domingo, 2 de diciembre de 2018

Las luces en la liturgia

La liturgia contempla el uso de velas y cirios en múltiples oportunidades. Se trata de piezas cilíndricas de cera o parafina, de mayor o menor grosor, con un pabilo en su eje y que se utilizaba originalmente para alumbrar, honrando así los misterios que se celebran. Ya en los Hechos de los Apóstoles se narra que, cuando los primeros cristianos se reunían para la fracción del pan, "había muchas lámparas en la sala donde estaban reunidos" (Hch 20, 8). En la actualidad, y más allá de su función práctica, desplazada por el uso de la iluminación eléctrica, las velas revisten al culto de un significado simbólico, como expresión de fe, fiesta, ofrenda, atención y presencia divina. Ellas son un símbolo de Cristo, quien se anunció como la "luz del mundo" (Jn 8, 12), con clara referencia a que Él es el Verbo Eterno de Dios que existe desde la creación del Universo. De igual forma que las velas alumbran y se consumen, Cristo se ofreció a sí mismo en sacrificio por todo el género humano y murió sobre la cruz. Por eso, San Anselmo decía que el cuerpo de la vela representa la Carne de Cristo; la mecha que la atraviesa simboliza Su Alma; y la llama es un símbolo de Su Divinidad Asimismo, la luz que desprenden nos recuerdan que Cristo nos mandó velar, vale decir, mantener nuestras propias lámparas encendidas y con carga en espera de la venida del Esposo (Mt 25, 1-13; Lc 12, 35). 

La disciplina litúrgica contempla la utilización de velas en distintos momentos: 

(a) Los recién bautizados reciben una vela encendida desde el cirio pascual, para indicar que su vida ha sido iluminada por la gracia de Cristo. 


Bautizo en España

    (b) Algo similar ocurre con la profesión religiosa, como símbolo de una nueva vida que nace merced a esa consagración plena a la vida en Cristo. 


Profesión de dos hermanas benedictinas de María Reina de los Apóstoles (Missouri, Estados Unidos)
(Foto: Catholicvs)

(c) Sobre el altar se deposita el número de candeleros que sea necesario según el tipo de celebración. Las velas se encienden ante de comenzar la Santa Misa como un signo simple y expresivo del respeto que la feligresía debe mostrar hacia el misterio que se cumple en el altar.  La costumbre de usar estos candeleros se remonta al siglo XII y se generaliza hacia el siglo XV, convirtiéndose en obligatoria durante el siglo XVI. 

(d) En ocasiones se usan candelabros, que son candeleros con dos o más brazos, los que permiten la presencia de un mayor número de velas para realzar la ornamentación y esplendor en las fiestas litúrgicas. Así ocurre, por ejemplo, cuando se expone el Santísimo Sacramento, especialmente si es en forma solemne, y durante la Semana Santa, cuando se utiliza el tenebrario, un candelabro de quince velas y forma triangular que acompaña el Oficio de Tinieblas. El uso de candelabros proviene de la liturgia hebrea, donde se usaba uno famoso de siete brazos (Ex 25, 31-40), cuyas luces arden también en torno al Trono de Dios en la visión de San Juan (Ap 4, 5).



Disposición de los candeleros y candelabros sobre el altar


(e) Las velas pueden acompañar asimismo la procesión de entrada de los ministros y la lectura del Evangelio. En este caso se utilizan unos candeleros portátiles, que son de mayor altura que los que se ponen sobre el altar. Estos están hechos de tal manera, con un nodo y una base, que pueden mantenerse en pie sin ser sostenidos, por ejemplo, sobre la credencia. Ellos son llevados por los ceroferarios en la procesión de entrada de la Misa, y se utilizan durante la lectura del Evangelio y desde el Sanctus hasta la Comunión. En teoría, estos candelabros reemplazan a las antorchas (funalia), comúnmente consistentes en una vara de metal dorado en cuyo ápice se clava una vela o cirio, aunque en su origen era de una sola pieza. Cuando las hay, se mantienen en la sacristía mientras no son usadas. 


Ceroferarios con antorchas

(f) De manera constante brilla una lámpara especial delante del sagrario, alimentada con aceite (de preferencia de oliva) y cera, para indicar la presencia de Jesús sacramentado. La costumbre comenzó en el siglo XIII y se hizo obligatoria en el siglo XVI, como una manifestación del respeto al Santísimo Sacramento que por entonces comenzaba a ser atacado por la herejía protestante. Aunque una sola lámpara es obligatoria, puede haber un número mayor siempre que sea impar. En las basílicas romanas, por ejemplo, era habitual el uso de siete lámparas delante del altar del tabernáculo, en recuerdo de los siete ángeles que Tobías (Tb 12, 15) y San Juan (Ap 8, 6-8) sitúan delante del Trono de Dios. La iglesia oriental suele emplear trece lámparas, que representan a Cristo rodeado por los doce apóstoles. 


Lámpara del sagrario

    Viene a colación a propósito de esta luz litúrgica el recuerdo de Santa Edith Stein (1891-1942) y su visita a la catedral de Fráncfort: "Entramos unos minutos a la catedral y, mientras permanecíamos dentro en un silencio respetuoso, entró una mujer con la cesta de la compra, se arrodilló en un banco y permaneció en esa postura el tiempo suficiente para rezar una breve plegaria.  Aquello era completamente nuevo para mí. En las sinagogas y en las iglesias protestantes que yo había visitado se entra sólo para los actos litúrgicos de la comunidad. Pero aquí alguien puede entrar en un iglesia vacía, durante las horas laborables de un día cualquiera de la semana, para mantener una conversación familiar. Jamás he podido olvidar esto". Este hecho marcó el comienzo de su conversión, que acabó con el ingreso al Carmelo de Colonia a la edad de 41 años. 

   (g) Durante el tiempo pascual se ubica en el presbiterio, hacia el lado izquierdo del altar y sobre un candelero especial, un cirio grueso que se bendice en la vigilia pascual y arde en los oficios litúrgicos más solemnes que se celebran entre el Domingo de Resurrección y el de Pentecostés, en el rito del bautismo y en las exequias. Se trata del cirio pascual, que tiene un claro significado con la luz que Cristo, verdadera luz del mundo, quiere transmitirnos y que se expresa gráficamente en la procesión de entrada de la Vigilia Pascual, cuando las luces de la iglesia se van encendiendo paulatinamente al avance del celebrante que porta en sus manos el cirio encendido en el exterior. 


Celebración de la Vigilia Pascual en Nantes, Francia
(Foto: Catholicvs)


(h) En la fiesta de la Candelaria, que se celebra el 2 de febrero, la Iglesia cierra el ciclo santoral del tiempo de Epifanía y recuerda la Presentación de Jesús en el templo y la Purificación de Nuestra Señora. La liturgia de esa día comienza con la bendición y la procesión de las candelas, donde se manifiesta que Cristo es, en palabras del anciano Simeón, la luz que ilumine los gentiles, según se lee en el Evangelio de la fiesta (Lc 2, 22-32).

Celebración de la Fiesta de la Candelaria en el Seminario Notre Dame (Estados Unidos)

(i) Antiguamente, antes de la Consagración mandaban las rúbricas que se encendiese otra tercera vela, que ardería hasta la Comunión (de ahí que se la llame también "vela del Sanctus"). Se toleraba el uso de prescindir de ella, pero el ordinario podía exigir el cumplimiento de las rúbricas. En la revisión de 1960, esta exigencia desaparece y se señala simplemente que la costumbre de encender dicha vela adicional se ha de conservar ahí donde exista (Rubricarum Instructum, núm. 530).  En Hispanoamérica, esta costumbre se cumplía mediante el empleo de una palmatoria

(j) Cada domingo de Adviento se enciende una vela distinta alrededor de una corona, las cuales siguen los colores propios de este tiempo: morado y rosado.

(k) La tradición nos cuenta  que San Blas curó a un niño que se ahogaba con una espina de pescado que se le había atascado en la garganta. De ahí que sea considerado el patrono de los enfermos de garganta (faringe) y de los otorrinolaringólogos. Este milagro ha dado origen a un particular sacramental, conocido popularmente como “la bendición de las gargantas” y que se celebra el 3 de febrero, día en que la Iglesia honra al obispo de Sebaste. El nombre oficial del rito es Benedictio candelarum in festo S. Blasii, Episcopi et Martyris, y consiste en verdad en dos sacramentales distintos: (i) la bendición de velas (si no se bendijeron el día anterior, fiesta de la Candelaria) y (ii) la bendición de las gargantas  de los fieles con esas velas, usando dos de ellas en forma de cruz. Este sacramental figura en el Bendicional de 1952, aunque ha desaparecido de la última edición típica del Misal romano y del Bendicional reformado. 

Bendición en la Fiesta de San Blas

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