo mismo, y por las mismas razones, con las vocaciones religiosas, sin que jamás se hayan recuperado en la mayor parte de la Iglesia [6].

Hoy, cuando ya hemos atravesado muchas décadas de las preocupantes consecuencias, de los costosísimos “daños colaterales”, de este frenético activismo, estamos en situación de ver con más claridad que nunca la sabiduría de Godfrey, Flores y Carli, de León XIII, de Chautard y de Aumann. Nada menos que Ratzinger escribe, con frecuencia y penetración, sobre el problema del activismo, que considera sintomático de la pérdida de confianza en la realidad de Jesucristo y en la primacía de su Reino. En una aguda sección de The Ratzinger Report [Informe sobre la fe], éste habla de la pérdida de la dimensión de receptividad femenina en la Iglesia:

El activismo, la voluntad de ser "productivos", "relevantes" a toda costa, es la constante tentación del hombre, incluso del religioso varón. Y ésta es, precisamente, la tendencia básica en las eclesiologías […] que presentan a la Iglesia como "el Pueblo de Dios" comprometido en la acción y en la exigente traducción del Evangelio a un programa de acción con objetivos sociales, políticos y culturales. Pero no es una casualidad que la palabra "Iglesia" sea de género femenino. En ella, de hecho, vive el misterio de la maternidad, de la gratitud, de la contemplación, de la belleza y, en suma, de los valores que parecen inútiles a los ojos del mundo profano. Quizá sin ser totalmente consciente de por qué, la religiosa experimenta la profunda desazón de vivir en una Iglesia donde se reduce el cristianismo a una ideología del hacer, de acuerdo con esa eclesiología, estrictamente masculina que, no obstante, se presenta –y en la que quizá se cree- como algo más cercano a las mujeres y a sus necesidades "modernas". Pero junto con ella se da un proyecto de Iglesia en que ya no hay lugar para la experiencia mística, para este pináculo de la vida religiosa que, no sin razón, ha figurado por siglos entre las glorias y tesoros que ofrecen a todos, con una inquebrantable constancia y plenitud, más las mujeres que los hombres [7].

En una conferencia de 2000 sobre “Nueva Evangelización”, Ratzinger, igual que Chautard, destacó la necesidad de fundamentar el apostolado en la oración: 

"Jesús predicaba de día, y de noche, oraba". Con estas breves palabras, [Don Dídimo] quería decir que Jesús tenía que conseguir de Dios sus discípulos. Y esto es siempre verdad. No podemos reunir a los hombres nosotros mismos. Debemos adquirirlos de Dios y para Dios. Todos los métodos son inanes sin el fundamento de la oración. Las palabras del anuncio deben estar siempre empapadas en una intensa vida de oración […] El teocentrismo es fundamental en el mensaje de Jesús y debe estar también en el corazón de la nueva evangelización […] Proclamar a Dios es introducir [a los demás] en una relación con Dios, es enseñar a orar. La oración es la fe en acción. Y sólo cuando se experimenta la vida con Dios se hace presente en realidad la prueba de Su existencia [8].

Benedito XVI vuelve a este tema en su primera encíclica, Deus Caritas Est, de 2005:

Se  necesita, en  concreto y con urgencia, la oración como medio de obtener de Cristo siempre nuevas fuerzas. Quienes oran no pierden el tiempo, aun cuando la situación se presente como desesperada y parezca pedir solamente acción. La piedad no perjudica la lucha contra la pobreza de nuestros prójimos, por extrema que ésta sea. […] Es hora de reafirmar la importancia frente al activismo y al creciente secularismo de muchos cristianos comprometidos en obras de caridad. Por cierto, el cristiano que ora no pretende ser capaz de cambiar el plan de Dios o de corregir lo que Él ha previsto, sino que, más bien, busca un encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo a Dios que, con la consolación del Espíritu, lo  conforte a él y a sus obras […] Nuestro clamor [al Padre] es, tal como lo fue para Jesús en la Cruz, el modo más profundo y radical de afirmar nuestra fe en su poder soberano [9].

 Vermeer, Cristo en la casa de Marta y María (1655)

Uno de los tratamientos más extensos de este tema lo encontramos en la Audiencia General de Benedicto XVI de 25 de abril de 2012, en que explica la decisión de los Apóstoles de ordenar diáconos que los secundaran. El Papa ve, en el enfocarse los Apóstoles en la Palabra y los diáconos en la atención a los pobres, un reflejo de la distinción entre María y Marta en Betania, y advierte que cada uno de estos dos aspectos apoya al otro: la meditación orante de la Palabra conduce a que sea proclamada con convicción y, al mismo tiempo, quienes son escogidos para realizar las obras de misericordia deben estar imbuidos del Espíritu Santo, no ser meros trabajadores sociales. Y a continuación toca el punto central, que merece ser leído teniendo presente la “carga” de la recitación o canto del Oficio Divino:   

No debemos perdernos en puro activismo, sino dejarnos siempre penetrar en nuestras actividades por la luz de la palabra de Dios y aprender de ella la verdadera caridad, el verdadero servicio a los demás, que no requiere de muchas cosas, aunque sí requiere de cosas necesarias, sino que, sobre todo lo demás, requiere de nuestro afecto más profundo y de la luz de Dios.

Comentando el episodio de Marta y María, San Ambrosio encarece, tanto a sus fieles como a nosotros que "Busquemos también tener aquello que no se nos puede quitar, dedicando una atención diligente, no distraída, a la palabra del Señor. Las semillas de la palabra celestial se las lleva el viento si se las siembra a la vera del camino. Ojalá que el deseo de conocer sea también para vosotros lo que fue para María: ésta es la obra más grande y más perfecta". Y añade que "la atención al ministerio no debe distraernos de conocer la palabra celestial" mediante la oración (Expositio Evangelii Secundum Lucam, VII, 85; PL 15: 1720).  

San Bernardo, modelo de armonía entre contemplación y trabajo intenso, en su libro De Consideratione, dedicado a Inocencio II a fin de ofrecerle algunas consideraciones sobre su ministerio, insiste precisamente en la importancia del recogimiento interior, de la oración para defenderse de los peligros de la hiperactividad, cualquiera sea nuestra condición o la tarea que hay que cumplir. Dice San Bernardo que, con demasiad frecuencia, demasiado trabajo y un estilo de vida frenético terminan por endurecer el corazón y hacer sufrir al espíritu (cf. II, 3).

Sus palabras son hoy un precioso recordatorio para nosotros, que estamos acostumbrados a evaluarlo todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia […] Sin oración diaria, vivida con fidelidad, nuestras obras son vacías, pierden su espíritu profundo, y se reducen a un mero activismo que, al cabo, nos deja insatisfechos […] Para los pastores, ésta es la primera y más valiosa forma de servicio a la grey que se les encomienda. Si los pulmones de la oración y de la palabra de Dios no nutren la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el riesgo de vernos abrumados por las innumerables cosas de cada día: la oración es la respiración del alma y de la vida [10].

Releyendo estos valiosos textos de Ratzinger (y hay muchos más como éstos), no podemos evitar hacer algunas incómodas preguntas al clero, a los religiosos, al laicado, que luchan por santificarse, lo cual, como sabemos, no es resultado de nuestras acciones sino un don que se da a quienes lo piden en la oración, que buscan, que golpean:

¿Creemos realmente en Dios? Si creemos, creeremos en Su señorío, en Su primacía, en Su precedencia sobre todas las cosas creadas, materiales o espirituales, visibles o invisibles, por lo que Él siempre merece la prioridad en nuestra vida cotidiana, lo mejor de nuestro tiempo, de nuestra energía, de nuestra atención. Y esto se refiere tanto a la oración litúrgica como a la privada.

¿Creemos en la palabra de Nuestro Señor cuando dice claramente: “Buscad primero el Reino de Dios y Su justicia, y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33), o cuando dice: “Sin Mí, no podéis hacer nada” (Jn 15, 5)? Si creemos en ella,  rechazaremos de raíz la mentalidad pelagiana secular que ha infiltrado y corrompido tantas “buenas obras” auspiciadas por la Iglesia o llevadas a cabo en nombre del cristianismo.  

¿Creemos que a Nuestro Señor se da más honor y gloria cuando ponemos en nuestros labios y fijamos en nuestro corazón las palabras de los mismos salmos que Él inspiró para recitar Él como hombre en la tierra, tal como la Iglesia nos invita a hacer en el Oficio Divino? Si lo creemos, nuestra idea sobre la “carga” del Oficio habrá de cambiar, empezaremos a pensar en tomar alguna versión del breviario preconciliar, sea el romano o el monástico; no buscaremos brevedad, rapidez ni eficiencia ni, si oramos ya en latín, trataremos de suprimir cosas mediante una recitación insensatamente rápida.

¿Creemos que el mismo Señor Jesucristo se nos hace realmente, metafísicamente, corporalmente, personalmente presente en la Misa? Si lo creemos, ello debiera ser obvio en el modo en que oramos y en el lugar que el culto ocupa en nuestra vida diaria.

Por último, ¿creemos en el poder y en el misterio de la oración? Esa es la cuestión. Las palabras del cardenal Godfrey, pronunciadas hace 55 años, debieran inquietarnos hoy día.



[1] Henri de Lubac,  Vatican Council Notebooks (San Francisco, Ignatius Press, 2015), I, pp. 258-259. El latín no lleva itálicas en este libro.

[2] De Lubac, Vatican Council Notebooks, cit., p. 266.

[3] De Lubac, Vatican Council Notebooks, cit., pp. 268-69.

[4] Jordan Aumann, O.P., “The Heresy of Action”, en Cross and Crown 3 (1951), pp. 25-45.

[5] Debo esta información a Anthony Sistrom. Vigneron cita más de 300 biografías  y memorias de sacerdotes franceses para fundar su relato.

[6] Véase el buen artículo de Hilary White intitulado "What is the Catholic Religion Actually For? A Monastic Answer" [“¿Para qué es, en realidad, la religión católica? Una respuesta monástica”].

[7] The Ratzinger Report (San Francisco, Ignatius Press, 1987), p. 103.

[8] Disponible aquí.

[9] Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas Est (2005), núm. 36-38.

[10] Disponible aquí.

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