martes, 29 de septiembre de 2015

Acerca del uso y abuso de las expresiones “ordinario” y “extraordinario” en Summorum Pontificum

Habiéndose cumplido ocho años de la entrada en vigencia del motu proprio Summorum Pontificum (2007), el profesor Peter Kwasniewski reflexiona acerca de la cuestión terminológica, en ningún caso algo baladí, como se comprobará, indicando los malentendidos a los que puede conducir la denominación forma ordinaria y forma extraordinaria para designar, respectivamente, a la liturgia reformada y a la tradicional, respectivamente. La traducción es de la Redacción y el original (en inglés), puede leerse aquí, en la página de la bitácora New Liturgical Movement.



Acerca de uso y abuso de las expresiones “ordinario” y “extraordinario” en Summorum Pontificum

Prof. Peter Kwaskiewski, Ph.D.

El día viernes 26 de octubre de 2007, apenas seis semanas después de la entrada en vigencia de Summorum Pontificum, el fundador de este blog [Nota de la Redacción: se refiere a la bitácora New Liturgical Movement], Shawn Tribe, hizo algunos agudos comentarios acerca del significado de los términos “ordinario” y “extraordinario” usados por el motu proprio [1]. Recuerdo que me pareció, en aquel entonces, que Tribe se preocupaba demasiado acerca de la posible malinterpretación de este par de términos, pero ocho años de experiencia han terminado por convencerme de que tenía razón. Cuento con testimonios de primera mano de personas que argumentan del modo siguiente: “Lo que Benedicto XVI quiso decir es que esta liturgia no es lo normal, y que así debería seguir siendo”.

Aunque “forma extraordinaria” ha llegado a ser el modo corriente de referirse a la Misa tradicional en latín (lo cual es comprensible, puesto que tiene la ventaja de la brevedad y guarda simetría con “forma ordinaria”, especialmente cuando se usa las abreviaciones FO y FE), la expresión puede, sin embargo, ser engañosa ya que se trata de una descripción extrínseca, fundada en la situación litúrgica actual, en que una forma predomina, de facto, sobre la otra: la ordinaria es la más común, y la extraordinaria, es relativamente infrecuente. Pero si nos ponemos en el lugar de una parroquia dirigida por la Fraternidad de San Pedro,  el Instituto de Cristo Rey o cualquier otra sociedad de vida apostólica de este género, lo que ocurre es justamente lo contrario: la “forma extraordinaria” es la liturgia ordinaria para el pueblo y, de hecho, la única forma, para todos los efectos prácticos.

 Parroquia personal Santa Rosa de Lima (diócesis de Springfield, Illinois),
entregada a la Fraternidad de San Pedro (Foto: Rorate Caeli)

Shawn llamaba nuestra atención hacia un punto de vital importancia, que merece ser traído a colación tan pronto como la conversación comienza a girar en torno a la terminología “FO/FE” o a concentrarse en ella: Benedicto XVI, tanto en Summorum Pontificum como en la carta explicativa a los obispos del mundo, usa también otras expresiones, como “el Misal de S. Pío V”[2], “el Misal del Beato Juan XXIII” (de hecho, ésta es la expresión que más usa) [3], “el antiguo Misal”, “la antigua tradición litúrgica latina” y “usus antiquior” o “uso antiguo” [4]. No hay prueba alguna de que el Papa Benedicto estuviere, de modo legal y oficial, dando un nombre único o privilegiado ni a la Misa tradicional en latín ni al moderno Rito Romano. Los documentos oficiales de la Iglesia usan múltiples denominaciones para ambos, y con razón: cada denominación conlleva algo importante que no conllevan las otras. Las denominaciones no oficiales también añaden algo al cuadro total: rito gregoriano, rito tridentino, rito romano clásico, etc.

La incapacidad de reconocer la diversidad y las intenciones de la nomenclatura del Papa Benedicto puede llevar a una situación en que lo “extraordinario” de la “FE” sea usado para desalentar a los católicos corrientes que desean, o desean más frecuentemente, aquello que Benedicto XVI pidió al clero que ofreciera con generosidad. “No”, dirá quien se rehusa a ofrecerlo: “la Iglesia que dice esta Misa se aleja de lo normal, esta Misa es rara, marginal, no es norma para nosotros”. Si una persona así dijera a continuación que la “E” en “Forma Extraordinaria” tiene más o menos el mismo sentido que la “E” de “ministro extraordinario de la comunión”, se podría responderle que hay comunidades enteras y aún diócesis enteras (Campos, Brasil) donde se permite celebrar solamente la forma extraordinaria, en tanto que no existe una sola iglesia en todo el mundo en que los “ministros extraordinarios de la comunión” sean considerados “ministros ordinarios de la comunión”, por la muy sencilla razón de que es metafísicamente imposible que lo sean sin cambiar su estado (o, para muchos, su sexo, quod absit). Pero semejante argumento sería rebuscado y poco inteligente, porque, después de todo, ¿cuándo fue la última vez que Ud. vio la “FE” proliferar tanto como proliferan los “ministros extraordinarios de la comunión”? En realidad, la “E” de “ministros extraordinarios de la comunión” quiere decir una cosa, y la “E” de “FE” quiere decir una cosa diferente. Esto se llama “uso análogo del lenguaje”, y ocurre a menudo en poesía y, dicho sea de paso, también en teología. Nada más consúltese a Santo Tomás de Aquino.

 Su Excia. Revma. Mons. Fernando Arêas Rifan, Administrador Apostólico 

Conocí una vez a un sacerdote que le daba a la “E” de “FE” un sentido restrictivo, como si significara “lo que debiera ser marginal o extraño”. Pero lo que muestra la lógica de Summorum Pontificum y la cantidad de autorizaciones que ha concedido el Vaticano desde más o menos 1988 es que la “E” tiene una validez descriptiva más que prescriptiva: no restringe, sino que constata. En cambio, en la expresión “ministro extraordinario de la comunión” se le da un uso restrictivo, ya que se supone que tal ministro existe sólo para emergencias o situaciones inusuales [5]. Pero, supuesto que existen parroquias, órdenes religiosas y aun una diócesis entera que usan exclusivamente la “forma extraordinaria” del Rito Romano, la “E” no puede significar “situación de emergencia” o “raramente autorizada” sino, sencillamente, que se trata de algo que, tanto desde el punto de vista social como institucional, es poco común. Dicho en otros términos, “FO” y “FE” son conceptos sociológicos o demográficos, que describen cuál es la situación pastoral global, pero que no prescriben cómo debiera ser ella, ni implican un juicio sobre qué forma debiera ser más normal en una colectividad [6].

En este sentido la comparación que me gusta usar es la siguiente: manejar contra el tránsito en una calle de un solo sentido es, ciertamente, extraordinario y sólo se puede justificar en una emergencia, pero manejar camino al trabajo por un camino rural, de bonita vista, más bien que por la rápida autopista, es también extraordinario, en el sentido de que poca gente lo hace; pero se trata de algo perfectamente legal y, de hecho, más hermoso. Y habrá gente que elija manejar exclusivamente por caminos rurales. Quizá, tal como María de Betania, eligen la mejor parte.

 Johannes Vermeer, Cristo en la casa de Marta y María

Summorum Pontificum es un bello ejemplo de diplomacia papal. Parte de la base de que la FO es la norma para la gran mayoría de las colectividades católicas y que, por ahora, debe seguir en vigor, en tanto que, gradualmente, se restituye la FE a la vida de la Iglesia. Me parece, por lo tanto, que dadas las leyes litúrgicas vigentes, ningún párroco podría, por sí y ante sí, declarar que su parroquia será, desde ahora en adelante, exclusivamente FE. Por otra parte, del motu proprio se desprende, en forma igualmente clara, que si existe un grupo de fieles capaces de sostener una parroquia FE (especialmente si hay una iglesia vacía o en riesgo de cerrarse), el obispo no podría razonablemente decir “Lo lamento, pero esta no es la liturgia normal en nuestra diócesis y no se la puede autorizar”. El hecho de que la FO es, por decirlo así, lo estándar, no quiere decir que deba ser lo estándar para cada católico o cada colectividad católica. Y sabemos que ello no puede ser así porque hay parroquias y comunidades religiosas que celebran exclusivamente la FE con la autorización de la Iglesia.    

Consideremos algunas de las implicaciones de la política eclesiástica posconciliar. En tiempos de Pablo VI muchos católicos pensaban que toda la vida litúrgica de la Iglesia había sido remozada, de modo tal que lo antiguo había periclitado definitivamente, y se imponía imperativamente lo nuevo. Todo aquello para lo cual se había inventado un equivalente nuevo era considerado pasado, difunto, inoperativo, inadmisible. Pero esta poderosa impresión ya comenzó a debilitarse con el Papa polaco, y desapareció para siempre con el Papa bávaro. Hoy están de vuelta, y considerados perfectamente legítimos [7], el calendario romano tradicional (el de 1962), el antiguo Martirologio, el viejo Oficio Divino (incluída la hora de Prima), el rito de la tonsura, las órdenes menores, el subdiaconado, todos los ritos sacramentales y las bendiciones del Ritual Romano, y el Pontifical. Según el Papa Benedicto XVI, nada de esto fue jamás abrogado o abolido.

 Su Excia. Revma. Mons. Fabian Bruskewitz, obispo emérito de Lincoln (Nebraska)
confiere la tonsura a un seminarista del distrito norteamericano de la FSSP (Foto: FSSP)

En consecuencia, toda esta herencia puede ser recuperada por cualquier colectividad y convertirse en norma para ella. Para los católicos que pertenecen a una parroquia de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, la Epifanía no es el domingo después de Año Nuevo, sino el 6 de enero (como, hasta hace algunas décadas, había sido siempre); el jueves de la Ascención no es pospuesto hasta el domingo después de Ascención, sino que tiene lugar cuarenta días después de la Resurrección (tal como siempre se usó), y esto a pesar del Ordo de la FO; la fiesta de Santo Tomás de Aquino es el 7 de marzo, no el 28 de enero, etc. El calendario verdadero para estos católicos que asisten a la FE es el de 1962: no tienen para qué disimular o aparentar. En este período de la vida de la Iglesia, hay una notable coexistencia de las dos formas del Rito Romano, cada una con una estructura propia de la Misa y del Oficio, de las fiestas y de las ferias, de los sacramentos y de los sacramentales, y por lo tanto no se puede decir que una de estas formas sea obligatoria en un sentido no cualificado para todos los católicos. Puede que la FO sea la norma para la mayoría de ellos, pero no es obligatoria y, ciertamente, no es de por sí superior, como si hubiera de dictaminar ella las condiciones en que se ha de permitir la FE, o como si siempre hubiera de ser preferida cuando se puede optar entre ambas formas. Semejante criterio estaría en contradicción con la igualdad de las formas y con la existencia, actualmente abundante, de colectividades exclusivamente FE, tanto parroquiales como religiosas, que la Santa Sede ha autorizado.

Cuando el Papa Benedicto, en su carta de 7 de julio de 2007 a los obispos, habla de “la situación actual de las comunidades de fieles” y de su “grado de formación litúrgica”, lo que hace es admitir que la naturaleza de una determinada colectividad debe ser tomada en cuenta para determinar la proporción de FO a FE. No existe un cartabón “talla única” que pudiera imponerse a cualquier grupo de católicos. Algunos de ellos no disfrutarán la presencia de la FE; otros podrán tener exclusivamente la FE. La Iglesia permite ambas posibilidades y todas las permutaciones intermedias, aunque Universae Ecclesiae sí da a entender que todo católico debiera conocer la FE cuando dice, a propósito de Summorum Pontificum, “que la Carta tiene el propósito de conceder [8] a todos los fieles la Liturgia Romana, considerada como un tesoro precioso que hay que preservar” (8 a).

En este octavo aniversario de la entrada en vigencia de Summorum Pontificum, podemos realizar un simple experimento mental. El número de sacerdotes tradicionalistas ordenados cada año en Francia aumenta a paso seguro, y el del clero diocesano cae en picada. Es prácticamente una certeza que, en pocos años más, los primeros serán más que los segundos (9). ¿Qué van a hacer los obispos? ¿Cerrar más y más iglesias, o tascar el freno y entregárselas a sacerdotes que celebran sólo la FE? Si las parroquias rurales se encaminaran, por simple necesidad, hacia la FE, ¿no se alcanzaría eventualmente un punto decisivo cuando la FO y la FE estuvieran representadas, digamos, en una proporción de 50 y 50? Y si se llegara a ese punto, ¿por qué no se habría de arribar a un siglo en que la FE se transformara en la norma y la FO en una alternativa permitida? Cualquiera sea el cambio que haya de tener lugar, podemos estar seguros de que llegará un día en que la terminología de FO y FE nos parecerá extrañamente anticuada.  

 El Papa Pablo VI celebra la primera misa en italiano
en la parroquia romana de Todos los Santos (Foto: Rorate Caeli)

En aquel decisivo 7 de marzo de 1965, en que el Papa Pablo VI celebró la primera misa casi completamente en italiano en la parroquia romana de Todos los Santos, expresó en su homilía: “Hoy la nueva forma de orar, de celebrar la Santa Misa, es extraordinaria”. Menos de cinco años después, la Misa vernacular “extraordinaria” se había hecho totalmente ordinaria, a pesar de los muchos siglos de tradición y de las claras enseñanzas de Mediator Dei, de Pío XII, y del Concilio Vaticano Segundo. Hoy, cincuenta años después, somos testigos de un impactante cambio de dirección, a nivel de las bases: para cada vez más católicos, la Misa “extraordinaria” en latín  se está haciendo ordinaria de nuevo, según una evolución que no cabe más que calificar de natural, normal y saludable, llena de juvenil impulso.

Notas:


[2] En Art. 1: “el Misal Romano promulgado por S. Pío V y reeditado por el Beato Juan XXIII”.

[3]  El Papa Benedicto XVI, en el motu proprio, define ocho veces  la forma antigua de la Misa en referencia a Juan XXIII, y una vez en la carta adjunta. En cambio, usa la expresión “forma extraordinaria” sólo tres veces en el motu proprio, y dos en la carta adjunta.

[4] Ver Pontificia Comisión Ecclesia Dei, Universae Ecclesiae, nn. 5, 8a y 15.

[5] Ver mi artículo en EWTN, con todas las declaraciones pertinentes sobre los “ministros extraordinarios de la comunión” desde 1969 hasta 1997.

[6] Cuando Benedicto XVI cita “normas jurídicas” como indicativas del estatus de la FO (“Ya es claro, a partir de estas presuposiciones concretas, que el nuevo Misal ciertamente seguirá siendo la Forma Ordinaria del Rito Romano, no sólo a causa de las normas jurídicas, sino también por la actual situación de las comunidades de fieles”, Carta a los obispos de 7 de julio, 2007), se está refiriendo al hecho de que Pablo VI instituyó el nuevo Misal Romano para la Iglesia universal, y ha sido presentado de tal modo que se lo entiende como válido en ausencia de otro. Si se construye una iglesia nueva y se le asigna un sacerdote, se entiende que, en ausencia de otra norma, habrá de celebrar la FO. Sin embargo, esto está muy lejos de significar que la FO es “lo que los fieles deberían observar”, y que sólo pueden observar la FE “a título de excepción”.

[7] Aunque con algunas restricciones, especialmente la siguiente: “Se permite, para conferir órdenes mayores y menores, el uso del Pontifical Romano del año 1962 sólo [o Al menos] a los Institutos de Vida Consagrada o de Vida Apostólica que estén sujetos a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, y a aquéllos en que se mantiene el uso de los libros litúrgicos de la forma extraordinaria” (Universae Ecclesiae 31).

[8] El original latino dice: “omnibus largire fidelibus” –el usus antiquior debe “concederse a todos los fieles”, no solamente “ofrecerse”, como dice la traducción oficial del Vaticano puesta en su sitio de Internet. La diferencia es importante. La traducción oficial es engañosa a  veces, como es el caso de muchos documentos del Vaticano. La Latin Mass Society ha preparado una traducción inglesa más literal.

[9] Ver los datos y proyecciones aquí.

Actualización [9 de diciembre de 2016]: el sitio Secretum Meum Mihi reproduce los dichos de S.E.R. el Cardenal Raymond Leo Burke y del sacerdote Don Nicola Bux, en que ambos en sendas entrevistas corrigen la errada interpretación por algunos del término "Forma Extraordinaria" empleado por el motu proprio Summorum Pontificum que le atribuye a esta denominación el sentido de "excepcional".

domingo, 27 de septiembre de 2015

La birreta

Para acabar esta primera serie sobre ornamentos litúrgicos, quedan por referir dos prendas que sirven para cubrir la cabeza de quien las viste y que son una representación de su autoridad. 



La primera de ellas es la birreta, que se debe distinguir de otras tres prendas con nombres parecidos, como son el roquete, el birrete y el bonete. El primero nada tiene que ver con el género de los cubrecabezas y corresponde a la vestimenta de dignidad tratada anteriormente. La birreta y el birrete, en cambio, son particularizaciones del bonete, que es una especie de gorra, comúnmente de cuatro picos (véase más abajo la nota de actualización), usada por los eclesiásticos y seminaristas a partir de los siglos XII y XIII, tanto en la vida ordinaria como durante los oficios de la iglesia, y antiguamente también por los colegiales y graduados. Ambos gorros tienen sus orígenes en el pileus quadratus, un tipo de casquete con un cuadrado adosado empleado en la antigua Roma para simbolizar la libertad. Aunque los términos son reconocidos como sinónimos, sobre todo en el ámbito hispano, propiamente se reserva el de birreta para el uso litúrgico y el de birrete para aquel gorro armado en forma prismática y coronado por una borla que llevan en los actos solemnes los profesores, magistrados, jueces y abogados. 

 Birrete académico español

La birreta es, pues, un bonete cuadrangular confeccionado en paño, merino o seda usado por los clérigos, que suele tener en la parte superior una borla del mismo color de la tela. Esta es roja para los cardenales, púrpura para los obispos, negra para los sacerdotes y blanca para el Papa, los canónicos premostratenses y los abades cistercienses. Los religiosos reemplazan su uso por la capucha propia de su hábito. 



Canónicos premostratenses llevando la birreta blanca
 
Su particular diseño dependerá de si la birreta ha sido hecha conforme al modelo romano o al español (caracterizado por sus cuatro picos), predominando actualmente el primero. Con todo, de acuerdo al uso común, se suele reservar la expresión bonete para el diseño español y birreta para el romano, aunque con propiedad el primero corresponde al género más que a una de sus especies. Los tres o cuatros picos que presenta a manera de cruz la birreta aparecen en el siglo XVI y responden probablemente a la estilización de las costuras.  

 San Alberto Hurtado con birreta de corte romano
 
 San Juan Bosco llevando el bonete hispánico
durante una visita a Barcelona


Bonete hispánico (colección Philippi)

Los celebrantes (preste, diácono y subdiácono) llevan puesta la birreta para las procesiones de entrada y salida de la Misa y durante los cantos liúrgicos (Kyre, Gloria y Credo); en aquellas sin presencia del Santísimo Sacramento o de las reliquias de la Pasión, y cuando están sentados en las funciones solemnes, incluso durante la recitación del breviario. En el coro, los clérigos se cubren con ella mientras permanecen sentados, excepto si está expuesto el Santísimo Sacramento. Por último, en las predicaciones, y salvo la misma excepción anterior, el orador puede ponérselo si es costumbre. 


Hoy en día, también se suele utilizar por algunos cardenales u obispos cuando celebran un Te Deum ecuménico. Si bien tal costumbre contraviene la instrucción Ut sive sollicite (núm. 6 y 15), su propósito es evitar que a estas celebraciones se les pueda atribuir un sentido eucarístico (cfr. canon 908 del Código de Derecho Canónico). 


El Cardenal Errázuriz preside, vestido con hábito coral y birreta, el tradicional  
Te Deum del 18 de septiembre en la Catedral de Santiago de Chile

Cabe decir que la birreta forma parte del conjunto de las prendas e insignias eclesiásticas propias de obispos y cardenales, por lo cual han de ir cubiertos por ella si el protocolo civil o religioso exige traje coral. 

El Cardenal Ezzati, sosteniendo en la mano su birreta, recibe a S.E. la Presidente 
de la República, Sra. Michelle Bachelet Jeria, al comenzar el Te Deum 2015


Actualización [29 de septiembre de 2015]: Uno de nuestros lectores (véase el comentario más abajo) nos ha preguntado por la existencia de la birreta papal, de color blanco y llevada de modo muy infrecuente por los Romanos Pontífices, hoy completamente en desuso. Al respecto, conocemos dos referencias a esta prenda (ambas tomadas de la bitácora Ceremonia y Rúbrica de la Iglesia Española): 

(1) En la obra Vida y honestidad de los clérigos (1880), de León María Carbonero y Cruz se dice: El birrete cardenalicio, lo mismo que el bonete clerical litúrgico, no tiene más que tres picos, siendo un abuso, aunque generalmente tolerado, el uso del bonete de cuatro picos, sólo permitido al Papa, en representación de la supremacía de su dignidad, y de su plenitud en el orbe jerárquico.” En otras obras que hemos consultado no hemos encontrado referencia a la birreta papal. En un comienzo, la birreta de cuatro picos estaba reservada a los doctores en teología y derecho canónico y su uso litúrgico se generalizó con los siglos. Por eso, aquellos que han recibido la dignidad de ser considerados doctores de la Iglesia suelen ser presentados con birretas de esta clase. Así ocurre, por ejemplo, con Santa Teresa de Jesús (1515-1582): 



(2) En la casa museo de San Juan XXIII en su pueblo natal, Sotto il Monte, cerca de Bérgamo, existe una vitrina con el hábito papal, incluida una birreta blanca, la que aparentemente fue encargada por el Papa Roncalli para sus paseos privados. Aquí el testimonio gráfico: 



viernes, 25 de septiembre de 2015

San Pío X y la arquitectura y decoración de las iglesias

Les ofrecemos a continuación un extracto de las memorias del Cardenal Merry del Val, sobre sus años como colaborador del Papa San Pío X, durante cuyo pontificado (1903-1914) ejerció el cargo de Secretario de Estado. En dicho extracto, el Cardenal Merry del Val se refiere a las opiniones de San Pío X sobre la decoración de las iglesias.


Retrato de San Pío X por el pintor chileno Pedro Subercaseaux

El Pontífice poseía ideas muy concretas sobre la decoración, la cual consideraba admisible en iglesias de valor artístico evidente. Benedicto XIV, en su clásico tratado sobre la Beatificación y Canonización de los Siervos de Dios, estudia, bajo el epígrafe “Ornatus Vaticani Templi”, los adornos transitorios con que es costumbre decorar la gran Basílica. Este ilustre Pontífice justifica el hábito establecido, observando que el carácter excepcional de estas ornamentaciones contribuye a impresionar el ánimo del pueblo con la solemnidad de la celebración. Nuestro interés se despierta, naturalmente, con menor intensidad mediante aquello que se halla siempre a nuestro alcance, por muy bello que sea, ab assuetis non fit passio, e indudablemente comprendemos mejor la significación plena de una ceremonia cuando no es dado contemplar la decoración especialmente adaptada a este fin. Pío X no mostró inclinación a poner en duda este principio, pero objetaba firmemente su empleo indistinto y exagerado. 

 Giovanni Paolo Pannini, Interior de Santa María la Mayor, circa 1750

“Por el amor de Dios, respetad las líneas arquitectónicas de nuestras iglesias y la armonía de su trazado; no estropeéis su auténtica belleza con vuestros trapos rojos (stracci rossi)”. Esta amonestación la escuche repetida y frecuentemente de los labios de Pío X, al referirse al excesivo empleo de paños baratos y colgaduras insustanciales colocados en iglesias y capillas, aun de la misma Roma, con ocasión de importantes festividades. Censuraba francamente la cobertura exagerada del mármol de las paredes y de los soberbios pilares y finos arcos de nuestros edificios sagrados, que tan poco tienen que ocultar y tanto que admirar. Juzgada absurdo tratar de amenguar si esplendor con adornos chillones, precisamente en aquellos días solemnes que ofrecían la mejor oportunidad de cultivar el gusto de las multitudes y fomentar en ellas y aprecio de la genuina belleza de la casa de Dios.

Durante los once años que duró el pontificado de Pío X se construyeron en Roma y en sus alrededores gran número de iglesias. Muchas de ellas se erigieron totalmente a expensas de Su Santidad; a todos contribuyó con su esplendidez, y los planos de sus trazados fueron, en la mayoría de los casos, sometidos a su aprobación.

Las necesidades urgentes de los grandes y densamente poblados distritos de los suburbios de la ciudad y de los sectores rurales hacían absolutamente necesaria la erección de nuevos templos y parroquias. “Hay muchísimas iglesias bellas en Roma, y, sin embargo, no son, en modo alguno, suficientes —acostumbraba decir el Santo Padre—. De buena gana trasladaría una docena de las situadas en el centro a las afueras de la ciudad, pues entonces no nos veríamos obligados a construir otras nuevas”.

[…]

No alentaba nuevas modalidades de estilo arquitectónico de las construcciones religiosas, especialmente en Roma, y demostraba marcada preferencia por la arquitectura clásica, que creía debía imitarse dentro de los límites de la adaptación y gasto razonables. 

Siete iglesias de Roma, mapa de Giacomo Lauro y Antonio Tempesta (1599)
 
“¿Por qué ir lejos a buscar nuevas ideas? —solía decir—. Tomad como modelo alguna de las antiguas Basílicas; tenemos a nuestro alcance gran número de iglesias espléndidas y existen otras muchas en el país con las que sería difícil rivalizar; mejor será reproducir las antiguas en mayor o menor escala que perder tiempo en buscar novedades sin gusto, de estilo excéntrico o indefinido”.


Nota de la Redacción: El fragmento ofrecido está tomado de Merry del Val, R., El Papa San Pío X: memorias, trad. de Rosa María Topete, Buenos Aires, Ediciones Fundación San Pío X, 2006, pp. 70-72.

martes, 22 de septiembre de 2015

La Asocación Magnificat participará en la procesión de la Virgen del Carmen

Este domingo 27 de septiembre, a partir de las 16.00 horas, tendrá lugar la tradicional procesión en honor a la Virgen del Carmen, patrona de Chile. Tal y como lo hemos hecho en ocasiones anteriores, queremos sumarnos como Asociación a esta muestra de piedad popular hacia nuestra Santísima Madre que camina por las calles de la ciudad acompañada de la Iglesia de Santiago. Para peregrinar con Ella, nos reuniremos en la esquina de Catedral con Bandera a las 15.30 horas. Véase más información en el sitio web oficial.  


La ausencia de los Sagrarios y la pérdida del carácter sacrificial de la Misa

Les presentamos a continuación un nuevo artículo del Profesor Peter Kwasniewski, aparecido originalmente en el sitio New Liturgical Movement. La traducción es, con algunas correcciones de la Redacción, la proporcionada por el sitio Adelante la Fe, a cuyo equipo editorial agradecemos cordialmente. El texto original (en inglés), puede leerse aquí.





La ausencia de los Sagrarios y la pérdida del carácter sacrificial de la Misa

Peter Kwasniewski

¿Por qué se ha retirado el tabernáculo o sagrario del altar mayor o de una posición central en tantas iglesias a lo largo de los últimos cincuenta años? Hay muchas razones tras este desgraciado apartamiento de Nuestro Señor Jesucristo en el milagro de su presencia eucarística constante entre nosotros. Entre ellas, engañosas lógicas intelectuales que con mucha frecuencia han sido rebatidas por mejores especialistas que los que las introdujeron. Pero es posible que estuviera también en juego una dinámica más sutil, que –lamentablemente– a veces sigue en acción.

El rito tradicional consagra y expresa a la perfección la naturaleza sacrificial de la Misa, que lo que goza de una importancia infinita y tiene un carácter más central es ciertamente el Sacrificio del Calvario, la inmolación de Nuestro Señor Jesucristo que efectuó y sigue efectuando nuestra salvación y la del mundo entero. Francamente, no es que la expresión de esta dimensión sacrificial quede oculta en la Misa Novus Ordo; es que está en gran medida ausente. En una Misa en lengua vernácula rezada de cara al pueblo como es habitual, con la apresurada segunda oración eucarística por defecto, ¿cuánto hay en el texto o en o en el rito que exprese de forma clara y contundente el Sacrificio de la Cruz? En el Rito Romano tradicional el Ofertorio prefigura con meridiana claridad ese mismo Sacrificio, declarando inequívocamente la intención del sacerdote. El Canon Romano está empapado del lenguaje de la oblación y el sacrificio. Las consagraciones que prepara el ofertorio, con las dobles genuflexiones y las gloriosas elevaciones envueltas en un sublime silencio, son una resonante evocación y un hacerse presente del Calvario. En contraste, se podría decir que el Novus Ordo pone de relieve la presencia de Cristo entre nosotros, pero no su sacrificio [1].


De esta distinción fenomenológica se sigue una distinción catequética.

Al enseñar a los niños lo que sucede en la Misa, se les suele decir algo como lo siguiente: “Cuando Jesús murió en la Cruz ofreció su vida a Dios para limpiar nuestros pecados con su sangre preciosa. Jesús quería hacer posible que estuviéramos allí mismo para podernos lavar de los pecados y unirnos con Él. Por eso nos dio la Misa. En el altar, el sacerdote toma pan y vino, como hizo Jesús en la Última Cena, y por el poder de Dios los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Jesús y los alza, como fue alzado el Señor en la Cruz. Dios se alegra con el regalo perfecto de su Hijo y, rebosando de amor por Él y por los que somos de Él, deja que recibamos en la comunión el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Eso hace que estemos totalmente unidos a Jesús, tanto como podamos estarlo en esta vida. El Padre está tan contento con nosotros como lo está con su Hijo. Y nosotros nos preparamos para el Cielo, para cuando nos toque hacer como Jesús y ofrecer la vida a Dios a la hora de nuestra muerte.”

No digo que no haya mejores maneras de explicarlo, pero se podría empezar por algo así. Pero lo que me llamó más la atención al instruir a mis hijos fue la poca catequesis que, relativamente, hizo falta para que entendieran las acciones del sacerdote en la Misa tradicional y la efectividad de dichas acciones para recordar el sentido ya aprendido y recalcarlo continuamente, grabándolo en la memoria. Una vez que se tiene una idea de lo que hizo Jesús en la Última Cena y el Viernes Santo, las acciones y oraciones del celebrante, te toma por asalto una serie de misterios: mediación, redención, expiación, satisfacción, adoración. Se capta sin mucha preparación que la Misa tradicional es un impresionante sacrificio que vincula la tierra y el cielo, el pecador al Salvador, el altar a la Cruz.

 © Neumann Press

Del mismo modo, descubrí que era habitual que tanto mis hijos como otros no vieran la misma relación en las Misas del Rito Ordinario a las que asistíamos. No era tan evidente. Esa Misa parecía un rito vagamente relacionado pero muy diferente, y más centrado en el pueblo, donde se hablaba mucho y la comunión la metían al final. Lo que más oculto estaba a los sentidos era que esa liturgia es un sacrificio. Parece que consistiera en manipular pan y vino sobre una mesa, en una comida a imitación de la Última Cena. Descubrí con preocupación que me obligaba a afirmar sin muchas pruebas que la Misa Novus Ordo era el Santo Sacrificio, aunque no lo pareciera y careciese de la riqueza de textos y ceremonias que subrayan la naturaleza sacrificial del rito.

Eso me molestaba, y me sigue molestando. Parece como si el rito lo hubiera ideado alguien que no quería que se entendiera con facilidad mediante la eficacia conjunta de una catequesis sencilla y una liturgia compleja que la Misa es una renovación del sacrificio cruento del Señor en el Calvario. En contraste, dentro del ámbito del Rito Ordinario, hace falta una catequesis compleja junto a una liturgia sencilla, pues de lo contrario la verdad pasa inadvertida. Como la liturgia no la encarna y proclama de la misma manera, nos vemos obligados a dedicar más tiempo a explicar y declarar y rezar porque el frágil fideísmo no ceda ante la devastación causada por el olvido, el aburrimiento o la herejía.

Punto focal combinado: el altar, el sagrario y el crucifijo

Seguidamente explico mi teoría sobre el desplazamiento del tabernáculo. El milagro inenarrable de la Presencia Real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento reservado en el Sagrario hace la competencia a la Misa. Expresándolo en torpes vocablos humanos, la única manera en que la Misa puede ser o hacer algo más grande que un milagro, de que no haya confusión, es que la liturgia disponga de los medios para demostrar el sacrificio mismo que permite la presencia constante de la divina Víctima en el sagrario. En cierto sentido, la Misa debe verse y sentirse como algo con más peso que el tabernáculo para que no haya confusión entre el Sacrificio y la Presencia. No me cabe la menor duda de que así sucede en el caso de la Misa tradicional cara al tabernáculo. En iglesias europeas con enormes sagrarios dorados cubiertos de barrocos adornos la Misa tradicional no pierde brillo; atrae todas las miradas y corazones y sigue señoreando en el templo, el altar y los paramentos. Está claro que es la razón de todo lo demás, y el espíritu ferviente de oración, con brazos invisibles extendidos y elevados, lo absorbe todo en una ofrenda única de alabanza.

En cambio, el sagrario tiene capacidad para prevalecer sobre la liturgia del Novus Ordo, que en muchos aspectos es débil, endeble, tenue; apenas consigue estar a la altura en medio de una iglesia espléndida o un suntuoso altar mayor. Se podría decir que, fenomenológicamente, el Sacrificio queda desbancado por la Presencia (tanto la que reside en el Sagrario como la que estará sobre la mesa-altar de la protestantizada Misa Novus Ordo, que no es otra cosa que una negación artística del sacrificio). Así pues, por una suerte de malévolo instinto de compensación, el tabernáculo tiene que desaparecer. Es preciso retirarlo, quitarle su posición central, ocultarlo, para que una liturgia floja tenga suficiente fuerza comunicadora. Es como si se retira al mejor alumno de la clase porque el profesor no es lo suficientemente inteligente para educarlo. La liturgia no debe tener trabas. Debe estar libre de competencias y de contextos para que no se diluya y pase desapercibida. Necesita todo el espacio que pueda abarcar y ahuyentar cualquier vestigio de un mundo con mayor masa y gravedad. ¿Verdad que así se entiende mejor la moda posconciliar de renovaciones catastróficas y monstruosidades? No sólo hay que retirar el tabernáculo, sino también el altar mayor, y a lo mejor también el crucifijo y las vidrieras, el ambón, los reclinatorios para comulgar y todo lo que usted quiera. Quizá haya que arrancarlo todo y sustituirlo por un cajón vacío gris sin curvas simétricas ni ornamentación. En semejante escenario, las líneas nítidas, eficientes y sucintas del Novus Ordo resonarán con claridad diáfana. Y los que todavía gusten de esas devociones podrían encontrar el Sacramento reservado detrás o a un costado, como un jugador en el banquillo.


* * *

¿Por qué tiene la Iglesia desde la reforma litúrgica tanta necesidad de pastores que pongan de relieve la verdad –que nunca había sido puesta en duda desde el Concilio de Trento– de que la Misa es verdadera y ciertamente un sacrificio? ¿Por qué se ha escrito tal torrente de documentos papales y de la Curia, de la mayoría de los cuales no se ha hecho el menor caso?

La respuesta es bien sencilla. Si se notara que lo que se hace en la Misa Novus Ordo es un sacrificio, si expresara la realidad sacrificial de un modo sensible e inteligible, no habría necesidad de hacer incesantes declaraciones y aclaraciones. La doctrina la enseñó de fide el Concilio de Trento, y la Misa de S. Pío V encarna a la perfección esa doctrina. En tanto que la Misa se mantenga fiel al principio fundamental de su carácter sacramental –es decir, que signifique lo que se hace y haga lo que se significa–, se sabrá que hace lo que en realidad hace porque su significado será patente e inequívoco. Es evidente que no sucede así con la Misa de Pablo VI.

A lo largo de los años hemos visto innumerables sondeos que revelan la pérdida de la Fe por parte de los católicos en la presencia real y sustancial de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento del altar.  A mí me gustaría ver una encuesta que, identificando a los católicos del montón y los católicos tradicionales por medio de un par de preguntas astutas (tal vez tan sencillas como “¿Ha oído usted hablar de Summorum Pontificum?”), preguntara a cada uno: “¿Cree usted que la Misa es el sacrificio verdadero y adecuado de Cristo en la Cruz?” No es difícil imaginar los resultados: los del primer grupo contestarían en su mayoría que no (la verdad es que más de uno se asombraría de la pregunta, que podría dar lugar a una afirmación que nunca oyeron), mientras que los últimos responderían de forma casi unánime que sí. Las respuestas reflejarían fielmente su experiencia litúrgica.


Aunque tiene por objeto la glorificación de Dios y la santificación del hombre, la liturgia siempre ha ejercido una eficaz función catequética a pesar de todo; y ahora, con el Novus Ordo, hay un vacío de catequesis en el corazón de la misma vida católica. Nos vemos obligados a repetir constantemente que la Misa es ciertamente un sacrificio porque tiene muy poco que manifieste que lo es. Asusta pensar lo mucho que se parece a lo que hacen los gobiernos democráticos, que siempre están diciendo “la voluntad del pueblo es tal y cual”, precisamente porque no es esa la voluntad del pueblo. Cuesta horrores convencer a la gente de algo que no puede captar con los sentidos.


[1] Tampoco debería sorprender a los que conozcan la historia de la reforma litúrgica, cuyos arquitectos estaban tan enamorados del ecumenismo que reconocieron que se proponían reformular el Rito Romano para hacerlo aceptable a sus consejeros protestantes. Los protestantes conservadores concedieron más que gustosos que había una cierta presencia de Cristo en la Misa, pero la idea del sacrificio es anatema para ellos (por decirlo de alguna manera). El magnífico ensayo de Joseph Ratzinger Teología dela liturgia habla mucho de ese rechazo del sacrificio.

Actualización [23 de septiembre de 2015]: aquí puede leerse un interesante artículo (en italiano) sobre el tabernáculo, publicado por el sitio Messa in latino.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Pistas de lectura: "Soy cura y qué"

Así comienza el poema "Oficio" de Poemas dogmáticos II (1994). Su autor, José Miguel Ibáñez Langlois (Santiago de Chile, 1936), es un sacerdote de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, cuya labor como poeta, teólogo y crítico literario chileno (bajo el seudónimo de Ignacio Valente) es conocida en el país y el extranjero. La Editorial Universitaria acaba de publicar un libro de conversaciones que recorren de manera ágil y amena buena parte de la vida del entrevistado, al modo de recuerdos de realidades doctrinales, pastorales, culturales e incluso anecdóticas ligadas a su persona, que son de gran interés. Quisiéramos ofrecer a nuestros lectores algunas fragmentos de esa obra relacionados con la función del sacerdote, el posconcilio y la dignidad de la celebración eucarística.  


Usted anda siempre de sotana, ¿no?

Casi siempre, porque es lo adecuado para el ministerio mío. Cuando no, de clergyman negro. San Josemaría comentaba que el sacerdocio es un servicio público, que la gente debe reconocer a simple vista, como un taxi. ¿Quién lo tomaría si anduviera como los demás autos?

Eso significa, por lo visto, que le han pedido a usted confesión o consejo por las calles.

Muchas veces. Y si no hay una iglesia cerca, habrá una plazoleta o un banco discreto donde poder oír una confesión. Recuerdo a un fotógrafo que vino a tomarme fotos para una entrevista, y quiso que fuera al aire libre. Muy cerca había un parque con sol y vegetación, y allí fuimos. Al final, me preguntó tímidamente si podía confesarlo, porque iba a casarse dentro de un tiempo y no sabía dónde encontrar un cura. Claro que te confieso, le dije yo, y allí mismo me contó su vida entera. De haber ido yo vestido de cualquier manera, él no lo habría hecho. 


[...]

¿Podría hablarnos un poco más de esos años difíciles [los del posconcilio]?

Sólo lo hago cuando es indispensable, y con mucho dolor, porque fueron penosos. Lo haré sin dar nombres, por supuesto. Comenzaré por un recuerdo previo. Ibo un día en una micro, cuando se cambia de asiento y viene a sentarse al lado mío un hombre mayor, mal agestado, con algo de tufillo alcohólico. Creí que iba a pedirme una limosna, pero no; me dijo, padrecito, aquí donde me ve, yo también soy…sacerdote para siempre según el orden sagrado de Melquisedec (la fórmula bíblica y litúrgica más solemne del sacerdocio); lo vi tan joven y rezando el Oficio con tanto piedad, agregó, que quise acercarme para decirle: siga por donde va, padrecito, porque yo me desencaminé, y le aseguro que la cara de ese descamino es horrible…: míreme. Y antes de que pudiera decirle nada, se escurrió y se bajó de la micro. Yo quedé de piedra.

[…]

Pero, ¿qué estaba pasando en la Iglesia?

Muchos fenómenos paralelos o convergentes. De los curas se decía “crisis de identidad sacerdotal” (era típico de entonces poner nombres neutros a realidades penosas).  Si un sacerdote no sabe para qué se ordenó, si se cree un agente de reforma de las estructuras sociales, ¿para qué perseverar? O si se queda, tal vez sea porque en caso contrario es socialmente un don nadie. También se decía: esto es una crisis de crecimiento de la Iglesia. ¡Qué crecimiento!, pura desolación. Con la liturgia de la Eucaristía se hicieron experimentos absurdos o aberrantes, que no quiero ni siquiera recordar. 


Recuerde por lo menos algo, para que no se pierda la memoria.

Cundieron las “misas domésticas”, celebradas en un comedor, sin ornamentos, imitando almuerzos comunes y corrientes, con paneras y jarras de vino, y todo muy conversado y con restos mínimos del rito. Y me acuerdo ahora de un musicólogo de mucho prestigio, que me decía: ¡La cueca en la misa!; sus colegas no saben nada; ignoran que para el pueblo la cueca tiene un contenido erótico, la conquista de la hembra por el varón. ¡Lo que sentirán esos fieles al oírla dentro de la misa! Pero basta, no quiero recordar ninguna cosa más de ese tiempo.

¿Fue entonces cuando las iglesias se deshicieron de muchos objetos sagrados?

Sí, una racha de pauperismo populista sacudió a muchas iglesias, a las que tenían objetos más valiosos, antiguos, venerables (aquello ni fue pobreza ni tuvo que ver con el pueblo: fue un complejo de pobretonería que perjudicó mucho la dignidad del culto divino). Vendían esos objetos a precio vil, para preferir galpones desnudos, gredas de Pomaire, chamantos de Quinchamalí…

¿Y adonde iban a parar esos objetos?

Con frecuencia a comerciantes vivos, anticuarios u otros. Estos los vendían a gente rica y de mal gusto, y uno veía después ornamentos o cálices en los livings, en las vitrinas. Mucha gente buena y sensata se propuso rescatarlos para devolverlos al uso sacro cuando llegara su tiempo. Recuerdo un sacerdote diocesano muy bueno, el padre Roasio, que tenía ciertos medios económicos y compraba y rescataba crucifijos valiosos, a veces de marfil, para donarlos a quienes lo merecieran. Una vez en su cada me mostró una sala grande repleta de ellos; incluso me regaló uno. 

 Dirck van Delen, Beeldenstorm in een kirk (1630),
retrato de la furia iconoclasta en Holanda durante la Reforma

Para que la gente de hoy se haga una idea, cuéntenos alguna otra cosa que complete el contexto.

Fue en esa época que comenzó a bajar y bajar la práctica de la confesión sacramental (y, por supuesto, el número de sacerdotes que oyeran confesiones). En cambio, menudeaban las absoluciones colectivas sin confesión. La disciplina del clero estaba muy deteriorada: tantos curas hacían lo que les daba la gana. En lo doctrinal, mencionaré sólo el llamado Catecismo holandés, encargado por los obispos de ese país a sus teólogos, técnicamente muy bien hecho, pero lleno de innumerables omisiones, equívocos y aun errores de fondo, que la Santa Sede objetó y que no quisieron tener en cuenta a la hora de corregirlos (el texto de esas múltiples objeciones se añadió como apéndice en letra chiquitísima, para salvar las apariencias).  Ese “Catecismo” se vendió en el mundo entero como pan caliente, y se citaba como hoy se cita el verdadero Catecismo de la Iglesia Católica.

¿Cuál fue la relación de todas estas cosas con el llamado “post-concilio”?

Así se llamaban muchos de esos disparates: “postconciliares”. La cosa llegó a tal punto que el Papa Pablo VI, en dos dramáticas intervenciones, llamó “diabólico” a lo que estaba pasando dentro de la Iglesia. En una de esas alocuciones describió cómo la Iglesia había abierto las puertas al mundo para que entrara aire fresco, pero por sus ventas se había colado “el humo de Satanás”.  Pero no eran muchos los que hacían caso al Papa. A Pablo VI, creo, lo santificó el sufrimiento que debió padecer en esos años.  

[…]

Tuvo usted por entonces una trifulca con el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, ¿no?

Sí, dentro de una especie de encuentro literario en la Universidad Católica, donde se habló poco de literatura. Nos dijo a los escritores chilenos que había llegado al país pensando que se podía ser católico y marxista, pero que en contacto con la Unidad Popular y con muchos Cristianos por el socialismo (del Padre Arroyo), se iba pensando que un católico debía ser marxista, porque el marxismo era la forma actual de cristianismo. Discutimos mucho. Llegó a decir que la misa celebrada por mí ese día (para grupos universitarios) era inválida; que la suya sí era válida, porque la había celebrado en Lo Valledor. ¿La diferencia? Él sí había consagrado, porque su Eucaristía estaba validada por la presencia del pueblo revolucionario. También dijo otras linduras por el estilo: el bautismo con la fórmula “yo te doy membresía revolucionaria” en vez de “yo te bautizo en el nombre del…”, el Juicio de Dios como el paredón de los capitalistas, la vida eterna como la revolución eterna…
[…]

 Juan Pablo II reprende a Ernesto Cardenal durante su visita a Nicaragua (1983)
 por su participación en el gobierno sandinista como ministro de cultura

¿Cuándo estaban ustedes [los miembros de la Comisión Teológica Internacional] con San Juan Pablo II?

Año por medio concelebrábamos misa con él en su capilla privada (los sacerdotes éramos 28), y al año siguiente almorzábamos con él, en dos turnos, quince y quince, a causa del número y del idioma: un día en francés y al siguiente en alemán.

¿Puede contar algo sobre esas Misas?

Eran en latín, obviamente, y se cantaba gregoriano. Recuerdo sobre todo la del primer año. Estábamos citados a las seis y media de la mañana. Llegamos a esa hora, y no había trazas de Misa. El Papa estaba arrodillado en su reclinatorio, sin mirarnos siquiera, y así lo estuvo media hora (su oración de la mañana), en una posición que le vería otras veces, también en Chile: completamente inmóvil y con la cabeza entre las manos.  Yo en aquel momento sentí, percibí, casi físicamente, que ese hombre estaba como sumergido en Dios. La misma impresión han tenido otros al verlo orar así en distintos lugares y momentos. Era algo sobrecogedor. Por fin se levantó en silencio, y nosotros con él, a revestirnos para la Misa.


Nota de la Redacción: Las citas están tomadas de Fernández, B./Fernández, P./Urruticoechea, S., Conversaciones con J. M. Ibáñez, Santiago, Editorial Universitaria, 2015, pp. 80-81, 90-95, 129-130 y 164.