lunes, 16 de julio de 2018

Sobre las adaptaciones "pastorales" a la forma extraordinaria

Publicamos a continuación un excelente artículo del Dr. Peter Kwasniewski en el que se pronuncia en contra de la inquietante tendencia de algunos sacerdotes que celebran la Misa tradicional de introducir cambios a la liturgia que no están previstos en las rúbricas ni en la legislación canónica vigente. El Dr. Kwasniewski es un estudioso tomista independiente y maestro de coro, autor de varios libros y colaborador habitual de numerosos sitios católicos.

Originalmente, el artículo fue publicado en New Liturgical Movement. La traducción ha sido preparada por la Redacción.

El Evangelio siendo leído en francés, versus populum, en una Misa solemne

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Al clero tradicional: por favor no sigan haciendo “adaptaciones pastorales”

Peter Kwasniewski

Desde hace 25 años he asistido a la Misa tradicional en muchos lugares y países. Lo que he visto ha sido muy edificante: un clero que ama la liturgia, que la celebra según el espíritu romano y de acuerdo con las rúbricas apropiadas, y unos fieles que agradecen tener acceso a este motor de santidad.

Pero hay también algunas sombras.

Un amigo me envió el vídeo de la tradicional Misa pontifical celebrada por el Cardenal Robert Sarah en la catedral de Chartres. Todo iba a pedir de boca, como podía esperarse de esta magna joya de la liturgia latina, hasta que llegamos a la Epístola y el Evangelio (puede encontrarse la Epístola en el marcador 1:08:50 del vídeo, y el Evangelio en 1:17:40). En ese momento, el subdiácono, mirando a los fieles y no al oriente, cantó en latín sólo el título de la lectura, y siguió leyéndola en alta voz en francés. No se hizo el canto de la lectura de cara al oriente, en su antiguo y emocionante tono. Luego vino el diácono, y en vez de cantar el Evangelio de cara al norte, se dio vuelta hacia los fieles y, después de cantar el título, procedió a leer el Evangelio en francés.  

"Cómo usar una brújula"

Esta práctica es contraria tanto al espíritu como a las rúbricas de la antigua liturgia romana que disciplinan la celebración. Más recientemente, en 2011, la Instrucción Universae Ecclesiae de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei dispone:

26. Tal como se prevee en el artículo 6 del motu proprio Summorum Pontificum, las lecturas de la santa Misa del misal de 1962 pueden ser proclamadas sólo en latín, o en latín seguido por el vernáculo o, en las Misas rezadas, solamente en vernáculo.

Por tanto, sólo en la Misa rezada se permite sustituír el latín por el vernáculo -y adviértase que sólo se lo permite, no se lo exige ni recomienda-. De hecho, siempre es mejor leer las lecturas en latín primero y luego leerlas en vernáculo desde el púlpito, si se lo considera pastoralmente prudente. Pero en la Misa cantada, y más todavía en la Misa cantada solemne y, sobre todo, en la Misa pontifical, las lecturas han de cantarse siempre en latín, con el ceremonial y la orientación adecuados. Lo que vimos en la Misa de Chartres es un abuso litúrgico, en nada diferente de la multitud de abusos que son la plaga del Novus Ordo.

Esta violación de las rúbricas se entendió, sin duda, como una adaptación o acomodo “pastoral”. Sin embargo, es un exacto ejemplo de lo que debemos evitar cuidadosamente. Muchas de las peores aberraciones y desviaciones de la década de 1960, cuando la antigua Misa fue objeto de torturas y desmembramientos y, después, el misal de Pablo VI, surgieron basados precisamente en “consideraciones pastorales”. El P. Louis Bouyer, que trabajó en el matadero de Bugnini para luego arrepentirse de su complicidad, captó, ya en la década de 1950, el olor de este extraño pastoralismo. Para Bouyer, la liturgia es, primero que nada, algo que se nos da, algo que nos da la Tradición. Desde un punto de vista material es un objeto circunscrito con precisión: el todo compuesto por ritos y ceremonias, de lecturas y oraciones contenidas en libros que llamamos misal, breviario y ritual. Se trata de algo que podríamos querer enriquecer, tal cómo cada generación cristiana enriquece la espiritualidad, la moral, incluso el dogma; pero es algo que, primero, hay que recibir, y recibirlo de la Iglesia[1].

Una diferencia importante entre la teología del clásico rito romano y la del rito moderno de Pablo VI es la diferencia en cómo se entiende las lecturas. Las lecturas de la Misa no son meramente instructivas o didácticas, sino que son parte integral de una acción unitaria de adoración que se ofrece a Dios en el Santo Sacrificio. El clero canta las palabras divinas en presencia de su Autor como parte de una logike latreia, de un culto racional, que debemos rendir a nuestro Creador y Redentor. Esas palabras son un hacer presente la alianza con Dios, una actualización de su significado en el contexto sacramental para el cual fueron dispuestas, una recitación agradecida y humilde, en presencia de Dios, de las verdades que Él ha pronunciado y de los bienes que Él ha prometido (según la manera de orar a Dios que nos muestran las Escrituras: “Recuerda, Señor, las promesas que nos has hecho”), y una forma de incienso verbal con el cual elevamos nuestras manos hacia sus Mandamientos, como lo expresa ese gran canto de ofrecimiento: “Meditabor in mandatis tuis, quae dilexi valde: et levabo manus meas ad mandata tua, quae dilexi”.



La lectura cantada en latín es una expresión de amor de adoración dirigida a Dios, antes que ser una comunicación de conocimiento a los fieles, y la forma en que se lleva a cabo debiera reflejar esta primacía. En la antigua liturgia, Dios goza de primacía siempre y en todas partes. Nada se hace “simplemente” en pro del pueblo. La Sagrada Comunión, que claramente beneficia al pueblo, es tratada con adoración, reverencia, cuidado y amorosa atención; se la distribuye exclusivamente por las manos ungidas de los ordenados, en la lengua de los fieles arrodillados, con una patena debajo y, quizá, un mantel de tela protector. Todos los ojos deben estar fijos en el Señor Eucaristía, dándole la primacía que se le debe. Lo mismo debiera ocurrir con la proclamación de las palabras divinas, en las que encontramos una encarnación simbólica de la Palabra de Dios que alimenta nuestras almas en preparación para el banquete divino del Santísimo Sacramento[2].

La vernacularización y recitación de las lecturas en la Misa solemne deja entrever el racionalismo y utilitarianismo del Sínodo de Pistoya. El canto de la Palabra de Dios no es sólo para la instrucción, sino una acción cuasi-sacramental en y por sí misma (como lo ha expuesto Martín Mosebach en relación con el uso de incienso, de cirios y de la oración “Per evangelica dicta, deleantur nostra delicta”)[3]. Es una parte de la actividad cultual y, como las demás oraciones de la Misa, debieran ser distinguidas con un registro sacro, santificado por la Tradición. Nadie se quejará si este canto litúrgico formal, que en todo caso toma sólo unos pocos minutos, es seguido por una recitación de los textos en vernáculo antes de la homilía. Pero la recitación no debería jamás reemplazar al canto. 

He sabido de sacerdotes en Francia y Alemania que, de acuerdo con esta irresponsable actitud pastoral, dicen también el “Ecce Agnus Dei” y el “Domine non sum dignus” en vernáculo. Hablemos en serio: ¿ha sido jamás causa de dificultad para los fieles entender lo que estas frases, repetidas en cada Misa, significan? Adicionalmente, algunos clérigos en Alemania, que parecen no haber aprendido nada de estos últimos cincuenta años, insisten en reciclar las viejas y edulcoradas Misas de Schubert y otras paráfrasis alemanas, que tratan de hacer pasar por liebres al pueblo, en vez de hacerlo compartir las riquezas del canto gregoriano, como todos y cada uno de los Papas ha urgido a hacer, desde 1903 a 2013[4].


Hay, además, cuestiones prácticas, esas porfiadas pequeñeces conocidas como “hechos”. Los fieles que asisten hoy al usus antiquior incluyen a personas de diversas lenguas porque en muchos lugares hay sólo una Misa en latín, y todo el pueblo de los alrededores se reúne para ella. Hace poco estuve de visita en la iglesia de San Clemente, en Ottawa, en la cual el 40% de los fieles es francófono y 60% anglófono. El latín es la lengua litúrgica común que los une. En los Estados Unidos, cuando los católicos hispanos asisten a la Misa tradicional, el latín resulta más afín a su lengua materna que el inglés. En la parroquia de otra ciudad que conozco, hay familias que hablan inglés, rumano, polaco, ruso, checo, italiano y castellano. Además de la fidelidad a las rúbricas, situaciones como ésa ofrecen una genuina razón “pastoral” para el uso del latín.

En este sentido, la Misa de Chartres evidenció una espectacular falta de sentido común pastoral: la peregrinación es internacional, compuesta por personas para quienes, con toda seguridad, el francés no es la lengua común. Leer las lecturas en francés revela una actitud nacionalista, regionalista y culturalmente imperialista. Como lo dijo Juan XXIII en Veterum Sapientia, sólo el uso de la venerable y universal lengua latina está libre de tales problemas. 

Sería oportuno que la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, así como las congregaciones religiosas y sociedades de vida apostólica que utilizan el usus antiquior, monitoreen estos abusos litúrgicos y los corrijan antes de que se extiendan. ¿Cómo podría el clero esperar que los fieles sean obedientes a sus padres en Cristo si estos mismos padres no son fieles a la liturgia heredada? ¿Será mucho pedir que los sacerdotes respeten el espíritu y la letra del rito romano tal como nos ha sido legado, sin introducir las desviaciones y adaptaciones creativas del Movimiento Litúrgico? Ya sabemos adonde conducen tales cosas: al Novus Ordo.

Los fieles merecen y tienen derecho a una Misa tradicional celebrada de acuerdo con el sabio dicho “Diga lo que está en negro, haga lo que está en rojo”. Después de décadas de confusión, se está dando a la Iglesia una oportunidad sin igual de restaurar la celebración de la liturgia según una actitud y una práctica correctas. Si en esta ocasión lo enredamos todo con miopes adaptaciones pastorales, no tendremos a nadie a quien culpar sino a nosotros mismos cuando estemos cayendo en una segunda reforma litúrgica, de la cual puede que la Divina Providencia ya no nos rescate.
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[1] Bouyer, L., “Après les journées de Vanves. Quelques mises au point sur le sense et le rôle de la Liturgie”, en Etudes de pastorale (París, Cerf, 1944, y Lyon, Abeille, 1944), p. 383, citado en Pepino, J., Cassandra´s curse: Louis Bouyer, the Liturgical Movement and the Post-Conciliar Reforme of the Mass”, Antiphon 18/3 (2014), pp. 254-300, especialmente p. 270. 

[2] Para un desarrollo más extenso de este punto, ver mi artículo “In Defense of Preserving Readings in Latin”.

[3] Otra confirmación de esta tesis se encuentra en el rito tradicional para la ordenación de los diáconos, como comentario a la nota del P. Zuhlsdorf (aquí cito): "Después de que el obispo reviste al nuevo diácono con la estola y la dalmática, le entrega el Evangeliario y le dice: “Accipe potestatem legendi Evangelium in Ecclesia Dei, tam pro vivis quam pro defunctis. In nomine Domini” (“Recibe la potestad de leer el Evangelio en la Iglesia de Dios, tanto por los vivos como por los difuntos. En nombre del Señor”). Aquello de leer el Evangelio por los difuntos carecería de sentido si la lectura fuera meramente una instrucción práctica para aquellos miembros de la Iglesia Militante que están presentes en una determinada Misa (el rito de los subdiáconos tiene una fórmula semejante para la lectura de la Epístola, referida a la potestad de leerla tanto por los vivos como por los difuntos)".

[4] Yo no objetaría necesariamente el que se cantara himnos en vernáculo en la Misa cantada, siempre que el ordinario en gregoriano y los propios se cantaran primero, y que el himno sirviera como una especie de motete popular. Pero suplantar lo que es litúrgico con lo que no lo es, es protestante, no católico ni ortodoxo. 

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