Les ofrecemos a continuación la transcripción de una muy interesante entrevista concedida recientemente por S. Emcia. Revma. el Cardenal Raymond Leo Burke (nacido en 1948) a Gloria TV, en que entrega su opinión sobre las reformas posconciliares, especialmente la litúrgica, los contrastes entre ambas formas del Rito Romano, el Sínodo Extraordinario sobre la familia de 2014, la llamada «doctrina Kasper», la autoridad del Romano Pontífice y otros importantes temas relacionados con la Fe Católica, todos de gran actualidad. La traducción, con algunas correcciones y agregaciones menores de la Redacción, es de Zela Fabbri y fue publicada originalmente en el sitio Adelanta la Fe, a cuyos responsables expresamos nuestro agradecimiento. Se han conservado los destacados introducidos por ese medio, y se han agregado por la Redacción algunos adicionales.
Su Eminencia, usted creció antes del Concilio Vaticano II. ¿Cómo recuerda aquellos tiempos?
Yo crecí en un tiempo muy hermoso en la Iglesia, en la que se nos instruía cuidadosamente en la Fe, tanto en casa como en la escuela católica, en especial con el Catecismo de Baltimore. Recuerdo la gran belleza de la Sagrada Liturgia, con hermosas Misas incluso en nuestro pequeño pueblo agrícola [Richland Center, Wisconsin]. Y luego, por supuesto que estoy muy agradecido a mis padres que me dieron una formación muy sólida sobre la forma de vivir como católico. Así es que fueron años muy hermosos.
Cardenal Burke: «Lo ocurrido después del Concilio fue muy fuerte, incluso en algunos casos violento»
Sobre el Concilio Vaticano II
Su Eminencia, usted creció antes del Concilio Vaticano II. ¿Cómo recuerda aquellos tiempos?
Yo crecí en un tiempo muy hermoso en la Iglesia, en la que se nos instruía cuidadosamente en la Fe, tanto en casa como en la escuela católica, en especial con el Catecismo de Baltimore. Recuerdo la gran belleza de la Sagrada Liturgia, con hermosas Misas incluso en nuestro pequeño pueblo agrícola [Richland Center, Wisconsin]. Y luego, por supuesto que estoy muy agradecido a mis padres que me dieron una formación muy sólida sobre la forma de vivir como católico. Así es que fueron años muy hermosos.
Un amigo mío que nació después del Concilio solía decir: «No todo era bueno en los viejos tiempos, pero todo era mejor». ¿Qué opina de esto?
Bueno, tenemos que vivir en cualquier momento que el Señor nos
da. Ciertamente, tengo muy buenos recuerdos de crecer en la década de
1950 y principios de 1960. Creo que lo más importante es que apreciamos
la naturaleza orgánica de nuestra Fe Católica y valoramos la tradición a
la que pertenecemos y por la cual la Fe ha llegado a nosotros.
¿Abrazó con entusiasmo los grandes cambios después del Concilio?
Lo que sucedió inmediatamente después del Concilio —en aquel momento yo estaba en el seminario menor [Seminario de la Santa Cruz de La Crosse, Wisconsin], y observábamos lo que estaba ocurriendo en el Concilio— fue muy fuerte, incluso en algunos casos violento. Tengo que decir que, aun cuando era joven, empecé a cuestionar algunas cosas —si esto era realmente lo que se pretendía con el Concilio—, porque advertí que muchas cosas hermosas que la Iglesia tenía de repente desaparecían e incluso ya no eran consideradas hermosas. Pienso, por ejemplo, en la gran tradición del canto gregoriano o el uso del latín en la celebración de la Sagrada Liturgia. Y, luego, también estaba el llamado «espíritu del Concilio Vaticano I» que influyó otras áreas —por ejemplo, la vida moral, la enseñanza de la Fe— y seguidamente vimos tantos sacerdotes abandonar su ministerio sacerdotal, y a muchas hermanas religiosas renunciar a la vida religiosa. Así es que, sin duda alguna habían aspectos del período post-conciliar que planteaban preguntas.
Lo que sucedió inmediatamente después del Concilio —en aquel momento yo estaba en el seminario menor [Seminario de la Santa Cruz de La Crosse, Wisconsin], y observábamos lo que estaba ocurriendo en el Concilio— fue muy fuerte, incluso en algunos casos violento. Tengo que decir que, aun cuando era joven, empecé a cuestionar algunas cosas —si esto era realmente lo que se pretendía con el Concilio—, porque advertí que muchas cosas hermosas que la Iglesia tenía de repente desaparecían e incluso ya no eran consideradas hermosas. Pienso, por ejemplo, en la gran tradición del canto gregoriano o el uso del latín en la celebración de la Sagrada Liturgia. Y, luego, también estaba el llamado «espíritu del Concilio Vaticano I» que influyó otras áreas —por ejemplo, la vida moral, la enseñanza de la Fe— y seguidamente vimos tantos sacerdotes abandonar su ministerio sacerdotal, y a muchas hermanas religiosas renunciar a la vida religiosa. Así es que, sin duda alguna habían aspectos del período post-conciliar que planteaban preguntas.
Sí, yo creo que sí. De alguna manera, hemos perdido el fuerte sentido de la centralidad de la Sagrada Liturgia y, por tanto, de la función sacerdotal y el ministerio en la Iglesia. Tengo que decir que yo estaba tan fuertemente criado en la Fe, y tenía un sólido entendimiento de la vocación, que nunca podría rechazar hacer lo que Nuestro Señor estaba pidiendo. Pero vi que había algo que sin duda había salido mal. Fui testigo, por ejemplo, cuando era un joven sacerdote, del vacío de la catequesis. Los textos de catequesis eran muy pobres. Entonces fui testigo de las experimentaciones litúrgicas —algunas de las cuales no quiero ni recordar—, la pérdida de la vida devocional, la asistencia a la Misa del domingo comenzó a disminuir de manera constante: todo ello me indicaba que algo había salido mal.
Sobre las dos formas de la Santa Misa
¿Podría haber imaginado en 1975 que, un día ofrecería Misa en el rito que fue abandonado por el bien de la renovación?
No, no me lo hubiera imaginado. Aunque, debo decir también que lo encuentro lógico, ya que es un rito muy hermoso y el que la Iglesia lo haya recuperado me parece un signo muy saludable. Pero, en aquel momento, la reforma litúrgica en particular fue muy radical y, como he mencionado antes, incluso violenta, por lo que el pensamiento de una restauración no parecía algo posible. Pero, gracias a Dios, sucedió.
Jurídicamente, el Novus Ordo y la Misa latina tradicional
son el mismo rito. ¿Es esto también su verdadera experiencia cuando
celebra una Misa pontifical solemne en el nuevo o en el antiguo rito?
Sí, entiendo que ellas son el mismo rito, y creo que, cuando el llamado nuevo rito o la forma ordinaria se celebra con gran cuidado y con un fuerte sentido de que la Santa Liturgia es la acción de Dios, uno puede ver más claramente la unidad de las dos formas de un mismo rito. Por otro lado, espero que con el tiempo algunos de los elementos que imprudentemente se retiraron del rito de la Misa, que ahora se ha convertido en la forma ordinaria, puedan ser restaurados, ya que la diferencia entre las dos formas es muy marcada.
¿En qué sentido?
En la rica articulación de la forma extraordinaria, todo apunta siempre a la naturaleza teocéntrica de la liturgia; en cambio, esto prácticamente disminuye hasta el el grado más bajo posible en la forma ordinaria.
Sobre el Sínodo 2014
El Sínodo sobre la familia ha sido un golpe e incluso un escándalo, sobre todo para las familias católicas jóvenes que son el futuro de la Iglesia. ¿Tienen ellos motivos para preocuparse?
Sí, lo tienen. Creo que la relatio intermedia del Sínodo, que terminó el 18 de octubre pasado, es quizás uno de los documentos públicos más impactantes de la Iglesia que yo podría imaginar. Y, es también motivo de alarma muy grave, siendo especialmente importante que las buenas familias católicas que están viviendo la belleza del Sacramento del Matrimonio se consagren a una vida matrimonial sólida y que también utilicen cualquier ocasión para dar testimonio de la belleza y verdad que están experimentando a diario en su vida matrimonial.
[Nota de la Redacción: El Pontificio Consejo para los laicos convocó a los líderes los principales movimientos laicales (alrededor de ochenta) para saber su parecer sobre las 46 preguntas que servirán de base al documento de trabajo con que comenzará el sínodo de octubre de este año, continuación de que aquel sobre el que habla el cardenal Burke en su entrevista. De forma casi unánime, estos movimientos se han manifestado a favor de mantener la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la familia. Puede verse aquí una interesante columna al respecto].
Prelados de alto rango continúan dando la impresión de
que el «progreso» en la Iglesia consiste en la promoción de la agenda
gay y la temática del divorcio. ¿Creerán ellos realmente que estas
cosas van a originar una nueva primavera en la Iglesia?
No sé cómo podían creer tal cosa. ¿Cómo podría ser que, por
ejemplo, del divorcio —que la Constitución pastoral sobre la Iglesia
Gaudium et Spes llama una plaga en la sociedad— o de la promoción de las relaciones homosexuales —que son intrínsecamente
malas— provenga algo bueno? En realidad, lo que
vemos es que tienen como resultado la destrucción de la sociedad, la
ruptura de la familia, la ruptura de la fibra de la sociedad, y, por
supuesto, en el caso de los actos contra natura, la corrupción de la
sexualidad humana, la cual es ordenada esencialmente hacia el
matrimonio y a la procreación de los hijos.
[Nota de la Redacción: Puede verse aquí lo dicho por el Papa en la reciente conferencia de prensa dada durante el viaje de regreso desde Sri Lanka y Filipinas].
¿No cree usted que el principal problema en vastos territorios de la Iglesia es la falta de familias católicas y, sobre todo, la falta de niños católicos? ¿No debería más bien haber sido esto el eje del Sínodo?
Eso creo, y mucho. La Iglesia cuenta con sólida vida familiar católica, y depende de las familias católicas sólidas. Yo creo que, cuando la Iglesia está sufriendo más, también el matrimonio y la vida familiar están sufriendo. Vemos que cuando en el matrimonio las parejas no son generosas en traer una nueva vida al mundo, sus propios matrimonios disminuyen, así como la sociedad misma. Somos testigos de que en muchos países en que la población local, que en muchos casos sería cristiana, está desapareciendo debido a que la tasa de natalidad es muy baja. Y algunos de estos lugares —por ejemplo, donde también hay una fuerte presencia de las personas que pertenecen al Islam— nos encontramos con que la vida musulmana se está apoderando de los países que antes eran cristianos.
[Nota de la Redacción: Respecto de Francia, otrora hija predilecta de la Iglesia y tan conmocionada en estos días por los atentados perpetrados en París por terroristas islámicos, fueron proféticas las palabras sobre el Islam del beato Charles de Foucauld (1858-1916) escritas en 1907 y que pueden ser revisadas aquí].
Sobre la Fraternidad de San Pío X
En muchas partes de Europa Occidental y los EE.UU., las
únicas parroquias que aún tienen niños pertenecen a la Fraternidad
Sacerdotal de San Pío X, mientras que diócesis enteras están desiertas.
¿Los obispos toman nota de esto?
Me imagino sí. No tengo experiencia directa de lo que usted está describiendo. A partir de mi propio experiencia como obispo de La Crosse, Wisconsin, y como Arzobispo de Saint Louis, Missouri, he oído esto acerca de algunas diócesis en ciertas naciones europeas donde prácticamente son incapaces de continuar, pero existe una fuerte presencia de aquellos que pertenecen a la Fraternidad de San Pío X. No puedo dejar de pensar que los obispos en esos lugares deben tener conocimiento de lo mismo y deben reflexionar sobre ello.
Sobre los jóvenes católicos
La mayoría de los católicos practicantes en una parroquia promedio en Europa Occidental y los EE.UU. son los que fueron bautizados y catequizados antes del Concilio. ¿Está la Iglesia en estos países viviendo de su pasado?
Creo que mi generación, por ejemplo, fue bendecida al poder crecer en un momento en el que había una fuerte práctica de la Fe Católica, una fuerte tradición de participación en la Misa dominical y
en la Sagrada Liturgia, una fuerte vida devocional, un fuerte enseñanza
de la Fe. Pero, de alguna manera, yo creo que, por desgracia, nos lo
tomamos como algo seguro, y no se dio la misma atención a continuar la
transmisión de la Fe como la habíamos recibido para el éxito de las
futuras generaciones. Ahora lo que yo veo es que muchos jóvenes tienen
hambre y sed —y esto ya desde hace algún tiempo —de conocer la Fe Católica en sus raíces y experimentar muchos aspectos de la rica
tradición de la Fe. Así es que creo que hay una recuperación
precisamente de lo que durante un período de tiempo se había perdido o
no se cuidó de manera adecuada. Creo que ahora está ocurriendo un
renacimiento de jóvenes católicos.
Sinceramente espero que así sea. Yo no soy parte de la dirección central o del grupo de cardenales y obispos que colaboran en la organización y dirección del Sínodo de los Obispos. Pero sin duda que así lo espero.
De la Propuesta Kasper
Muchos católicos temen que, al final, el Sínodo de los
Obispos recurrirá a un doble lenguaje. Razones «pastorales» se utilizan
para, en la práctica, cambiar la doctrina. ¿Se justifican tales
temores?
Sí. De hecho, uno de los argumentos más insidiosas utilizados en el Sínodo para promover las prácticas que son contrarias a la doctrina de la Fe es el argumento de que, «Nosotros no estamos tocando la doctrina, creemos en el matrimonio como la Iglesia siempre ha creído en él; sólo estamos haciendo cambios en la disciplina». Pero en la Iglesia Católica esto nunca puede ser, porque, en ella su disciplina siempre se relaciona directamente con su enseñanza. En otras palabras: la disciplina está al servicio de la verdad de la Fe, de la vida en general en la Iglesia Católica. Y así, no se puede decir que el cambiar una disciplina no tiene algún efecto sobre la doctrina que la protege o salvaguarda o promociona.
El término «misericordia» se utiliza para cambiar la
doctrina de la Iglesia e incluso el Nuevo Testamento con el fin de
justificar el pecado. ¿Fue insincero este uso del término «misericordia» expuesto en el Sínodo?
Sí, lo fue. Había padres sinodales que hablaron acerca de un falso sentido de la misericordia, que no tendría en cuenta la realidad del pecado. Me acuerdo de un Padre sinodal que dijo: «¿Ya no existe el pecado? ¿Acaso ya no lo reconocemos?». Creo que fue muy fuertemente confrontado por algunos Padres sinodales. El pastor alemán protestante —luterano— que murió durante la Segunda Guerra Mundial, Dietrich Bonhoeffer, utilizaba una analogía interesante. Habló acerca de la gracia «costosa» y la gracia «barata». Bueno, no hay gracia «barata». Cuando la vida de Dios se da a nosotros como lo es en la Iglesia, exige de nosotros una nueva forma de vida, una conversión diaria a Cristo, y sabemos que la misericordia de Dios se da en la medida que abrazamos la conversión y nos esforzamos por hacer nuevo, en Cristo, cada día de nuestra vida y para superar nuestros pecados y nuestras debilidades.
¿Por qué el término «misericordia» es utilizado para los
adúlteros, pero no para los pedófilos? En otras palabras: ¿Tiene la
iglesia los medios para decidir cuándo se permite aplicar la «misericordia» y cuándo no?
Esto, también, es un punto al que se dio atención durante el Sínodo. La misericordia tiene que ver con la persona que, por la razón que sea, está cometiendo pecado. Hay que llamar a esa persona siempre hacia el bien —en otras palabras, llamarla a ser quien ella realmente es: hija de Dios—. Pero al mismo tiempo, hay que reconocer los pecados, ya sean el adulterio o la pedofilia o el robo o el asesinato —cualquiera que este sea— como grandes males, como pecados mortales y, por tanto, como intolerables para nosotros. No podemos aceptarlos. La mayor caridad, la misericordia más grande que podemos mostrar al pecador, es reconocer la maldad de los actos que él o ella está cometiendo y llamar a esa persona a la verdad.
Sobre el poder y la autoridad del Papa
¿Todavía tenemos que creer que la Biblia es la autoridad
suprema de la Iglesia y no puede ser manipulada ni siquiera por los
obispos o el Papa?
¡Por supuesto! La palabra de Cristo es la Verdad a la que todos estamos llamados a ser obedientes y, ante todo, a la que el Santo Padre está llamado a obedecer. En algún momento durante el Sínodo, habían hecho referencia a la plenitud del poder del Santo Padre, que en latín llamamos plenitudo potestatis, dando la impresión de que el Santo Padre podría incluso, por ejemplo, disolver un matrimonio válido que se ha consumado. Y eso no es cierto. La «plenitud del poder» no es un poder absoluto. Es la «plenitud del poder» para hacer lo que Cristo ordena de nosotros en obediencia a Él. Así es que todos seguimos a Nuestro Señor Jesucristo, comenzando con el Santo Padre.
Un arzobispo dijo recientemente: «obviamente seguimos la doctrina de la Iglesia sobre la familia». Luego agregó: «hasta que el Papa decida otra cosa». ¿Tiene el Papa el poder de cambiar la doctrina?
No. Esto es imposible. Sabemos lo que la enseñanza de la
Iglesia sobre la familia ha sido siempre la misma. Fue, por ejemplo, expresada por el Papa Pío XI
en su encíclica Casti connubii. Fue expresada por el Papa Pablo VI en Humanae vitae. Y expuesta de manera admirable por el Papa San Juan
Pablo II en la Familiaris consortio. Esa
enseñanza es inmutable. El Santo Padre puede dar como servicio la
defensa de la enseñanza presentándola con novedad y frescura, pero sin
cambiarla.
Se dice que los cardenales llevan el color rojo para
representar la sangre de los mártires que murieron por Cristo. A
excepción de John Fisher, quien fue nombrado cardenal cuando ya
estaba en la cárcel, ningún cardenal ha muerto por la Fe. ¿Cuál es la
razón de esto?
No lo sé, no puedo explicarlo. Ciertamente, algunos cardenales
han sufrido mucho por la Fe. Pensemos en el Cardenal Mindszenty
(1892-1975), por ejemplo, en Hungría, o el Cardenal Stepinac
(1898-1960) en lo que fue Yugoslavia. Y pensemos en otros cardenales de
diferentes períodos de la historia de la Iglesia que tuvieron que
sufrir mucho para defender la Fe. El martirio puede tomar no solo
la forma sangrienta. Hablo del martirio rojo, pero también hay un
martirio blanco que consiste en enseñar fielmente la verdad de la Fe y
la defensa de ella, y tal vez ser enviado al exilio, como ha ocurrido a
algunos cardenales, o que sufren de otras maneras. Pero lo importante
para un cardenal ha de ser la defensa de la Fe usque ad effusionem
sanguinis, vale decir, incluso hasta el derramamiento de sangre. Así un cardenal
tiene que hacer todo lo posible para defender la Fe, incluso si esto
significa el derramamiento de sangre. Pero también todo lo que va antes
de eso.
Sobre las cosas favoritas del Cardenal Burke, sus más gratos recuerdos y el temor al Juicio
Su Eminencia, algunas observaciones rápidas: ¿Quién es su santo preferido?
Bueno, la Madre Santísima, obviamente, es la favorita de todos nosotros.
¡Eso no cuenta!
[Risas] También tengo una gran devoción a san José. Pero una santa que realmente me ha ayudado mucho durante mi vida, desde el momento en que era un niño y en el seminario, es Santa Teresa de Lisieux, la Pequeña Flor. Su Caminito sigue siendo, para mí, muy útil en mi vida espiritual.
[Risas] También tengo una gran devoción a san José. Pero una santa que realmente me ha ayudado mucho durante mi vida, desde el momento en que era un niño y en el seminario, es Santa Teresa de Lisieux, la Pequeña Flor. Su Caminito sigue siendo, para mí, muy útil en mi vida espiritual.
¿Cuál es su oración favorita?
El Santo Rosario.
¿Cuál es su libro favorito?
Supongo que el Catecismo no cuenta. [Risas]
No, y tampoco la Biblia.
Me gusta también mucho los escritos del beato Columba Marmion (1858-1923), especialmente sus escritos espirituales, y también soy aficionado a los escritos del arzobispo Fulton Sheen (1895-1979), hoy siervo de Dios.
Me gusta también mucho los escritos del beato Columba Marmion (1858-1923), especialmente sus escritos espirituales, y también soy aficionado a los escritos del arzobispo Fulton Sheen (1895-1979), hoy siervo de Dios.
¿Cuál fue su mejor momento como sacerdote?
Yo creo que mi ordenación al sacerdocio. Pienso constantemente
en ello y todo estaba allí, todo se ha desarrollado desde allí. Lo que
encuentro más hermoso en el sacerdocio fue lo que se dio en los
primeros cinco años posteriores a mi ordenación, cuando tuve un intenso servicio
sacerdotal en la parroquia con el Sacramento de la Confesión, con muchas
confesiones, y la celebración –—obviamente— de la Santa Misa, y luego
la enseñanza de la Fe a los niños. Esos recuerdos —después, por un
breve período de tres años, enseñé también en una escuela secundaria católica— son los que más
atesoro de mi sacerdocio.
¿Teme el Juicio Final?
Por supuesto que sí. Uno piensa, por ejemplo, en toda la
responsabilidad que uno tiene, primero como sacerdote, pero más aún como
obispo y cardenal, y hace que uno examine su conciencia. Sé que hay
cosas que podría haber hecho mucho mejor, y eso me hace sentir temor.
Pero espero que el Señor tenga misericordia de mí y oro por ello.
Gracias, señor Cardenal.
De nada.
De nada.
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Quienes deseen ver el video (en inglés) con la entrevista original, pueden hacerlo aquí.
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