Uno de los cuadros más realistas y espiritualmente poderosos de la crucifixión lo constituye la parte central de Retablo de Isenheim, pintado a finales del siglo XV por el artista alemán Matthias Grünewald. Ahí aparece el cuerpo de Jesús plagado de úlceras y heridas, la cabeza cubierta por una brutal corona de espinas, las manos y pies atravesados no por clavos normales sino por enormes pinchos y, quizá lo más terrible, la boca abierta en agónico silencio. Al observador no se le esconde nada de esta muerte, la más horrible de todas.
El Retablo de Isenheim (Matthias Grünewald, 1512-1516)
Museo de Unterlinden, Colmar, Francia
(Imagen: Wikicommons)
A la derecha de la figura de Jesús, Grünewald ha pintado, en elocuente anacronismo, a Juan el Bautista, el precursor del Mesías, quien indica que Cristo es el Cordero de Dios del modo más peculiar: en vez e señalar directamente al Señor, el brazo y la mano de Juan aparecen extrañamente retorcidos, como si tuviera que contorsionarse para hacerlo. Es para preguntarse si Grünewald sugería que nuestras deformadas expectativas sobre lo que constituye una vida gozosa y libre han de dar un giro copernicano para entender la asombrosa verdad revelada en Cristo crucificado.
Nota de la Redacción: El texto está tomado de Barron, R., Catolicismo. Un viaje al corazón de la fe, trad. de Marciano Escutia, Madrid, Rialp, 2017, pp. 60-61.
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