En ocasiones anteriores nos hemos referido a la belleza que emana de las celebraciones litúrgicas conforme a la Forma Extraordinaria, la que ha sido capaz de conmover tanto a creyentes como incrédulos. Es en esa belleza donde muchos, sin buscarlo o incluso oponiéndose a su existencia, logran descubrir a Dios. Por eso, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que, "con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma espiritual. La 'semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia' (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no puede tener origen más que en Dios" (núm. 33).
Una vez más queremos compartir con nuestros lectores algunas palabras de Marguerite Yourcenar (1903-1987), donde la idea de divinidad se refleja a través de la belleza del rito.
Marguerite Yourcenar
- Entonces, ¿sigue siendo sensible a la mística católica?
Me gusta la mística que se desprende de las ceremonias cuando son bellas, cuando no son estropeadas por cualquier razón. Me gustan también las imágenes sagradas, y cuando veo la imagen del Cristo ultrajado, el "hombre de los dolores", en una iglesia de Brujas, vuelvo a encontrar exactamente los sentimientos que experimentaba a los ocho años en una iglesia de un pueblo del norte de Francia. Sentía ya en él, vagamente, a todo hombre insultado. Sin embargo, lo que me emociona en las ceremonias, es un cierto esfuerzo por participar, en un nivel en que todo el mundo puede acceder, lo cual es importante, porque eso no ocurre casi nunca en el campo de la inteligencia; la gente interpreta los conceptos a su manera. Las ceremonias (o las fiestas, es casi lo mismo), en las cuales los seres se sienten solidarios son hermosas, como una forma de vida más ferviente. A menos, por supuesto, que se se caiga al muy bajo nivel de chauvinismo de muchedumbre, sea católica, comunista, fascista, racista, poco importa, donde el fervor cede muy pronto su lugar a la arrogancia y al odio.
Intenté explicar el sentido místico del rito a propósito de un poeta sobre el que había escrito, demasiado pronto, un mal estudio, a los dieciocho años: Píndaro. Al completar el libro que acabo de publicar sobre la poesía griega, me dije: pediré perdón a Píndaro, trataré de aclarar esa concepción de la religión griega, no muy alejada del catolicismo, el que a su vez no está muy lejos del shintoísmo, en el cual lo importante es justamente el esplendor de las ceremonias, el rito, el sentimiento de lo sagrado, porque reúne todo un mundo durante, quizá una media hora, y muestra los gestos de la vida en toda su belleza. Una belleza que ya no existe en las religiones de nuestros días, en el catolicismo en particular, que parece huirle, al reemplazarla por la guitarra eléctrica. Creo que es un error. Creo que es desconocer el sentido de las religiones, es decir, de "lo que reúne", como ya dijimos. Se trata de unir al hombre con todo lo que es, ha sido, y será, y no con la moda de un día.
Aloysius O'Kelly: Mass in a Connemara Cabin (1884)
- No obstrante, parece que la religión católica actual ha querido aclarar las cosas, aunque sólo fuera diciendo la misa en francés.
Me pregunto qué queda. Pienso que las palabras fijadas, establecidas hace mucho tiempo, las palabras que sirvieron a miles de experiencias humanas, se cargaban de emoción, de un considerable voltaje que han perdido. En cierto modo eran mantras, y se las reemplaza por el lenguaje de todos los días, será difícil anclarlas en el alma humana, en la inteligencia y en la sensibilidad.
Nota de la Redacción: El texto está tomado de Yourcenar, M., Con los ojos abiertos. Conversaciones con Mattheu Galey, trad. de Elena Berni, Barcelona, Plataforma Editorial, 2008, pp. 50-51. Los destacados son de la Redacción.
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