Les ofrecemos hoy un nuevo artículo del prolífico Dr. Peter Kwasniewski publicado el 9 de enero de 2019, quien se hace cargo de las numerosas reacciones causadas por su respuesta al Rvdo. Dwight Longenecker intitulada "Doce razones para no optar por el Novus Ordo" y cuya traducción publicamos en la entrada del martes de esta semana. El argumento central de esta réplica es que los ataques contra la Misa de siempre acaban fracasando por diversas razones, pues la historia y la teología están de su lado.
El artículo original fue publicado por OnePeterFive y la traducción ha sido hecha por la Redacción.
(Foto: OnePeterFive)
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Fracasan incluso los mejores ataques dirigidos contra la Misa tradicional
Peter Kwasniewski
Peter Kwasniewski
Mi artículo “Doce razones para no optar por el Novus Ordo” ha sido
recibido con una gran cantidad de comentarios sarcásticos, de nerviosas
descalificaciones, de argumentos relativistas sobre “gustos” y de objeciones
sobriamente expuestas. Como filósofo y teólogo, me interesa muy poco la vana
retórica, pero sí me preocupan mucho las objeciones racionales, que merecen
respuesta. He examinado muchas veces cada una de dichas objeciones, tanto en
Facebook como en la sección de comentarios.
El
autor del artículo al cual usted respondió dijo solamente que a él le gustaban los elementos X, Y y Z de la
forma ordinaria, sin jamás criticar la forma extraordinaria. Pero usted, al responderle, ha defendido la segunda y atacado la primera. Esto no es juzgar
con rectitud la intención del autor.
Si alguien dice “He aquí 12 cosas que me
gustan de la forma ordinaria” y casi todas ellas difieren de las antiguas prácticas de la
Iglesia anteriores a la reforma de Pablo VI, no cuesta mucho llegar a la
conclusión de que la forma extraordinaria es defectuosa en esos aspectos. Si es una perfección
del Novus Ordo el ser más “accesible”, más “flexible”, más “sencillo”, más
colmado de Sagrada Escritura, etcétera, y si tales cosas faltan en la Misa tradicional que es, por el contrario, remota,
inflexible, complicada, amarrada a un viejo y más conciso ciclo de lecturas, es
claro que, en estos aspectos, ésta
resulta insuficiente. Si, en cambio, el usus
antiquior es en realidad superior
en esos aspectos, resultaría irracional que a uno le gustara el Novus Ordo por
los defectos que tiene[1].
Pero, más importante, la actitud “lo que me gusta de la liturgia” nos pone,
frente a ella, en un predicamento equivocado. Varios de los argumentos planteados
por el autor podrían (podrían) ser válidos si
en la Misa se tratara
principalmente de nosotros. La prueba
de que no se refiere “a nosotros” es que al sacerdote se lo ordena para ofrecer
un sacrificio, no para presidir una sesión de estudios bíblicos ni para ser
anfitrión de una cena comunitaria. Un grupo de estudios o la comida en un club
deja todo el espacio que se quiera para lo que los invitados (¡o el anfitrión!)
prefieran, para lo que los atraiga, los ilusione, les agrade, les evangelice,
los cautive. Un sacrificio no se inmuta por lo que los demás piensen de él: él es, simplemente, lo que es, y hace lo que es
lo suyo. Los reformadores de la liturgia rechazaron la primacía del
sacrificio cuando trataron de abolir o minimizar la “Misa privada” -que, en el
pasado, se decía en incontables altares a través de la Cristiandad- y de
modificar el rito de ordenación y otros textos litúrgicos para disminuir todo
lo posible la idea de que el sacerdote es agente de un sacrificio, el cual,
argumentaron, era pagano y judaico, no cristiano.
Los católicos devotos del Novus Ordo
formularán a la Misa tradicional críticas como “simplemente no entiendo el
latín”, “me parece demasiado llena de
adornos” o “quienes asisten a ella despliegan demasiado estoicismo mientras
dura”. En el fondo de todo lo que plantean está el “yo”: de lo que se trata es
de lo que “ellos” prefieren. Las generaciones anteriores supieron mortificar
esta auto-referencia, supieron cómo subordinarla a la herencia recibida, al
bien común, a la tradición, que tiene aquí la precedencia. Juan Bautista
declara que “Él debe crecer, y yo disminuir” (Jn 3, 30). Del mismo modo,
nosotros debemos “descentrarnos” de nosotros mismos y “recentrarnos” en los
misterios de Cristo.
Puede que los tradicionalistas lo
prefiramos y amemos todo en el usus
antiquior, o puede que no. Pero no es eso lo que importa. Lo importante es
el compromiso con la fe tradicional,
con la verdad de Jesucristo, con el tesoro que la Iglesia nos ha transmitido. Y
nos esforzamos por conformar con ello
nuestras mentes, nuestros corazones, nuestros gustos y nuestros disgustos.
Somos, pues, perfectamente coherentes al objetar no sólo el prometeísmo
litúrgico, sino también las desviaciones doctrinales, como la apertura de Amoris Laetitia a dar la comunión a los
católicos “vueltos a casar” y el cambio sobre la pena de muerte en el
Catecismo.
Liturgia reformada en una pista de carritos chocones en Namur (Bélgica)
(Foto: Diócesis de Namur)
Los
liberales que secuestraron el Concilio, los liturgistas profesionales que
diseñaron el Novus Ordo y el propio Pablo VI se criaron con el usus antiquior que usted tanto defiende. Obviamente
ninguno de ellos lo creyó tan grandioso, como que acordaron trocarlo por algo
diferente.
Aquí quisiera citar a la Dra. Alice
von Hildebrand, en una entrevista de 2001:
“El diablo odia la Misa antigua. La
odia porque es la formulación más perfecta de todas las enseñanzas de la Iglesia.
Fue mi marido quien me hizo ver esto en la Misa. El problema planteado en la
crisis actual no fue la Misa misma, sino el que los sacerdotes que la
celebraban habían perdido ya el sentido de lo sobrenatural y lo trascendente:
recitaban las oraciones a la carrera, las mascullaban, sin pronunciarlas. Ello
fue una señal de que habían traído a la Misa su creciente secularismo. La Misa
antigua no acepta la irreverencia, y esa es la razón por la que tantos
sacerdotes simplemente se alegraron de que desapareciera”[2].
En mi libro Noble Beauty, Transcendent Holiness [Noble belleza, santidad
trascendente] comento esto del siguiente modo:
“La decadencia litúrgica, las desviaciones
y el desorden son, tal como la tendencia natural a la entropía, una senda
cuesta abajo para el hombre caído. Si se lo abandona a sí mismo, sin la guía de
la Tradición deseada por el Espíritu Santo y el ejemplo de tantos santos que
nos han mostrado cómo caminar por el difícil camino cuesta arriba de la
fidelidad, el hombre caído hará una liturgia según sus propios caprichos y
deseos, sus propios programas y objetivos -lo cual es más fácil, y más dañino-.
Es la senda cuesta arriba, para la que hay que prepararse con auto-disciplina,
la que conduce a esas magníficas vistas, a entrever esa vasta belleza que
promueve la humildad y que sólo puede provenir de la mente del Creador. 'No aborrezcas
la labor por trabajosa ni la agricultura, que es cosa del Altísimo. No te juntes
con pecadores' (Ecl. 7, 16-17)”.
No digamos una cosa por otra: los
antiguos ritos litúrgicos, si han de realizarse de un modo verdaderamente edificante
e imbuido de oración, exigen disciplina, mortificación, estudio y práctica
serios, profunda atención, gran piedad e intensa vida interior. Todo sacerdote
capaz de realizarlos a la carrera (cosa que solía ocurrir “en aquellos
tiempos”, como sabemos, y a veces ocurre todavía hoy), o de saltárselos
a pies juntos, ya había perdido tanto su fe como su compromiso con la virtud de
la religión. En palabras de Newman, lo que hacía era prestar un consentimiento
“nocional”, no real. No fue, pues, ninguna sorpresa el que individuos de ese
tipo hayan querido una simplificación radical que los liberara de algo que se
había transformado para ellos en una carga onerosa y un ritual sin sentido. Lo
que querían era una Misa expedita y un ligero pícnic de salmos. Lo que querían
era “ocuparse” con el “auténtico trabajo” de “ayudar a la gente”, difundiendo
un mensaje cristiano puro y sencillo con aroma a Marx y Freud. Los energéticos
ejecutores del Concilio promovieron una visión del cristianismo
enteramente vuelta hacia afuera, no hacia adentro, todo acción, nada de
contemplación, todo reforma, nada de formalidad, todo actualizado, nada
perenne, privilegiando lo doméstico y no lo solemne, lo informal y no lo
hierático. Para decirlo brevemente, el Novus Ordo materializó la impiedad, el
activismo y la mundanidad de una determinada generación.
Los que fueron explícitamente
modernistas y revolucionarios en sus intenciones (y hubo muchos de ellos)
odiaban la Misa tradicional no por el incienso, el canto llano o el latín,
cosas que estaban dispuestos a utilizar a veces para sus propios propósitos, sino
porque cada oración, cada gesto, ceremonia y rúbrica expresaba la fe católica
en su audacia pre-moderna y anti-moderna.
Todo lo cual demuestra que algo malo
comenzó a ocurrir antes del Concilio, y sobre este tema más amplio existen
varias teorías de gran fuerza. Pero podemos ver que hubo también muchos que
fueron profundamente devotos de la liturgia, como lo prueban los mejores
autores del Movimiento Litúrgico cuando escriben con fervor y perspicacia sobre
su vida cultual, y no existe absolutamente ninguna razón para creer que esa
misma liturgia no podría haber seguido siendo aprendida, amada, rezada y
transmitida por los católicos de fe seria. La reforma fue impuesta a la Iglesia
desde arriba por algunos ideólogos con ideas brillantes; no fue reclamada por
los fieles.
Obispo italiano celebra una liturgia para niños
(Foto: Rorate Caeli)
Usted,
y otros más, escriben sobre la forma extraordinaria presentándola con color de
rosa, como si en “los viejos tiempos” se la hubiera celebrado en todas partes
piadosa y edificantemente. Pero esto está lejos de ser cierto.
Como lo indica mi cita de Alice von
Hildebrand, no niego que haya habido abusos. Para el hombre caído siempre es
posible abusar de lo bueno. Una Misa rezada de diez o quince minutos,
rápidamente susurrada, fue el problema típico que existió antes del Concilio. ¿Quiere
eso decir que la solución era concebir de nuevo la liturgia, a partir de cero?
No. Tal cosa no es el modo católico de pensar nada, especialmente la liturgia
que hemos recibido de nuestros padres. El Movimiento Litúrgico original dio con
la idea correcta: educar a los católicos en su riqueza hereditaria y ayudarlos
a tomarla entre las manos.
La
liturgia de los apóstoles fue muchísimo más sencilla que la Misa tradicional, y
era dicha en arameo o griego. ¿Por qué insiste usted en usar hoy una complicada liturgia
medieval en latín? Deberíamos imitar lo que hicieron los apóstoles.
Quien formula esta objeción,
sorprendentemente común, adopta una noción protestante de la Misa como una
reedición de la Última Cena, con su simple reunión de discípulos para leer las
Escrituras y partir el pan, lo cual oscurece lo que ella es en realidad: el
ofrecimiento del sacrificio de Cristo en el seno de la comunidad viviente de su
Cuerpo, la Iglesia. Como María, “que guardaba todas estas cosas y las meditaba
en su corazón” (Lc 2, 19; 2, 51), también la Iglesia, atesorando y meditando en
los divinos misterios, elaboró su celebración de acuerdo con la sabiduría que
le era dada desde arriba. Cristo prometió a sus apóstoles: “Cuando venga el
Espíritu de verdad, Él os enseñará toda la verdad” (Jn 16, 13). El desarrollo
de la divina liturgia a través de los milenios -desde la ofrenda de Abel hasta
el pan y vino de Melquisedec, desde los sacrificios judíos hasta la eucharistia apostólica, desde la época
del monasticismo y de los capítulos de las catedrales medievales hasta el
esplendor del barroco- no es sino la preparación, recepción y explicación de la Verdad que se nos ha dado en Cristo y que ha florecido plenamente en la vida de
su Esposa: “En verdad, en verdad os digo, quien cree en Mí hará las obras que
Yo hago, y las hará todavía mayores”
(Jn 14, 12).
El culto cristiano no es la
representación escénica de la comunidad de la Pascua, ni un viaje a través del
tiempo hacia una época favorita que se elige, sino un todo viviente, edificado lentamente a través del tiempo por los
amantes de Dios y atesorado por la Iglesia, que transmite las mismos ritos
litúrgicos de edad en edad, aumentados con nuevas bellezas inspiradas por Dios
para armonizar con lo que ya existe. A medida que se desarrolla hacia la
plenitud de su esencia, la liturgia adquiere mayor definición y mayor
perfección en sus elementos secundarios. Esta es la razón de por qué la
velocidad del cambio disminuye con el paso del tiempo, y lo que se le añade,
aunque valioso, es poco en comparación con el conjunto de ritos, cánticos,
textos y ceremonias ya existentes.
Esto es lo que la tradición
litúrgica significa: no inventamos de
nuevo nuestro culto dando saltos a través de siglos de fe y de devoción; no
producimos nuevas anáforas porque pensamos que necesitamos mayor variedad; no
nos deshacemos de los ciclos de lectura venerados por más de 1000 años de uso
coherente ni los reemplazamos por un ciclo totalmente nuevo compilado por un
grupo de académicos; no hacemos opcionales las magníficas antífonas que son
carne y sangre del rito romano, etcétera. Los protestantes inventan la liturgia, los
católicos la reciben.
Por lo tanto, es no sólo una mala
idea, sino también contrario a la fe de la Iglesia en la Divina Providencia y
en el gobierno del Espíritu Santo, el rechazar elementos mayores de la
tradición litúrgica de la Iglesia latina y reemplazarlos con una combinación de
arqueologismos y novedades artificiales, como claramente se hizo en las décadas
de 1960 y 1970. La enorme ruptura con la tradición litúrgica anterior, que
abarca todos los aspectos y detalles de los ritos litúrgicos, no puede ser
disimulada con lugares comunes. Lo que se ha hecho es causar una herida abierta
en el Cuerpo de Cristo[3].
Porque, como dice San Vicente de Lerins,
“El principio de piedad admite sólo
una actitud: que todo sea transmitido a los hijos con el mismo espíritu de fe
con que fue aceptado por sus padres; que la religión no nos conduzca adonde
nosotros queremos ir, sino que nosotros la sigamos adonde ella vaya; y que lo
propio de la modestia y seriedad cristianas es no transmitir a la posteridad
las ideas propias, sino preservar las que se ha recibido de los antepasados” (Commonitorium, cap. 6).
Vale la pena añadir que la primacía
del latín en la Iglesia romana fue solemnemente afirmada por Juan XXIII en la
Constitución Apostólica Veterum Sapientia
de 1962, que no ha sido jamás rescindida. Concordantemente, la noción de
que la liturgia debiera ser en vernáculo fue condenada por el Concilio de
Trento y por Pío VI en Auctorem fidei.
Esto no significa que la liturgia no pueda jamás ser en vernáculo, sino que
nadie puede argumentar que debe o que
debería ser en vernáculo. Sostener
que la Iglesia romana se equivocó al mantener en latín sus ritos es una opinión
que ha sido condenada.
Ver leyenda anterior
(Foto: Rorate Caeli)
Usted objeta el “anticuarismo” -remontarse a siglos pasados para recuperar elementos
perdidos para la liturgia-, pero la forma misma de la liturgia que usted trata de
revivir es algo que pertenece a un tiempo pasado. ¿No peca usted de lo mismo?
La recuperación del usus antiquior no constituye un caso de anticuarismo por dos
razones básicas.
Primero, él no ha dejado jamás de
celebrarse. Incluso cuando Pablo VI trató de reemplazarlo, una minoría del
clero, al comienzo clero viejo y luego sacerdotes nuevos y, finalmente, algunas
comunidades religiosas enteras, continuaron usando el antiguo misal, o usaron
ambos misales. Por consiguiente, el usus
antiquior representa una tradición viva ininterrumpida, tan antigua que no
podemos siquiera precisar cuándo y cómo surgió[4]. La nueva Misa, en cambio, tiene un nacimiento
preciso: el 3 de abril de 1969. Pronto cumplirá cincuenta años y cómo se le nota ya
la edad...
Segundo, es comprensible que, con el
paso de los siglos, ciertas prácticas se modifiquen o desaparezcan, debido a
las presiones de un determinado período o a nuevos énfasis. Así, la comunión en
la mano fue gradualmente reemplazada por la comunión en la lengua, considerada como
un modo más reverente y seguro de recibir el Cuerpo del Señor, cuya adoración
se intensificó. Es una forma de anticuarismo tratar de reactivar ciertos
elementos después de siglos de su desaparición. Pero la liturgia en su conjunto
no es algo que pueda modificarse o desaparecer, excepto por un uso abusivo del
poder[5].
Por ello, el usus antiquior tiene
derecho de primogenitura y conserva la posesión, y no puede jamás ser excluido
de la vida de la Iglesia. Y ocurre también que es más relevante para las necesidades de los católicos modernos.
La
posición de usted implica que nada en la forma ordinaria es una mejora respecto
de la liturgia anterior. De hecho, usted parece incluso que la rechaza
totalmente.
Pensé durante algún tiempo que había
algunas mejoras en el Novus Ordo. Por ejemplo, creí que era bueno tener más
prefacios, más lecturas, y más flexibilidad en cuanto a lo que puede cantarse
(o sea, cantar el Ordinario sin los Propios y viceversa, haciendo así posible
más canto, en vez de un enfoque “todo o nada”). Pero el diablo está en los
detalles. Si se examina estas cosas más detenidamente y, lo que es más
importante, a medida que se adquiere más experiencia en ambos ritos, se
comienza a ver muchos defectos en estas supuestas “mejoras”[6].
Desgraciadamente, hay pocos que tengan la paciencia o la oportunidad de
comparar los ritos, para ver qué se cambió y por qué, por lo que las
concepciones superficiales salen ganando. Con excepción de algunos detalles
mínimos[7],
no veo nada en el Novus Ordo que represente una mejora en el rito latino que
nos ha precedido y que tiene un pedigrí de siglos y de milenios. En general,
el Novus Ordo es un ritual empobrecido, con pequeñas preferencias particulares de
una cantidad de académicos especialistas que las lanzaron al medio, y con una
inmensa palabrería. El resultado es como era de esperar: muchos católicos se
marchan molestos por la desacralización del culto, y los que se quedan o han llegado
posteriormente, han absorbido de él nociones erradas incluso sobre lo que la
liturgia es -y ello, sobre la base de lo que el Vaticano II dice sobre la
liturgia en la primera parte de Sacrosanctum
Concilium, que es como una exposición teológica de la Misa Solemne, no de
la Missa normativa del Consilium-.
La Misa Novus Ordo es
sacramentalmente válida (y lo mismo puede decirse de los otros ritos
sacramentales), pero dicho eso, el experimento completo de modernización
constituye una decepción, para no decir un escándalo, una vez que se llega a
conocer las riquezas del usus antiquior.
Y no hablo solamente de la Misa. Los antiguos ritos del bautismo, la
confirmación, la penitencia, el matrimonio o la extremaunción y, sobre todo,
del orden sagrado, son muy superiores a sus versiones “reformadas” desde todo
punto de vista: ascético-místico, doctrinal, moral, estético. Incluso el
breviario de San Pío X, que tiene sus problemas, es claramente mejor que la
Liturgia de los Minutos -Horas, quise decir-[8].
Yo no rechazo la nueva liturgia. Es
la propia Tradición de la Iglesia la que la repudia como algo extraño. Los
ritos sacramentales ciertamente tienen validez, ya que el Señor no privaría a
su pueblo de acceso a la gracia; también tienen una licitud funcional. Pero
nada de esto toca la cuestión de la autenticidad de un rito, considerada en
línea con su propio desarrollo histórico a partir de las raíces apostólicas, o
las profundas cuestiones de su adecuación
que rodean la puesta por obra de cualquier liturgia. Pablo VI empeñó su
autoridad en la imposición de la nueva liturgia a la Iglesia y, al hacerlo,
abusó tanto de esa autoridad como del Pueblo Dios.
(Foto: Traditional Catholic Priest)
A
estas alturas, ¿no debiéramos estar trabajando en mejorar la celebración de la
forma ordinaria? Después de todo, es el rito con el que ora el 99% de los
católicos, y debiéramos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para corregir
sus abusos y elevar su dignidad.
Hasta cierto punto, sí, y hasta cierto
punto, no. Sin duda, es bueno para los católicos poder oír canto gregoriano, y
latín, y ver al sacerdote de cara al oriente, y ver hermosos ornamentos, oler
incienso y oír el sonido de las campanas, arrodillarse delante de la Palabra
hecha carne y recibirla en la lengua.
Pero no nos engañemos a nosotros
mismos: la "reforma de la reforma" no puede tener éxito.
Cada vez que un esfuerzo oficial
para llevar a cabo la "reforma de la reforma" adquiere impulso, se descarrila. Benedicto XVI
abandonó a la grey en medio del primer esfuerzo serio por mejorar el yermo
litúrgico postconciliar. El Cardenal Sarah ha sido abofeteado repetidamente por
el Vaticano por sus modestas propuestas de hacer que el Novus Ordo parezca
liturgia católica. El papa Francisco celebra la Misa de modo tan descuidado que
bien podría ser el sumo sacerdote de alguna burocracia corporativa. Miles de
Oratorianos celebran intrépidamente “el rito de Michael Napier”,
inventando un buen poco para llenar los vacíos del Misal de Pablo VI, pero
están ubicados en los márgenes, decididamente aparte. Al interior de la
Iglesia, existe un nivel de mediocridad en que se afirma una y otra vez, como
si fuera una fuerza gravitacional, una Missa
normativa que no es ni egregiamente abusiva ni se caracteriza por nada
noble, ya sea la “noble simplicidad” o su a menudo olvidada contraparte, la
“noble belleza”[9]. Salvo
algunos imprevistos nacimientos de colorines, tal es el tipo genético que
predomina continuamente en las crías. Además, está claro que Pablo VI no pensó
en un Novus Ordo “solemne” o “tradicional” al promulgar el nuevo misal. En la
audiencia general de 26 de noviembre de 1969, alabó tranquilamente las
glorias del latín y del canto gregoriano antes de proceder a explicar que la
Iglesia pedía a los fieles sacrificar ambas cosas para siempre a fin de poder
ganar al Hombre Moderno. De modo que quienes se afanan revistiendo al Niño Dios
de Praga puede que den pruebas de un trágico heroísmo, pero están trabajando
contra las claras intenciones del juez que nos impuso estas cadenas y grillos.
En un nivel más práctico, el
sacerdote que, inspirado por El espíritu de la liturgia de Ratzinger y por
otras estimulantes lecturas, trata de elevar el Novus Ordo -lo cual significa,
por lo general, enriquecerlo ad libitum
con elementos ya bien incorporados en el usus
antiquior- va a crear oposición en el rebaño, y tarde o temprano llegarán
quejas al obispo. En nueve de diez casos, el cura visionario va a ser llamado a
dar cuentas y se le hará una advertencia por su alteración del orden o, tarde o
temprano, será trasladado a otra iglesia, en tanto que su reemplazante llegará
y deshará la mayor parte de sus reformas. He visto y oído esto cientos de
veces. Es quizá la causa número uno de trauma entre los fieles católicos que
todavía adhieren a la liturgia de Pablo VI. Haría falta no sólo un Papa
descollante sino una serie seguida de ellos, como asimismo varias vueltas de
carnero del episcopado a nivel mundial, para que el Novus Ordo pudiera lucir,
por regla general, como liturgia católica en continuidad con los 1500 años
precedentes de culto en la Iglesia. Mientras tanto, el alma de los fieles es
tironeada de un lado para otro, de acuerdo con los temperamentales caprichos de
curas, obispos y Papas, y nuestros hijos aprenden la lección de que la liturgia
católica es más o menos el juguete de quien tiene más poder en un determinado
momento. Además, la "reforma de la reforma" no
debiera tener éxito, porque todo lo que hace no es sino ocultar el hecho de
que el problema fundamental es la liturgia reformada en sí misma y no “el modo
cómo se la celebra”[10].
Esto es cierto, sobre todo, para el sacerdote. El laicado podrá seguir cargando
a la rastra, al estilo soviético, su culto semanal, pero el sacerdote es quien
ha sido más gravemente privado de alimento por la Misa Bauhaus de Pablo VI[11].
Me temo que la realidad es la
siguiente: la forma ordinaria y la forma extraordinaria no pueden convivir
pacíficamente porque sus principios son incompatibles. Los defensores más
serios de la forma ordinaria -académicos como el P. Pierre-Marie Gy, Mons. Kevin Irwin,
Massimo Fagioli, Andrea Grillo y casi todos los que escriben para Pray&Tell-
tienen perfectamente claro que los nuevos ritos representan una nueva visión
teológica nacida del Concilio Vaticano II, la cual repudia en gran parte el legado de
Trento. Como declaraba el cardenal Lercaro, actor importante en la reforma
litúrgica, sin temor a ser contradicho: “El período histórico que llamamos
tridentino está cerrado”[12].
Puede que se dé una tregua
inestable, pero las cosas mismas tienden en direcciones opuestas, como era de
esperarse, porque tienen orígenes opuestos. El usus antiquior nos llega desde la Tradición: ya existía desde mucho
antes de que su primera versión, con aprobación papal, fuera promulgada en
1570. El Novus Ordo es una creación ex
nihilo del poder papal en 1969. Como una parodia de Melquisedec, no tiene
ni padre ni madre, pero continúa interminablemente. Jamás en la historia de la
Iglesia había existido un misal nuevo:
sólo había habido nuevas ediciones del mismo viejo misal. Y no es bueno
pretender que ambos están en continuidad: el contenido es demasiado diferente,
no sólo en los textos (oraciones, antífonas, lecturas, ofertorios, anáforas,
etcétera), sino también en los gestos y ceremonias. Hay una extensa y profunda
divergencia en todos los aspectos[13].
Es tan grande la diferencia que los
sacerdotes que descubren la Misa antigua la encuentran poderosamente transformadora
de su sacerdocio, aun después de haber celebrado devotamente el Novus Ordo por
muchos años[14]. Por
tanto, el sacerdote que ama a Cristo, a la Iglesia, a su propia alma y a las
almas de su rebaño debiera aprender una Misa -y luego apoyarse en ella- que lo
deleitará con “médula y gordura” (Sal 62, 6), aunque no sea más que como un
descanso en el esfuerzo, cuesta arriba, siempre algo movedizo e idiosincrático,
de cubrir con ropas a un pordiosero desnudo que se despojó de sus vestimentas
devocionales y teológicas.
(Foto: The Saints' Pub)
***
Todo este oscilante esfuerzo se basa
en algunas comparaciones poco realistas. La mayoría de quienes aman los “aromas y
campanas” compararán su Novus Ordo en versión "reforma de la reforma" -tan difícil de hallar como una aguja
en un pajar, y que no supera quizá el 1% del mundo católico- con una Misa
rezada, a toda carrera, de 1950, con recuerdos de explosión demográfica, la
cual básicamente ya no existe en parte alguna en 2019. Para ser sinceros, hay
que reconocer que algunos “tradis” anti-Francisco hacen lo mismo cuando
comparan una Misa solemne en una catedral barroca con una Misa circense
celebrada sobre una “tabla de planchar”. Tampoco ninguna de estas dos cosas ocurre
normalmente.
Lo que poca gente parece dispuesta a
hacer es comparar la Misa ”término medio” -o sea, la que se encuentra
típicamente un día domingo: la tradicional Missa
cantata- con el Novus Ordo en una ciudad cualquiera. La primera tiene canto
llano y música sagrada de otros estilos; emplea sólo ministros varones
debidamente revestidos; conserva el Canon romano; distribuye la comunión en la
lengua a fieles arrodillados, etcétera. La segunda es válida; tiene una música
horrible; usa niñas acólitas; hay ministros extraordinarios de la comunión y
lectores laicos; usa un canon de fabricación reciente, y distribuye la comunión
a fieles que están de pie formando cola. En esta comparación, nosotros ganamos
absolutamente: llámese a esto el “Pepsi Challenge” litúrgico: vaya usted a una Missa cantata y luego a cualquier Misa
dominical Novus Ordo. Luego regrese a informarnos, lector electrónico, y díganos si estamos equivocados. Los fieles que asisten
exclusivamente al Novus Ordo, o que quizá hayan estado en una Misa rezada un
par de veces, se encuentran en una enorme desventaja. Cuando leen argumentos
escritos por los tradicionalistas, sienten que el catolicismo está siendo
atacado, o que se ataca su fidelidad personal, o la santidad de la Eucaristía.
Pero no ocurre nada de esto: muchos católicos son admirablemente fieles a lo
que se les ha dado, aunque sea poco, y el Señor, que está verdadera, real y
sustancialmente presente incluso en una Misa que peca contra Su Providencia
Litúrgica, puede, a pesar de todo, santificarlos. Pero el “espíritu del Concilio Vaticano II” y la reforma litúrgica que lo materializó perfectamente los han
privado de gran parte del contenido histórico y teológico del catolicismo, y
los han dejado con una cáscara, con un simulacro, con un sustituto.
El Novus Ordo, incluso en sus
mejores momentos, sigue siendo una dieta de hambre si se lo compara con las
riquezas de la tradición litúrgica preconciliar. Dios puede santificar a los
presos en una cárcel donde se los alimenta con pan y agua, pero no es éste el
modo en que Él quisiera santificarnos a la mayoría de nosotros. “Vine para que
tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10), dice el Señor, y esto se
aplica también a la vida litúrgica.
Si la ansiada renovación de la
Iglesia ha de comenzar alguna vez en serio, los católicos tienen que hacerse cargo
de esta tragedia de ruptura y supresión, pero sin dar lugar a la ira y a la
desesperanza, y resueltos a buscar y encontrar la plenitud de la fe. La Esposa
de Cristo no puede ser rescatada de ningún otro modo del fango y suciedad que
empañan su belleza terrena.
La Misa de Siempre
(Foto: The Saints' Pub)
[1] La sensación de “Me gusta el hecho de que la forma ordinaria es
todas estas cosas” es difícil, si no imposible, de separar del juicio “Me
desagrada el hecho de que la forma extraordinaria no es ninguna de estas cosas”
y del deseo de que, de algún modo, sus “defectos” pudieran ser superados en
alguna futura revisión de ella. Así, tenemos a un oratoriano que ha opinado
recientemente que la Misa antigua debiera estar disponible en vernáculo
para que se adapte mejor a la doctrina de Calcedonia (!); y tenemos a un
sacerdote que nos proporciona una larga lista de “mejoras” que habría
que importar de la forma ordinaria a la forma extraordinaria; tenemos abogados de la “liturgia pastoral”,
descendiente últimamente empollada de Jungmann, que sustituye las lecturas
cantadas en latín de la Misa solemne por lecturas habladas en vernáculo,
violando también de paso la direccionalidad simbólica de la lectura y del
Evangelio por su lectura versus populum,
y acusando a continuación de “elitismo” y “esteticismo” a quienes siguen la Tradición; y así sigue y sigue el carrusel de “modernos que saben más”, que
deja un sangriento desorden en el suelo del lugar de operación. He respondido estas
llamaradas de intrusionismo en muchos lugares -por ejemplo, aquí, aquí y
aquí.
[3] Para una exposición más completa del problema, véase mi
conferencia “Reverence is Not Enough:On the Importance of Tradition”, que constituye el capítulo 2 de mi
libro Noble Beauty, Transcendent Holiness
(Angelico, 2017).
[4] Hay motivos para creer que la liturgia en Roma se tradujo del
griego al latín en el siglo IV, con el papa Dámaso I (366-384), pero la
información que poseemos es escasa. Henry Sire comenta: “Debiéramos advertir
que el espíritu del nuevo vernáculo fue lo opuesto de aquel en que los
vulgarizadores de la década de 1960 hicieron su trabajo. Dámaso mismo fue un
refinado latinista, y tuvo el cuidado de escribir las oraciones de la liturgia
en un estilo que cumplió con los estándares de la tradición retórica romana. El
Canon romano, cuya mayor parte, tal como la conservamos hoy, adquirió su forma
en aquel tiempo, puede serle atribuido, y lo mismo es verdad de las colectas
que, como el mismo Canon, reflejan las finas cadencias de la prosa clásica. Las
convenciones de las oraciones paganas, que datan de Virgilio y de Homero, se
reflejan en las oraciones cristianas y, en su preocupación por dignificar el
lenguaje del culto, Dámaso pone a veces un antiguo término pagano en vez del
cristiano. Su liturgia latina fue, así, un alto vernáculo, que usa
deliberadamente arcaísmos para expresar la santidad del culto. El resultado de
su arte ha sido darnos, en el rito tradicional de la Misa, una expresión
distinguida de la última edad de la civilización antigua” (Sire, H., Phoenix from the Ashes, Kettering, OH, Angelico, 2015, p. 266).
[5] Esta es la razón por qué los tradicionalistas son coherentes
cuando rechazan también la espuria reinvención que Pío XII hizo de la Semana
Santa.
[7] Un ejemplo sería la restauración de una adecuada cantidad de
lecturas a la Vigilia Pascual, las que habían sido bárbaramente reducidas a
cuatro en el asalto a la Semana Santa realizado por Pío XII. Por una parte, el
Novus Ordo hace opcional el conjunto entero de lecturas (cosa que hace en
tantos otros casos) y, por otra parte, no había defecto alguno con las lecturas
anteriores a Pío XII. Así, se trató de una “solución” a un problema creado por la
pasión de reforma litúrgica. Véaselo de este modo: mientras más individuos se
entrometieron en la liturgia pre-Pablo VI, más problemas se crearon a sí mismos,
y para estos “problemas” la liturgia de Pablo VI pareció una solución. Pero es
quizá el caso más extraordinario en la historia de un remedio que resulta peor
que la enfermedad.
[8] Sobre el Breviario de Pío X, véase esta entrevista con S.E.R. Athanasius Schneider. Un excelente resumen son sus peculiaridades puede verse
aquí y aquí.
[9] Esta frase se usa en Sacrosanctum
Concilium, núm. 124.
[11] He abordado esto con más detalle aquí, aquí, aquí, aquí y aquí,
para quienes se inician. Un pensamiento sombrío: lo que Pablo VI puso en
movimiento, durante el Concilio Vaticano II y después de él, fue tan eficiente para el
vaciamiento de los monasterios y conventos en el mundo como lo que Enrique VIII
hizo en Inglaterra con la reforma anglicana.
[12] Véase Chiron, Y., Annibale
Bugnini: Reformer of the Liturgy, trad. de John Pepino, Brooklyn, Angelico
Press, 2018, p. 119.
[13] Para anticiparse a otra objeción: sí, los reformadores obtuvieron
mucho de su materia prima en viejos sacramentarios que habían caído en desuso
desde hacía mucho tiempo en la forma como se los encuentra en los manuscritos,
pero rara vez se detuvieron ahí, y alegremente editaron casi todas las líneas
para ponerlas de acuerdo con sus propias teorías sobre lo que el “hombre
moderno” necesitaba oír. No pudieron ni siquiera recoger las fuentes antiguas
sin suprimir lo que les pareció inconveniente y sin innovar. ¡Qué hibris! ¡Qué
miopía!
[14] De los muchos testimonios, se podría partir con este conjunto de cuatro.
Actualización [15 de enero de 2019]: Agradecemos al sitio Adelante la fe por publicar nuestra traducción del artículo del Dr. Perter Kwasniewski ofrecido en esta entrada.
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Actualización [15 de enero de 2019]: Agradecemos al sitio Adelante la fe por publicar nuestra traducción del artículo del Dr. Perter Kwasniewski ofrecido en esta entrada.
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