Ofrecemos a continuación la segunda parte de la conferencia impartida por don Augusto Merino Medina en el I Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile, referida a la reforma litúrgica (la primera parte puede leerse aquí).
7 de marzo de 1965: Pablo VI celebra la primera Misa en italiano
en la parroquia romana de Ognisanti (Todos los Santos).
La reforma litúrgica (II)
Prof. Dr. Augusto Merino Medina
3. El por qué de las reformas que
efectivamente se hicieron
Es
muy grande la distancia entre lo que el Concilio quiso o mandó en la liturgia
de la Santa Misa y lo que efectivamente se hizo y hoy conocemos como Novus
Ordo o “forma ordinaria”. No se puede describir esta última simplemente como
la “Misa del Concilio Vaticano II”: es, más bien, la Misa de Pablo VI, como se
verá. Ello, por cierto, no obsta a su validez o legitimidad. Sin embargo, la
experiencia de los últimos cincuenta años demuestra que las reformas realizadas
todavía pueden, ellas mismas, ser reformadas, con miras, precisamente, a
cumplir con los propios criterios conciliares que, en aquella turbulenta época,
quedaron oscurecidos.
Lo
que ocurrió es complejo, y puede ser objeto de interpretaciones subjetivas,
como toda realidad histórica. Trataremos, pues, de atenernos, en la medida de
lo posible, a los hechos que sí están sólidamente establecidos.
1)
El instrumento de los cambios, el Consilium
Sacrosantum Concilium (SC) fue la primera Constitución aprobada por el Concilio con fecha 4 de
diciembre de 1963. Adelantándose a esta fecha, Pablo VI había encargado al
Cardenal Giacomo Lercaro constituir un grupo de trabajo para ejecutar las reformas litúrgicas que se aprobaran. Con
este fin el Cardenal, junto con Mons. Annibale Bugnini, quien había
participado, ya desde Pío XII en diversas tareas de revisión de la liturgia,
formó un grupo[1]
que comenzó de inmediato a sesionar, preparando, entre otras cosas, un motu proprio que crearía oficialmente un organismo de trabajo.
Así nació el
Consilium ad Exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, mediante el Motu
proprio Sacram Liturgiam de 25 de enero de 1964, constituido por un cuerpo de
obispos y peritos, cuyo Secretario fue, desde el comienzo hasta el final, Mons.
Annibale Bugnini.
Los obispos y
peritos fueron aprobados por Pablo VI, y realizaron todas las reformas conducentes
a la nueva Misa, que estuvo lista en 1967. Mons. Bugnini, quien coordinaba a
los diversos miembros del Consilium entre sí y con todas las instituciones
del Vaticano y, especialmente, con el Papa, fue fundamental en esta tarea: él
terminó siendo la principal, si no la única, vía de comunicación entre Pablo VI
y el Consilium.
Pablo VI y Mons. Annibale Bugnini
Este Consilium sesionó de modo regular a partir de 1964, aunque con la presencia
variable, en cada ocasión, de sólo algunos de los 20 o 30 obispos y cardenales
miembros[2]. La
falta de un adecuado reglamento y la considerable autonomía de que se vio
investido el Consilium, hizo que uno de sus miembros, el futuro Cardenal
Ferdinando Antonelli, de larga trayectoria en liturgia en el Vaticano, y
claramente partidario de las reformas, escribiera a poco andar lo siguiente:
“Me desagrada cómo se ha cambiado la Comisión [es decir, el Consilium]:
un conjunto de personas, muchas incompetentes, y cargadas hacia la línea de las
novedades. Discusiones muy apresuradas. Discusiones sobre la base de
impresiones, votaciones caóticas. Lo que más me desagrada es que las
“Promemoria” [3]
expositivas y los problemas relacionados están planteados siempre en una línea
de avanzada y a menudo de un modo insinuante. Conducción débil. Desagradable el
hecho de que se agita siempre la cuestión del artículo 36, párrafo 4 [relativo a que las traducciones del latín al vernáculo deben ser aprobadas
por la competente autoridad territorial, es decir, las Conferencias
Episcopales]. Mons. Wagner ha estado inquieto. Me parece mal que ciertas
cuestiones, quizá no tan graves en sí mismas cuanto grávidas de consecuencias,
sean discutidas y resueltas por un órgano que funciona de este modo. La
comisión o Consilium, está compuesto de 42 miembros; ayer en la tarde éramos
13, ni siquiera un tercio”[4].
El
Cardenal Antonelli repite estas impresiones, cada vez más amargas, a través de
los años de funcionamiento del Consilium: “hay prisa por avanzar y no hay
tiempo de reflexionar […] también hay que tener presente que el texto ha sido
distribuido e inmediatamente se ha iniciado el examen, sin que uno haya tenido
tiempo de reflexionar […] No debería haber tanta prisa. Pero lo ánimos están
agitados y quieren avanzar […] desagrada el espíritu, que es demasiado
innovador […] desagrada el tono de las discusiones, demasiado expeditivo y
tumultuoso a veces […] el espíritu no me agrada. Hay un espíritu de crítica y
de intolerancia hacia la Santa Sede que no puede llevar a buen término. Y,
luego, todo un estudio de la racionalidad en la liturgia y ninguna preocupación
por la verdadera piedad. Temo que un día se diga de toda esta reforma lo que se
dijo de la reforma de los himnos en tiempo de Urbano VIII: accepit latinitas, recessit pietas, y aquí accepit liturgia, recessit devotio. Quisiera engañarme”[5].
Por
otra parte, el sistema de votaciones fue descrito por Mons. Antonelli en
términos sumamente críticos: “Ordinariamente se hacen a mano alzada, pero nadie
cuenta quién la alza y quién no, y nadie dice cuántos aprueban y cuántos no.
Una verdadera vergüenza. En segundo lugar, no se ha podido nunca saber, y la
cuestión ha sido planteada muchas veces, qué mayoría es necesaria, si de dos
tercios o la absoluta. Las votaciones por papeleta, ordinariamente, son hechas
a petición de los diversos Padres. Las papeletas son escrutadas después por los
de la Secretaría (…) Otra falta grave es la inexistencia de actas de las
reuniones, al menos no se ha hablado nunca de ellas y ciertamente no han sido
leídas nunca” [6].
El
26 de septiembre de 1964 la Congregación de Ritos publicó la Primera
Instrucción Inter oecumenici, preparada por el Consilium, con diversas
normas disciplinares y con las primeras reformas del Ordinario de la Misa. El
13 de abril de 1967 se aprobó la Segunda Instrucción, Tres abhinc annos con
el objeto de poner orden en las experimentaciones litúrgicas y suprimir gran
parte de los gestos litúrgicos, como genuflexiones, besos del altar y señales
de la cruz, que existían desde la más remota antigüedad romana. La Tercera
Instrucción Liturgicae Instaurationes, que es de 1970 y ordena el conjunto de
las reformas. Las otras dos Instrucciones en estas materias fueron aprobadas
después del término de las tareas del Consilium[7].
El salmo 42 Iúdica, eliminado en 1965
(Foto: Rorate Caeli)
El 5 de octubre de 1964 el Consilium había
constituido el Coetus o Grupo X, que tuvo a su cargo la reforma del Ordo Missae,
la cual habría de resultar, en 1967, en lo que se conoció como la “Misa
normativa”. A mediados de agosto de 1966 la Secretaría de Estado autorizó la
presencia oficial en él de observadores protestantes, con funciones sólo
consultivas y sin derecho a voto[8].
La
tarea de este Coetus X, fue llevar a cabo la “reforma integral” del Ordo de la Misa. “Reforma integral” es el modo como el Consilium, en el núm. 48 de la
Instrucción Inter Oecumenici, interpretó lo originalmente dicho por la SC, es
decir, la “revisión” litúrgica. En su núm. 50 la SC habla, en efecto, de
“revisar”[9]
“el ordinario de la Misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su
mutua conexión y se haga más fácil la
piadosa y activa participación de los fieles”. Sobre esta base se comenzó a utilizar en 1965, provisoriamente, una versión revisada del misal romano, vigente hasta 1967, que modificaba
aquel sancionado por el papa Juan XXIII en 1962. El resultado final de la “reforma
integral” hecha por el Coetus X se conoció el 24 de octubre de 1967: el
cardenal Lercaro y Annibale Bugnini presentaron ese día la Missa Normativa ante un grupo de 183 prelados reunidos en la Capilla Sixtina, antes de someter
el proyecto a la votación del Sínodo de Obispos por entonces reunidos en Roma.
Rúbricas y señales de la cruz eliminadas en 1967
(Foto: Rorate Caeli)
Los
Obispos rechazaron esta Misa el 27 de octubre de 1967. La pregunta formulada
fue: "La estructura general de la Misa llamada normativa, tal como ha sido
descrita en el informe y la respuesta, ¿tiene el acuerdo de los Padres?” El
resultado fue: Placet, 71; Non Placet, 43; Placet juxta modum, 62;
abstenciones, 4. Este relativo fracaso no desanimó al Consilium, que de nuevo
recibió el apoyo del Papa, y prosiguió en el mismo curso iniciado.
En
1968 se publicaron tres nuevos cánones o plegarias eucarísticas, compuestas
a petición de Pablo VI. De éstas, la más usada hoy (en realidad, usada casi de
modo exclusivo) es la que se supone reproducir o adaptar la anáfora de San
Hipólito, que suele ser calificada de “la más antigua” de que se tiene memoria.
Esta procede de un texto publicado primeramente en 1946 por Dom Bernard Botte,
OSB –miembro del Consilium-, que es, en realidad, una reconstrucción ideal, una
hipótesis -cuyo segundo editor presentó, prudentemente, bajo el epígrafe:
“Essai de reconstitution”- sobre fragmentos de una plegaria, escrita
probablemente en griego pero que nos han llegado solamente en traducciones a
diversas lenguas orientales incorporadas a otros documentos, sin que resulte
fácil distinguir las citas y las adaptaciones. Dom Botte supuso la existencia
de una plegaria eucarística arquetípica, de fondo común a todos estos
documentos, y la denominó “Tradición apostólica”. Pero dicha plegaria no nos ha
llegado en ningún manuscrito completo de la Antigüedad[10].
Pues
bien, sobre la base de esa hipótesis se compuso la Plegaria Eucarística II que
es, en rigor, una creación nueva, y no, ciertamente, resultado de una madura
deliberación por parte del Consilium. Su historia es, en efecto, la
siguiente: ante las quejas del P. Louis Bouyer C.O. y de otros miembros del Consilium por el texto que Mons. Bugnini había preparado como Plegaria
Eucarística II, Bouyer aceptó el encargo de proponer un texto, pero con un
plazo perentorio de unas cuantas horas. Cuenta más tarde Bouyer que sentía
cierta aprehensión cuando veía esa Plegaria en el Misal y recordaba las
circunstancias concretas de su composición, de manera apresurada en la mesa de
una trattoria del Trastevere: Bouyer había salido de la reunión del Consilium con
Dom Botte y se fueron a almorzar a una trattoria del Trastevere, y prepararon
allí mismo la redacción definitiva de dicha Plegaria, mientras despachaban su
almuerzo[11]
.
P. Louis Bouyer, C.O.
Finalmente,
Pablo VI pondría su autoridad en la balanza para terminar las discusiones. En
efecto, el 3 de abril de 1969 el Papa dio a conocer la Constitución Apostólica Missale Romanum que reformaba
integralmente el rito de la Misa e introducía la “Missa normativa” prácticamente
tal como se la había presentado en la Capilla Sixtina en 1967. En consecuencia,
la Sagrada Congregación de Ritos promulgó el nuevo Ordo Missae, con su Institutio Generalis, que incluye en su primera parte una
explicación teológica. El nuevo Misal (que contiene lo que hoy se denomina
“forma ordinaria” del rito romano) debía entrar en vigor el 30 de noviembre del
69, con el comienzo del Adviento.
Pero las
reformas efectivamente integrales que
se promulgó 3 de abril de 1969 expusieron a la luz algunos problemas teológicos
de tal importancia en la nueva Misa, que se le formuló a la Institutio
Generalis del Novus Ordo, principalmente por los Cardenales Ottaviani y
Bacci, serias objeciones de carácter doctrinal[12].
Pablo VI, alarmado, envió los antecedentes al Santo Oficio, para que se
informara sobre su ortodoxia. Este respondió que no había nada que objetarle,
pero que se podían efectuar algunos “pequeños retoques”. Vueltos los textos al Consilium, se analizó uno de los puntos objetados por los Cardenales
Ottaviani y Bacci relativo -nada menos- a la forma de “presencia” del Señor en
la Misa. Mons. Antonelli hizo la observación, para aclarar el punto objetado,
de que “hay una diferencia sustancial entre la presencia de Cristo en la
Escritura que se lee y en la asamblea que ora –presencia real pero moral- o la
presencia en los sacramentos –presencia virtual- y la presencia en la
eucaristía, presencia real sustancial, porque está el cuerpo y la sangre y la
persona”[13].
Pero Mons. Bugnini, sin dejar lugar a mayor debate, preguntó “si se aprueba el
texto. Ninguna votación escrita (dice Mons. Antonelli). Ni siquiera votación a
mano alzada. Alguno dice placet.
Mons. Hervás –lo he oído bien- dice non
placet ultima pars. Mons. Jenny ve también dificultades en la cuestión de
la presencia tal como es presentada aquí. Ha pasado el mediodía. El cardenal
Benno Gut[14]
da las gracias a todos los miembros y les dice adiós hasta la próxima reunión
de abril. Y todo queda cerrado”[15].
Todo este revuelo fue causa de que se realizara al n° 7 de la Institutio
Generalis algunas modificaciones sustanciales para adecuarla a la noción
católica de la Santa Misa, sin cambiarse nada al rito mismo. La entrada en
vigencia del Novus Ordo se postergó por un tiempo.
El Cardenal Alfredo Ottaviani
El
10 de abril de 1970 Pablo VI concedió una última audiencia al Consilium antes
de su disolución, habiendo terminado su labor. Así, pues, la reforma litúrgica
completa, incluida la reforma integral
de la Misa, se realizó en el lapso de seis años. Podría observarse que los
trabajos realizados en el siglo XVI para materializar las disposiciones del
Concilio de Trento duraron un lapso similar, pero hay que considerar que, en el
caso actual, a diferencia del anterior, no se trató de detalles menores, sino
que la Misa fue integralmente reformada.
2)
Ideas generales del Consilium, según aparecen de los resultados en la
reforma de la Misa
En
lo que se refiere a la reforma integral
del Ordinario de la Misa, ella parece exceder a la mera revisión pedida por la SC, la cual debía ser hecha con una
condición irrenunciable: “ut substantia rituum servetur”. Condición que Mons.
Antonelli glosa así: “de modo que si san Pío V o san Gregorio Magno resucitasen
pudiesen decir que la Misa ha permanecido sustancialmente lo que era”[16].
Es dudoso que se requiriera una reforma
integral a fin de que se manifestara con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes del rito
y su mutua conexión, o para hacer más
fácil la piadosa y activa participación de los fieles. El deseo de los Padres
conciliares era mayor claridad, más facilidad para participar, es decir,
algunos cambios cuantitativos, pero no un cambio cualitativo en el Ordo Missae [17].
En todo caso, Mons. Bugnini expuso su pensamiento sobre esta materia en forma
muy clara: “No se trata solamente de retocar una valiosa obra de arte sino, a
veces, de dar estructuras nuevas a ritos enteros. Se trata, en realidad, de una
restauración fundamental, diría casi de una refundición y, en ciertos puntos,
de una verdadera creación nueva” [18],[19].
Por
otra parte, quedó de manifiesto al término de los trabajos emprendidos, especialmente en los primeros párrafos de la Institutio Generalis, que lo que se realizó por el Consilium fue una tarea no
sólo “pastoral” –acorde con el tono del Concilio mismo- sino hondamente
teológica [20].
Y habría que añadir, “de una enorme profundidad teológica”, proporcional a la
enormidad de los cambios realizados. En efecto, éstos fueron de tal envergadura
que no se podrían sostener sin un soporte teológico de envergadura similar. Es
aquí donde quedan de manifiesto las dos ideas matrices –la primera, claramente
teológica- que guiaron la acción del Consilium. Nos referiremos someramente a
dos de ellas a continuación.
a)
La teología del “misterio pascual”
Este
tema es de una extrema complejidad, por lo que aquí la prudencia aconseja
rozarlo apenas, planteándolo como sugerencia para una reflexión más profunda
pero, en verdad, imprescindible, puesto que el propio cardenal Ratzinger se muestra
como adherente suyo en su última obra, quizá la más completa e importante de
las que ha escrito sobre la materia[21].
Este concepto de “misterio pascual” fue formulado inicialmente por el
benedictino Dom Odo Casel[22]
sobre la base de escritos suyos anteriores. Si bien el cardenal Sarah, actual
Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha declarado en ocasiones que
la teología detrás de la “Forma Ordinaria” es la misma que sustenta a la “forma extraordinaria”, el punto merece un análisis detenido, puesto que leges orandi
tan diferentes como las contenidas en el Novus Ordo y el Vetus Ordo
difícilmente expresan una misma lex credendi. Habrá que decir, pues, que no
se ha llegado todavía a una síntesis satisfactoria de ambas teologías.
Dom Odo Casel, O.S.B.
El dominico
Aymon-Marie Roguet, experto en el Concilio, ha hecho de la teología del
“misterio pascual” una síntesis, bien conocida, donde leemos: “La Teología
clásica llama dogma de la Redención a lo que nosotros llamamos Misterio
Pascual” [23].
Pero no se
trata solamente de una nueva terminología para un mismo pensamiento teológico,
como lo reconoce el mismo P. Roguet. Por el contrario, en palabras del mismo,
“la diferencia entre las dos expresiones no es despreciable. Las palabras no
son sólo etiquetas colocadas indistintamente sobre realidades o ideas
inmutables. Las palabras imponen a las ideas matices afectivos, les ofrecen muy
diversas posibilidades de relación. Si tratamos de comparar las resonancias,
las implicaciones de estas expresiones, cuyo contenido es casi idéntico, veremos
más claramente lo que da originalidad y superioridad a la de Misterio Pascual”[24].
Todo indica que dichas superioridad y originalidad radican en que la nueva teología está fundada más sólida y directamente en la Biblia, a diferencia de la teología precedente. En efecto, nos dice que
“Redención evoca una sistematización intelectual, mientras que Pascua es, ante
todo, una realidad bíblica que nos enraíza en la historia de la Antigua
Alianza. Redención es un término, negativo, ya que evoca la metáfora del
rescate de un esclavo. Acentúa más de quién es uno rescatado, -de la muerte,
del pecado- que el término a dónde se dirige. Pascua, cualquiera que sea su
verdadera etimología, evoca a la vez el paso del Señor por su pueblo para
salvarle, y el paso de este pueblo que va de la esclavitud y la idolatría al
Reino de Dios. La Redención es una imagen de orden jurídico, ya que se refiere
a la liberación de un esclavo, a un cambio de estado jurídico. Es también una
imagen de orden comercial, pues la palabra misma indica un rescate, el pago de
una deuda. Y sabemos que esta interpretación no se debe solamente a los
teólogos escolásticos. Precisamente el fragmento más lírico de nuestra
liturgia, el Pregón Pascual (Praeconium Paschale) empieza definiendo el
Misterio Pascual con los términos más comerciales: "Nuestro Señor
Jesucristo [...] ha pagado por nosotros al Padre Eterno la deuda de Adán, y ha
borrado con su sangre el pagaré de la vieja ofensa [...]" Por lo mismo, la
Redención se presenta como un problema a resolver, un problema de equilibrio de
fuerzas y partición de beneficios. […] El Misterio Pascual es el
Misterio de la Redención visto bajo todos sus aspectos, con todos sus
enraizamientos y consecuencias, con todas sus resonancias bíblicas, litúrgicas,
morales y místicas”, e incluye todos los demás aspectos de la acción salvadora
de la humanidad realizada por Dios, incluyendo la Encarnación y, por cierto, la
Resurrección”. Sigue diciendo el p. Roguet: “Entonces, ¿Misterio Pascual se
identifica con Misterio Cristiano, y no debemos predicar más que el Misterio
Pascual? -Así lo creo”[25].
Desde la perspectiva del
“misterio pascual”, la obra de la Redención, desenfatizando la idea de pecado
como ofensa a Dios y del sacrificio como acción por la cual se da a Dios
satisfacción por el pecado, es explicada como una acción divina de movimiento
descendente -más que una acción humana de movimiento ascendente- por la cual
Dios revela al hombre su amor infinito y su perdón. Mirando las cosas de este
modo, pierde importancia, aun sin desaparecer, la idea de “sacrificio” y
adquiere mayor importancia la de gratuidad del perdón concedido y revelado: se
sugiere que Dios no perdona a la humanidad porque ésta le haya ofrecido algo en
sacrificio, sino que porque El la ama más allá de toda ofensa y con independencia
de toda ofrenda compensatoria o, como es el término tradicional en la teología,
satisfactoria. Al cabo, la Redención
es un conjunto de actos divinos más de “revelación” del amor misericordioso de
Dios que, propiamente, de “redención” (término de connotaciones comerciales,
según el P. Roguet).
Sesión del Concilio de Trento (pintor desconocido, S. XVII)
Para la teología católica
tradicional, cuya formulación en este punto quedó fijada por el Concilio de
Trento y garantizada por la infalibilidad con que éste realizó sus definiciones
dogmáticas, la Misa es la renovación del sacrificio redentor de Cristo, realizada
por Él Mismo, presente de modo real, sustancial y objetivo en las especies
eucarísticas consagradas, en virtud de que en ellas se ha operado la
transubstanciación. Se trata, además, de un sacrificio que no se diferencia del
sacrificio del Calvario sino por el modo incruento de la oblación, es decir,
del ofrecimiento. Por otra parte, la Misa es un sacramento por cuyo medio se
nos comunica, ex opere operato, la
gracia que nos mereció el sacrificio redentor del Señor, cuyo aprovechamiento
depende de las disposiciones interiores y personales de cada fiel[26].
Para la teología del “misterio pascual”, en cambio, la Misa es un acto cultual de
acción de gracias a Dios en que se hace memoria de un conjunto de acciones sagradas
(pasión y resurrección) que se hacen “presentes”, de un modo no claramente
especificado, en el momento de dicho acto, produciendo hoy el mismo efecto que
en el pasado. La Misa es, para la teología del misterio pascual, también un
memorial, y una cena, y posee otras facetas que incluyen el “sacrificio”, pero
de un modo tal que éste queda más bien, como decíamos, desdibujado o
desenfatizado. Es importante advertir que en la propia SC se recoge la
expresión “misterio pascual”, propio de la corriente teológica a que nos
estamos refiriendo, pero no el término “transubstanciación”, usado por Trento.
La diferencia de teologías fue
advertida inmediatamente por Pablo VI quien publicó en 1965, en medio de los
trabajos de reforma litúrgica, su muy notable Encíclica Mysterium Fidei, en
la cual se preocupa de destacar, del modo más claro y enfático posible,
precisamente lo que la doctrina católica, en las formulaciones mismas usadas
por Trento, sostiene sobre la Misa y el sacramento de la Eucaristía. No
obstante, el propio Pablo VI promulgó en 1969 el Novus Ordo tal como había
sido reformulado a la luz de la doctrina del “misterio pascual”.
¿Cómo se traduce esta nueva
teología en la liturgia de la Misa?
La diferencia entre el
“modo-misterio-pascual” de ver las cosas, que se expresa en el Novus Ordo, y
el “modo-redención” de verlas, expresado claramente en el Vetus Ordo, se
advierte en significativos cambios en el rito de la Misa. Concretamente, se
expresa en la supresión de la mayor parte de los abundantes signos de adoración
y reverencia previamente existentes en el rito (genuflexiones, señales de la
Cruz), que acreditaban la fe en la presencia objetiva de Cristo en las especies
consagradas (ver Anexo 1). Posteriormente, el realzamiento de la idea de la
Misa como “cena” ha quedado claramente hecho en la celebración con el sacerdote
vuelto hacia la “asamblea”, y en la terminología usada para designar la función
en ella del sacerdote, a quien se alude no como “celebrante” sino como
“presidente”. Pero la supresión más importante es la del Ofertorio, cuyas
oraciones, de una gran densidad teológica, “hacían plegaria” la teología de la
Redención de un modo inequívoco. Además, aunque por una obvia medida de
prudencia no se suprimió ni se alteró, a petición de Pablo VI, el Canon Romano,
que también expresa la teología de la Redención, se agregaron, como se dijo
anteriormente, otras tres “plegarias eucarísticas”, como alternativas a él, en
que la teología de la Redención no tiene una expresión tan clara, si es que la
tiene del todo. Vale la pena recordar aquí que el Canon Romano ha caído
prácticamente en desuso, y se usa en cambio, casi exclusivamente y por razones
a menudo “pastorales” (como su brevedad), la “Plegaria Eucarística II”, donde menos
ecos tiene la teología de la Redención.
b)
El propósito ecuménico
Una revisión incluso somera de
los cambios hechos en la reforma integral
de la Misa, nos revela que se ha suprimido de ella prácticamente todos los
elementos –ritos y oraciones- referidos a aquellos aspectos de la doctrina
católica negados por los teólogos rebeldes contra Roma en el siglo XVI.
Esta supresión no debiera
extrañar si se recuerda aquella frase, incluida sin énfasis alguno, en el núm. 1
de la SC, pero tan preñada de consecuencias: “promover
todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo”.
Pablo VI saluda a los observadores protestantes ante el Consilium
A lo largo de
sus trabajos, el Consilium, en cuyo seno hubo representantes de algunas
iglesias protestantes a partir de 1966, fue dando al Novus Ordo un nuevo aire
o perfil, diferente, por una parte, del estilo impregnado de sacralidad
del Ordo anterior y, por otra parte,
mucho más cercano a una “Cena”, “banquete”, “asamblea” o “fiesta” del pueblo de
Dios, en lo cual la liturgia católica comenzó a acercarse notablemente a las
celebraciones y actos de culto de muchas denominaciones protestantes. Mons.
Antonelli anota en su “Diario”, en relación con esto, que Pablo VI estaba
dolorido por “ciertas tendencias a la desacralización de la liturgia”[27],
y Dietrich von Hildebrand, por su parte, escribe que “La nueva liturgia amenaza
de verdad frustrar el encuentro con Cristo, porque desanima la reverencia ante
el misterio, y excluye el temor y casi extingue el sentido de sacralidad”[28].
En cuanto a
lo que posteriormente se denominó la “protestantización” de la Misa, el mismo Mons.
Antonelli dice: “Tengo la impresión de que se ha concedido mucho, sobre todo en
materia de sacramentos, a la mentalidad protestante” [29].
El propósito
ecuménico de las reformas no puede sorprender, porque el Movimiento Litúrgico
venía desde hacía 30 o más años interesándose en el ecumenismo, de modo tal que
Dom Beaudoin, uno de sus líderes, llegó a tenerlo como una preocupación
fundamental [30].
Y precisamente el “Movimiento Ecuménico”, conocido de Mons. Bugnini, proporciona
algunos fundamentos a las reformas llevadas adelante por la SC [31].
En 1963,
recién a medio camino del Concilio, el Pastor Roger Schutz, prior y fundador de
la comunidad ecuménica de Taizé, y observador en el Concilio, declaró que
éste había “excedido nuestras esperanzas”[32],
y el Profesor George Lindbeck, de la Facultad de Teología de Yale y observador
luterano del Concilio dijo “El Concilio marcó el fin de la Contrarreforma”[33].
Mons.
Annibale Bugnini, secretario del Consilium, ya en marzo de 1965 manifestaba
en el diario de la Santa Sede su “deseo de eliminar <del futuro rito en
elaboración> cada piedra que pudiese ser aún solo una sombra de posibilidad
de obstáculo o de desagrado para con los hermanos separados”[34].
Más tarde, declaraba: “La reforma litúrgica realizó un notable paso en dirección
al campo ecuménico y se aproximó a las formas litúrgicas de la Iglesia
luterana”[35].
Y el mismo periódico decía “Es interesante notar un comentario sueco que afirma
algo en este sentido: la reforma litúrgica […] se aproximó a la misma forma de
la liturgia luterana”[36].
Por
su parte, el personero protestante Toger Mehl declaraba en 1970 “Si tenemos en
cuenta la decisiva evolución de la liturgia católica [realizada por la Misa nueva
de Pablo VI] la posibilidad de sustituir el canon de la Misa por otras
oraciones litúrgicas, el oscurecimiento de la idea según la cual la Misa sería
un sacrificio, la posibilidad de comulgar bajo ambas especies, ya no hay más
motivos para que las Iglesias de la Reforma prohíban a sus fieles tomar parte
en la Eucaristía de la Iglesia Romana”[37].
Posteriormente,
los testimonios en este sentido son innumerables. Citaremos aquí, solamente, la
buena opinión que H. C. Schmidt-Lauder, un teólogo luterano, tenía de la nueva
Plegaria Eucarística II de la Misa de Pablo VI por su valor ecuménico: “Dado
que se trata de una forma antigua de la Liturgia Romana, está claro que
concitará un especial interés cuando empiece la búsqueda de nuevas plegarias.
Ya durante el Concilio Hans Küng abogó por su adopción”[38].
Martín Lutero y Juan Hus dan la comunión a Juan El Constante y a Federico El Sabio de Sajonia
(autor desconocido, tallado en madera, S. XVI)
[1] Dicho grupo incluía inicialmente a las siguientes personas: A. M.
Martimor, J. A. Jungmann, C. Vaggagini, F. McManus, H. Schmidt, J. Wagner, A.
Dirks y E. Bonet. Cfr.
Kappes, C. W., The chronology,
organization, competencies and composition of the Consilium ad Exsequendam
Constitutionem de Sacra Liturgia, Roma, Pontificio Ateneo di S. Anselmo de
Urbe, 2009, p. 6.
[2] Los integrantes del Consilium fueron, finalmente, 206: 41
miembros, 142 consultores, 30 asesores (consiglieri)
y 3 administrativos en la secretaría. Cfr. Kappes, The chronology, cit., p. 26.
[4] Antonelli, F.. Note
sulle Adunanze del “Consilium 1”, en Sacra
Congregazione delle Cause dei Santi, Cittá del Vaticano, 1964, 23, citado
por Kappes, op. cit., pp. 22-23.
[5] Giampietro, N., El
Cardenal Antonelli y la reforma litúrgica, Madrid, Ediciones Cristiandad,
2005, pp. 238-259.
[7] La Cuarta Instrucción Varietates
Legitimae es de 25 de enero de 1994, sobre inculturación de la
liturgia, y la Quinta Instrucción, que regula el uso de las lenguas vernáculas,
es de 25 de abril de 2001.
[8] Los observadores fueron: Raymond George, del Consejo Mundial de
Iglesias; Ronald C. Jasper y Massey Hamilton Shepherd, en representación de la
Comunión Anglicana; Friedrich Wilhelm Künneth, del Federación Luterana Mundial,
y Max Thurian, de la Comunidad de Taizé. Cfr. Kappes, The chronology, cit., p. 30.
[9] Benedicto XVI, en su Motu Proprio Quaerit Semper, de 30 de agosto
de 2011, habla de “renovación”, no de reforma, y ni siquiera de “revisión”.
[10] Dom Bernard Botte publicó en 1946, en la colección “Sources
Chrétiennes” de “Editions du Cerf” (Paris) su traducción al latín, a partir de
fragmentos en diversas lenguas orientales, en las cuales era versado, del texto
conocido como “Tradición Apostólica”,
con el título “Hippolyte de Rome. La tradition apostolique”. Posteriormente, en 1963 se publicó nuevamente
el mismo trabajo, esta vez con el título, menos asertivo, “La tradition
apostolique de Saint Hippolyte. Essai de reconstitution”, en la
“Liturgiewissenschaftligen Quellen und Forschungen”, Heft 39, Munster en
Westphalie, Aschendorff.
[17] Benedicto XVI ha dicho: “La ¨[…] «reforma conciliar»
(cfr. Sacrosanctum Concilium,
1) (…) no tenía como finalidad principal cambiar los ritos y los textos, sino
más bien renovar la mentalidad y poner en el centro de la vida cristiana y de
la pastoral la celebración del misterio pascual de Cristo” (Discurso a los
participantes del Congreso organizado por el Instituto Litúrgico Pontificio
San Anselmo, en el 50ª aniversario de su fundación, Sala Clementina, 6 de
mayo de 2011).
[19] Benedicto XVI, respondiendo a la pregunta “¿La liturgia es, según
eso, algo preestablecido?” ha dicho: “Sí. No es que nosotros hagamos algo, que
mostremos nuestra creatividad, o sea, todo lo que podríamos hacer. Justamente,
la liturgia no es ningún show, no es un teatro, un espectáculo, sino que vive desde
el Otro. Eso tiene que verse con claridad. Por eso es tan
importante el hecho de que la forma eclesial esté preestablecida. Esa forma
puede reformarse en los detalles, pero no puede ser producida en cada caso por
la comunidad”(Luz del mundo, Barcelona, Herder,
2010, p. 74).
[20] El punto no pasó en absoluto desapercibido para Mons. Antonelli,
quien escribió: “Yo personalmente me pregunto: ¿qué autoridad y qué preparación
tenemos nosotros, aquí, para discutir cuestiones dificilísimas de teología?”.
Cf. Giampietro, op.cit., p. 257.
[21] Cfr. El espíritu de la
liturgia. Una introducción, Madrid, Ediciones Cristiandad, 2007, 4ª.
edición (publicado originalmente en 1999). Ver capítulo II. Véase también del
mismo autor La Eucaristía, centro de la
vida, Valencia, Edicep, 2005, 3ª. edición, cap. 2, “El sí de Dios y su amor
también se mantienen en su muerte. Origen de la Eucaristía en el misterio
pascual”.
[22] Cfr. Das christlichen
Kultmysterium, Ratisbona, 1932 (traducción al castellano: El misterio del culto cristiano,San
Sebastián, 1953).
[23] Cf. Aymon-Marie
Roguet, O.P., Qu’est-ce que le Mystère
Pascal?, La Maison-Dieu, 67 (1961), 5-22, traducido al castellano y
publicado en el volumen colectivo del
Centro de Pastoral Litúrgica de París, El misterio pascual, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1967, pp. 15-32.
[30] Es interesante constatar que las preocupaciones ecuménicas del
Movimiento Litúrgico se referían más a las iglesias ortodoxas que a las
denominaciones protestantes, a diferencia de lo que ocurrió durante el Concilio
y después.
[38] Citado por Davies, Michael, La Misa de Pablo VI, p. 359. El título original de esta obra es: Pope
Paul’s New Mass (Part three of Liturgical Revolution), Dickinson (Texas), The Angelus Press, 1980.
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