Presentamos a continuación un comentario del Profesor Augusto Merino Medina, el cual corresponde a sus reflexiones personales sobre la conferencia que el Cardenal Robert Sarah enviara recientemente al Congreso Litúrgico de Colonia, el que tuvo lugar recientemente en en Herzogenrath, cerca de Aquisgrán, y donde no pudo asistir por otros compromisos que complicaron su ya ocupada agenda. Una traducción de dicha conferencia fue publicada íntegramente en esta bitácora.
El Cardenal Robert Sarah
(Foto: One Peter Five)
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Comentario sobre la carta del Prefecto de la
Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos al
XVIII Congreso Litúrgico de Colonia, realizado del 29 de marzo al 1°
de abril de 2017
Augusto Merino Medina
El Cardenal Robert Sarah, prefecto
de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, ha enviado una muy interesante carta a los asistentes al XVIII Congreso Litúrgico de Colonia, realizado entre el 29 de marzo y el 1°
de abril de 2017, cuyo texto ha sido redactado por Su Eminencia, sin duda, con
el máximo cuidado.
El texto de ella, que ya fue publicado en español en esta bitácora, ofrece materia para muchos comentarios, algunos de los cuales
exponemos aquí.
Aun una somera lectura de dicha
carta revela las tensiones que está experimentando el Prefecto en el alto cargo
que hasta hoy ejerce en la Iglesia. Siendo, como es, un hombre profundamente cristiano y de
una sensibilidad católica a toda prueba, se advierte de inmediato el dolor que
siente por la actual “crisis de la fe no solamente al nivel de los fieles
cristianos sino también, y sobre todo, entre numerosos sacerdotes y obispos”, y
su consecuencia, “la grave y profunda crisis que, desde el Concilio, ha
afectado y sigue afectando a la liturgia y a la misma Iglesia”, algunas de
cuyas manifestaciones denuncia con claridad y aun crudeza (rechazo de la
Tradición -que es, recordemos, una de las fuentes de la Revelación-; abandono
de sus raíces y de su pasado; traducción al vernáculo de los libros sagrados
según “la fantasía y las ideologías”, etcétera). Para hacer todo esto más ominoso,
el Cardenal Sarah escribe que hay voces eclesiásticas “de alto rango” que se multiplican
afirmando obstinadamente “errores doctrinales, morales y litúrgicos” evidentes,
a pesar de que han sido “condenados mil veces”, trabajando con ello en “la
destrucción de la poca fe que le va quedando al pueblo de Dios”. En lo que se
refiere a la liturgia, la situación actual de ella en la Iglesia es, nos lo
recuerda con palabras del entonces Cardenal Ratzinger, una de crisis y de guerras
litúrgicas a que ha dado ocasión el Concilio Vaticano II.
(Foto: Messa in latino)
Frente a este desolador panorama, el
Cardenal Sarah escribe su carta con una intención que, por sobre cualquier
otra, es profundamente conciliatoria, incluso hasta un punto que, como
sugeriremos, excede de algún modo las posibilidades de conciliación. Aun así su
intención es digna no sólo de destacarse sino de admirarse: es un verdadero
escándalo, una contradicción, una “aberración”, que tenga lugar una guerra precisamente
en el punto de la más íntima unión sacramental de los católicos con el Señor y
entre sí, la “comunión”. No debe ello, sin embargo, llamar la atención: ya se
ha oído en alguna ocasión, al menos en Chile, a la teología de la liberación marxista sosteniendo
la idea de que la “lucha de clases pasa por la Eucaristía”, idea que sigue
vigente entre los partidarios de tal teología quienes, por primera vez, han
ganado acceso a posiciones de “alto rango” dentro de la Iglesia. Lo cual, junto con alentarnos a una
actitud de caridad con las personas involucradas, nos alienta también a evitar
todo irenismo litúrgico.
La terrible angostura por la que se
ve obligado a caminar hace que el Cardenal Sarah exponga de modo oblicuo
algunas doctrinas, y deje entrever, en la descripción misma de la situación a
la que se dirige, algunas aporías que no son, al cabo, muy difíciles de
identificar.
Supuesta la actitud que el actual
Sumo Pontífice tiene ante los problemas litúrgicos –en la medida en que esa
actitud se puede conocer, siempre a través de comentarios al pasar o
expresiones usadas a propósito de otras cosas-, el Cardenal Sarah se pliega, naturalmente,
y en cuanto es posible, a lo que de ella se puede colegir. Por de pronto, urge
al respeto de la Constitución Sacrosanctum
Concilium del Concilio Vaticano II, la misma en cuya huella, según dice el
Cardenal, se han producido las desviaciones y abusos. Aquí, sin embargo, introduce
el Cardenal una distinción fundamental, que es bien conocida, pero en general bien desestimada: por una parte,
lo que los Padres Conciliares quisieron e hicieron constar en esta Constitución
y, por otra parte, la reforma litúrgica concretamente realizada -que estuvo a
cargo del Consilium designado por
Pablo VI-; reforma que se “ha apartado y se sigue apartando cada vez más de ese
origen [conciliar]”, hasta el punto de que la “reanimación litúrgica” que el
Concilio tuvo en mente se ha transformado en una “devastación litúrgica”.
Ruinas de la abadía de Netley, Inglaterra
(Foto: Wikimedia Commons)
En este punto, el Cardenal no hace sino
reafirmar la opinión de algunos de los más grandes y más inmediatos impulsores
de esa “devastación”. Algunos, por cierto, no la consideraron “devastación” en
absoluto, como Annibale Bugnini (1912-1982), el propio creador de ella: “No se trata
solamente de retocar una valiosa obra de arte sino, a veces, de dar estructuras nuevas a ritos enteros. Se
trata, en realidad, de una restauración fundamental, diría casi de una
refundición y, en ciertos puntos, de una
verdadera creación nueva”. Entre los que, en cambio, la condenaron cuando se
dieron cuenta de la atrocidad a que habían dado nacimiento está, por ejemplo, Louis
Bouyer (1913-2004), de cuya teología deriva la nueva idea de la Misa como una
“asamblea”, quien escribió ya en 1968: “Una vez más deberíamos hablar
llanamente: hoy no hay prácticamente ninguna liturgia digna de ese nombre en la
Iglesia Católica”. Y en 1975, escribió: “La liturgia católica fue abolida con
el pretexto de hacerla más aceptable a las masas 'secularizadas' pero, en
realidad, para adecuarla a los caprichos que los religiosos lograron imponer, por
las buenas o por las malas, al resto del clero”. Por su parte, otro experto, el
P. Joseph Gelineau SJ (1920-2008), escribía: “No sólo palabras, melodías y algunos gestos son
diferentes. La verdad es que es otra liturgia de la Misa. Debe decirse sin
ambigüedad: el rito romano como lo
conocíamos ya no existe. Fue
destruido. Algunas paredes del antiguo edificio cayeron, mientras que otras
han cambiado su apariencia, al punto que parecen hoy una ruina o subestructura
parcial de un edificio diferente”.
Esta
“creación nueva”, según Bugnini, a la cual Bouyer alude como “liturgia no digna
de ese nombre”, ese “rito romano” destruido, que describe Gelineau, esa
“devastación” de que habla el Cardenal, es, precisamente, la Misa Novus Ordo o forma ordinaria, según la terminología que introdujo Benedicto XVI, y que dice relación con los textos litúrgicos
del misal romano “revisados –así dice el Cardenal- siguiendo las indicaciones
del Concilio Vaticano II”. Sin embargo, en otro párrafo del texto de su conferencia, el
propio Cardenal nos da a entender –sin decirlo abiertamente, por cierto- que la
actual forma ordinaria es la Misa que
jamás hubiera surgido de la constitución Sacrosanctum
Concilium si ésta se hubiera leído “sin traicionar su sentido” –son sus
palabras-. En otros términos: mientras por una parte el Cardenal habla de
“devastación”, por otra, llevado por su espíritu conciliatorio, defiende el
resultado de ella, es decir, la forma
ordinaria.
Que la forma ordinaria es el resultado de esa
“devastación” es algo que se deduce claramente del cuadro que el Cardenal y los
expertos citados más arriba pintan, sin que él mismo, por cierto, haga la deducción:
Su Eminencia, que ha de moverse en el proceloso medio en que está viviendo, se
cuida bien de hacerlo. Pero es cuestión de leer con atención el texto que el
Cardenal ha escrito escogiendo cuidadosamente, sin duda, las palabras: ¿quién
“traicionó” lo que los Padres conciliares quisieron en materias litúrgicas sino
el Consilium encargado de ejecutar la
voluntad de ellos? ¿Y cuál es el resultado de la actividad del Consilium sino la Missa Normativa que, habiendo sido rechazada por la mayoría de los Obispos
convocados en Roma para el Sínodo, el 27 de octubre de 1967, sigue siendo
prácticamente la misma que fue promulgada por Pablo VI y sigue vigente hasta
hoy, bajo el nombre de forma ordinaria?
Ahí están, en la conferencia que comentamos, todos los cabos sueltos para que los ate
quien quiera hacerlo. Por eso es que sugeríamos que hay cosas que ni aún el
espíritu más generoso y conciliador puede conciliar, y aporías que no tienen
salida.
El entonces Cardenal Montini, luego Pablo VI (izq.) y Mons. Annibale Bugnini (der.)
Ese
rito romano “devastado”, “destruido” en términos del P. Gelineau, es el que Benedicto
XVI –otro espíritu conciliador- nos dice que se expresa en dos “formas”. Quizá
dejando la vía abierta para una renovada afirmación de la necesidad de una
“reforma de la reforma”, que el actual Papa –y su “entourage”- no mira con
buenos ojos, el Cardenal afirma que “La liturgia debe, pues, reformarse siempre para ser más
fiel a su esencia mística”. El alcance de esta afirmación parece iluminarse
cuando, más adelante, propone, como líneas de desarrollo del Congreso de
Colonia, la consideración de cosas como el silencio, la adoración y la
formación, mencionando también otras como la belleza de la liturgia, su
sacralidad, el recogimiento, la dimensión mística y la adoración. En todo caso,
el deseo de conciliar a los que quieren una reforma y a los que no, deja al
descubierto aquí un flanco sumamente débil, es decir, la idea de que la
liturgia debe “reformarse siempre”. A menos que con esto se entienda –cosa que
el Cardenal no dice- una lenta, gradual y orgánica evolución (como la que
señalaba el propio Concilio), mediada por el paso de las generaciones, la piedad
y la práctica piadosa, no se ve cómo se podría evitar, con semejante criterio,
profundizar el desastre constituido en la actualidad por la “revolución
permanente” en la liturgia, so pretexto de nuevas y mejores adaptaciones según este o aquel ideario, en una especie de furor o lotta continua, al estilo de
lo que preconizaban las Brigate Rosse hacia la época del Concilio. La
Comisión Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal de Chile, muy
ágilmente, ya ha puesto en circulación la expresión “liturgia en movimiento”…
Y es precisamente en este punto donde
el Cardenal, moviéndose ahora, sorpresivamente, en una dirección del todo
diferente, expresa una idea tan novedosa como desafiante de algunos
pensamientos que él mismo ha expuesto antes: la “reforma de la reforma” se
refiere –suponemos que primariamente- al “mutuo enriquecimiento” de las dos
“formas”. No es éste el significado que, normalmente, se ha atribuido a la
expresión “reforma de la reforma” en los estudios de los liturgistas partidarios
de la “hermenéutica de la continuidad”, pero el nuevo significado queda
planteado, con pleno derecho, por el Cardenal, quien abre así la posibilidad
–teórica, por el momento- de destrabar la inmovilidad –si pudiera usarse este
término en medio del frenesí de improvisaciones que la afligen- que se quiere
dar a la forma ordinaria por quienes,
junto con rechazar de plano la “extraordinaria”, ven en aquélla la enseña, el
símbolo, la bandera de lucha de la “nueva Iglesia” que entroncan, por la razón o
la fuerza, en el Concilio Vaticano II. Porque, por mucho que se abogue por la
evolución, la apertura, la inculturación, el diálogo y otras cosas que
caracterizan, paradojalmente, a los “hermeneutas de la ruptura”, la forma ordinaria de la Misa es considerada
como absolutamente intocable, fija en medio de su movilidad, estrictamente regulada
a pesar de ser la expresión misma de la desregulación. Lo que el Cardenal
plantea al respecto, cautelosamente, es, por tanto, de enorme importancia,
supuesto que desciende desde el nivel de las sutilezas al de la dura realidad:
la forma ordinaria necesita ser
reformada.
La conferencia que comentamos ofrece la
posibilidad de casi infinitos comentarios. Pero agregaremos sólo uno más. El
“élan” ecuménico que rodeó a la reforma de la Misa la consideró, y la sigue
considerando, “cena del Señor”, rehuyendo con verdadero horror la idea
tridentina de “renovación incruenta del sacrificio de la Cruz”, buscando apoyo
para ello en una “positiva y bíblica teología del misterio pascual” de
contornos nunca debidamente definidos hasta hoy, que ha sido adoptada por los
reformadores junto con descartarse la “negativa y escolástica teología de la
redención”. El Cardenal Sarah hace una enérgica defensa de la Misa como
“sacrificio”, llegando incluso a describir con sorna la “Misa-cena”. El
Prefecto ha asumido con esto un riesgo nuevo y más letal que otros anteriores,
como lo advierten algunos de sus oponentes. Pero apunta con ello, con gran
acierto, a los dos puntos en que la teología de la forma ordinaria carga con el peso de una falla congénita: la
afirmación de la “presencia real” de Jesús sobre el altar (término indeseable,
reemplazado por “mesa”) en calidad de víctima, y la afirmación del carácter
propiciatorio del rito, propio de la teología de la redención. La difuminación
e incluso negación conjunta de ambas verdades de fe, dogmáticamente definidas
por el Concilio de Trento, ha hecho posible la “devastación” que el Cardenal menciona en la conferencia que no puedo pronunciar. Y aunque los heterodoxos párrafos de la primera redacción de la
Instrucción General del Misal Romano referidos a estos dos puntos fueron
corregidos en su momento bajo Pablo VI, el rito mismo, que expresa de modo
simbólico, es decir, concreto, esas mismas ideas, no lo fue, y es el mismo que
se usa hoy. ¿Un solo rito con dos “formas” que chocan teológica y
simbólicamente entre sí? A pesar de su ánimo conciliador, el Cardenal ha
clavado, en este tema, una pica en Flandes. Quiera Dios que pueda enterrarla
bien para que, por fin, ambos puntos se diluciden.
El Cardenal Sarah celebrando la Santa Misa (2016) en el Oratorio de Brompton, Londres
(Foto: Abyssus abyssum invocat)
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