El texto del Evangelio que se lee hoy en la Misa es la Pasión según San Mateo, continuando el resto de la Semana Santa con la lectura de la versión que ofrecen los demás Evangelistas. En el Tercer Nocturno de Maitines de este día, el texto del Evangelio, que muchos Padres han comentado, es el siguiente (Mt 21, 1-9):
“Cuando próximos ya a Jerusalén, llegaron a Betfagé, junto al Monte de los Olivos, envió Jesús a dos discípulos diciéndoles: Id a la aldea que está al frente, y luego encontraréis una borrica atada y, con ella, el pollino; soltadlos y traédmelos, y si algo os dijeren, diréis: El Señor los necesita, y al instante los dejarán. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta: 'Decid a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga'. Fueron los discípulos e hicieron como les había mandado Jesús; y trajeron la borrica y el pollino, y pusieron sobre ellos los mantos, y encima de ellos montó Jesús. Los más de entre la turba desplegaban sus mantos por el camino, mientras que otros, cortando ramos de árboles, los extendían por la calzada. La multitud que le precedía y la que le seguía gritaba, diciendo: '¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas'”.
Dom Guéranger, en El año
litúrgico, comenta así este pasaje:
“Dos discípulos aparejan al pollino con sus vestidos; Jesús entonces, viendo realizar el vaticinio del profeta, monta sobre el animal y se prepara de este modo a entrar en la ciudad. Mientras tanto en Jerusalén corre el rumor de que Jesús se aproxima. Inspirados por el Espíritu divino la turba de judíos de toda Palestina, reunidos en la ciudad para celebrar en ella la Pascua, sale a recibirle con palmas y gritos clamorosos. El cortejo que iba acompañando a Jesús desde Betania, se confunde con esta multitud ferviente de entusiasmo; unos tienden sus vestidos por el camino, otros enarbolan ramos de palmera a su paso. Resuena el grito de "Hosanna" y recorre la ciudad la noticia de que Jesús, hijo de David, entra en ella como Rey.
“Así fue cómo Dios, ejerciendo su poder sobre los corazones, preparó, en la ciudad en que pocos días después sería pedida su sangre a gritos, un triunfo para su Hijo. Este día Jesús tuvo un momento de gloria y la Iglesia quiere que renovemos cada año el recuerdo de este triunfo del Hijo del hombre. Cuando nacía el Emmanuel, vimos llegar del lejano oriente a Jerusalén a los Magos en busca del Rey de los judíos, para adorarle y ofrecerle sus presentes; hoy es la misma Jerusalén la que sale a recibirle. Ambos acontecimientos tienen un mismo fin: reconocer a Jesucristo como Rey; el primero por parte de los gentiles, el segundo por parte de los judíos. Era menester que el Hijo de Dios recibiese ambos tributos antes de su Pasión. La inscripción que Pilatos pondrá dentro de poco sobre la cabeza del Redentor: Jesús Nazareno, Rey de los judíos, será el carácter indispensable de su mesianismo. Inútiles serán los esfuerzos de los enemigos de Jesús para cambiar los términos de lo escrito; no lograrán su fin. "Lo que he escrito, escrito está", respondió el gobernador romano. Su mano confirmó, sin saberlo, las profecías. Israel proclama hoy a Jesús por su Rey; bien pronto será dispersado en castigo de su perjurio; pero ese Jesús, a quien ha proclamado, permanecerá siempre Rey. De este modo se cumplió a la letra aquel mensaje del Ángel que dijo a María anunciándole la grandeza del hijo que iba a concebir: "El Señor le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eternamente". Jesús comienza en este día su reinado sobre la tierra; y como el primer Israel va a sustraerse de su cetro, un nuevo Israel, nacido del resto fiel del antiguo, va a nacer, formado de gentes de todas las partes del mundo, y ofrecerá a Cristo el imperio más extenso que jamás ha ambicionado un conquistador.
“Tal es el misterio glorioso de este día en medio del duelo de la Semana de Pasión. La Iglesia quiere que nuestros corazones se desahoguen en un momento de alegría en el que saludamos a Jesús como Rey. Ha organizado la liturgia de este día de tal forma que encierre en sí juntamente alegría y tristeza; la alegría al unirse a las aclamaciones con que resonó la ciudad de David; la tristeza volviendo en seguida al curso de sus gemidos por los dolores de su Esposo divino”.
Y agrega San Ambrosio, comentando esta entrada de Jesús y su subida al templo:
“Sube Jesús al templo, tras abandonar a los judíos, aquel Señor que había de habitar en los corazones de los gentiles. El verdadero templo es aquel en el cual el Señor es adorado en espíritu, que está constituido por el encadenamiento de las verdades de la fe. El Señor abandona a los judíos que le odiaban, y escoge a los gentiles que iban a amarlo. Sube el Monte de los Olivos para plantar con su virtud divina estos nuevos retoños de olivo que tienen por madre a la Jerusalén celestial. En este monte está Él, celestial agricultor, para que cuantos se hallan plantados en la casa de Dios puedan decir, con el Salmo: “Yo soy como olivo fructífero, plantado en la casa del Señor”.
“Aquel monte significa a Cristo… Él es aquel por quien subimos y hacia quien subimos. Es el camino, es la puerta que se abre y quien la abre; donde llaman los que quieren entrar, y el Dios a quien adoran los que merecen entrar”.
Hoy es un día de gloria para Jesús. Y lo es también para nosotros: siendo gentiles, hemos sido llamados para ocupar el lugar de los judíos que, habiendo sido los primeros llamados por Dios, lo abandonaron después.
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