miércoles, 17 de febrero de 2016

Entrevista con Claude Barthe a propósito de la conferencia del Rvdo. Milan Tisma

En una entrada anterior les ofrecimos la traducción de la nota que Paix Liturgique publicó sobre la conferencia impartida por el Rvdo. Milan Tisma Díaz, titular de la Parroquia de San Juan de Dios y capellán de nuestra asociación, durante el I Congreso Summorum Pontificum realizado en julio de 2015. Esa nota sirvió como pauta de conversación para que Paix Liturgique entrevistara al Rvdo. Claude Barthe, conocida figura del ámbito tradicional y organizador de la peregrinación Summorum Pontificum que cada año se hace en Roma. Dicha entrevista se reprodujo después en varios otros sitios afines. Como complemento de la entrada anterior, y tal como anunciamos, les ofrecemos la traducción al español de esa entrevista. 

Agradecemos al Instituto de Cristo Rey y Sumo Sacerdote (ICRSP) por su gentil autorización para publicar en esta entrada dos fotos de sus apostolados.
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Entrevista con Claude Barthe sobre la introducción

de la forma extraordinaria en las parroquias

El 30 de noviembre de 2015, las ediciones L’Homme publicaron un fascículo que reúne nuestras cartas sobre las diferentes formas de celebración que permite la forma extraordinaria del rito romano, con un prefacio del Pbro. Claude Barthe, capellán de la peregrinación internacional Summorum Pontificum (1).

 Pbro. don Claude Barthe

Simultáneamente publicamos un reportaje sobre la muy interesante y original conferencia de don Milan Tisma con ocasión del primer congreso Summorum Pontificum en Chile. Hemos aprovechado esta coincidencia para pedir al Pbro. Barthe sus comentarios, punto por punto, del testimonio del Pbro. Tisma y para profundizar de este modo las vías que se abren a los curas de parroquias que desean enriquecer la liturgia cotidiana y dominical, según el espíritu del Motu Proprio de Benedicto XVI.

1) Recuperar el sentido de lo sagrado: es el primer punto abordado por el Pbro. Tisma en su presentación. En sí mismo, ello no tiene nada de novedoso porque son numerosos los testimonios de fieles y sacerdotes que explican que su interés por la forma extraordinaria del rito romano proviene de la gran sacralidad que encuentran en ella. Sin embargo, para justificar su aseveración, el Pbro. Tisma se apoya en la noción de mysterium tremens et fascinans, desarrollada, en su momento, por el teólogo luterano Rudolf Otto: ¿le llama la atención esta referencia?

Pbro. Claude Barthe: La referencia a la obra de Rudolf Otto, Lo Sagrado, en que este tema es analizado como algo, al mismo tiempo, aterrador (tremendum) y fascinante (fascinans), es interesante por cuanto permite corregir la tendencia moderna a hacer desaparecer del culto toda trascendencia, y a hacer del Dios a quien se dirige, un objeto a nuestra medida. Pero hay que retener ambos cabos de la cuerda: Dios es, por naturaleza, incomprensible, no puede ser aprehendido en sí mismo y, sin embargo, se comunica con nosotros por la revelación y por la Encarnación del Verbo, el Emanuel, Dios con nosotros, Dios que se ha hecho uno de nosotros. Santo Tomás explica, en la Summa contra Gentiles, que la suprema “conveniencia” de la Encarnación es, precisamente, hacernos comprender que el acceso a la felicidad eterna, que consiste en unir nuestra alma con aquello que la sobrepasa infinitamente, es una cosa posible, porque la divinidad se ha unido a nuestra humanidad. La humanidad de Jesucristo, cerca y como palpable en la Iglesia, nos sumerge en el abismo insondable de la divinidad unida a esta humanidad, que se hace visible en los milagros que ella produce, por ejemplo, la remisión de los pecados, la transubstanciación eucarística.

2) Para el Pbro. Tisma, si se la priva de su misterio, la liturgia deja de ser epifanía (manifestación) de la gloria y de la perfecta santidad de Dios: ¿está Ud. de acuerdo?

Pbro. Claude Barthe: Estoy totalmente de acuerdo. El Pbro. Tisma apunta con toda razón a esta reducción de lo divino a lo simplemente humano, de la fe a lo simplemente racional, que se manifiesta en la liturgia hoy día, en que el acceso a la trascendencia está, por decirlo así, colapsado. Esta liturgia que se pretende, sobre todo, “cercana a la gente”, termina por no interesar a ésta, hasta el punto que la gente ya no pone los pies en la iglesia. En forma paradojal, la verdadera proximidad que una liturgia bien entendida establece entre el hombre y la santidad incandescente de Dios pasa por el sentimiento de una lejanía absoluta. El novelista alemán Martin Mosenbach lo expresa bien en su libro “La liturgia y su enemigo: la herejía de lo informe (Hora Decima, 2005). La paradoja inherente a la acción litúrgica, nos dice ahí, está en el hecho de que ella devela y revela el misterio envolviéndolo y ocultándolo. La liturgia oculta la presencia de Dios infinito e insondable tras velos de respeto, de formas, de ritos, y ese mismo hecho lo revela, y hace al alma acceder verdaderamente a esta presencia: es una epifanía que se oculta para poder expresar mejor.

 Martin Mosebach

La consagración, dicha en lengua vulgar y sobre una mesa colocada en medio de la asamblea, de un pan que pronto va a ser cogido con la mano para comulgar, ¿se comprende mejor, en la fe, que la consagración de la liturgia oriental, cantada entre nubes de incienso en una misteriosa lengua sagrada, detrás del velo que se ha dejado caer ante la puerta del iconostasio? La pregunta se contesta por sí sola: en el primer caso, se cree comprenderlo todo, y no se comprende nada, porque la proximidad que establece una liturgia banalizada hace muy difícil un verdadero encuentro en la fe; por el contrario, el alejamiento sagrado operado por la liturgia de san Juan Crisóstomo, acerca verdaderamente el alma a Dios. La liturgia es semejante a la tiniebla luminosa en la que Moisés recibió la revelación divina, oscura y resplandeciente a la vez. También se la puede comparar a la “nube luminosa” que “cubrió con su sombra” a los tres discípulos, testigos de la Transfiguración del Señor (Mt. 17. 5).

Para seguir con el ejemplo de la “natividad” del Santísimo Sacramento en el corazón de la misa, en el momento de la consagración: las genuflexiones, inclinaciones, los cirios de los acólitos, los inciensamientos, las campanillas, los lienzos sagrados, los objetos sagrados para recibirlo (cálices, copones), y luego el santo comulgatorio, en que se está de rodillas, con las manos sobre un lienzo blanco, para recibir la hostia en la boca, el tabernáculo majestuoso donde se guardará la santa reserva, todo eso aleja por el respeto de adoración,  pero acerca, al mismo tiempo, ayudando al acto de fe.

3) Para el Pbro. Tisma, los curas tienen el deber de procurar la reconciliación de los fieles entre sí por todos los medios litúrgicos a su disposición, comenzando por la celebración regular de la forma extraordinaria: esta afirmación, que desde Francia sería imposible formular mejor, ¿es sólo un deseo piadoso?

Pbro. Claude Barthe: Se trata, en todo caso, de una obra de piedad a la que se dedica Paix liturgique, digna por ello de toda alabanza. En Francia, los curas que comprenden este deber son todavía demasiado pocos, es verdad; pero su número está aumentando. Una experiencia puntual me permite proponer una idea, inspirada por la fiesta de Navidad. En bastantes parroquias de Francia la misa de la noche de Navidad se celebra a las 9 ó 10 de la noche, cuando ya está oscuro. Nada impide al cura celebrar, o hacer celebrar por un sacerdote idóneo, miembro de una comunidad dedicada a la liturgia tradicional, una misa celebrada, como se debe, a medianoche, de acuerdo con la forma extraordinaria. Se sorprenderá de la concurrencia, incluso con feligreses que asisten habitualmente a la forma ordinaria. De modo general, los curas de parroquia no deberían dudar de recurrir a sacerdotes conocedores de la forma extraordinaria, quienes, además de la celebración de la misa tradicional, podrían ayudarlo con las confesiones, las visitas a los enfermos, los funerales. Esto serviría también para producir reconciliación entre los sacerdotes.

 Misa del Gallo tradicional en la iglesia de Santa Afra, Berlín
(Foto: Catholicvs)

4) Junto con Rudolf Otto, el Pbro. Tisma recurre a otro alemán, Mons. Klaus Gamber, para introducir una noción poco usual en el mundo tradicional: el hecho de que la liturgia es la “pequeña patria” de los católicos, de la que éstos se han visto privados, convirtiéndose en apátridas litúrgicos. ¿No es ésta una de las razones, pocas veces planteadas tan claramente, del vigoroso surgimiento de lo que los sociólogos llaman “el catolicismo de identidad”?

Pbro. Claude Barthe: Sí. Mons. Gamber lamentaba que los católicos hubieran sido privados de su “pequeña patria”, puesto que ya no existen más, en el nuevo rito, llevado al límite, dos misas idénticas. Cuando yo era niño, íbamos en familia a España, que nos quedaba cerca. Y asistíamos a la misa dominical deteniéndonos en cualquier ciudad o pueblito, y era la misma misa que ya conocíamos en nuestra parroquia. En cierto modo, entendíamos todo… excepto el sermón en castellano. Los católicos del mundo entero, donde quiera que asistieran a misa, tenían la impresión de estar en su casa en todas partes. Hacia la época de la reforma litúrgica, se hablaba ya, no de mundialización, pero sí de “aldea planetaria”. Es realmente asombroso que los fabricantes de la nueva liturgia no hayan comprendido que la liturgia contenía ya un vínculo universal, que abría las puertas a una Ciudad que abarcaba el mundo, la aldea planetaria de la liturgia católica. Además, en un momento en que progresaba ya considerablemente la secularización, en cuyo seno el catolicismo se volvía cada vez más extranjero en la Aldea Global, podrían haber percibido, si hubieran tomado en cuenta los verdaderos “signos de los tiempos”, que los católicos tenían más necesidad que nunca de reunirse en una casa familiar.

Si, en efecto, el catolicismo de identidad, en un espectro que va desde la FSSPX a la comunidad San Martín, atrae hoy practicantes y a las vocaciones, es debido a que ofrece un ritual tradicional o tradicionalizante que hace experimentar sensiblemente esta comunidad de fe y de pertenencia a la “familia Christi”. El uso del latín resulta muy importante: rezar y cantar en la lengua sagrada de la Iglesia romana expresa y fortalece el vínculo de unidad. Desgraciadamente, la jerarquía católica y sus expertos van absolutamente a contrapelo desde hace más de medio siglo.

5) Gradualidad, continuidad, son los dos principios que recomienda don Milan para establecer, de un modo durable y perenne, la forma extraordinaria en las parroquias: ¿qué piensa Ud.?

Pbro. Claude Barthe: Estoy totalmente de acuerdo. En mi librito sobre la puesta en práctica de la reforma de la reforma, teniendo como punto de referencia la misa en su forma extraordinaria, yo propugno la gradualidad. Perdone que me cite a mí mismo: “La práctica de la reforma de la reforma en una parroquia o lugar corriente de culto es, casi por su naturaleza misma, un proceso gradual, una transición, más o menos rápida, desde una situación “ordinaria” a una cercana a la “extraordinaria”. La ley de la gradualidad puede aplicarse aquí sin problemas de conciencia” (2). Aumentar el espacio del latín, reintroducir la comunión en la boca, usar la plegaria eucarística I (el canon romano), orientar el altar hacia el Señor, recuperar las oraciones del ofertorio tradicional (dichas en voz baja), son las pistas principales que seguir. Poco a poco. Por ejemplo, se vuelve el altar “hacia Dios” en ciertas ocasiones, luego, siempre en semana, luego con ocasión de las fiestas importantes, y por fin todos los domingos, siempre. La mayor parte de los sacerdotes que, en sus parroquias, han practicado la reorientación tradicional de la liturgia, han obrado de este modo. 

 El obispo de Lincoln (Nebraska). S.E.R. Mons. James Conley, ofrece la Santa Misa (Novus Ordo)
ad orientem durante el tiempo de Adviento (Foto: Father Z's Blog)

6) El Pbro. Tisma propone también algunos gestos simples para reorientar concretamente la liturgia parroquial, volviendo a poner a Nuestro Señor Jesucristo en el centro de la atención: un solo altar para las dos formas litúrgicas, “escenificación” del presbiterio, uso de las diversas formas de la liturgia extraordinaria, etc. Ud. está en contacto con numerosos sacerdotes de parroquias in utroque usu: ¿podría darnos otros ejemplos en este sentido?

Pbro. Claude Barthe: Lo más importante desde el punto de vista simbólico, y también lo más difícil de hace aceptar, no por la mayoría de los fieles sino de los más “reformados” de ellos (las religiosas, las señoras que dan la comunión, el diácono permanente), es la celebración de cara al Señor. De ahí el esquema de transición que he recordado, y de cuya realización puedo dar algunos ejemplos. La formación de niños acólitos, muchos, si es posible, que sepan ayudar la misa en las dos formas, es también importante: ellos contribuyen mucho a solemnizar las ceremonias (y a pasar gradualmente de la ordinaria a la extraordinaria). Desde el punto de vista pedagógico, todos los sacerdotes que tienen esta preocupación preparan, por lo demás, folletitos fotocopiados para cada misa, de suerte que, tanto para la misa ordinaria “reforma de la reforma”, como para la misa extraordinaria, los asistentes puedan seguir el rito simplemente dando vuelta las páginas: de este modo todo va calando, y la piedad litúrgica gana mucho. También podría mencionarse otros puntos: algún cura hace que se toque el órgano durante el ofertorio, lo que solemniza ese momento, durante el cual él pronuncia en voz baja las oraciones tradicionales; otro pronuncia, ya no en voz alta, sino a media voz, las palabras de la plegaria eucarística en castellano o latín, o bien pasa al latín desde el momento de la consagración, lo cual produce también un poderoso efecto de sacralización; otro, para apartar del altar, sin protestas, a las niñas acólitas que ha heredado, y para dar una nota festiva, las ha transformado en un conjunto de hijas de María con albas blancas, que se ubican a los costados de la nave, como los scouts con uniforme y los miembros del coro.

7) Finalmente, don Milan recuerda también la salvaguardia de los usos o privilegios litúrgicos locales: ¿permite tal cosa el motu proprio Summorum Pontificum y la instrucción que lo acompaña, y subsisten tales usos en Francia?

Pbro. Claude Barthe: Siempre han existido en Francia y en otras partes costumbres, legados de antiguos usos de Iglesias locales que se ha conservado hasta la reforma de Pablo VI, y que, por consiguiente, Summorum Pontificum autoriza, puesto que se vuelve a poner las manillas del reloj en 1962, justo antes del diluvio. Quise decir “del Concilio”, excúseme… Siempre han existido también costumbres piadosas que se han agregado al desarrollo de la ceremonia. Las grandes iglesias de Francia tenían un ujier que recorría las naves para mantener el orden, en particular durante los desplazamientos para comulgar, que golpeaban el suelo con su alabarda para el momento en que había que arrodillarse. Conocí al ujier de Notre-Dame de Paris, que ha debido estar en funciones hasta mediados de los años sesenta; otro ha reaparecido en Saint-Nicholas-du-Chardonnet unos diez años después. Algunas parroquias y comunidades han restablecido también la costumbre, antes muy popular en las misas mayores, de la distribución del pan bendito: se presenta al celebrante algunos panes, generalmente un bollo con anís, según las provincias, quien los bendice en el ofertorio, para ser repartidos después, en trozos, del tamaño de un bocado, que se distribuye a los asistentes al fin de la misa. En ciertas comunidades religiosas, hasta los años 70, se bendecía el Sábado Santo un cordero que se consumía en el almuerzo del día de Pascua. Existen también las fanfarrias de San Huberto que tocan con cornos durante la misa (he conocido también, en mi infancia, la fanfarria municipal que tocaba para el 11 de noviembre, presididas por la bandera, que se inclinaba durante las elevaciones). Me dirá Ud. que todo eso es un poco folclórico, pero es popular. Más propiamente litúrgico, y muy francés, es la costumbre de que los chantres, revestidos con capas, oficien no solamente en las vísperas, sino también en las misas mayores, ojalá delante de un gran atril, lo que tiene gran prestancia. 

 Ujier escoltando una procesión
(Foto: ICRSP)

 Bendición del cordero en Laval (Francia)
(Foto: ICRSP)


[1] La messe traditionnelle dans tous ses état, Paris, Editions de L’Homme nouveau, collection Paix Liturgique, 52 pp.

[2] Barthe, C., La Messe à l’endroit. Un nouveau mouvement liturgique, Paris, Editions de L’Homme nouveau, collection Hora Decima, 2010, p. 75. 

Actualización [25 de enero de 2017]: La editorial francesa Via Romana publicó en octubre de 2016 un nuevo libro del Rvdo. Claude Barthe, intitulado Historia del misal tridentino y sus orígenes (Histoire du missel tridentin et de ses origins). El libro, de momento sólo disponible en francés, ha sido reseñado en la versión española del sitio Paix Liturgique

lunes, 15 de febrero de 2016

Celebramos doscientas entradas

Con la entrada publicada el sábado pasado, nuestra bitácora ha completado el segundo centenar de ellas. Queremos agradecer a los sitios que nos han enlazado y a todos nuestros lectores, que son la razón del trabajo que realizamos en servicio de la Iglesia universal y de Santiago y con el fin de dar a conocer la forma tradicional del rito romano. Como Equipo de Redacción seguiremos trabajando con la misma fuerza para ofrecerles nuevos materiales y difundir las noticias relevantes sobre la Misa tradicional en Chile y el mundo. Queremos recordar, además, que nos encontramos en medio del jubileo por nuestro quincuagésimo aniversario, que coincide parcialmente con el Año Santo de la Misericordia al que ha convocado el papa Francisco. Pronto comenzaremos a dar la información de las celebraciones, que ya estamos preparando. 


 A.M.D.G


Magnificat anima mea Dominum
Anunciación y Visitación (S. XIII, Santa María de Cardet, Lérida), 

sábado, 13 de febrero de 2016

Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum (II)


Dom Alberto Soria Jiménez OSB, Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum, Madrid, Cristiandad, 2014, 552 pp.

[Nota de la Redacción: El texto íntegro ha sido publicado con el mismo título del libro reseñado en los Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada XXI (2015), pp. 171-220 (véase aquí la versión publicada)].

Dr. D. Jaime Alcalde Silva 



El autor cita como pórtico un párrafo de Joseph Ratzinger tomado de su obra Ser cristiano en la época neopagana (publicado en español por Ediciones Cristiandad en 1996), donde el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe manifestaba que su posición no era de rechazo a la reforma litúrgica posconciliar, sino de defensa de sus rasgos esenciales en la medida que ellos reflejasen la continuidad orgánica del rito, confiando en que llegaría el día de una esperada reforma de la reforma (p. 7). Esta idea le sirve de carta de ruta para abordar su formidable y completa exposición sobre la situación actual del misal de 1962, permitido por el motu proprio Summorum Pontificum como forma extraordinaria del rito romano, y llamada a contribuir al enriquecimiento de la tercera edición típica del misal promulgado por Pablo VI y reformado por Juan Pablo II (GF 9), para contribuir a dar respuesta a esa urgente necesidad que procede de la evangelización y el ecumenismo como es la armónica reconciliación litúrgica en el seno de la Iglesia (p. 19), con la conciencia de que ninguna tradición litúrgica puede agotar por sí sola el insondable Misterio de Cristo (CEC 1201). 

Benedicto XVI
(Foto: Agencia EFE)

Así queda de manifiesto en la Introducción, donde el autor describe la materia sobre la que versará la obra. Explica ahí la promulgación del referido motu proprio el 7 de julio de 2007, acompañado de una carta del papa Benedicto XVI dirigida a los obispos de la Iglesia católica de rito romano, y completado el 30 de abril de 2011 con la Instrucción Universae Ecclesia dada por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. Alude, en fin, a algunos aspectos prácticos relacionados con su investigación, para acabar con una cita a la humildad, virtud tan cara a la Orden benedictina (cfr. el Capítulo VII de su Regla), extraída del discurso que Benedicto XVI pensaba leer en su anulada vista al Santuario de La Verna (Arezzo, Italia) durante el mes de mayo de 2012.

Tras ella, abre el cuerpo de la obra un apartado dedicado a ciertas cuestiones preliminares, donde el autor aborda la evolución del texto utilizado para la celebración de la Santa Misa con la edición típica del misal romano de San Juan XXIII y analiza la carta dirigida a los obispos de la Iglesia católica de rito romano con que Benedicto XVI acompañó el motu proprio referido a la liturgia tradicional, que el autor mienta como Con grande fiducia por las palabras italianas con que ella comienza («Con gran confianza y esperanza pongo en vuestras manos de Pastores […]») después de referir los otros nombres con que fue publicada en L’Osservatore Romano y en el Acta Apostolicae Sedis (p. 50).

Como cuestión previa cabe recordar que, con anterioridad al nuevo rito sancionado por la Constitución apostólica Missale Romanum del beato Pablo VI, el misal romano era (y es todavía) plenario, de suerte que en él estaba contenido todo lo necesario para la celebración eucarística, con independencia del número de ministros intervinientes. Originalmente promulgado por San Pío V (1565-1572) mediante la bula Quo primum tempore (14 de julio de 1570), el misal mandado componer por el Concilio de Trento (1545-1563) no suponía una innovación sobre el rito romano existente y decantado con los siglos, sino sólo su fijación con miras a su universalización y a la reafirmación del dogma católico sobre el carácter sacrificial (CEC 1330 y 1357), la transustanciación (CEC 1376) y la presencia verdadera, real y sustancial de Cristo en la Eucaristía (CEC 1374)[1]. A ese mismo fin se enderezada el reconocimiento de todos los misales que tuviesen una antigüedad probada de doscientos años. El papa Juan XXIII dispuso la agregación de un nuevo cuerpo de rúbricas a este misal, ordenando la promulgación de una nueva edición típica merced a un decreto de 23 de junio de 1962, respecto del cual parece que el criterio mayoritario se decanta a favor de señalar que en él resulta escaso el poso específico de San Pío V (p. 211). En dicha edición se incluía también una modificación de la oración del Oficio de Viernes Santo, el que ya había sufrido cambios (como toda la Semana Santa) merced a la reforma piana de 1955[2]. A fines de aquel mismo año fue agregada al canon la referencia a San José, obra de piedad filial que ha sido completada recientemente mediante la incorporación del Santo Patriarca en las restantes tres plegarias eucarísticas del nuevo misal por decreto de la Congregación del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos de 1 de mayo de 2013. Tal era el estado del misal romano al comienzo y durante del Concilio Vaticano II, el que habría de alterar sustancialmente la forma de celebración de la Santa Misa más allá de la cuestión lingüística (SC 36) o de la orientación del sacerdote (IGMR 299), también posibles en la hoy denominada forma ordinaria. 

 Juan XXIII celebrando la Santa Misa

Es sabido que el primer fruto de dicho concilio ecuménico fue la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, aprobada por 2147 votos y sólo cuatro rechazos y promulgada por el papa Pablo VI el 4 de diciembre de 1963[3]. En ella se dejó constancia del deseo de los padres conciliares de que, en cuanto fuese necesario, los ritos legítimamente reconocidos por la Iglesia fuesen íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y recibiesen nuevo vigor, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades actuales (SC 23). Dicha revisión estaba fundada en razones pastorales (SC 49) y quedaba circunscrita a determinados aspectos del ordinario de la Misa, de manera que se manifestase con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión, y se hiciese más fácil la piadosa y activa participación de los fieles (SC 50). En concreto, el deseo del Concilio era que (i) se simplificasen los ritos, conservando con cuidado la sustancia; (ii) se suprimiesen aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se habían duplicado o añadido; y (iii) se restableciesen, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que habían desaparecido con el tiempo, según se estimase conveniente o necesario (SC 50). Por supuesto, esto suponía la conservación del latín como la lengua propia de la Iglesia latina tanto en la liturgia (SC 36) como en el oficio divino (SC 101), y la preservación del canto gregoriano como el que es propio de la liturgia romana (SC 116). El Concilio postuló, entonces, una solución moderada: algo había que reformar para devolver a la liturgia su fuerza vital dentro de la Iglesia, conservando aquello que la Tradición veneraba (SC 23), y con ese fin dispuso la revisión inmediata de los libros litúrgicos, valiéndose de peritos y previa consulta a los obispos del mundo (SC 25)[4].

Por eso, no es aventurado pensar que la reforma litúrgica que los padres conciliares tenían en mente iba en la línea trazada por el papa Pío XII en su señera encíclica Mediator Dei (1947), incentivando la actuosa participatio a la que ya se había referido San Pío X en el motu proprio Tra le sollicitudine de 1903 (SC 11, 14, 21 y 48)[5]. Ella, que implica una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana (Sacramentum Caritatis, 52), podía conseguirse traduciendo a las lenguas vernáculas la primera parte de la Misa, llamada de los catecúmenos por su finalidad didascálica, para permitir que los fieles participasen con el sacerdote en la enseñanza y expresión de la fe que ella supone (SC 36 y 54). Esto se podía haber logrado, además, favoreciendo todo aquello que supusiese que el sacerdote se aproximase a los fieles y entrase en comunión con ellos, tanto en el aspecto locativo como ceremonial, sin descuidar la debida formación catequética (SC 19). En esta última dimensión convenía que recitase en su lengua las oraciones y las lecturas de la Epístola y el Evangelio (SC 54); que alternase con ellos el canto del Kyrie, el Gloria, el Credo y otras oraciones (SC 17 y 30); que la homilía fue clara y contribuyese a fomentar una fe operativa a partir de la Revelación (SC 52); y que se restableciese la oración de los fieles, al menos los domingos y días de precepto,  para que con la participación del pueblo se hiciesen súplicas por distintas necesidades comunes conforme a formularios establecidos (SC 53)[6]. Paralelamente, y conservando la orientación versum Deum de la celebración, los nuevos altares debían haberse construido en medio del presbiterio y con un uso reservado para la segunda parte de la Misa, dejando la sede para la primera parte[7]

 Pío XII
(Foto: Watershed)

La segunda parte de la Misa, donde se actualiza el sacrificio de Cristo sobre el altar, debía de permanecer invariable, para asegurar la unidad y la universalidad de un misterio que el hombre no es capaz de penetrar (Sacramentum Caritatis, 62). Tal era la advertencia de San Pablo (1 Cor 11, 23-25) desde los primeros tiempos del cristianismo, cuando la forma de celebración se conformaba según las distintas costumbres de los lugares donde se asentaba la naciente Iglesia, pero asegurando siempre un núcleo básico en torno a la plegaría eucarística (CEC 1205 y 1345), de manera de cumplir con el mandato del propio Cristo: «haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19). La orientación del sacerdote en esta parte debía seguir siendo con el corazón vuelto a Dios, hacia el oriente (Mal 3, 20), para demostrar que el sacrificio se ofrece al Padre y por aquel que, separado del pueblo, ha recibido la función de santificar (CEC 1367)[8]. De ahí que no extrañe que el Concilio no haya hecho mención a la orientación del sacerdote, la que sólo aparece posteriormente (por ejemplo, IGMR 299), que se pida guardar el silencio sagrado durante la celebración (SC 30), o que se declare que «la acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y en ellos intervienen ministros sagrados y el pueblo participa activamente (SC 113). Esto, sobre todo, porque el paradigma seguido es el de la Misa con asistencia de fieles (canon 906 CIC), asistencia de ministros y diáconos y coro (OGMR 115).





[1] En la sesión XXV del Concilio de Trento (3 y 4 de diciembre de 1563), los padres conciliares pidieron al Papa que acometiera la revisión del misal romano que ellos no habían podido realizar por falta de tiempo, la que se estimaba necesaria dada la decadencia litúrgica de la Baja Edad Media y el desafío que la reforma protestante suponía para la doctrina eucarística. El papa Pío IV (1559-1565) instituyó una comisión para este fin, posteriormente reformada por San Pío V, la que trabajó durante siete años (1563-1570). Sin embargo, esta comisión no pretendió elaborar una nueva forma de celebración de la Santa Misa, sino que limitó su cometido a retocar y poner al día el misal en uso por la Curia Romana desde hacía un siglo y cuyos antecedentes se remontan hasta el siglo IV. De ahí que este nuevo misal sea sustancialmente coincidente con el codificado en 1474, que provenía de aquel adaptado por los franciscanos y adoptado por el papa Clemente V de Aviñón (1305-1314) para su propia corte pontificia. Este nuevo misal redujo las Misas votivas y las propias de los santos; revisó las oraciones privadas y los gestos del celebrante, eliminando algunas expresiones desordenadas fruto de una piedad individual malentendida; y suprimió la mayoría de las secuencias. Esta reforma fue completada en 1588 por el papa Sixto V (1585-1590) con la creación de la Sagrada Congregación de Ritos, encargada de velar por la corrección de las celebraciones litúrgicas. Véase, por ejemplo, Seguí Trobat, G., Iniciación a las fuentes de la liturgia romana. Los libros litúrgicos romanos anteriores al Concilio de Trento, Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 2014.

[2] En la petición referida a la conversión de los judíos, Benedicto XVI volverá a modificar esta oración a través de una nota de la Secretaría de Estado vaticana fechada el 4 de febrero de 2008. En la nueva fórmula desaparece la referencia a «los incrédulos judíos» (pérfidis Judaéis), que había sido mal interpretada (pérfido no designa más que al que no guarda la fe que debe), así como la referencia al velo que cubre sus corazones (áuferat velamen de córdibus eórum) y que les impide reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios. Desde entonces la octava oración del Oficio de Viernes Santo dice: «Oremos también por los judíos Para que nuestro Dios y Señor ilumine sus corazones, para que reconozcan a Jesucristo salvador de todos los hombres» (Oremus et pro Iudaeis: Ut Deus et Dominus noster illuminet corda eorum, ut agnoscant Iesum Christum salvatorem omnium hominum).

[3] D’Ors Pérez-Peix, Á., «Concilio, Código, Catecismo. A propósito de un nuevo libro de José Orlandis», Verbo 371-372 (1999), pp. 153-176, señala que fueron tres los momentos más conspicuos para la Iglesia católica durante la segunda mitad del siglo XX: el Concilio Vaticano II (1962-1965), el Código de Derecho Canónico (1983) y el Catecismo de la Iglesia Católica (1992). Dicha trilogía se repite con los Concilios de Trento (1545-1563) y Vaticano I (1869-1870), cada uno con sus respectivas fijaciones canónicas y doctrinales. Cabe agregar que, desde el acontecimiento eclesial que significa un concilio ecuménico, se siguen consecuencias en el orden doctrinal, litúrgico y disciplinar. Eso explica que con posterioridad a los últimos tres concilios (que cubren un cuarto de la historia de la Iglesia) se haya reformado la liturgia y se hayan preparado catecismos y compilaciones o codificaciones de derecho canónico.

[4] Véáse, en general, Kaczynski, R., «Verso la reforma liturgica», en Alberigo, G. (ed.), Storia del Concilio Vaticano II, III, Peeters/il Mulino, Boloña, 1998, pp. 209-276.

[5] Véase Pardo, A. (ed.), Documentación litúrgica. Nuevo Enquiridión. De San Pío X (1903) a Benedicto XVI, Burgos, Monte Carmelo, 2006.

[6] Sugerencias muy similares ofrecía Lefebvre, M., «Perspectivas conciliares entre la 3ª y 4ª sesión», Verbo 37-38 (1965), pp. 399-400, y era también la opinión del entonces cardenal Giovanni Battista Montini (después Pablo VI) antes del Concilio Vaticano II (Küng, H., Libertad conquistada. Memorias, trad. de Daniel Romero, Madrid, Trotta, 4ª ed., p. 258). 

[7] Véase, por ejemplo, Righetti, M., Historia de la liturgia, I: Introducción general, trad. de Juan Sierra López, Madrid, BAC, 2013, núm. 317, pp. 887-889.

[8] Cuestión de la que se ha ocupado especialmente Gamber, K., Tournés vers le Seigneur!, trad. de Simone Wallon, Le Barroux, Sainte-Madeleine, 1993, y Lang, U. M., Volverse al Señor, trad. de Dionisio Mínguez, Madrid, Cristiandad, 2007.  

miércoles, 10 de febrero de 2016

Miércoles de Ceniza: comienza la Cuaresma

Cambiemos nuestro vestido por ceniza y el cilicio; ayunemos y lloremos delante del Señor, porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso para perdonar nuestros pecados. (Joel, 2, 13)

Hoy concluye el tiempo de Septuagésima (véase aquí la entrada que le dedicamos hace unas semanas) y comienza la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, el cual toma su nombre de la ceremonia de la imposición de las cenizas, rica en contenido. Las cenizas simbolizan el carácter efímero de todo lo terreno -incluida la vida humana-, así como la penitencia por el pecado, que trajo la muerte al mundo. Las cenizas son preparadas a partir de los ramos bendecidos en el Domingo de Ramos del año anterior, y desde el siglo X son bendecidas solemnemente por el sacerdote. Originalmente, las cenizas eran impuestas solamente a los penitentes públicos; más tarde se extendió esta conmovedora ceremonia a todos los fieles, en tanto todos debemos sentirnos y reconocernos como pecadores. Las cenizas bendecidas le otorgan a los fieles en cuanto sacramental el verdadero espíritu de penitencia. (1)

 Imposición de la ceniza, parroquia de los Santos Inocentes, Nueva York (2015)

Romano Guardini, en su libro Los signos sagrados (2), nos regala una hermosa meditación sobre el significado de las cenizas que el sacerdote nos impondrá durante la Santa Misa de este día, de la cual transcribimos para nuestros lectores un fragmento: 

" ¡Recuerda, hombre:
   Polvo eres,
   y al polvo regresarás!

Lo efímero - eso es lo que dice la ceniza. Nuestra naturaleza efímera - ¡no la de los demás, sino la mía! Mi caducidad me habla cuando el sacerdote, al comienzo de la Cuaresma, con la ceniza de los ramos otrora frescos y verdeantes del  Domingo de Ramos del año pasado, traza en mi frente la Cruz:     

   Memento homo
   Quia pulvis es
   Et in pulverem reverteris!

Todo se converti en ceniza. Mi casa, mi vestido, mis instrumentos y mi dinero; el campo, el prado, el bosque. El perro que me acompaña, y el animal en el establo. La mano con la que escribo, el ojo que lee, mi cuerpo entero. Las personas que amé, las que odié, y las que temí. Todo cuanto en la tierra me pareció grande, y lo que me pareció pequeño - todo ceniza".

Notas:

(1) Cfr. la nota del día del Misal de Anselm Schott O.S.B., edición típica de 1962.

(2) Romano Guardini, Von heiligen Zeichen, Matthias-Grünewald-Verlag, Maguncia, 1966, p. 38. Traducción desde el alemán de la Redacción. Una traducción castellana completa del pasaje se encuentra aquí.

sábado, 6 de febrero de 2016

Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum (I)

Jaime Alcalde Silva, uno de los miembros de nuestro equipo de Redacción, ha preparado una completa recensión del libro publicado por Dom Alberto Soria Jiménez OSB, Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum, Madrid, Cristiandad, 2014, 552 pp., que corresponde a la tesis doctoral en derecho canónico defendido por el autor. El texto íntegro ha sido publicado con el mismo título del libro reseñado en los Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada XXI (2015), pp. 171-220 (véase aquí la versión publicada). En razón de su extensión hemos dividido su publicación en diez entradas. Hoy les ofrecemos la primera de ellas.

 Misa tradicional celebrada en el Seminario Salesiano de Lad (Polonia)
(Foto: blog Santa Misa Gregoriana)

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Dom Alberto Soria Jiménez OSB, Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum, Madrid, Cristiandad, 2014, 552 pp*


Dr. D. Jaime Alcalde Silva 

El libro aquí referido corresponde a la versión revisada de la tesis doctoral en derecho canónico preparada por Dom Alberto Soria Jiménez OSB bajo la dirección del profesor Roberto Serres López de Guereñu y que lleva por título «La unidad del rito romano como principio de interpretación de la carta apostólica en forma motu proprio Summorum Pontificum». Ella fue leída el 29 de mayo de 2013 en la Universidad Eclesiástica de San Dámaso (Madrid) ante un tribunal integrado por los profesores Juan Manuel Cabezas Cañabate (presidente), Nicolás Álvarez de las Asturias Bohorques y de Heredia (censor) y Manuel González López-Corps (vocal). Ahora Ediciones Cristiandad pone a disposición del público en general, a través de una edición de tirada reducida, este interesante estudio canónico, histórico y litúrgico en torno a la unidad del rito romano como principio de interpretación de la carta apostólica en forma de motu proprio de 7 de junio de 2007 merced a la cual el papa Benedicto XVI permitió la celebración de la Santa Misa y de los demás sacramentos de acuerdo a los libros litúrgicos vigentes en 1962. No extraña, por consiguiente, que la presentación del libro estuviese a cargo de S.E.R. Antonio Cañizares Lovera, por entonces Prefecto de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y hoy Arzobispo de Valencia (pp. 9-26), y que él mismo venga dedicado al papa emérito Benedicto XVI (p. 5), a quien se debe además una vasta obra teológica sobre la liturgia[1]. Con todo, se trata de la segunda tesis doctoral preparada y publicada por el autor, pues con anterioridad había aparecido el libro proveniente de la tesis en derecho internacional elaborada bajo la dirección del profesor Antonio Fernández Tomás y defendida en la Facultad de Derecho de Albacete de la Universidad de Castilla-La Mancha en 1994[2].

En su presentación, el Cardenal Cañizares menciona que las críticas a la concesión del libre uso del misal romano de 1962 no sólo atañen al aspecto litúrgico, sino que dejan entrever una concepción acerca del último concilio y de la reforma litúrgica que lo siguió inspirada en una «hermenéutica de la ruptura» (pp. 10 y 19). A ella se refería el papa Benedicto XVI algunos meses después de ser electo en su célebre discurso a la Curia Romana previo a la Navidad de 2005, donde llamaba a dejar de lado esa matriz de interpretación y adoptar, en cambio, una postura constructiva y asentada en la Tradición viva de la Iglesia, que denominó «hermenéutica de la continuidad» (cfr. pp. 257-260). Sobre este criterio volvió el Papa con ocasión del Año de la Fe (Porta Fidei, 5) y en varios otros documentos (cfr. pp. 260-261). Dicha clave de lectura es, con todo, contemporánea con el propio concilio. Basta recordar que ya el 24 de julio de 1966 el cardenal Alfredo Ottaviani (1890-1979), entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hizo pública una «Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales sobre los abusos en la interpretación de los decretos del Concilio Vaticano II», donde insistía en importancia de la continuidad del sensum fidei como base de una fe vivida por el Pueblo de Dios que debe ser conservada y transmitida (1 Co 11, 23)[3]. La idea fue reafirmada por el mismo dicasterio el 29 de junio de 2007 en su documento intitulado «Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia»[4]. También el propio cardenal Ratzinger había aludido a la importancia de la Tradición en la interpretación del Magisterio, para entenderla como una continuidad y no como ruptura dentro del Cuerpo Místico de Cristo, en la alocución a los obispos de Chile pronunciada durante su visita a ese país en julio de 1988[5]. Este marco conceptual permite explicar la petición de perdón que hacía el papa Juan Pablo II en 1980 «por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquiera debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento [de la Eucaristía]» (Carta Dominicae Cenae, 12). 

 S.S. Benedicto XVI celebra la Misa de la Fiesta de Corpus Christi (2012)
(Foto: L'Osservatore Romano)

La razón de esta crisis litúrgica estribó en que, si bien una profundización y renovación de la liturgia era necesaria hacia mediados del siglo XX, como lo entendió el papa Pío XII en 1948 al instituir una comisión con ese fin, muchos de los cambios se realizaron «con un espíritu superficial» (p. 14), considerando la constitución conciliar como «un libro de recetas de lo que podemos hacer con la liturgia» (p. 16), y ello condujo a que la Santa Misa perdiese la solemnidad que merece como «cumbre y fuente de la vida eclesial» (SC 10 y LG 11), olvidando que es el acto supremo de adoración y unión a Dios en espíritu y verdad (Jn 4, 24) por el que entramos en comunión efectiva con Cristo (1 Co 10, 16). De ahí que los padres conciliares hayan dejado constancia de que «para conservar la sana tradición y abrir, con todo, el camino a un progreso legítimo, debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral, acerca de cada una de las partes que se han de revisar» (SC 23).

Advierte también el Cardenal Cañizares que esta obra que ahora se reseña comporta una «guía para la aplicación práctica de Summorum Pontificum y de la instrucción Universae Ecclesiae» (p. 11), pues suministra importantes herramientas para el intérprete. A este respecto se debe tener en cuenta que el mentado motu proprio comporta una ley eclesiástica para la Iglesia de rito romano (pp. 59 y 123) y, como tal, se debe interpretar «según el significado propio de las palabras, considerado en el texto y en el contexto; si resulta dudoso y obscuro se ha de recurrir a los lugares paralelos, cuando los haya, al fin y circunstancias de la ley y a la intención del legislador» (canon 17 CIC). El presente libro ayuda, entonces, a entender tanto el texto como el contexto de los dos documentos antes mencionados, facilitando su aplicación y desentrañando la intención del legislador tras la permisión general del misal romano de 1962. Con igual función comparecen los principios generales sobre la liturgia recogidos en los primeros diez números de la Constitución Sacrosanctum Concilium (pp. 15 y 21-23), pues (y aquí el cardenal Cañizares cita al papa Benedicto XVI) la celebración de la antigua liturgia comporta una realización del concilio «incluso más fiel que lo que actualmente se presenta como realización» de éste (p. 17). Y esto no debe extrañar, dado que la liturgia que conocían los padres conciliares era aquella contenida en el misal de 1962 y el resultado de la votación del 27 de octubre de 1967 sobre la estructra general de la así denominada «Misa normativa» oficiada en la Capilla Sixtina (preludio del Novus Ordo Missae) mostró el desconcierto ante los cambios anunciados por parte de los 183 obispos que asistieron a su celebración: placet, 71 votos; non placet, 43 votos; placet iuxta modum, 62 votos; abstenciones, 4[6].

 S.E.R. Mons Antonio Cañizares celebra una Misa Pontifical (usus antiquior)
en el seminario del ICRSP en Griciliano, Italia.
(Foto: blog Hoc signo

Pero no se trata de una obra que interese sólo a especialistas, pues para el público en general su lectura invita a una enriquecedora reflexión acerca de la liturgia como un bien a conservar (p. 11) e incrementar (pp. 14-15), donde se expresa la fidelidad a la fe común, a los sacramentos que la Iglesia ha recibido de Cristo y a la comunión jerárquica instituida por su mismo Fundador (p. 22). Esto queda de manifiesto con el encanto que la Misa tradicional despierta entre los jóvenes, suscitando un sinnúmero de vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada, siempre en unión filial al Romano Pontífice, la que se beneficia de la situación jurídica sólida y bien definida desde una coherencia teológica que suministran las reglas del motu proprio Summorum Pontificum (p. 18). En ella se hace presente a ese hombre corriente y sensual a quien se dirige la predicación de Cristo la posibilidad de acercarse a Dios (Sal 42), como un encuentro que rompe la cotidianidad de su vida (Jn 17, 15), y que lo enfrenta a una experiencia de divinidad y sacralidad a través de la propia experiencia sensible (y no meramente sentimental) que vive en la celebración del rito[7]. A la vez, el misal romano de 1962 sirve como una eficaz medida de inmunización ante esa tendencia denunciada por Juan Pablo II de laicizar a los sacerdotes y clericalizar a los laicos (contraria a SC 28), que proviene de un mal entendido alcance del sacerdocio común de los fieles (LG 10, con fuente en 1 Pe 2, 9).  

El misal de 1962 puede comportar asimismo una verdadera escuela de piedad tanto para los sacerdotes como para los demás fieles que usan aquel publicado por Pablo VI y reeditado en ediciones sucesivas (p. 23), puesto que «la garantía más segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades parroquiales y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo con las prescripciones» (GF 9), manifestando así, «en un modo más intenso de cuanto se ha hecho a menudo hasta ahora, aquella sacralidad que atrae a muchos hacia el uso antiguo» (GF 9). Tampoco, advierte el cardenal Cañizares, se debe olvidar la dimensión ecuménica que representa la normalización del misal romano de 1962, donde se hallan presentes una serie de aspectos que la Iglesia latina tenía en común con la tradición oriental (p. 17). 

 Misal Romano (1962)

Después de la referida presentación y de un apartado de agradecimientos (pp. 27-28), la obra en comento se estructura con una introducción (pp. 35-38), un capítulo inicial no numerado dedicado a ciertas cuestiones preliminares (pp. 39-60) y tres partes (pp. 61-385), compuestas cada una de ellas de tres capítulos, que están referidas respectivamente a la edición típica del misal romano de 1962 en la regulación canónica de su celebración (pp. 61-156), a éste en cuanto forma extraordinaria del rito romano (pp. 157-238) y a la función que aquél desempeña en la unidad de este rito de acuerdo con el pensamiento de Benedicto XVI (pp. 239-385). Cierra la obra un cuerpo de conclusiones (pp. 387-399). De gran utilidad son para el lector la tabla inicial de siglas y abreviaturas (pp. 29-34), que se agradece dada la extensión y similitud del título de algunos documentos, y los índices onomástico (pp. 541-548) y sistemático (pp. 549-552) con que concluye la edición. Sorprende favorablemente el volumen que ocupa el listado de fuentes utilizadas (pp. 401-435) y de la bibliografía de que se ha servido el autor (pp. 437-540), el cual pone en evidencia la seriedad en la investigación de un tema que, en ocasiones, se aborda con aproximaciones preconcebidas de orden ideológico o sentimental (cfr. pp. 9 y 36-37).

Es digno de encomio, entonces, el esfuerzo del autor por reconducir la cuestión bajo una clave puramente académica, con opiniones suficientemente documentadas que permiten situar el motu proprio Summorum Pontificum (7 de julio de 2007) en el lugar que le corresponde dentro de la historia canónica de la liturgia romana (cfr. p. 9). Así se comprueba de la abundante bibliografía utilizada, la mayoría de la cual viene extractada en las notas a pie de página, permitiendo un segundo nivel de lectura para quien desee profundizar en la materia. El trabajo contribuye además a aumentar la literatura especializada en castellano, que es escasa en comparación con la existente en otros idiomas (cfr. p. 9). El resultado es el fruto esperado de un hijo de San Benito (p. 26), a cuya benemérita orden tanto debe la restauración litúrgica de la mano de Dom Prosper Guéranger (1805-1875), abad de Solesmes, y de otros que siguieron su ejemplo[8].  




* Abreviaturas: CCEO (Código de los Cánones de las Iglesias Orientales); CEC (Catecismo de la Iglesia Católica); CIC (Código de Derecho Canónico); EU (motu proprio Ecclesia Unitatem); GF (carta a los obispos que acompaña el motu proprio Summorum Pontificum); LG (Constitución dogmática Lumen gentium); OGMR (Instrucción general del misal romano); PO (Decreto Presbyterorum ordinis); SC (Constitución Sacrosanctum Concilium); SP (motu proprio Summorum Pontificum); UE (instrucción Universae Ecclesiae). 

[1] Ahora reunida en Ratzinger, J./Benedicto XVI, Obras completas, XI: Teología de la liturgia, trad. de Irene Szumlakowski, Roberto Bernet y Pablo Cervera Barranco, Madrid, BAC, 2012.

[2] Soria Jiménez, A., La excepción por actividades comerciales a las inmunidades estatales, Madrid, Ministerio de Justicia, 1995, 313 pp.

[3] Véase Comisión Teológica Internacional, El sensus fidei en la vida de la Iglesia, Madrid, BAC, 2014.

[4] Véase Vadillo Romero, E. (ed.), Documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1966-2007), Madrid, BAC, 2008, pp. 28-31 y 784-789.

[5] La cobertura de esa visita y los textos de las intervenciones del cardenal Ratzinger pueden ser revisados en el cuaderno Humanitas 20 (2008) publicado por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

[6] Cfr. Caprile, G., «Il Sinodi de Vescopi», La Civiltà Cattolica 118/4 (1967), p. 601.

[7] La actuosa participatio que promovió el Movimiento Litúrgico y reconoció la constitución conciliar como una de las bases de la reforma litúrgica implica una profundización de los fieles en el misterio eucarístico, cada uno a su manera, y no una intervención meramente vocal o gestual en paridad con el sacerdote. Su correcta comprensión exige, por consiguiente, tanto evitar reducir la Misa a la sola celebración ritual como identificar la participación de los fieles con aspectos funcionales o externos, incluyendo el referido a la diferencia esencial y no sólo de grado existente entre el sacerdote y los fieles (CEC 1547). Ella está totalmente orientada hacia la unión de los fieles con Cristo (CEC 1382), a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana (CEC 1332). Por eso, por ejemplo, el Catecismo mayor de San Pío X, al responder la pregunta de si el rezo del Rosario u otras preces estorba oír la Santa Misa, señalaba que no era así «con tal de que se procure buenamente seguir las ceremonias del santo sacrificio» (núm. 270). Véase, por ejemplo, Gutiérrez, J. L., Liturgia. Manual de iniciación, Madrid, Rialp, 3ª ed., 2006, pp. 188-194. El mismo fenómeno, con claro riesgo de inmanentismo, se observa cuando se abandona la enseñanza catequética tradicional basada en realidades objetivas (las cuatro partes en que hoy se divide el CEC) y se sustituye por otra basada en la progresión de la propia experiencia de vida (CEC 1074). Véase Madiran, J., Histoire du catéchisme. 1955-2005, París, Consep, 2005.

[8] Véase Garrido Bonaño, M., Grandes maestros y promotores del movimiento litúrgico, Madrid, BAC, 2008.