En la sección "Día a día" de la edición del diario El Mercurio de Santiago del viernes 8 de diciembre de 2017, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el columnista Mentessana publicó un breve artículo que recuerdas las primeras comuniones de antaño, siempre ligadas a esta fiesta mariana e imbuidas de una piedad eucarística mucho más intensa que hoy, donde desgraciadamente muchas veces se suele dar prioridad a lo secundario y se desatiende lo principal, Jesús Sacramentado que se ofrece por vez primera a los niños, convirtiendo tan importante momento en una mera actividad social.
El original puede leerse aquí. Respecto de las imágenes, la primera imagen proviene del artículo que se reproduce, mientras que la segunda fotografía ha sido tomada de Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española.
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La primera vez
Mentessana
Solía ser el 8 de diciembre -día de la Inmaculada Concepción- el momento ideal para que los niños hicieran su primera comunión. Ha cambiado esta tradición. Recuerdo la data con singular emoción porque marcó a fuego mi vida. No soy el único.
Noventa por ciento de católicos mayores de 50 años -según un estudio realizado hace 22 años- recuerda que la primera comunión fue el acto más importante de su existencia. Hay quienes aún guardan una fotografía de esa instancia.
Miguel, amigo, me muestra en su celular (o como se llame) una imagen de él en su primera comunión. "Tiene más de 60 años -me dice- y antes había que hacerla en un estudio fotográfico. Ahora la pasé aquí".
Otros tiempos. Hoy, los familiares captan imágenes durante la Misa y las criaturas que van a comulgar están más preocupadas de la foto que de la hostia.
No fue mi caso. Al contrario, con qué devoción vivimos la Eucaristía y con cuánto empeño cantábamos "Vamos, niños, al sagrario". Con especial entusiasmo coreábamos: "No llores, Jesús, no llores/que nos vas a hacer llorar/y los niños de esta escuela/te queremos consolar".
Misa de Primera Comunión, al aire libre, en Santiago de Chile (década de 1940).
Muy emotivo, pero el canto que más me conmovió fue "Oh, santo altar" y, en especial, su estribillo: "Hora feliz/en que el Señor del Cielo/se ofrece a mí/por la primera vez (bis)". Una bella y sentida melodía que ahora, 65 años después, mientras la escribo y la canto, me emociona igual que la primera vez.
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