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miércoles, 19 de agosto de 2020

El iconostasio acústico de la liturgia occidental: latín, canto llano y silencio

Les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, que interviene en una discusión suscitada respecto de la reforma de la liturgia oriental. El texto, inédito hasta el momento, ofrece parte de uno de los capítulos del nuevo libro de este autor, insistiendo en que el latín, la música litúrgica y el silencio sirven en la liturgia romana como un elemento de separación entre el sacerdote y los fieles, de modo semejante al iconostasio de la lityrgia oriental. 

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan dicho artículo. 

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El iconostasio acústico de la liturgia occidental: latín, canto llano y silencio

Peter Kwasniewski

La semana pasada, mi estimado colega en New Liturgical Movement, David Clayton, publicó un artículo en que se preguntaba si la reforma de la liturgia oriental, de acuerdo con las ideas de Schmemannian, podría contribuir con algo al rescate de la liturgia occidental de su situación actual. El artículo dio origen a una animada discusión. Quisiera hacer aquí una contribución algo más extensa a ella en forma de un extracto de mi último libro, Reclaiming Our Roman Catholic Birthright: The Genius and Timelessness of the Traditional Latin Mass (Angelico Press, 2020). Este extracto está tomado del capítulo 2 y no ha sido publicado hasta ahora en línea. Cualquiera sea la gran variedad de enfoques litúrgicos que existen en los ritos orientales actualmente, sostengo que, en lo que se refiere al rito romano en el período del Concilio Vaticano II, lo que actuó como común denominador del uso del vernáculo, de la introducción del estilo popular en la música, de la supresión del silencio y de la imposición del versus populum, fue una concepción racionalista y fantasiosamente arqueológica sobre la “accesibilidad”. Aquí presento argumentos en contra de los tres primeros elementos, ya que el ad orientem es un tema que ha sido tratado extensamente en otros lugares de New Liturgical Movement, y sobre el cual no hay desacuerdos importantes entre los liturgistas dignos de fe.

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Si se visita una iglesia ortodoxa griega o católica bizantina, se encuentra uno con el iconostasio, o muro de íconos, situado entre la nave y el presbiterio, separando el “santo de los santos” del resto del espacio. El presbiterio representa la divina liturgia en la Jerusalén celestial, de la cual participamos “a distancia” mientras estamos todavía peregrinando en esta vida. En cambio, el clero puede entrar a través del iconostasio, e incluso ir hasta el altar, debido a que actúa in persona Christi, en la persona de Cristo, en cuanto Su representante: el clero es el mediador que ora por nosotros, llevando a Dios nuestras ofrendas y trayéndonos Sus dones.           

Durante cerca de 1500 años, la Iglesia de Occidente usó también separaciones simbólicas, que se dieron en una variedad de formas: se colgó cortinas de un baldaquino o frente al presbiterio; se pusieron gradas que subían hasta la plataforma elevada del altar, y se cantó los textos desde grandes estructuras de piedra; más tarde, se erigió en muchas iglesias góticas unas delicadas rejas de madera, coronadas por un Calvario (Jesús, María y Juan). Incluso si se podía ver a través de ellas a los ministros y seguir sus movimientos, se nos recordaba de este modo muchas verdades importantes: primero, que no nos encontramos ahora en el lugar donde estamos llamados a estar algún día; que estamos separados de Dios por la caída y por nuestros pecados; que tenemos gracias a Cristo (por medio del obrar de sus ministros visibles) la oportunidad de reconciliarnos y de comulgar; que Dios está igualmente “con nosotros” como Emmanuel, y más allá de nosotros como nuestro Santísimo y Trascendente Señor. Aunque es creador de todas las creaturas y aunque hay muchas señales que apuntan hacia Él, por su propia naturaleza Dios no es accesible a los sentidos humanos. Haciendo una referencia a las palabras de San Pablo en la Segunda Epístola a los Corintios, “miramos no a las cosas que se ven sino a las que no se ven; porque las cosas que se ven son transitorias, pero las que no se ven son eternas”, un monje benedictino escribe lo siguiente:

“Durante siglos no fue posible ver de cerca los misterios del altar. En algunos períodos, se cerraba las cortinas en los momentos más importantes de la Misa. Todavía hoy, en el transcurso del drama litúrgico, se dice la solemne oración de la consagración en el más bajo de los tonos -un susurro-. El ocultamiento, intrínseco de la Misa (mediante un iconostasio en el rito bizantino), fue común a todas las liturgias, de algún u otro modo, por muchos centenares de años, creando una atmósfera de misterio. En nuestra época, que exige ve para creer, Dios nos ofrece una oportunidad de redescubrir el misterio, el misterio de la invisible eficacia de la Misa (2 Cor 4, 18). Tenemos que confiar en un medicina invisible para nuestra salvación final”[1].

En la época de la autodenominada reforma, los protestantes objetaron que el laicado fuera excluido del culto por una casta clerical, que era la que cumplía realmente la tarea de la liturgia, mientras los fieles permanecían de pie, entregados a sus devociones privadas o a ociosas distracciones. Esto constituye una acusación injusta, como lo han demostrado los historiadores[2]; pero, en parte como respuesta al desafío protestante, y en parte debido a los nuevos ideales estéticos del barroco, la Iglesia de la Contrarreforma suprimió del presbiterio, en general, las barreras físicas mencionadas, de modo que el laicado pudiera tener una vista “sin obstáculos” de la liturgia.

Sin embargo, permaneció en pie un conjunto de separaciones más sutiles y, en mi opinión, igualmente saludables, a las que me agrada denominar “iconostasio acústico”, es decir, una separación que no vemos pero que oímos. Este iconostasio está compuesto de tres elementos: el latín, el canto gregoriano, y el silencio.

La orden que dio Poncio Pilato de que se pusiera en la cruz el título “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos” en hebreo, griego y latín (Jn. 19, 19-20) sugirió a muchos Padres de la Iglesia que estas tres lenguas tenían un papel especial, como lo han tenido, incuestionablemente, en la historia de la salvación. Santo Tomás de Aquino observó que es apropiado que el rito romano de la Misa, que contiene la re-presentación de la Pasión de Cristo, emplee estas tres lenguas: el hebreo en palabras tales como allelulia, Sabaoth, hosanna y amen; griego en el Kyrie eleison, y latín en todo lo demás[3].

El latín cristiano de la Iglesia no es una lengua vernácula vulgar, sino un registro altamente estilizado y poético, incluso para la época en que mucha gente hablaba latín[4]. Y a medida que fueron pasando los siglos, ese latín adquirió el estatus de lengua sagrada, vale decir, una lengua reservada para el culto divino, en la que dejamos atrás lo cotidiano y ordinario, y entramos en la esfera del misterio[5]. Mediante el uso de una lengua hoy arcaica e inmutable, se nos saca fuera de nosotros mismos, de nuestro propio lugar, tiempo, cultura, sociedad, y se nos pone a los pies de la Cruz donde se realizó en lo esencial la salvación de la humanidad. Al contrario de nuestros cambiantes vernáculos, el latín es universal, no nos pertenece, sino que pertenece a todos y a nadie, es el mismo en todas partes y, sin embargo, sigue siendo extranjero, como Dios mismo, que está en todas partes pero que trasciende a toda la creación. En la medida en que hay algo de la Misa que se nos escapa, se nos recuerda con ello que jamás podremos comprender enteramente a Dios, porque ello significaría reducirlo a nuestro propio nivel. Como decía San Agustín: Si comprehendis, non est Deus, si puedes atraparlo con tu mente, no es Dios[6].

El canto gregoriano es el “ropaje” musical que reviste a los textos litúrgicos latinos o, mejor todavía, el cuerpo musical que el alma del rito se formó para sí misma durante su lenta gestación de muchos siglos. Con su insuperable variedad de melodías modales en su ritmo libre de metro, este canto -inmediatamente reconocible como música sagrada- indica que estamos en la presencia de Dios a fin de ofrecerle el incienso de nuestros labios y corazones. El papa León XIII dice: “En verdad, las melodías gregorianas fueron compuestas con mucha prudencia y sabiduría, a fin de dilucidar el significado de las palabras. Hay en ellas una gran fuerza y una maravillosa dulzura mezclada con la gravedad, todo lo cual estimula los sentimientos religiosos en el alma, y alimenta con benéficos pensamientos justo cuando se los necesita”[7]. No existe ningún otro tipo de música que se acerque, siquiera, al gregoriano en la “ultramundanidad” que exige la Misa[8].

El silencio: ¡cuánto podríamos decir de él sin encontrar las palabras adecuadas! “Sólo en Dios se aquieta mi alma, pues de Él viene mi salvación” (Ps. 62 [61], 1). Los profundos y prolongados silencios de la Misa tradicional son como oasis en que podemos encontrar refrigerio para nuestras almas: nos abren el tiempo y el espacio donde encontrar a Dios, que “es más interior a mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo más alto que hay en mí” (San Agustín)[9]. El silencio alienta una mirada, una escucha y una ponderación atentas, permite que las ceremonias más complejas del usus antiquior causen impresión en nosotros y encuadra nuestras palabras y cantos de modo que resuenen en la bóveda de nuestra alma. Una parte del porqué es tan agudo el silencio de la antigua Misa es que, en vez de serle impuesto por una extraña detención de la acción, resulta del desarrollo mismo de la acción litúrgica: el silencio no es un arbitrario “hagamos una pausa por un momento”, sino que es un ambiente saturado en que la oración ha asumido su debida prioridad. El silencio es una especie de postración espiritual de los sentidos y facultades humanos en los momentos más álgidos del Santo Sacrificio. Sin mirar en menos las acciones, cantos y demás cosas hermosas que podemos y debemos llevar a cabo en la liturgia, debemos reconocer que hay momentos en que, simplemente, quedamos mudos. Respetando esos momentos de mudez realzamos nuestra captación del inefable milagro que tiene lugar en el presbiterio, lo cual es precisamente el propósito del iconostasio acústico. 

El resto del capítulo 2, intitulado “The Genius of Christianity’s Oldest Rite”, analiza la orientación al oriente; densidad, complejidad y simultaneidad; textos fijos y acotados; el calendario litúrgico; el respeto eucarístico; la atmósfera solemne, y la trágica trayectoria del Movimiento Litúrgico, que está siendo actualmente borrada por la restauración del rito romano en su forma tridentina típica. El libro puede ordenarse a Amazon aquí.



[1] Norcia Newsletter, 30 de marzo de 2020. La medicina invisible, la gracia, se nos da verdaderamente mediante signos sensibles; pero el uso fructífero de estos signos depende de la fe en aquello que no puede ser visto.

[2] La obra de Eamon Duffy ha descartado, al menos para la Inglaterra pre-reforma, la manida visión de que la liturgia medieval era distante y remota y de que el laicado tenía muy poca idea de lo que estaba teniendo lugar. Véase The Stripping of the Altars: Traditional Religion in England 1400–1580 (New Haven/Londres, Yale University Press, 2a ed., 2005); The Voices of Morebath: Reformation and Rebellion in an English Village (New Haven/Londres, Yale University Press, ed. rev., 2003). Cfr. Monti, J., A Sense of the Sacred: Roman Catholic Worship in the Middle Ages (San Francisco: Ignatius Press, 2012).

[3] Véase In IV Sent., dist. 8, exp. textus (traducción completa aquí).

[4] Por lo que sabemos, la liturgia en Roma cambió del griego al latín en el siglo IV con el papa San Dámaso I (366-384). Henry Sire comenta: “Debemos advertir también que el espíritu del nuevo vernáculo fue todo lo contrario del empleado por los vulgarizadores de la década de 1960. Dámaso mismo fue un gran latinista, y se preocupó de escribir las oraciones de la liturgia en un estilo que cumpliera con los estándares de la tradición retórica romana. El Canon romano, cuyo texto, tal como lo tenemos, se formó en aquel período, se puede suponer compuesto por él. Lo mismo se puede decir de las Colectas que, como el Canon mismo, reflejan las finas cadencias de la prosa de estilo clásico. Algunas convenciones de las oraciones paganas, que datan de Virgilio y Homero, tienen su eco en las oraciones cristianas y, en su cuidado por dignificar la lengua del culto, Dámaso sustituye, a veces, un término cristiano conocido por una vieja palabra pagana. Su liturgia en latín es, pues, un alto vernáculo, que usa deliberadamente arcaísmos para expresar la santidad del culto. El resultado de su pericia artística hace sido proporcionarnos, en el rito tradicional de la Misa, una expresión distinguida de la última época de la cultura antigua” (Phoenix from the Ashes [Kettering, OH, Angelico Press, 2015], p. 266).

[5] Para una exposición excepcionalmente buena del latín del culto católico, véase Fiedrowicz, M., The Traditional Mass: History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite (Brooklyn, NY, Angelico Press, 2020), pp. 153–178.

[6] Cf. Sermón 117, núm. 5: “Es de Dios que hablamos. ¿Por qué te maravillas si no comprendes? Porque si comprendes, no es Dios. Que haya una piadosa confesión de ignorancia más que una apresurada proclamación de conocimiento. Alcanzar a Dios por la mente, en cualquier grado, es una gran bendición; pero comprenderlo es totalmente imposible” (Schaff, P. [ed.], A Select Library of the Nicene and Post-Nicene Fathers, Series I, vol. 6: Saint Augustin [Nueva York, The Christian Literature Company, 1888, con varias reimpresiones], p. 459).

[7] Citado por Hourlier, J., Reflections on the Spirituality of Gregorian Chant (Brewster, MA, Paraclete Press, 1995), p. 27. Cfr. Fiedrowicz, The Traditional Mass, cit., pp. 78–89.

[8] Para un desarrollo más amplio de este tema, véase mi conferencia “Gregorian Chant: Perfect Music for the Sacred Liturgy”Rorate Caeli, 1° de febrero de 2020 (también en video en YouTube y en audio en SoundCloud). Cfr. mi artículo “Why chant will never die, but will rise again as Church recovers sacredness of her worship, LifeSite News, 21 de noviembre de 2019.

[9] O, como lo dice otra traducción, “Tú eras más íntimo a mí que lo más íntimo de mi corazón y más alto en mí que lo más alto de él”: Confessions (trad. de Frank Sheed, Indianapolis, Hackett, 2a ed., 2011), III, 6, 11, 44.

martes, 4 de junio de 2019

FIUV Position Paper 21: La forma extraordinaria y las Iglesias orientales

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 21 y que versa sobre la forma extraordinaria y las Iglesias orientales, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de noviembre de 2014. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 



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La forma extraordinaria y las Iglesias orientales

Resumen

Desde la importante encíclica de León XIII Orientalium dignitas, de 1894, la política de la Santa Sede ha sido coherente y enfática en cuanto a que los ritos litúrgicos de las antiguas Iglesias orientales son dignos de la mayor veneración y, en aquellas Iglesias en comunión con la Santa Sede, debiera protegérselos de indebidas influencias latinas y restaurárselos de acuerdo con sus propias tradiciones. El Concilio Vaticano II y San Juan Pablo II enfatizaron esto. Esta política, sin embargo, se ve afectada por las exageradas críticas de las tradiciones litúrgicas de la Iglesia latina que desechan elementos que las tradiciones litúrgicas orientales y latinas tienen en común, tales como el culto de cara al Oriente, el uso de la oración en silencio, el modo contemplativo de participación litúrgica, y el respeto de la tradición litúrgica. El establecimiento de la forma extraordinaria como parte de la vida litúrgica normal de la Iglesia latina es un paso necesario para lograr una actitud práctica de reverencia por las tradiciones de las Iglesias orientales.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

Coptos

Texto

1. La preservación y promoción en Occidente de la antigua tradición litúrgica occidental tiene una considerable importancia para los cristianos de otras antiguas tradiciones litúrgicas, estén en comunión con la Santa Sede o no. El respeto por la forma extraordinaria y su continuo uso es un necesario corolario práctico de la antigua política de la Santa Sede de respetar las tradiciones de las Iglesias orientales.

Promoción de la unidad y reverencia hacia las tradiciones de Oriente.

2. León XIII aclaró y enfatizó la actitud de debido respeto por los ritos orientales, especialmente en su encíclica Orientalium Dignitas, de 1894, en la que, hablando de las relaciones de la Santa Sede con los católicos orientales, dice: “[Ella] No descuidó jamás el vigilar que en aquellos pueblos orientales se conservaran siempre íntegras las costumbres propias y la forma de sus ritos sacros, que Ella en su sabiduría y potestad había reconocido como legítimas”[1]. 

Y también: “De hecho, la preservación de los ritos orientales tiene más importancia de la que pueda imaginarse. Su antigüedad es augusta y otorga nobleza a los diversos ritos; es una brillante joya para toda la Iglesia, y corrobora la unidad, dada por Dios, de la fe católica”.

3. Las prescripciones prácticas de la encíclica están orientadas a revertir el proceso de “latinización” de los católicos orientales, tanto en el reemplazo (en todo o en parte) de los ritos orientales por los ritos latinos, tanto en la absorción de los individuos y grupos de católicos de rito oriental por el rito latino, procesos ambos que, en algunas ocasiones anteriores, habían sido aprobados por la Santa Sede[2].

Obispos greco-católicos en Roma

4. El lenguaje de León XIII se asemeja mucho al del decreto Orientalium Ecclesiarum del Concilio Vaticano II, donde se habla además de la purificación de los ritos orientales de elementos del rito latino que puedan, desafortunadamente, haberlos invadido: “Todos los miembros del rito oriental debieran saber, y estar convencidos, que pueden y deben siempre preservar su legítimo rito litúrgico y su acostumbrado estilo de vida, y que estas cosas no deben ser alteradas salvo para obtener, para sí mismos, un orgánico mejoramiento. Todo esto debe, pues, ser observado por los mismos miembros del rito oriental. Además, debieran alcanzar un conocimiento cada vez mayor y un uso cada vez más exacto de éste y si, en su opinión, han fallado en ello debido a circunstancias de tiempos o de personas, debieran tomar medidas para regresar a sus tradiciones ancestrales”[3] .

El Concilio reconoció, además, que las diversas tradiciones de Oriente han preservado especiales concepciones teológicas de valor para toda la Iglesia[4].

5. Los mismos sentimientos y la misma política fueron reiterados por Juan Pablo II en su emotiva carta apostólica Orientale Lumen, publicada en el centenario de Orientalium Dignitas, y exigió “amplio respeto por la dignidad del otro, dejando de lado todo argumento de que el conjunto de usos y costumbres de la Iglesia latina es más completo o mejor adecuado para exhibir la doctrina correcta en su plenitud”[5] .

6. La importancia de esta política para las relaciones con las Iglesias ortodoxas fue subrayada por el Concilio Vaticano II. Orientalium Ecclesiarum pidió que los católicos orientales promovieran la unidad con otros cristianos de Oriente mediante, entre otras cosas, “la religiosa fidelidad a las antiguas tradiciones orientales”[6]. Esto se reiteró por la Congregación para las Iglesias Orientales en la instrucción Il Padre, incomprensibile de 1996 (núm. 21): “En todo esfuerzo de renovación litúrgica, por lo tanto, la práctica de los hermanos ortodoxos debiera ser tomada en cuenta, conociéndola, respetándola y alejándose de ella lo menos posible, de modo de no aumentar la separación existente”[7].

Este texto trae a la memoria una bien conocida frase de San Pío X: la liturgia de los católicos de rito no latino no debiera ser “nec plus, nec minus, nec aliter” (“ni más, ni menos, ni diferente”) como resultado de volver a la plena comunión con la Sede de Pedro[8].

 El Papa Pío XI recibe en audiencia al patriarca melquita Demitrio I Qadi (1923)

La reforma litúrgica latina.

7. La reforma litúrgica que tuvo lugar después del Concilio Vaticano II dio origen a una situación nueva en relación con los ritos orientales. Las continuas tendencias latinizantes se han basado, desde entonces, en los ritos reformados que, de muchos modos, son más lejanos de los auténticos principios litúrgicos orientales que la antigua tradición litúrgica latina. Además, las explicaciones teológicas populares que se dieron de la reforma, y el ímpetu que movió a muchos abusos litúrgicos occidentales, se expresaron de un modo tal que se sugirió que las prácticas litúrgicas orientales adolecían de grandes defectos.

8. Por ejemplo, la reforma latina fue testigo del abandono casi universal de la tradición existente sobre la orientación litúrgica: la celebración de la Misa por un sacerdote de cara al Oriente litúrgico, que conllevaba (aparte del caso de unas pocas iglesias excepcionales) estar dirigido en la misma dirección que los fieles[9]. La promoción de este cambio, que no fue estudiado por el Concilio Vaticano II y que jamás ha sido hecho obligatorio en la Iglesia latina, ha sido acompañada de una polémica contra la práctica tradicional, torpemente descrita como “el sacerdote dando la espalda al pueblo”. Esta polémica no se sustenta en los documentos oficiales de la Iglesia y ha sido a menudo criticada, especialmente por Benedicto XVI[10]. Sin embargo, la práctica está muy extendida, y se la puede aplicar claramente a la tradición del culto ad orientem de los ritos orientales. La Congregación para las Iglesias Orientales ha creído necesario abordar el problema en la citada instrucción Il Padre (107): “No se trata, como se dice a menudo, de que se presida la celebración volviendo la espalda al pueblo, sino de guiar al pueblo en peregrinación hacia el Reino -invocado en la oración- hasta que el Señor vuelva. Tal práctica, amenazada en numerosas Iglesias católicas orientales por una nueva y reciente influencia latina, tiene un profundo valor y debiera ser protegida como algo verdaderamente coherente con la espiritualidad litúrgica oriental”.

9. Asimismo, la misma instrucción cree necesario defender la tradición oriental de distribuir la sagrada comunión sólo por clérigos; la de observar un ayuno eucarístico más largo que el que rige en la Iglesia latina; la de observar una “orientación penitencial” hacia la liturgia, y la de usar formas tradicionales de arte sagrado y de arquitectura en los templos. Todos éstos son rasgos de la tradición litúrgica latina que se ha sometido a críticas, a menosprecio e incluso se ha ridiculizado en el curso del debate sobre reforma de la liturgia.

10. Un documento anterior de la Congregación para las Iglesias Orientales, la instrucción de 1984 titulada “Observaciones sobre el Ordo de la Santa Misa en la Iglesia siro-malabar”, proporciona más ejemplos todavía sobre el mismo fenómeno, y hace referencia a una popular crítica teológica de las oraciones en silencio en la liturgia: “Se dice a veces que todas las oraciones litúrgicas debieran ser dichas en voz alta, de modo que todos puedan oírlas. Esto es un principio falso tanto histórica como litúrgicamente. Algunas oraciones están especialmente compuestas para ser dichas durante el canto o en procesiones u otras actividades del pueblo, o son apologías pro clero. Tal como el clero no tiene que cantar todo lo que canta el pueblo, así también el pueblo no tiene que oír todas las oraciones que se dicen. En realidad, recitar todas las oraciones en voz alta interrumpe el adecuado flujo de la estructura litúrgica”[11].

11. El ataque a las oraciones en silencio en la Misa ha sido fuertemente resistido por el papa Benedicto[12]. Además, no forma parte en absoluto de la teología oficial de la reforma y, de hecho, el Misal de 1970 contiene una serie de oraciones sacerdotales en silencio. Sin embargo, es verdad que, en la implementación de la reforma[13], se ha desplazado la práctica de la Iglesia latina muy lejos de las oraciones en silencio, y esto ha abierto un flanco a la polémica litúrgica, en el sentido de que tales oraciones excluyen erróneamente a los fieles de la participación en la liturgia[14].

12. La instrucción “Observaciones sobre el Ordo de la Santa Misa en la Iglesia siro-malabar” instruye también a los obispos de de esta Iglesia que resistan las tendencias latinizantes que importen a su rito oraciones no escritas, que realicen la proclamación de las Escrituras desde un ambón en vez desde el altar, que incluyan procesiones de ofertorio excesivamente elaboradas y oraciones espontáneas de petición. Sobre este último punto, la instrucción observa, en relación con los experimentos litúrgicos en la Iglesia latina: “No es necesario imitar los fracasos de los otros”.

13. Un paralelo general entre las tradiciones litúrgicas orientales y la forma extraordinaria del rito romano da origen a un enfoque de la participación litúrgica que no depende de que se vean todas las acciones del celebrante ni de que se oigan todas sus palabras. Como San Juan Pablo II ha observado: “La larga duración de las celebraciones, las repetidas invocaciones, todo expresa la identificación, con la persona entera de cada uno, del misterio celebrado”[15] .

 Sacerdote recitando la oración de San Efrén de Siria, propia de la Cuaresma, frente al iconostasio

El papel de la forma extraordinaria del rito romano.

14. Algunas muy divulgadas polémicas teológicas contra numerosos aspectos de la tradición litúrgica común de la Iglesia, e incluso contra la noción misma de Tradición[16], erosionan el programa de preservación y restauración de los ritos orientales, a que ha llamado el Concilio Vaticano II, y erosionan también las declaraciones de respeto por las tradiciones de los cristianos orientales que no están en comunión con Roma.

15. Un modo importante de poner estas cuestiones en su contexto propio, y de hacer que se concretice en el plano local la auténtica enseñanza de la Iglesia, es dar a la propia tradición litúrgica de Occidente su “lugar adecuado”, como lo ha pedido el papa Benedicto[17]. Cuando la forma extraordinaria encuentra su lugar en la vida litúrgica normal de las parroquias y de las diócesis, con el apoyo visible de obispos y sacerdotes, se debilita la idea de que los equivocados principios teológicos mencionados en este texto, forman parte, en algún sentido, de la enseñanza oficial de la Iglesia. Además, cuando los católicos tienen la experiencia de esta forma del rito romano pueden comprender mucho mejor el valor de los ritos orientales, la naturaleza de la participación en ellos de los laicos, y el valor de la tradición misma[18].

16. Estas consideraciones se ven fortalecidas por el establecimiento de comunidades de católicos de rito no latino en países donde el rito latino es el predominante. San Juan Pablo II recomendaba, en este sentido, que los católicos de rito latino se familiaricen con la liturgia de sus hermanos orientales[19], y la forma extraordinaria puede, de muchas maneras, ser un puente para alcanzar la mutua comprensión que él deseaba.

17. En este respecto, no sorprende que el motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto haya sido bien recibido por el entonces patriarca de Moscú, Alexy II[20]. Los católicos de rito latino no pueden, en realidad, esperar que se tome en serio su afirmación de que reconocen el valor de las antiguas tradiciones de los ritos orientales si no otorgan algún grado de respeto a su propia tradición.

San Basilio Magno celebrando la Divina Liturgia 
Fresco en la Catedral de Santa Sofia de Ocrida, Macedonia del Norte 

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[1] León XIII, Encíclica Orientalium Dignitas (1894). Esta encíclica no tiene numeración de párrafos, y el texto latino no es fácil de encontrar [Nota de la Redacción: puede consultarse en el sitio oficial de la Santa Sede, donde hay también una traducción al italiano].

[2] Véase Congregación para las Iglesias Orientales, Instrucción Il Padre, incomprensibile, (1996), núm. 24: “Estas intervenciones experimentaron el efecto de la mentalidad y convicciones de aquel tiempo, según el cual se percibía cierta subordinación de las liturgias no latinas a la liturgia de rito latino, considerado 'ritus praestantior'. Esta actitud puede haber llevado a intervenir textos litúrgicos orientales que hoy, a la luz de los estudios teológicos actuales, necesitan revisarse, en el sentido de un regreso a las tradiciones ancestrales”.

[3] Concilio Vaticano II, Decreto Orientalium Ecclesiarum (1964), núm. 6: "Sciant ac pro certo habeant omnes Orientales, se suos legitimos ritus liturgicos suamque disciplinam semper servare posse et debere, ac nonnisi ratione proprii et organici progressus mutationes inducendas esse. Haec omnia, igitur, maxima fidelitate ab ipsis Orientalibus observanda sunt; qui quidem harum rerum cognitionem in dies maiorem usumque perfectiorem acquirere debent, et, si ab iis ob temporum vel personarum adiuncta indebite defecerint, ad avitas traditiones redire satagant". Una declaración análoga de principios litúrgicos en relación con la reforma de la liturgia de rito latino puede encontrarse en el núm. 50 de la Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium (1963), donde se dice: “los elementos que han sufrido daños por los accidentes de la historia deben ahora ser restaurados al pleno vigor que tenían en el tiempo de los Santos Padres, en la medida que parezca útil o necesario” ("restituantur vero ad pristinam sanctorum Patrum normam nonnulla quae temporum iniuria deciderunt, prout opportuna vel necessaria videantur"). 

[4] Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis Redintegratio (1964), núm. 17 : “En el estudio de la Revelación el Oriente y el Occidente han seguido métodos diferentes y han desarrollado de modo diferente su comprensión y su confesión de la verdad de Dios. No debe sorprender, por tanto, si de tiempo en tiempo una tradición se ha acercado a una comprensión más plena de algunos aspectos de un misterio más que de otros, o la ha expresado de mejor modo. En tales casos, estas diversas expresiones teológicas deben ser consideradas más como mutuamente complementarias que como opuestas” ("Etenim in veritatis revelatae exploratione methodi gressusque diversi ad divina cognoscenda et confitenda in Oriente et in Occidente adhibiti sunt. Unde mirum non est quosdam aspectus mysterii revelati quandoque magis congrue percipi et in meliorem lucem poni ab uno quam ab altero, ita ut tunc variae illae theologicae formulae non raro potius inter se compleri dicendae sint quam opponi") Cfr. Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen (1995), núm. 5: “La tradición cristiana de Oriente conlleva un modo de aceptar, comprender y vivir la fe en el Señor Jesús. En este sentido, es extremadamente cercana a la tradición cristiana de Occidente, que nace y se nutre de la misma fe. Sin embargo, es legítima y admirablemente distinta de ésta, ya que los cristianos orientales tienen su propio modo de percibir y comprender y, por tanto, un modo original de vivir, su relación con el Salvador” ("Certum enim modum secum importat orientalis traditio suscipiendi intellegendi vivendi Domini Iesu fidem. Ita profecto proxime illa ad christianam accedit Occidentis traditionem quae eadem nascitur aliturque fide. Tamen legitime atque insignite ab illa differt, cum proprium habeat sentiendi percipiendique morem christifidelis orientalis, ac propterea nativam aliquam rationem suae colendae necessitudinis cum Salvatore"). Cfr. también Concilio Vaticano II, Decreto Orientalium Ecclesiarum, núm. 5: “[Este Concilio] declara solemnemente que las Iglesias de Oriente, tanto como las de Occidente, tienen pleno derecho y están jurídicamente obligadas a gobernarse a sí mismas de acuerdo con sus respectivas disciplinas establecidas, y que todas éstas son dignas de alabanza en razón de su venerable antigüedad, más en armonía con el carácter de sus fieles y más adecuadas para la promoción del bien de las almas” ("Quamobrem sollemniter declarat, Ecclesias Orientis sicut et Occidentis iure pollere et officio teneri se secundum proprias disciplinas peculiares regendi, utpote quae veneranda antiquitate commendentur, moribus suorum fidelium magis sint congruae atque ad bonum animarum consulendum aptiores videantur"). 

[5] Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen, núm. 20: “Certe, hodiernae menti videtur vera coniunctio fieri posse aliorum plene observata dignitate, dempta simul illa opinione universos mores et consuetudines Ecclesiae Latinae pleniores esse et aptiores ad rectam doctrinam demonstrandam”.

[6] Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen, núm. 24: "religiosa erga antiquas traditiones orientales fidelitate".

[7] Congregación para las Iglesias Orientales, Instrucción Il Padre, incomprensibile, núm. 21.

[8] San Pío X usó esta frase a comienzos de 1911 en una audiencia privada con Natalia Ushakova, en relación con las propuestas de latinización que se discutía en la comunidad católica rusa.

[9] En la basílica de San Pedro, por ejemplo, para el celebrante en el Altar Mayor mirar al Oriente significa mirar hacia la nave de la iglesia, hacia las puertas principales. Sobre la significación histórica de estas iglesias excepcionales, véase Federación Internacional Una Voce, Positio Paper 4: La orientación litúrgica, núm. 6-7. 

[10] Ratzinger, J., The Spirit of the Liturgy (trad. inglesa, San Francisco, Igntius Press, 2000), pp. 80-81.

[11] Congregación para las Iglesias Orientales, Instrucción “Observaciones sobre el Orden de la Santa Misa de la Iglesia siro-malabar” (1984). Esta instrucción fue una respuesta a la reforma de los libros litúrgicos siro-malabares propuesta por la Conferencia Episcopal siro-malabar. La Iglesia siro-malabar no es autocéfala y se encuentra directamente bajo la autoridad de la Congregación para las Iglesias Orientales. 

[12] Ratzinger, The Spirit of the Liturgy, cit., pp. 213-216.

[13] Por ejemplo, raramente se usa, al menos en el mundo de habla inglesa, la opción del Misal reformado de decir las oraciones del ofertorio mientras el coro canta, e incluso las oraciones sacerdotales en silencio se dicen frecuentemente en voz alta.

[14] Véase Federación Internacional Una Voce, Positio Paper 9: El silencio y la inaudibilidad en la forma extraordinaria.

[15] Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen, núm. 11: "Extractum longius celebrationum tempus, iteratae invocationes, omnia denique comprobant aliquem paulatim in celebratum mysterium ingredi tota sua cum persona". Cf. Congregación de Culto Divino, Instrucción Liturgiam Authenticam (2001), núm. 28: “La sagrada liturgia implica no sólo el intelecto del hombre, sino toda su persona, que es el 'sujeto' de la participación plena y consciente en la celebración litúrgica” ("Sacra Liturgia non solum hominis intellectum devincit, sed totam etiam personam, quae est “subiectum” plenae et consciae participationis in celebratione liturgica").

[16] Como lo expresa la Instrucción Il Padre, incompresibile: “El primer requisito de toda renovación litúrgica oriental, tal como es el caso en la reforma litúrgica en Occidente, es el redescubrimiento plenamente fiel de las propias tradiciones litúrgicas, beneficiándose con sus riquezas y eliminando aquello que ha alterado su autenticidad. Tal orientación no se subordina sino que precede a la denominada puesta al día”. Cfr. Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen, núm. 8, citada en nota 18, infra.

[17] Benedicto XVI, Carta a los obispos que acompaña al motu proprio Summorum Pontificum (2007): “Lo que las generaciones precedentes has considerado sagrado, sigue siendo sagrado y grande también para nosotros, y no puede ser prohibido de improviso o incluso considerado dañino. Nos corresponde a todos nosotros preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y la oración de la Iglesia y darles su lugar adecuado”.

[18] Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen, núm. 8: “Hoy a menudo nos sentimos prisioneros del presente. Es como si el hombre hubiera perdido su percepción de pertenecer a una historia que lo antecede y que lo sigue. El esfuerzo por situarse a sí mismo entre el pasado y el futuro, con un corazón agradecido por los beneficios recibidos y por los que esperamos, es mostrado particularmente por las Iglesias orientales, con un muy nítido sentido de continuidad que toma el nombre de Tradición y de espera escatológica”. ('Captivos hodie saepius nos temporis praesentis esse sentimus: quasi si notionem homo amiserit sese esse particulam alicuius historiae praecedentis et subsequentis. Huic magno labori, quo contendit quis ut se inter praeteritum collocet futurumque tempus cum grato sane animo tam de acceptis quam de donis postmodum accipiendis, clarum praestant Orientales Ecclesiae sensum continuationis, quae sibi Traditionis atque eschatologicae exspectationis nomina sumit'). 

[19] Juan Pablo II, Carta apostólica Orientale Lumen, núm. 24: “Creo que un modo importante de crecer en el entendimiento mutuo y en la unidad consiste precisamente en mejorar nuestro mutuo conocimiento. Los hijos de la Iglesia católica ya conocen los modos señalados por la Santa Sede para alcanzar esto: conocer la liturgia de las Iglesias orientales” ("Putamus sane magnum pondus ad crescendum in mutua comprehensione atque unitate tribuendum esse meliori mutuae intellegentiae. Catholicae Ecclesiae filii iam noverunt vias quas Sancta Sedes significavit ut ii eiusmodi propositum consequi valeant: liturgiam Ecclesiarum Orientalium noscere"). El pasaje citado termina con una referencia a pie de página de la instrucción In ecclesiasticum futurorum (1979), núm. 48.

[20] La agencia de noticias Zenit informó lo siguiente (Roma, 29 de agosto de 2007): “El paso de Benedicto XVI de permitir una más amplia celebración del Misal romano de 1962 ha recibido una positiva reacción de parte del patriarca ortodoxo Alexy II de Moscú. 'La recuperación y valoración de la antigua tradición litúrgica es un hecho que saludamos positivamente', declaró Alexy II al periódico italiano Il Giornale. La carta apostólica Summorum Pontificum, publicada en julio, explica las nuevas normas que permiten el uso del misal de 1962 como una forma extraordinaria de la celebración litúrgica. 'Adherimos muy fuertemente a la Tradición', continuó. 'Sin la guarda fiel de la tradición litúrgica, la Iglesia ortodoxa rusa no habría sido capaz de resistir el período de persecución'”.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Una Pascua en el Monte Athos

Les ofrecemos hoy una crónica escrita por el filósofo alemán Robert Spaemann, de quien ya hemos tratado antes en esta bitácora (véase aquí, aquí y aquí), sobre la Pascua que pasó en el año 1981 en el Monte Athos, un Estado monástico que goza de autonomía y agrupa a veinte monasterios ortodoxos (griegos, rumanos, rusos, búlgaros, serbios y georgianos) bajo soberanía griega, cuyo nombre evoca un aura de misterio.  

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Una Pascua en el Monte Athos

Robert Spaemann

Pascua de 1981 en el Monte Athos. Éramos unas diez personas, asistentes y estudiantes de mi Instituto, mi hijo, un joven griego y un amigo bizantino. Semanas antes ya habíamos obtenido un visado para la “república de los monjes” gracias a las oportunas cartas de recomendación, pues no era nada fácil conseguirlo.

El Athos es una península de 45 km de longitud habitada por monjes, y que sólo puede ser visitado por varones y con visado. Se cuenta que una vez una emperatriz bizantina trató de llegar allí y le salió al encuentro la Madre de Dios con estas palabras: “soy la única mujer aquí”. En Athos solamente se nace para la vida del cielo, no para la vida terrena. Ahí no hay animales hembras, excepto los salvajes, que pertenecen a otro mundo. Tampoco hay automóviles ni electricidad. De monasterio a monasterio se va a pie. Caminábamos bajo un maravilloso sol de primavera, acompañados del canto de los pájaros. Íbamos visitando un monasterio tras otro. En todas partes nos acogían, nos dieron de comer y posada para la noche.


Monte Athos
(Foto: GreekReporter)

La hospitalidad variaba según los distintos monasterios; en unos había más cordialidad y educación que en otros. Me pareció que era llamativamente mayor allí donde la observancia ortodoxa era más exigente y estricta y, en consecuencia, donde no se nos permitía participar en la liturgia.

Un monje nos preguntó ante la puerta de la iglesia si éramos ortodoxos. Cuando nos dimos a conocer como católicos, el monje nos espetó: “Habéis saqueado y quemado los tesoros de Constantinopla”. De nada sirvió que le manifestara mi pesar por aquello, y que en cualquier caso nosotros no habíamos tomado parte en aquel lamentable incidente, que el Papa de entonces lo deplorara derramando lágrimas al conocer la noticia, y que ningún católico aprueba aquella aberración de los caballeros cruzados, que al fin y al cabo ya antes querían haber acudido en ayuda del emperador de Constantinopla. Pues bien, aquel monje era algo ingenuo, y seguramente en cada una de las tres jerarquías se encontraba en el nivel inferior.

Al hablar de las tres jerarquías expreso de esa manera algo que observé. La primera la oficial e institucional. Es la autoridad del Higoumenos, algo parecido al abad en un monasterio occidental. Todos los monjes le besan la mano, pero cuando lo hace un monje más anciano, entonces el abad corresponde ese gesto besándole también la mano al más viejo.

Hay una jerarquía de la edad, que me recordaba la entronización del Papa Juan Pablo II, en la que los cardenales le mostraban sumisión besándole la mano. Cuando le llegó el turno de hacerlo a Stefan Wyvszynski, cardenal primado de Polonia, este le manifestó su reverencia al Papa, que a su vez besó inmediatamente la mano del anciano arzobispo de Varsovia.


San Juan Pablo II besa la mano del Cardenal Stefan Wyvszynski (1901-1981), quien fue encarcelado durante la persecución comunista en Polonia

El tercer nivel jerárquico en los monasterios del Athos nos resulta en principio algo extraño a los latinos. Allí, en los monasterios suele haber uno o dos monjes vestidos con capotes negros que llevan cosidos con hilo rojo los instrumentos de la Pasión de Jesús: son los llamados Megiston Schima. El portador de esa prenda es un monje que por su especial piedad, humildad, discreción y bondad ostenta una autoridad más allá de todo cargo institucional. Ordinariamente se trata de un monje sencillo que presta servicios modestos en el huerto o en los oficios domésticos.

Pero entonces, ¿quién otorga esa distinción que parece poner fuertemente a prueba la humildad del monje?, Hice esta pregunta y la respuesta fue: En cada caso es otro monje que ya lleva los Megiston Schima.  Detrás de esto está el convencimiento de que sólo el hombre espiritual posee la mirada que reconoce a un hermano en el espíritu: ¿Quién reconoce el espíritu mismo? [Quis cognoscit spiritum nisi ipse spiritus?]. Me parece que esta triple jerarquía se corresponde mejor con la identidad del monacato que una pura jerarquía, unidimensional, de cargos.

Por lo demás, en el Athos pueden encontrarse todo tipo de formas de vida monástica: ermitaños que habitan en grutas y a quienes apenas puede uno ver; poblados de eremitas en los que cada monje habita su propia choza, y que se reúnen en una pequeña iglesia para el oficio divino; monasterios idiorrítmicos, donde cada monje tiene una pequeña vivienda en el monasterio y lleva su propia vida, eventualmente incluso con pertenencias propias; y finalmente los cenobitas, que san Benito señalaba como la raza “fuerte” de monjes, y que llevan una vida monástica comunitaria parecida a la de nuestros monasterios benedictinos o cistercienses. Aquí, por cierto, los monasterios idiorrítmicos han renunciado a su modo de vida a favor del de los cenobitas.


Mapa de la península donde se encuentra el Monte Athos publicado en 1980
(Imagen: Athosmaplibrary)

En aquel momento estábamos en Semana Santa, es decir, en el tiempo del ayuno estricto. En el Monte Athos no se come carne, pero en la época de ayuno tampoco ningún otro producto animal, ni pescado ni tampoco aceite. Con todo, a los huéspedes se les exige menos.

El Viernes Santo celebramos la liturgia con los rusos. Pasando por el monasterio Simonos Petras, situado sobre un monte rocoso, llegamos en la tarde del Sábado Santo al monasterio Gregoriou, un antiguo lawra situado al borde del mar.

Cenando al aire libre coincidimos con un grupo de estudiantes de Atenas que, como nosotros, habían acudido como peregrinos a celebrar la Pascua. Se irritaron mucho cuando oyeron que éramos católicos. Un estudiante de Derecho, delegado del Comité de Estudiantes de la Universidad de Atenas, inmediatamente me quiso implicar en una discusión teológica y me preguntó cuál era mi opinión sobre la diferencia entre la Iglesia ortodoxa y la católica. Le contesté que en el fondo sólo se trata de la posición del Obispo de Roma, es decir, la cuestión es si le correspondería el título de sucesor de san Pedro, y como tal no sólo poseería un puesto preeminente, pero meramente honorífico entre los Patriarcas, sino un oficio eclesial específico, el ministerio de la más alta autoridad.


El Monasterio de Simonos Petra

Mi interlocutor replicó que eso era una diferencia de carácter secundario. El antagonismo era más profundo. A mi pregunta pidiendo que aclarara más este aspecto –donde residía la diferencia principal- tomó una hoja de papel y dibujó ante mí un círculo con la observación “Este es el universo, el mundo”. Después marcó el centro del círculo y dijo “Y este es Dios. Tal es la fe ortodoxa. Para vosotros ese punto central es el hombre. Ahí está la diferencia”.

Sólo pude responder a eso: “Querido amigo, si tuviera usted razón, esta misma noche ingresaría a la Iglesia ortodoxa. Pero las cosas no son tan sencillas”.

Esta visión de las cosas la encontré muchas veces en el Athos. A la Iglesia latina la acusaban de antropocentrismo. Un joven monje mencionó la Capilla Sixtina que, a diferencia del arte del icono, representa una apoteosis del hombre. A este monje sólo pude responder que el humanismo renacentista en gran parte se debía a la sabiduría griega que penetró en Occidente en el siglo XV.


Fiesta de la Teofanía (Epifanía) al interior del monasterio Vatopedi (Monte Athos).

Se hizo de noche y ya solo queríamos asistir a la Vigilia Pascual. La liturgia comienza a las ocho de la tarde y se prolonga hasta las seis de la mañana. Ante la puerta de la iglesia un monje nos preguntó si éramos ortodoxos, y cuando lo negué nos dijo que lamentablemente no podríamos participar en la liturgia. Naturalmente, no me di por satisfecho, sino que di al monje una carta de recomendación del obispo griego de Viena, con el ruego de entregarla al abad.

El monje contestó que en ese momento el abad estaba escuchando confesiones de los peregrinos. Esto podría prolongarse hasta las diez y tendríamos que esperar pacientemente todo ese tiempo. Esperamos todos con la excepción de mi amigo austríaco, el bizantino, que a causa de su aspecto meridional y de su barba no fue interrogado, sino que simplemente se metió a la iglesia, besó los iconos y encendió las velas. Le confundieron con un ortodoxo.

Esperamos dos horas mientras la liturgia comenzaba con la lectura completa de los Hechos de los Apóstoles. Hacia las diez vino el joven monje y me dijo que el abad me rogaba que pasara a verle. Acompañado de un monje que hacía de interprete entre el griego y el francés, y también en compañía de Reinhard Löw, que entonces era mi asistente en la Universidad, el abad nos recibió en un pequeño despacho, me ofreció asiento, me dio una crucecita de madera como obsequio en calidad de huésped y me preguntó la razón por la que habíamos venido.


Los monjes salmodian "Christos anesti" ("Cristo ha resucitado") durante la Vigilia Pascual, que pone fin a siete semanas de ayuno solemne

Repuse: “Para celebrar la Pascua con ustedes; entre nosotros los latinos, este año la Fiesta coincide con la de los griegos en la misma fecha”.

A continuación, el abad: “Ya le han dicho desgraciadamente esto no es posible. La comunidad en la oración presupone la comunidad en la fe”. (La carta de recomendación del obispo griego de Viena no sirvió para nada. Ante los monjes de Athos, los obispos no poseen mucha autoridad).

Yo: “Ciertamente, también somos de esa opinión. Pero donde la mayor parte de la fe es común, también podría ser común la mayor parte de la oración. No pensamos comulgar con ustedes. Sabemos que eso lo reprueban, y por supuesto lo rechaza también la Iglesia católica, es decir, admitir a la comunión a los herejes. Y a sus ojos nosotros somos herejes”.

El abad: “No nos corresponde juzgar si las diferencias son grandes o pequeñas. Dios puede superar abismos profundos y saltar sobre altos muros. Pero a nosotros no nos está permitido hacer grandes gestos”.

A continuación le indiqué al abad que en las iglesias ortodoxas de Occidente siempre se admite también no sólo otros creyentes cristianos, sino incluso personas de otras religiones.

El abad replicó: “Eso puede que sea así en Occidente, pero en el Athos tenemos otras costumbres”.

Mi observación sobre la praxis de admisión en otros monasterios del Athos no me ayudó nada. También hay diferencias en el Athos, y el monasterio Gregoriou se cuenta entre los de observancia más estricta.


El monasterio de Gregoriou (Monte Athos)
(Foto: Dreamstime)

No me rendí tan rápidamente. Le expresé al abad mi respeto por la solidez de la ortodoxia, tal como aquí la encontraba, y le dije: “La Iglesia occidental hoy está severamente amenazada desde el interior y ciertamente por un liberalismo y un relativismo que han traspasado los límites de la herejía desde hace mucho tiempo. Incluso el arrianismo era un juego de niños en comparación con las doctrinas que hoy se extienden ampliamente en la teología occidental. En esta situación, para nosotros resulta vital que la Iglesia- como decía el Papa- vuelva a respirar con sus dos pulmones, y que la Iglesia de Oriente venga en ayuda de la de occidente con su firmeza, con su solidez en la fe”.

Al abad le gustó esto. El principal temor de los ortodoxos siempre es el de ser dominados por Roma. Su rigidez es frecuentemente consecuencia de un complejo de inferioridad respecto al catolicismo. En ese sentido, naturalmente resulta agradable para un abad griego escuchar que Occidente necesita la ortodoxia, la reunificación con Occidente.

Por su lado, el monje interprete me dijo más tarde que le había tocado el corazón al abad en el momento en que expliqué que no teníamos en absoluto el propósito de comulgar con ellos. “Si usted hubiera dicho: somos todos cristianos, déjenos celebrar conjuntamente la Eucaristía, entonces el abad le hubiera expulsado de inmediato”.

Al terminar esta fase de la discusión, cuando le pedí nuevamente al abad que nos dejara participar en su iglesia en consideración a la Santa Fiesta de la Pascua, el abad dijo “Mire, si le dejo entrar, algunos de los monjes más ancianos abandonarán la liturgia”.


El abad de un monasterio besa las manos de su padre espiritual

A esto respondí: “Eso cambia las cosas. En ningún caso queremos perturbar su paz pascual. Si las cosas son así, por favor pídale al monje portero que nos abra la puerta y esta misma noche iremos al monasterio Simonos Petras, donde con seguridad seremos admitidos”.

En ese momento palideció el abad y replicó: “No pueden hacer eso, está oscuro, la luna no da la luz y el camino hacia Simonos Petras es demasiado peligroso en esas circunstancias: tendrán que atravesar un arroyo y subir por un camino rocoso. Alguien podría morir en el intento”.

Entonces dije: “Por favor, déjenos ir. Conocemos un poco el camino, ya que hoy hemos transitado por allí. Además tenemos una linterna, y, por otro lado, el riesgo adicional lo asumimos puesto que esta noche también es nuestra Pascua, y nos gustaría, si es posible, participar en la Liturgia pascual”.

El abad se levantó y nos pidió que esperáramos un momento, al tiempo que abandonaba el lugar. Como más tarde supe, entró en la iglesia con la liturgia ya comenzada y en medio del culto divino sacó a los más ancianos de entre los monjes para improvisar un pequeño consejo. Les expuso el caso y dijo “¿Podemos responsabilizarnos de dejar marchar a esta gente, si les ocurriera algo? Si se trata de un mandato divino, hemos de obedecerlo, y la responsabilidad por las consecuencias de esa obediencia nos corresponde. Ahora bien, si es cosa de mera observancia eclesiástico-monacal, que varia entre las propias iglesias ortodoxas, nos encontramos ante un caso de los que denominamos oikonomía, que en Occidente se llama epikeia, esto es, se trata de una situación excepcional en que la regla general puede dejarse sin efecto”.

El consejo general decidió unánimemente que en esas circunstancias podía dejarnos participar en la celebración de la Liturgia, presuponiendo siempre que no exigiéramos participar en la comunión. Después de un rato vino el joven monje interprete a transmitirnos la feliz noticia, con la que quedo compensada mi tenacidad.

La Liturgia fue imponente. A la llamada del diacono Christos anesti –Cristo ha resucitado-, un monje puso en movimiento la gigantesca lámpara de bronce encendida que colgaba del techo. “Poner en danza las relaciones”, preconizaba Karl Marx. La Resurrección de Cristo, de hecho, lo recoloca todo, y en aquel momento eso se podía experimentar sensible, casi voluptuosamente bajo la agitación de la lámpara de araña que blandía el aire. Cristos anesti, “Cristo ha resucitado. Por su muerte ha vencido a la muerte y ha dado nueva vida a los que están en las sepulturas”; esto cantaban monjes y peregrinos esa noche con tal insistencia que lo olvidaré hasta el final de mis días.


El monje disfruta de la comunión con sus hermanos a la hora de comer, siempre en silencio, como en el ornado refectorio bizantino del monasterio de Xenofontos.

La Santa Liturgia se prolongó hasta las seis de la mañana. Después todos fuimos a la “trapeza”, el refectorio de los monjes, donde a cada monje y a cada huésped esperaba un plato con un gran pescado asado. Antes de tomarlo, el abad aun dio una prédica que no estaba incluida en las diez horas de la Liturgia, y en la que no se privó de lanzar indirectas contra las iglesias orientales unidas a Roma.

Debo hacer notas aún que al día siguiente el abad me trató con exquisita amabilidad, me sentó junto a él en la mesa, así como en una tertulia que tuvimos tras la comida, en la que se encontraron cánticos griegos.

La cordialidad del abad fue llamativa. Del mismo modo que se me asombraba y respetaba su fortaleza intransigente en las cuestiones de fe, él también sabía valorar en mi caso esa mezcla de respeto y tenacidad.

Cristos anesti: este fue el saludo cotidiano durante todo el día y la semana de Pascua. A continuación seguía la respuesta: Alithos anesti, en verdad ha resucitado. En ningún momento era posible ignorar que era Pascua, pues la atmósfera estaba invadida por el tronar de los troncos huecos sobre los que se golpeaba, sustituyendo así el repique de campanas.

En Pascua a los monjes novicios se les permitía golpear los troncos cuantas veces quisieran.


El solitario padre Seraphim recorre a pie los kilómetros que separan su ermita de esta cabaña, donde trabaja envasando la miel de un colmenar cercano.

Nota de la Redacción: El texto está tomado, con mínimas adaptaciones y correcciones, de Spaemann, R., Sobre Dios y el mundo. Una autobriografía dialogada, trad. de José María Barrio Mestre y Ricardo Barrio Moreno, Madrid, Ediciones Palabra,  2014, pp. 345-354. Los pie de foto de aquellas provenientes del reportaje sobre el Monte Athos publicado por National Greographic están tomados de ahí, con algunas correcciones de estilo. 

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Actualización [1° de mayo de 2019]: New Liturgical Movement da noticia de un hermoso documental sobre los monasterios del Monte Athos, que recuerda a aquel rodado en la Gran Cartuja (El gran silencio, 2005).