En España existe un sinnúmero de refranes populares que ponen en evidencia la tradición católica de Europa en general y de la Península Ibérica en particular, muchos de los cuales se resisten a desaparecer pese a la creciente descristianización de la sociedad, dando así la razón a Stendhal cuando decía que el español sería el último "tipo humano" que quedaría en Europa por su carácter intrínsecamente antimoderno, como el hidalgo justiciero que recorría los caminos de La Mancha. Precisamente ese componente de la identidad hispánica es una de las ideas que atraviesa el muy recomendable ensayo de Mauricio Wiesenthal intitulado La hispanibundia. Retrato español de familia (Barcelona, Acantilado, 2018).
Uno de esos refranes es aquella frase que dice "no saber de la Misa la media" y que se usa para indicar que alguien no entiende de lo que está hablando, bien por no tener conocimientos suficientes sobre el tema o bien porque no comprende completamente el asunto en cuestión. También puede referirse a que alguien no es capaz de desarrollar de manera satisfactoria un trabajo por desconocimiento de la materia.
El origen de esta expresión se remonta al siglo XVI. Por aquel entonces muchas eran las iglesias y capillas desperdigadas por los campos que había que atender y muy pocos los sacerdotes disponibles para llegar a todas y decir la Santa Misa. Fue por ello que comenzó a echarse mano de sacerdotes con una preparación deficiente. Cumple recordar que sólo tras el Concilio de Trento (1545-1563) se crearon los seminarios tal como se conocen en la actualidad, con un plan de formación de varios años y de enseñanza gradual de las verdades de la razón y la fe, pues anteriormente era muy común una clase de clérigos de aldea sin estudios, que tras recibir unas cuantas clases del párroco del lugar ya estaban listos para salir al mundo y decir Misa. Esos era prácticamente los únicos conocimientos religiosos que poseían, pues carecían de mayores nociones de filosofía, teología y latín, aprendiéndose el rito de memoria y recitando las fórmulas del ordinario de carrerilla.
Antonio Ortiz de Echagüe, La Misa de Narvaja (1900)
(Imagen: Euskonews)
Esa ignorancia provocó infinidad de situaciones en las que, cuando por algún motivo podían ser interrumpidos, los sacerdotes perdían el hilo o una mínima distracción les hacía quedar en blanco y no saber cómo continuar. De ahí nació la expresión "no se sabe de la Misa la media", en clara referencia a lo poco preparados que estaban estos clérigos para el servicio divino. Como nota curiosa, cabe destacar que estos sacerdotes también eran conocidos como "curas de Misa y olla", debido a que por su escasa preparación sólo tenían facultades para ofrecer el Santo Sacrificio y comer.
Pues bien, esta digresión permite dar un contexto al fragmento que hoy queremos compartir con nuestros lectores y que muestra cuán falsa es la afirmación usual que se hace para justificar la introducción de la Misa reformada, señalando que el antiguo rito romano no era conocido por los fieles y eso impedía su participación activa en los santos misterios que se estaban celebrando. Se trata de un breve texto tomado de la particular biografía que Rafael Gumucio escribió sobre su abuela y que se compone de distintos recuerdos personales acerca de Marta Rivas González, una mujer de izquierdas que supuso dar cohesión a su familia en medio de las dificultades personales e históricas que vivió ella y su país.
Hija de Manuel Rivas Vicuña (1887-1937), el repetido ministro del Interior del parlamentarismo y primer representante de Chile ante la Sociedad de las Naciones, fue criada entre Santiago, París, Constantinopla, Lima y Roma. Con estudios de literatura francesa, fue profesora del Instituto Pedagógico de Santiago y del Colegio La Maisonette. En 1938 se casó con Rafael Agustín Gumucio Vives, uno de los fundadores de la Falange y posteriormente de la Democracia Cristiana, el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) y la Izquierda Cristiana, con quien se exiliaría en París tras el golpe de Estado de 1973.
El fragmento está tomado del capítulo referido a la confesión que un día hizo con el P. José Aldunate SJ y que se volvió a repetir con frecuencia, demostrando el arraigo que la fe tenía en esta mujer. Ante la pregunta de para qué se iba a confesar si era atea, ella respondía afirmando cuán creyente asumía ser y su conocimiento de la Misa con la que había crecido.
Qué voy a ser atea, no seas tonto tú. Me sé la Misa entera en latín. Mucho mejor que la beata de la Nena, a la que se le olvida todo.... Gloria Patri, Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat un principio, et nunc, et semper: et un saecula saeculoum. Amen...
La respuesta de Marta Rivas González no puede ser más oportuna. El supuesto desconocimiento del ordinario de la Misa por parte de los fieles fue uno más de los muchos argumentos falaces que los reformadores difundieron para justificar la necesidad de contar con una Misa hecha según parámetros racionales y rezada en lengua vulgar, que permitieran al hombre moderno entender lo que estaba sucediendo sobre el altar. Porque no se trataba de postrarse ante el misterio infinito de un Dios que muere por devolver la vida eterna a la criatura que se ha separado por el pecado, sino de ser capaz de comprender cabalmente cada una de sus partes. El problema estuvo en que la nueva Misa fue puesta en vigor justo cuando el paradigma moderno daba sus últimos estertores, para ceder paso a una nueva matriz filosófica y sociológica: la posmodernidad. He ahí uno de sus principales problemas. La Misa racionalista fue entregada a un hombre que se movía por el sentimiento antes que por la razón, siendo la verdad una pura cuestión de perspectiva. Las consecuencias que tiene el acercamiento sentimental a una Misa que ha perdido la expresividad de su sentido teológico están a la vista de cualquiera que quiera mirar la cuestión dejando de lado los prejuicios ideológicos o la ceguera autoimpuesta. Quizá por eso la Misa de siempre vuelve a "ponerse de moda": porque en ella se siente la sacralidad y el fiel se ve trasportado a los pies del Calvario.
Nota de la Redacción: El texto está tomado de Gumucio, R., Mi abuela. Marta Rivas González, Santiago Editociones Universidad Diego Portales, 2a ed., 2014, p. 183.
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