Les presentamos una traducción de un artículo del Dr. Peter Kwasniewski sobre el bicentenario del que es probablemente el villancico más famoso de todo el orbe, Noche de Paz (Stille Nacht), conmemoración a propósito de la cual el autor nos recuerda la importancia de preservar la hermosa costumbre de cantar villancicos en el tiempo de Navidad.
El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement, de donde ha sido traducido por la Redacción.
El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement, de donde ha sido traducido por la Redacción.
El Vicario Josef Mohr, autor de la letra de Noche de Paz (vitral en la capilla conmemorativa en Oberndorf)
(Foto: Wikipedia Commons)
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Feliz 200° cumpleaños para Noche de paz, y por qué es tan importante cantar villancicos
Peter Kwasniewski
Hace exactamente 200 años, el 24 de diciembre de 1818, el entrañable villancico navideño Noche de paz (Stille Nacht), con letra del Rvdo. Josef Mohr y música del organista Franz Xaver Gruber, fue interpretado por primera vez en la Iglesia parroquial de San Nicolás, en Oberndorf bei Salzburg, Austria.
Puede se una sorpresa saber que el villancico original tenía un acompañamiento de guitarra. En 2008, The Wyoming Catholic College Choir grabó esta versión (tomada del The New Oxford Book of Carols) en el CD Christmas in God's Country. En ella se percibe de inmediato el parentesco de la música con las encantadoras canciones populares de la campiña austriaca:
En parte por afecto hacia la hermosa melodía, y en parte por el deseo de darle a la pieza un aspecto algo más oscuro, hice mi propio arreglo en 2010 para un coro SATB, con un doble descenso en la segunda estrofa y un acompañamiento opcional de flauta en la tercera. Para cualquiera que esté interesado en cantarlo, he puesto la partitura (que figura en mi libro Sacred Choral Works) al pie de este artículo. La siguiente versión, cantada por el Coro del Oratorio de St. Mary bajo la dirección de Patrick Burkhart, usa el ajuste SATB para las tres estrofas, sin discanto ni flauta:
Hay un poder emocional y una fuerza espiritual en ciertos villancicos de Adviento y Navidad que nunca se desvanecen, aun cuando muchas otras cosas cambien en la Iglesia y en el mundo. Noche de paz es un ejemplo particularmente bueno: por su simplicidad e incluso, en cierto modo, por su sentimentalismo, ahí donde el villancico ha echado raíces la Navidad de alguna manera parecería incompleta sin ella. Adeste, fideles es otro de esos casos, y se podría citar muchos más.
En un libro llamado The Ministry of Catechising, que apareció originalmente en francés en 1868 (una traducción al inglés se publicó en Londres en 1890), monseñor Felix Dupanloup narraba los recuerdos de su Primera Comunión:
Quedamos encantados con los himnos. Los cantamos con todo nuestro corazón, y gradualmente, por la dulzura o la energía del canto, los pensamientos y las máximas de la fe fueron injertados en nuestras almas. A decir verdad, fue la vida del catecismo. Sin los himnos, todo hubiera sido muy frío. Para mí, fueron los himnos antes que cualquier otra cosa los que me convirtieron y me unieron para siempre con la religión.
Si bien es sabido que la Misa en sí misma no es el lugar óptimo para los himnos, que pertenecen con mayor propiedad al Oficio Divino (con la excepción del Gloria y, si uno lo considera un himno, el Sanctus), hay una importante verdad para la cual sirve de testigo Dupanloup: el valor de cantar juntos hermosas canciones religiosas vernáculas que tienen el poder de moldear los sentidos, la imaginación y la memoria, y, a través de ellos, moldear el corazón y la mente.
Hemos sido bendecidos con un rico repertorio de famosos villancicos, himnos y canciones de Adviento, Navidad y Epifanía, y debemos usarlos abundantemente en nuestros hogares, grupos de jóvenes, en reuniones de oración o adoración, cuando cantemos villancicos en el vecindario, visitando un hogar de ancianos o una prisión, o cualquier otro entorno apropiado. ¡No rindamos el mundo del sonido al contenido secular, sino que llenémoslo con cantos alegres! Esto es, en más de un sentido, una obra de misericordia corporal y espiritual.
Especialmente los niños merecen tener brillantes recuerdos de villancicos, tal y como relata Dupanloup. Esta es una predicación del Evangelio "antes de la edad de la razón", una predicación a todas las facultades del alma, no sólo al intelecto, que se ha enfatizado excesivamente en las últimas décadas. La catequesis comienza por los sentidos y la imaginación.
En sus memorias, los hermanos Ratzinger, Joseph y Georg, relatan cómo su círculo familiar a menudo estaba animado por el sonido del canto y los instrumentos, y cómo sus primeros recuerdos están relacionados con la música y las canciones cristianas. Uno de estos hombres llegó a convertirse en un eminente músico y director coral, mientras que el otro se convirtió en el papa Benedicto XVI. Si bien no puedo prometer que sus hijos tendrán carreras tan ilustres, no hay duda de que parte de la restauración de la cultura católica supone recuperar una cultura sólida de canto familiar y comunitario.
Hay un poder emocional y una fuerza espiritual en ciertos villancicos de Adviento y Navidad que nunca se desvanecen, aun cuando muchas otras cosas cambien en la Iglesia y en el mundo. Noche de paz es un ejemplo particularmente bueno: por su simplicidad e incluso, en cierto modo, por su sentimentalismo, ahí donde el villancico ha echado raíces la Navidad de alguna manera parecería incompleta sin ella. Adeste, fideles es otro de esos casos, y se podría citar muchos más.
En un libro llamado The Ministry of Catechising, que apareció originalmente en francés en 1868 (una traducción al inglés se publicó en Londres en 1890), monseñor Felix Dupanloup narraba los recuerdos de su Primera Comunión:
Quedamos encantados con los himnos. Los cantamos con todo nuestro corazón, y gradualmente, por la dulzura o la energía del canto, los pensamientos y las máximas de la fe fueron injertados en nuestras almas. A decir verdad, fue la vida del catecismo. Sin los himnos, todo hubiera sido muy frío. Para mí, fueron los himnos antes que cualquier otra cosa los que me convirtieron y me unieron para siempre con la religión.
Si bien es sabido que la Misa en sí misma no es el lugar óptimo para los himnos, que pertenecen con mayor propiedad al Oficio Divino (con la excepción del Gloria y, si uno lo considera un himno, el Sanctus), hay una importante verdad para la cual sirve de testigo Dupanloup: el valor de cantar juntos hermosas canciones religiosas vernáculas que tienen el poder de moldear los sentidos, la imaginación y la memoria, y, a través de ellos, moldear el corazón y la mente.
Franz Xaver Gruber, organista y autor de la melodía (vitral en la capilla conmemorativa en Oberndorf)
(Foto: Wikipedia Commons)
Hemos sido bendecidos con un rico repertorio de famosos villancicos, himnos y canciones de Adviento, Navidad y Epifanía, y debemos usarlos abundantemente en nuestros hogares, grupos de jóvenes, en reuniones de oración o adoración, cuando cantemos villancicos en el vecindario, visitando un hogar de ancianos o una prisión, o cualquier otro entorno apropiado. ¡No rindamos el mundo del sonido al contenido secular, sino que llenémoslo con cantos alegres! Esto es, en más de un sentido, una obra de misericordia corporal y espiritual.
Especialmente los niños merecen tener brillantes recuerdos de villancicos, tal y como relata Dupanloup. Esta es una predicación del Evangelio "antes de la edad de la razón", una predicación a todas las facultades del alma, no sólo al intelecto, que se ha enfatizado excesivamente en las últimas décadas. La catequesis comienza por los sentidos y la imaginación.
En sus memorias, los hermanos Ratzinger, Joseph y Georg, relatan cómo su círculo familiar a menudo estaba animado por el sonido del canto y los instrumentos, y cómo sus primeros recuerdos están relacionados con la música y las canciones cristianas. Uno de estos hombres llegó a convertirse en un eminente músico y director coral, mientras que el otro se convirtió en el papa Benedicto XVI. Si bien no puedo prometer que sus hijos tendrán carreras tan ilustres, no hay duda de que parte de la restauración de la cultura católica supone recuperar una cultura sólida de canto familiar y comunitario.
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