Les ofrecemos una nueva traducción del Dr. Peter Kwasniewski. El artículo versa sobre la intervención que sufrió la fórmula de consagración del vino en el Misal reformado, desplazando la expresión "Mysterium Fidei" al final y como parte de una invitación que el sacerdote hace a los fieles para unirse a su oración. El autor explica cómo ese cambio significó un desprecio a una Tradción milenaria, cuyo fundamento fue la opinión de algunos expertos.
El artículo fue publicado en The Remnant y New Liturgical Movement, y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan la publicación en New Liturgical Movement.
El artículo fue publicado en The Remnant y New Liturgical Movement, y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan la publicación en New Liturgical Movement.
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El descarte del Mysterium Fidei y la fabricación de un memorial
Peter Kwasniewski
El 1° de julio es la fiesta de
la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en el calendario romano
tradicional, al que fue introducida por Pío IX en 1849. Fue suprimida por Pablo
VI en el nuevo calendario general de 1969 o, más bien, fue refundida, con
típico racionalismo, con la fiesta de Corpus Christi (llamada así desde el
siglo XIII), denominándosela fiesta de Corpus et Sanguis Christi. El siguiente
artículo, sobre la burda metamorfosis posconciliar de la fórmula que se
pronunciaba sobre el cáliz, viene muy bien en esta fiesta.
La historia de cómo se cambió las
palabras de consagración pronunciadas sobre el cáliz en el Novus Ordo Missae es una impactante exhibición de muchos problemas
interrelacionados, característicos de la reforma litúrgica en general: falso anticuarianismo, comprensión defectuosa de la participatio actuosa, encaprichamiento con la práctica oriental y
simultáneo desprecio por lo exclusivamente occidental, desdén por la piedad y
la doctrina medievales, falta de humildad ante lo que no se puede comprender
enteramente y falta de respeto por lo misterioso, mecánica reducción de la
liturgia a una especie de material que podemos manipular a placer (tal como
podemos hacer con el mundo natural mediante nuestra tecnología), y prurito por
inventar nuevas formas, por aburrimiento o incomodidad con las antiguas. Este
ejemplo sirve, pues, como una ilustración clarísima de los errores y vicios que
permean la reforma en su totalidad.
El papa Inocencio III y Santo Tomás de Aquino
1. La idea
tradicional.
Desde la oscuridad del pasado y durante
siglos, el sacerdote ha pronunciado las palabras “Mysterium Fidei” en medio de las palabras de consagración
susurradas sobre el cáliz. Estas palabras evocan poderosamente la irrupción o
aparición de Dios, por este insondable sacramento, en medio de nosotros. La
consagración del vino completa la significación del sacrificio de la Cruz, el
momento en que nuestro Supremo Sacerdote obtuvo para nosotros la redención
eterna (cfr. Heb 9, 12), cuya re-presentación, junto con la aplicación de sus
frutos, es precisamente el propósito de la Misa.
El 29 de noviembre de 1202, el papa
Inocencio III envió la carta Cum Marthae
circa al arzobispo Juan de Lyon -carta incluida en Denzinger[1]-,
en la que escribe:
“Vos habéis preguntado quién añadió,
a las palabras de la fórmula usada por Cristo mismo cuando transubstanció el
pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, las palabras que se encuentran en el
Canon de la Misa generalmente usado por la Iglesia, pero que no están
registradas por ninguno de los evangelistas […] [a saber] las palabras “Misterio
de la fe” insertadas entre las palabras de Cristo […] Seguramente hay muchas
palabras y hechos del Señor que han sido omitidos en los Evangelios: en éstos
leemos que los apóstoles las han suplementado con sus palabras y expresado con
sus acciones […] Con todo, se usa la expresión “Misterio de la fe” debido a que
aquí lo que se cree difiere de lo que se ve, y lo que se ve difiere de lo que
se cree. Porque lo que se ve es la apariencia del pan y del vino, y lo que se
cree es la realidad de la carne y la sangre de Cristo y el poder de la unidad y
del amor”.
La respuesta del Papa equivale a
esto: hay muchas cosas que Cristo entregó a los Apóstoles, para que éstos las
transmitieran, que no están registradas en la Escritura, y ésta bien podría ser
una de ellas. Escribiendo sólo setenta años después, Santo Tomás de Aquino
convierte la pregunta del arzobispo en la novena objeción a la adecuación de
las palabras de la consagración del vino:
“Además, las palabras con las que
este sacramento es consagrado derivan su eficacia de la institución por Cristo.
Pero ningún evangelista cuenta que Cristo haya pronunciado estas palabras. Por
tanto, ésta no es una forma apropiada para la consagración del vino”[2].
Responde Santo Tomás a esta
objeción:
“Los evangelistas no pretendieron
transmitirnos las fórmulas de los sacramentos, que la Iglesia primitiva tenía
que mantener secretas, como observa Dionisio al final de su libro Sobre la jerarquía eclesiástica; su propósito fue escribir la historia de Cristo. Sin
embargo, casi todas estas palabras pueden ser entresacadas de varios pasajes de
las Escrituras. Así, las palabras 'este es el cáliz' se encuentran en Lc 22,
20, y en 1 Cor 11, 25, en tanto que Mateo dice en 26, 28: 'Esta es mi sangre
del nuevo testamento, que será derramada por muchos en remisión de los
pecados'. Las palabras añadidas, o sea, 'eterno' y 'misterio de la fe', fueron
transmitidas a la Iglesia por los apóstoles, que las recibieron del Señor,
según 1 Cor 11, 23: 'Yo he recibido del Señor lo que a mi vez os he
transmitido'”.
Santo Tomás podría haber hecho
presente que la primera Epístola a Timoteo incluye la expresión “mantener el
misterio de la fe con una conciencia pura” (1 Tm 3, 9). Posteriormente, en su
tratamiento de las palabras exactas de las fórmulas de consagración, Santo
Tomás reitera que esos detalles litúrgicos fueron deliberadamente escondidos en
la Iglesia primitiva; la Escritura no tiene el propósito de revelar el modo
preciso en que debe celebrarse los misterios sacramentales[3].
2. La
antigüedad y oscuridad de la frase.
Ni siquiera el gran desmitologizador
de la ciencia litúrgica del siglo XX, el P. Josef Jungmann, pretende dejar de
lado o deconstruir lo que él denomina “las palabras enigmáticas”:
“La frase se encuentra inserta en
los textos más antiguos de los sacramentarios, y se la menciona incluso en el
siglo VII. Sólo falta en algunas fuentes posteriores. Acerca del significado de
las palabras mysterium fidei, no
existe un total acuerdo. Se puede encontrar un lejano paralelo en las
Constituciones Apostólicas, donde se hace decir a Nuestro Señor en la
consagración del pan: “Este es el misterio del Nuevo Testamento, tomad, comed,
esto es mi Cuerpo”. Tal como aquí el mysterium
se refiere al pan en la forma de predicado, así también en el canon de nuestra
Misa se lo refiere al cáliz en forma de una aposición […] Mysterium fidei es una expansión independiente, sobreañadida al
complejo autosuficiente que la precede. ¿Qué se quiere decir con las palabras mysterium fidei? La antigüedad cristiana
no las habría referido a la oscuridad de lo que aquí se oculta a los sentidos,
y que es accesible (en parte) sólo a la fe (subjetiva). Las hubiera tomado, más
bien, como una referencia al sacramentum,
cargado de gracia, en que se comprende la totalidad de la fe (objetiva), la totalidad
del orden de la salvación. El cáliz del Nuevo Testamento es signo vivificante
de la verdad, el santuario de nuestra fe. Cómo o cuándo se hizo esta inserción,
o qué acontecimiento externo fue su causa, es algo que no se puede conocer
fácilmente”[4].
Hay aquí varios puntos que vale la
pena retener. Esta frase aparece en todas las fuentes más antiguas que tenemos
de la Misa, lo que sugiere un origen de gran antigüedad. La edición crítica del
Canon de la Misa, publicado por Brespols en la serie Corpus Orationum, no muestra variación alguna en la posición del mysterium fidei[5].
Se cita el texto romano en más de cincuenta manuscritos de diversas épocas y
orígenes, sin variaciones significativas. Del texto ambrosiano, que es
resultado de la romanización del rito ambrosiano llevada a cabo en la época
carolingia, se tiene sólo cinco manuscritos, pero todos la ponen también en el
mismo lugar.
Lo raro de esta inserción, y el
hecho de que haya sido tan celosamente conservada y transmitida, implica que se
la consideró no un rasgo secundario del rito, sino algo que pertenecía a la
esencia misma del rito de Roma. Aunque podemos estar en desacuerdo con la sutil
crítica de Jungmann a la interpretación hecha por Inocencio III, la noción de
que el “myterium fidei” apunta nada
menos que a “toda la fe de la Iglesia”, a “todo el orden divino de la
salvación”, localizado (por decirlo así) en el símbolo del cáliz y de su
precioso contenido, es verdaderamente impresionante. El eje de la realidad
atraviesa por ese vaso que se inclina sobre el altar.
La interpretación de Jungmann, junto
con los registros paleográficos, pone drásticamente en primer plano el problema
que enfrentan los historiadores de la liturgia cuando no pueden conocer a
ciencia cierta el origen de determinada costumbre. En tales casos, es imposible
excluir la hipótesis de que su origen es una institución apostólica o
subapostólica en Roma. Si ni siquiera la más rigurosa investigación puede
detectar el momento preciso de la historia en que las palabras mysterium fidei fueron inicialmente
añadidas, y si tenemos el testimonio monolítico de los manuscritos que
sobreviven, ¿no es preferible -en realidad, no es acaso una grave obligación de
respeto por las cosas más sagradas que poseemos- preservar la fórmula exactamente
como se nos la ha transmitido? Proceder de otro modo sería correr el riesgo de
una profanación. Esta hubiera sido, en realidad, tanto la hipótesis como la
actitud de todos los católicos hasta el siglo XX.
3. La campaña
para suprimir del Oficio la frase.
En un acto de asombrosa hybris, esta frase fue desalojada de su
inmemorial ubicación y se la transformó en la base de una “aclamación memorial”
que no había existido jamás en el rito romano anteriormente. Lo que había sido
un secreto y sublime reconocimiento de salvación -escondido, como el cristiano,
con Cristo en Dios- se convirtió en un extrovertido anuncio al público, en pro
de la “participación”, entendida, reduccionistamente, como un decir y hacer
cosas. ¿Cómo, exactamente, tuvo esto lugar y por qué?
Hacia la época del Concilio Vaticano
II, los cirujanos litúrgicos experimentaban la comezón de introducir sus
escalpelos en el Canon romano tan pronto como la autoridad les permitiera
remediar sus “defectos”. En un capítulo de libro pomposamente intitulado “Los
principales méritos y defectos del actual Canon romano”, Cipriano Vaggagini
OSB, sostuvo en 1966:
“El tercer defecto importante en el
modo como [el Canon] relata la institución de la Eucaristía es la inserción de
la frase mysterium fidei en medio de
las palabras que se dice sobre el cáliz. Esto no tiene paralelo en ninguna otra
liturgia y, dentro del mismo rito romano, su origen es incierto y su
significado, discutible. Sin embargo, es obvio que, en su forma actual, la
inserción mysterium fidei sirve para
separar e interrumpir las palabras de la institución”[6].
Bugnini nos dice en su enorme tomo
La reforma de la liturgia que Vaggagini, “en tres meses de intenso trabajo en
la biblioteca de la Abadía Mont-César (Lovaina) durante el verano de 1966 […] compuso dos modelos de nuevas Plegarias Eucarísticas, que presentó al grupo de
discusión”[7].
El análisis posterior coincidió en que algo había que hacer con ese malhadado mysterium fidei:
“La adición de 'el misterio de la
fe' en la fórmula de consagración del vino en el Canon romano, no es bíblica; tiene
lugar sólo en el Canon romano; es de origen y significado inciertos. Los
expertos mismos no están de acuerdo acerca del significado preciso de esas
palabras. De hecho, algunos de ellos le asignan a la frase un significado harto
peligroso, ya que lo traducen como 'un signo de nuestra fe'; interrumpe la
sentencia y dificulta tanto su comprensión como su traducción. Los franceses,
por ejemplo, se han visto forzados a repetir la palabra 'sangre' tres veces: 'este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza, misterio de la fe,
sangre derramada…'. Lo mismo ocurre en mayor o menor medida en otras lenguas. De
nuevo hay muchos obispos y pastores que han pedido que en las nuevas anáforas
la adición 'misterio de la fe' sea omitida. Todo esto explica el curso seguido
en las nuevas anáforas en relación con las palabras de la consagración”[8].
Además, se creyó conveniente que
hubiera alguna “aclamación de los fieles después de la consagración y elevación
del cáliz”. ¿Por qué? “Semejante práctica es propia de las Iglesias orientales,
y parece apropiado aceptarla en la tradición romana como una forma de aumentar
la activa participación de los fieles. Respecto de la forma exacta de la
aclamación, la rúbrica dice que se puede usar “éstas o similares palabras aprobadas
por las autoridades territoriales”. Puesto que las aclamaciones han de ser
dichas, o incluso cantadas, por los fieles, es necesario dejarles suficiente
libertad para que se las adapte según los requisitos de las diversas lenguas y
géneros musicales”[9].
En esta etapa del proceso, pues, la
idea era suprimir las palabras “mysterium
fidei” totalmente y poner en su lugar sencillamente una aclamación como
secuela de la elevación del cáliz.
El 26 de junio de 1977, el cardenal
Ottaviani, en su calidad de cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe
envió una carta a Annibale Bugnini[10]
en que expresaba qué cambios la Congregación preferiría que se hiciera a las
cuatro Plegarias Eucarísticas que habían sido enviadas para revisión docrinal.
Quienes ven a Ottaviani como un héroe por haber puesto su nombre al Breve
Estudio Crítico, dos años después, puede que se sorprendan y desilusionen al
ver cuán fácilmente aceptaba los planes de Consilium:
“Sobre la omisión del paréntesis
(inciso) 'mysterium fidei':
afirmativo. Sobre la 'aclamación' inmediatamente después de la elevación, 'Mortem tuam…', preferiríamos un texto
que expresara más claramente un acto de fe y reemplace así al desaparecido 'mysterium fidei' –[frase] ciertamente
inoportuna por la posición en que se encuentra, pero obviamente indicada como
un llamado a avivar la fe en ese solemne momento-. Se ha sugerido la frase
evangélica 'Señor mío, y Dios mío'”.
Aunque Ottaviani consintió la
supresión de la fórmula, su sugerencia de que se usara un texto diferente de 'Mortem tuam' como aclamación fue
evidentemente descartada.
En el famoso Sínodo de Obispos de
octubre de 1967, cuyos participantes fueron constituyeron el primer cuerpo
importante de “afuerinos” a quien se mostró la Missa normativa o borrador general de lo que Pablo VI llamaría
después Novus Ordo Missae[11], y a quien se pidió a continuación que
votara sobre ella e hiciera comentarios, se formuló a los Padres sinodales,
entre otras, la siguiente pregunta, según cuenta Bugnini:
“¿Debiera suprimirse
las palabras 'mysterium fidei' de la
fórmula de la consagración del vino? De 183 votos, 93 dijeron que sí, 48 que
no, y 42 que sí con cualificaciones. En esencia, las cualificaciones fueron las
siguientes: (1) las palabras debieran desaparecer también del Canon romano; (2)
estas palabras no debieran desaparecer completamente de la liturgia sino que
debieran ser usadas como una aclamación después de la consagración o en alguna
otra fórmula”[12].
Si sumamos los votos negativos y los
cualificados (placet iuxta modum),
vemos que la mayoría a favor de la supresión sin cualificaciones fue estrecha:
93 contra 90. Sin embargo, parece que la actitud de la mayor parte fue la misma
de Ottaviani: ¿por qué no aprovechar esta conmoción general para transformar
esta frase en un vehículo de participación?
No se puede evitar la impresión de
gente que “va improvisando cosas a medida que se avanza”, sin ninguna auténtica
reverencia por la tradición ni temor de Dios.
4. Pablo VI
insiste en que se reutilice la frase.
El tema siguió siendo motivo de
controversia al interior de Consilium.
Como cuenta Bugnini, la cuestión se planteó de nuevo en la décima sesión
general (23-30 de abril de 1968), reunida para analizar los seis cambios que
Pablo VI había tenido la temeridad (a juicio de los expertos) de insistir
respecto de la Missa normativa. “La
situación causó algún desaliento, ya que el Papa parecía estar limitando la
libertad de investigación de Consilium
al usar su autoridad para imponer soluciones”[13].
Se creó un subcomité especial para estudiar el problema, en el que estaban
incluidos, entre otros, Rembert Weakland, Joseph Gélineau y Cipriano Vaggagini.
En relación con este tópico, Pablo
VI -cosa no sorprendente en un Papa que había escogido el título Mysterium Fidei para su gran encíclica
de 1965, en que defendía la transubstanciación y condenaba ciertas tendencias
heréticas de la teología eucarística- expresó que no le gustaba la idea de
pasar directamente de la elevación a la aclamación, y pidió específicamente que
“las palabras mysterium fidei fueran
dichas todavía por el sacerdote antes de la aclamación de los fieles”. Bugnini
escribe:
“¿Cuáles fueron las objeciones puestas por el grupo de estudio a la
adopción de lo que el Papa quería?... Misterio de fe. Si el celebrante hubiera
de decir estas palabras antes de la aclamación de los fieles, (a) esto
constituiría una innovación sin base en la tradición litúrgica; (b) alteraría
la estructura del Canon en un momento importante; (c) cambiaría el significado
de las palabras en cuestión, ya que no estarían ya conectadas con la
consagración del cáliz. Si las palabras tuvieran que conservarse, decía el
informe, debieran conectarse con la fórmula de la consagración del vino o con
la aclamación”[14].
Pablo VI triunfó, finalmente. Por
tanto, no debiera sorprendernos encontrar este cambio y sus “beneficios”
pastorales anunciado en la Constitución Apostólica Missale Romanum de 3 de abril de 1969. La ironía de su contexto
inmediato, sin embargo, merece un examen detallado:
“Por lo que toca a las palabras Mysterium fidei, suprimidas del contexto
de las palabras de Cristo, nuestro Señor, y pronunciadas por el sacerdote, ello
abre el camino, por decirlo así, a la aclamación de los fieles. En cuanto al
Orden de la Misa, 'los ritos han sido simplificados, habiéndose tomado cuidado
de preservar su substancia'… Además, 'se ha restaurado… de acuerdo con la norma
de los Santos Padres, varios elementos que habían sido dañados con el paso del
tiempo'”.
A diferencia de la justificación para
“restaurar” el “salmo responsorial”, que se fundamenta en un falso
anticuarianismo y en una teoría reduccionista de la participación, aquí el Papa
no da explicación alguna, excepto el que “abre el camino, por decirlo así, a la
aclamación de los fieles”. Con todo, este cambio al venerable Canon romano
(luego replicado en todas las neo-anáforas) no puede haber sido hecho con
“cuidado” para “preservar la substancia” de los ritos, como indica la irónica
referencia a la restauración de “varios elementos que habían sido dañados con
el paso del tiempo, de acuerdo con la norma de los Santos Padres”[15].
Por lo que toca a mysterium fidei, la antigua norma fue
expresamente violada: el único daño infligido fue causado por el designio de Consilium. En realidad, fue debido a los
accidentes de la reforma litúrgica posconciliar que el rito romano sufrió
daños.
5. Protestan
los Cardenales y teólogos.
Una vez que el texto del Novus Ordo aprobado estuvo disponible en
1969, el Cardenal Ottaviani parece haber cambiado suficientemente de opinión
como para haberse manifestado dispuesto a firmar, junto con el Cardenal Bacci,
el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, en que encontramos la
siguiente crítica hecha por “un grupo de teólogos romanos”:
“La antigua fórmula
de la consagración era una fórmula propiamente sacramental, y no meramente
narrativa… El texto de la Escritura no se usó palabra por palabra como fórmula
de la consagración. La expresión 'misterio de fe' de San Pablo fue insertada en
el texto como expresión inmediata de la fe del sacerdote en el misterio que la
Iglesia hace real mediante el sacerdocio jerárquico”[16].
Esto me parece una excelente
intuición del beneficio ascético del sacerdote: el mysterium fidei, en medio de la consagración de la Preciosa Sangre
es un “resalto en el camino” que le recuerda estar cada vez más consciente de
la terrible realidad de lo que realiza ante Dios y por el pueblo: no se trata
de una conmemoración vacía, sino de hacer presente el objetivo Misterio “que ha
estado escondido durante siglos y generaciones, y que ahora se ha manifestado a
sus santos” (Col 1, 26). El Breve Examen crítico prosigue:
“Además, la aclamación memorial del
pueblo que sigue inmediatamente a la consagración –'anunciamos tu muerte Señor… hasta que vengas'- introduce una igual ambigüedad acerca de la Presencia Real, disimulada
como una alusión al Juicio Final. Sin una mínima pausa, el pueblo proclama su
espera de Cristo al final de los tiempos justo en el momento en que Él se hace
sustancialmente presente sobre el altar -como si la verdadera venida de Cristo
fuera a ocurrir sólo al final de los tiempos en lugar de aquí, sobre el altar
mismo-. La segunda opción de aclamación
memorial manifiesta esto todavía más claramente: 'Cuando comemos este pan y
bebemos este vino, proclamamos tu muerte, Jesús, hasta que vengas en gloria'.
La yuxtaposición de realidades enteramente diferentes -inmolar y comer,
Presencia Real y Segunda Venida de Cristo- realza aun más la ambigüedad”[17].
Aun cuando el Breve Examen crítico podría
haber formulado esta crítica con todavía mayor precisión (el lenguaje es un
poco laxo), es indudablemente verdadero decir que el mover una frase de tal
antigüedad, de tal densidad teológica y significación litúrgica, y la
introducción de aclamaciones que inmediatamente distraen la atención hacia el
banquete escatológico, no puede sino modificar la comprensión de la acción que
se realiza.
Una respuesta publicada en 1969 en Notitiae, el periódico oficial de Consilium (y posteriormente de la
Congregación para el Culto Divino que tomó su lugar), dejó en claro que el
trasplante de mysterium fidei alteró
fundamentalmente su carácter.
“Pregunta: cuando no hay presente ningún miembro
del pueblo que pueda hacer la aclamación después de la consagración, ¿debiera
el sacerdote decir 'el misterio de la fe'? Respuesta: no. Las palabras 'misterio de la fe', que han sido sacadas del contexto de las palabras del
Señor y ubicadas después de la consagración, 'sirven como introducción a la
aclamación de los fieles' (cfr. Const. Missale
Romanum). Sin embargo, cuando en ciertas circunstancias no hay nadie que
pueda responder, el sacerdote omite estas palabras, como se hace en una Misa en
que, por grave necesidad, se celebra sin ministro, en que se omite los saludos
y bendición al final (Inst. gen., núm. 211). Lo mismo se aplica a la concelebración de sacerdotes en que no hay ningún
fiel presente”[18].
En otras palabras, la frase se ha
transformado, de componente de la fórmula de la consagración, con una densidad
polisémica de significados teológicos y de función ascética para el sacerdote
mismo, en mensaje orientado a la congregación. Sin ésta, el mysterium fidei, en cierto sentido, deja
de existir. Esta respuesta de Notitiae
es un testimonio del absoluto corte de la frase con la tradición.
6. Más
consecuencias del cambio.
El desplazamiento de mysterium fidei de su venerable lugar a
una posición en que tiene una función nueva tuvo, al menos, cuatro efectos.
Primero, ratifica una vez más, y de
un modo especialmente dramático, la extendida tendencia de los eruditos
litúrgicos modernos -no sólo Jungmann, quien, como hemos visto, no yerra en lo
relativo al mysterium fidei, sino
incluso figuras tan eminentes como Adrian Fortescue y el Cardenal Schuster- a
suponer que algunas antiguas partes del texto del Canon y muchas otras partes
de la liturgia son meros accidentes históricos o, más bien, errores
introducidos por ignorantes. Dicho desplazamiento dio un espaldarazo a los
Vaggaginis del mundo y vino a decirles “¡Bien hecho, vosotros, críticos de los
siervos buenos y fieles!”.
Segundo, elimina o, al menos, pone
entre paréntesis, la piadosa creencia en que dicha formula deriva de la Tradición Apostólica y en la recepción medieval de dicha Tradición, apoyada,
hasta un punto que la pone a salvo de todas las dudas que pueda sugerir
cualquier postura erudita, por un testimonio litúrgico sin excepciones. Y de
este modo, hace su propia contribución al desmoronamiento general de la piedad
hacia las formas litúrgicas heredadas, quizá el más execrable de todos las repercusiones de la reforma.
Tercero, al modificar audazmente la
fórmula usada en el momento más solemne del Santo Sacrificio, el cambio emitió
un claro mensaje -más claro todavía que la inserción del nombre de San José en el Canon en 1962, su precursor- de que los cambios litúrgicos emprendidos en la
década de 1960 constituyen una revolución, no una reforma. Hay algunos cambios
que no pueden ser plausiblemente considerados como refinamientos o ajustes que
retienen su continuidad con la Tradición; simplemente, son rupturas. Mientras
más pronto reconozcamos esto, más rápidamente podremos dejar de lado la ilusión
de la ”reforma de la reforma” y recuperar la perdida continuidad en el punto en
que se la quebró[19].
Finalmente, a nivel enteramente
práctico, se da la inefable banalidad de la “aclamación memorial” que fue
montada en su lugar, tal como se la lleva a efecto en la plétora de versiones
en vernáculo a que ha quedado reducido el rito romano[20].
Cuando se dice en voz alta y en vernáculo la Plegaria Eucarística, la atmósfera
-que un acertado ars celebrandi
podría incluso volver piadosa hasta cierto punto- es hecha pedazos en su
momento más solemne por el murmullo, nunca totalmente unísono, de una u otra
respuesta, conducido por el sacerdote, en su rol secundario de maestro de
escuela. Cuando la aclamación se canta, el resultado puede ser peor: los
músicos, mal alimentados con una dieta de Haugen-Haas [Nota de la Redacción: el autor juega con la homonía que se produce entre el nombre de la marca de helados Häagen-Dazs, y el nombre de dos autores de música
religiosa popular, Marty Haugen y David Haas], descienden aun más abajo que sus peores esfuerzos cuando
ponen a la aclamación melodías empalagosas con clichés caricaturescos. La
inmolación del Esposo es mentalmente barrida por una barata imitación de
Broadway.
Desde un punto de vista ritual y
teológico, esta aclamación no es más que una intrusión, una irrupción, una
irrelevancia en el flujo de la acción litúrgica que, en ese momento, está
preocupada de ofrecer al Padre la sagrada Víctima, la Víctima pura, la Víctima
sin mancha, por la salvación de los hombres. Nuestra participación consiste en
adorar en silencio, uniéndonos a Su sacrificio en la Cruz, y aguardando su
abundante misericordia. No es el mysterium
fidei el que merece ser denigrado como “paréntesis”, sino la aclamación
memorial, parida por las mentes de Pablo VI y del Consilium.
7. Como
siempre, la Tradición es el camino del progreso.
El misterio de nuestra fe está
íntima e intrínsecamente ligado al hunc
praeclarum calicem, “este precioso cáliz”. Las palabras susurradas, mysterium fidei, están en el corazón de
la consagración del cáliz. Su eliminación es emblemática de lo que se ha hecho
con la liturgia entera, arrancarle el corazón a tantos ritos. Aunque las
palabras mysterium fidei no son
necesarias para realizar la transubstanciación (de modo que, sin ellas, la
consagración puede ser “efectiva” y la Misa, “válida”), el desalojo de la frase
de su ubicación de venerable antigüedad exuda una actitud de “no hay nada
sagrado”.
El salmo 15 usa el cáliz como
símbolo de la provisión generosa de Dios hacia su pueblo: “El Señor es la parte
de mi herencia y mi cáliz: tú eres quien me garantiza mi lote” (Ps 15, 5). Este
versículo nos recuerda la naturaleza de nuestra herencia litúrgica, que no es
el consecuencia de caprichosas
casualidades y de intenciones meramente humanas, sujeta a perpetuas revisiones,
sino una tradición viva que comienza en el Logos de Dios y culmina en el Logos
hecho carne, nuestro eterno Sumo Sacerdote que guía a su Iglesia por el don de
su Espíritu. La actitud que debemos tener ante nuestra herencia -lo que nos corresponde como deber- queda capturada en el siguiente versículo: “cayeron para mí
las cuerdas en parajes amenos, y es mi heredad muy agradable para mí” (Ps 15,
6).
Estas dos palabras, mysterium fidei… El que no sepamos de
dónde vinieron, ni por qué están donde están, impone una valla insuperable de
humildad a nuestro orgullo erudito: el que no podamos comprender todo el
alcance de su significado o exponerlas “clara y distintamente” al modo
cartesiano, doblega la incesante vanidad de nuestras ambiciones, poniéndonos en
el lugar de los mendigos que buscan cualquier migaja de intuición que pueda
caer de la mesa celestial de nuestro amo. Eso es lo que somos en verdad: ahí es
donde, en verdad, pertenecemos. “He aquí la paciencia y la fe de los santos […] He
aquí su sabiduría” (Ap 13, 10, 18).
[1] Está todavía en la edición 43a de Denzinger (San Francisco, Ignatius Press, 2012), en el núm. 782
[2] Thom. Aquin., Summa Theologiae, III, q. 78, a. 3.
[3] Cfr. Thom. Aquin., Summa Theologiae, III, q. 83, a. 4, ad 2.
[4] Jungmann, J., The Mass of the Roman Rite:
Its Origins and Development (Missarum Sollemnia) (trad. de Francis A.
Brunner, Notre Dame, IN, Christian Classics, 2012), II, pp. 199-201.
[5] Tomo X (1997), comenzado por Edmod
Eugene Möller y continuado por Jean-Marie Clément, OSB, y Bertrandus
Coppetiers’t Wallant. En el cuerpo de este trabajo, aquella parte del Canon es
Oratio 6265, con tres variantes mayores registradas: 6265a es el texto romano,
6265b el ambrosiano, y 6265c un texto ambrosiano anómalo registrado en un solo
manuscrito.
[6] Vaggagini, C., The Canon of the Mass
and Liturgical Reform (trad. de Peter
Coughlin, Staten Island, NY, Alba House, 1967), p. 104 [puede ser descargado aquí]. El aserto de Vaggagini de que “no tiene
paralelo en ninguna otra liturgia”, aunque verdadero, es típicamente equívoco:
ningún rito cristiano histórico ha usado jamás el texto bíblico estricta y
únicamente como palabras de la consagración. En otras palabras, las fórmulas de
consagración registradas en el Nuevo Testamento no son las exactas fórmulas
usadas en las liturgias cristianas históricas. Estos ritos litúrgicos son
anteriores a los textos bíblicos y reflejan determinadas costumbres que tienen
su propia racionalidad.
[7] Bugnini, A., The Reform of the Liturgy. 1948–1975 (trad. Matthew J. O’Connell, Collegeville, MN, The Liturgical Press,
1990), p. 450. El grupo fue el Coetus X, al que se le encargó el Ordo Missae.
[8] Ibid., p. 454.
[9] Ibid., 455.
[10] Prot. núm. 1028/67, que se encuentra en la p. 14 de este documento.
[11] Consistorio de Cardenales, 24 de mayo de 1967: “usus novi Ordinis
Missae” y “Novus Ordo promulgatus est” (“el uso del Nuevo Orden de la Misa”, y “el Nuevo Orden ha sido promulgado”).
[12] Bugnini, The Reform of the Liturgy, cit., p. 352.
[13] Ibid., p. 370.
[14] Ibid., pp. 371-372.
[15] La teoría propuesta por algunos eruditos preconciliares, en el
sentido de que el mysterium fidei se
originó en algo que el diácono decía al pueblo durante o inmediatamente después
de la consagración, fue desechada en 1949 como “poesía, no historia” (Bugnini, The Reform of the Liturgy, p. 352). Este fue un libro
que todo el mundo leyó en ese entonces.
[16] Ottaviani, A./Bacci, A., The Ottaviani Intervention: Short Critical Study of the New Order of
Mass (trad. de Anthony Cekada, West
Chester, OH, Philothea Press, 2010), p. 56. El texto está ligeramente modificado para
hacerlo correponder con el texto inglés de la aclamación memorial.
[17] Ibid., p. 58.
[18] Notitiae, núm. 5 (1969), pp. 324–325, núm. 3. Esta
traducción del original en latín es de http://notitiae.ipsissima-verba.org/.
[19] Véase mi artículo “Why the 'Reform of the Reform' Is Doomed” (“Por qué la 'reforma
de la reforma' está condenada”), OnePeterFive, 22 de abril de 2020.
[20] En contraste con casi todas las versiones en vernáculo que he
oído, la aclamación en latín (Mortem tuam annuntiamus, Domine…) está
bellamente vertida a una melodía gregoriana clásica. Sin embargo, la belleza de
la melodía no es capaz de superar los problemas más profundos que analizamos en
este artículo.
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