domingo, 5 de junio de 2016

La conversión final del poeta Miguel Hernández


El sitio Religión en libertad ha publicado una hermosa nota sobre el gran poeta y dramaturgo español Miguel Hernández (1910-1942), la que compartimos a continuación con nuestros lectores, con adaptaciones de la Redacción.  Son sobradamente conocidos su compromiso con la Segunda República española y su temprana muerte poco después de concluida la Guerra Civil, pero no muchos conocen su retorno final a la Fe católica, poco antes de su fallecimiento, acaecido en la prisión de Alicante a los 31 años de edad.


 Miguel Hernández durante su encarcelamiento

***

Miguel Hernández (1910-1942) murió en la cárcel, gravemente enfermo, plenamente reconciliado con Dios tras recibir tres sacramentos: la confesión, el matrimonio con Josefina Manresa –con quien había contraído matrimonio civil en 1937 y había tenido dos hijos, uno de ellos fallecido- y la extremaunción.

El escritor José María Zavala, conocido por otros trabajos relacionados con personajes españoles de aquella época, aporta toda la documentación en su nueva obra, Los expedientes secretos de la Guerra Civil (Espasa). El libro está consagrado a ocho significativas muertes de la contienda, seis asesinatos (José Calvo Sotelo, Federico García Lorca, Andreu Nin, Alfonso María de Borbón, Melquiades Álvarez y José Antonio Primo de Rivera) y dos fallecimientos violentos en circunstancias controvertidas (Buenaventura Durruti y Ramón Franco). Se les añade una muerte natural, precisamente la del célebre poeta de Orihuela (Alicante), que encaja entre las anteriores porque tuvo lugar en el contexto de la guerra y de las duras circunstancias de la postguerra.






Ese regreso de Miguel Hernández a la fe es realmente lo coherente con su biografía. Recibió una buena formación religiosa, en su infancia era monaguillo en la Misa dominical de su parroquia y mostró un evidente fervor religioso durante sus años en las Escuelas del Ave María y en el Colegio de Santo Domingo. Allí conoció a su paisano y gran amigo Ramón Sijé (1913-1935), de firmes convicciones católicas, a cuya muerte escribió la "Elegía" incluida en El rayo que no cesa (1936). Otra de sus grandes amistades era el sacerdote Luis Almarcha Hernández (1887-1974), futuro obispo de León.

Versos espirituales

En 1930 buena parte de su producción poética son versos dedicados a la Eucaristía, a la unión mística con Dios o a la Madre de Dios, como este homenaje a la concepción virginal de Jesús que selecciona Zavala:

Ventana para el Sol -¡qué solo!- abierta:
sin alterar la vidriera pura,
la Luz pasó el umbral de la clausura
y no forzó ni el sello ni la puerta.
[...]
Justo anillo su vientre de lo Justo,
quedó, como antes, virgen retraimiento,
abultándole Dios seno y ombligo.
No se abrió para abrirse: dio en un susto,
nueve meses sustento del Sustento,
honor al barro y a la paja trigo.

En 1933, influenciado por la lectura de los clásicos que le sugería su amigo Sijé, escribió un auto sacramentalQuién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, de donde Zavala extrae este diálogo sobre las postrimerías:

Padre, ¿y qué hay luego detrás
del viento? Más viento en pos.
¿Y detrás del viento?
Dios
¿Nada más Dios? ¡Nada más!
Padre, padre, ¿y me dirás
quién es Dios y de qué modo?
Es el único acomodo
que hallarás, bueno y sencillo
al fin; el perfecto anillo,
el sin por qué y el por todo.

Sin embargo, cuando José Bergamín publica el auto en 1934 en Cruz y Raya, se está empezando a producir una vertiginosa transformación en el alma de Miguel Hernández, que en 1935 le ha cambiado ya por completo. En Pascua de ese año, dirige una carta a su amigo Juan Guerrero Ruiz en la que se confiesa arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios.

Al servicio del Partido Comunista de España

Tras estallar la guerra, en septiembre se incorporó como "miliciano de la cultura" al Quinto Regimiento, formado por voluntarios encuadrados por el Partido Comunista de España. Quedó adscrito al temido Comisariado del Batallón de Valentín González (1908-1983), apodado "el Campesino" .

Arengando a las tropas: una de las más célebres fotografías de Miguel Hernández.

Miguel Hernández se convirtió así en pieza esencial de la propaganda comunista, con artículos en la revista El Mono Azul que editaba la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura y un viaje a Rusia en el verano de 1937 para un festival de teatro en Moscú.

Ante la catedral de San Isaac, en San Petersburgo (entonces Leningrado).

Al concluir la guerra comenzó la etapa más dura de su vida. Zavala ofrece todos los detalles de su periplo policial y judicial, aportando la correspondiente documentación procesal.

La cárcel

Miguel Hernández no fue un objetivo prioritario del bando triunfante. Lo detuvieron en Portugal, por una delación, el 30 de abril de 1939, pero fue puesto en libertad durante dos semanas, del 15 al 29 de septiembre, a pesar de que estaba convocado un consejo de guerra contra él por un delito de rebelión militar. El 18 de enero de 1940 fue condenado a muerte, pena que el General Franco conmutó en junio por treinta años de prisión. En 1944 se le rebajó esa pena a veinte años, aunque se trató sólo de un error administrativo porque el condenado ya había muerto.

Una llama de fe siempre quedó

Durante todo ese tiempo, ¿cuál fue la evolución religiosa de Miguel Hernández? Zavala cita dos detalles significativos.

Durante la guerra, en una conversación a gritos entre trincheras, un soldado nacional le reprochó que estuviese combatiendo contra la religión, a lo que él replicó que no era cierto, que él "luchaba únicamente contra sus mercaderes".

También, ya detenido, pidió a un compañero de celda blasfemo que fuera la última vez que ofendiera a Dios en su presencia.

El regreso

Durante su proceso, personas relevantes intercedieron a su favor, coincidiendo en que por su temperamento era impensable que hubiese cometido ningún acto criminal. En un documento de aval de su conductaJuan Bellod Salmerón, secretario de la jefatura provincial de la Milicia de la FET y de las JONS de Valencia, amigo suyo y muy citado por Miguel en sus cartas, atribuye incluso sus actividades comunistas "a coacciones o incluso a imperativos de su pasión cambiada de signo por la falaz propaganda marxista, pero no a la maldad y falta de espíritu nacional y religioso" [Nota de la Redacción: véase aquí un interesante reportaje al respecto].

Que fue el que terminó manifestándose en sus últimos días, cuando se acercó su agonía a causa del tifus y la tuberculosis. El futuro obispo Almarcha envió a un sacerdote, el padre Vicente Dimas, a hablar con él, luego le visitó él mismo y le puso en relación con un jesuita, el padre Vendrell, a quien Miguel mandó llamar el 20 de febrero de 1942. Hasta ese momento había rechazado "los consuelos religiosos", según informa el director del Reformatorio de Adultos de Alicante al director general de Prisiones, que se había interesado por él.

Miguel Hernández con Josefina Manresa en Jaén, en marzo de 1937.

Finalmente, el 4 de marzo, tras confesarse con capellán del centro, Salvador Pérez Lledó, éste mismo ofició la ceremonia de la boda con Josefina Manresa (1916-1987). Ella misma describió que estaba "casi moribundo ya". Murió el 28 de marzo habiendo recibido "los auxilios espirituales", según consta oficialmente en uno de los papeles oficiales reproducidos en el nutrido anexo documental del libro.

Días antes había recibido una bella carta, que también rescata Zavala, de su buen amigo Juan Guerrero Ruiz. Concluye así: "Ten fe y por ella nos sentiremos unidos para siempre más allá del dolor y del odio, en la paz eterna de Dios".

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