Cada año se organiza en Roma una peregrinación Summorum Pontificum para dar gracias a Dios por la restauración de la liturgia tradicional de la Iglesia merced al motu proprio de ese nombre del papa Benedicto XVI. La ocasión permite a los peregrinos estar en la Ciudad Eterna viviendo unos días de intensa unión espiritual con el Romano Pontífice y uniéndose a sus intenciones por el bien de la Iglesia y la propagación de la Fe Católica. La convocatoria para este año 2016 ya ha sido hecha, quedando todos invitados para sumarse a la peregrinación que tendrá lugar en Roma entre el 27 y el 30 de octubre, coincidiendo en esta ocasión con el Jubileo de la Misericordia convocado por el papa Francisco. Más información aquí y aquí.
En la versión 2015 de esta peregrinación, S.E.R. Guido Pozzo, Secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, celebró una Misa pontifical en la histórica iglesia de Santa María in Portico in Campitelli, confiada a la Orden de la Madre de Dios, a cuya labor tanto debemos los chilenos. En dicha imagen se venera a la Santísima Virgen bajo la advocación de Porto de la romana sicurezza. Aunque la bitácora El búho escrutador ya ha ofrecido parte de la homilía pronunciada en esa ocasión por monseñor Pozzo, creemos que una versión más extensa preparada de las notas tomadas por Guillaume Ferluc, de Paix Liturgique, puede ser del interés de nuestros lectores. Reproducimos aquí su traducción preparada por la Redacción.
Sermón
de Mons. Guido Pozzo
Misa
de la Peregrinación Internacional Summorum Pontificum
Santa
Maria in Campitelli, Roma, 23 de octubre de 2015
(extracto)
Este
año habéis nuevamente venido en peregrinación a Roma, a visitar la tumba de los
Santos Apóstoles Pedro y Pablo, para realizar, como peregrinos, un recorrido
exterior, visible, de devoción y homenaje que, sin embargo, es sobre todo un
recorrido interior de fe, de búsqueda, de profundización de vuestro encuentro
con el Dios Vivo.
Los
tiempos que vivimos son difíciles, pero no debemos desalentarnos ni ceder a la
renuncia y al pesimismo. No olvidemos que, en el contexto cultural presente,
hay numerosas personas que, aunque no reconocen el don de la fe, buscan
sinceramente el verdadero sentido de la vida, y que esta búsqueda es un
auténtico prólogo de la fe porque encamina a estas personas por la vía que
conduce al misterio de Dios.
Pero
estos buscadores del espíritu experimentarán, con todo, dificultades para
encontrar al verdadero Dios y a la verdadera Iglesia si nosotros mismos no
somos testigos creíbles de este encuentro. Lo que el mundo especialmente
necesita hoy día, es un testimonio creíble de cristianos capaces de abrir el
corazón y el espíritu de los hombres a un deseo de Dios y de verdadera vida,
que no termina.
La
misión del cristiano no consiste solamente en comunicar un mensaje, sino
también en ayudar a los hombres a encontrar al Señor para que tengan la
experiencia íntima de Su amor y de Su misericordia. La invitación a salir de sí
mismos para evangelizar es un breve resumen del existir cristiano. Y vuestra
peregrinación a Roma es el signo concreto de que queréis salir de vosotros
mismos para comunicar, a los hombres que no lo conocen o que se han apartado de
El, el gozo de haber encontrado a Dios. Vuestra peregrinación debe haceros
sentir como comunidad de discípulos misioneros.
El
evangelio habla de un grano que, una vez sembrado, crece aun cuando el
sembrador duerme (Mc., 4, 26-29). La intimidad de la Iglesia con Jesús es una
intimidad itinerante, y durante esta peregrinación, la Iglesia es una comunidad
misionera, como nos lo ha recordado el papa Francisco.
Pero
surge aquí una pregunta: ¿podemos dar a los demás algo que no hayamos
experimentado primero en nosotros mismos? ¿Cómo podemos ayudar a los demás a
encontrar a Cristo, el Dios viviente, si previamente no lo hemos encontrado
nosotros mismos, si no lo hemos conocido y si no hemos contemplado el misterio
de Dios en nuestra vida?
Pero,
¿dónde podemos vivir, contemplar e interiorizar, de modo privilegiado y seguro,
el encuentro con el misterio divino?
La
grandeza de la liturgia consiste no en ofrecer un espectáculo espiritual, por
placentero que sea, sino en dejarse tocar por el misterio de Dios que se
presenta a nosotros, ya que, por nuestras solas fuerzas, no conseguiríamos
jamás acercarnos a Él.
Elevación
(Foto: François Pierre-Louis)
La
celebración de la Santa Misa según el rito romano tradicional pone en evidencia
ciertos elementos y aspectos indispensables para hacernos percibir la
sacralidad del rito, la presencia real de Cristo, el carácter sacrificial de la
Misa que es, precisamente, el sacrificio de Cristo. Todo esto contribuye a la
construcción del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
La
liturgia antigua no es una reliquia del pasado sino una realidad viva de la
Iglesia, que contribuye a hacer actual el patrimonio de santidad y de oración
que la Tradición nos ha transmitido.
La
celebración de la Santa Misa según la liturgia tradicional nos hace también
tomar conciencia, en mejor forma, de aquello que es la razón de ser de la
liturgia, la adoración del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La
grandeza y la fuerza de la liturgia están en educar a los fieles en la
adoración: sólo en la adoración puede madurar la experiencia profunda del
encuentro vivido con el Dios vivo. En el acto de adoración madura, igualmente,
la misión social de la eucaristía que no sólo borra las distancias entre Dios y
nosotros, sino que también destruye las fronteras que nos separan a unos de
otros y que impiden la reconciliación fraternal y el entendimiento entre los
hombres.
Durante
vuestra peregrinación romana, ahora que está a punto de inaugurarse el Año Jubilar de la Misericordia, proclamad en voz alta la profesión de nuestra fe
católica. Creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la
muerte. Fortalecidos con esta segura confianza, nos confiamos a Él: Cristo,
presente en medio de nosotros, vence el poder del Maligno, mientras la Iglesia,
como comunidad visible de su misericordia, se nos presenta como signo de
nuestra reconciliación definitiva con el Padre.
En
este santo templo, dedicado a la Virgen protectora, comprendemos cómo el Señor
ha querido permanecer en el templo que es María y ofrecer así, al mundo entero,
una casa, casa que es la fe, que tiene como modelo a María, la madre de todos
los creyentes. Es la fe la que nos ofrece una verdadera morada en este mundo y
que nos reúne en la Iglesia, donde todos somos hermanos y hermanas.
Inciensación del icono de Nuestra Señora de Campitelli
(Foto: François Pierre-Louis)
Pidamos
a la Santísima Virgen que mire con ternura nuestras almas y nuestras familias a
fin de que, como peregrinos, aprendamos, de esta peregrinación, a continuar
nuestro camino hacia la morada definitiva, hacia la Ciudad eterna, hacia el
gozo de nuestra Patria celestial. Amén.
***
Como Redacción, sólo nos resta agregar que los próximos 1° y 2 de febrero se celebrará en la iglesia de Santa María in Portico in Campitelli la memoria del patrocinio de la Santísima Virgen, cuyo icono se conserva en el altar mayor. Presidirán los oficios el cardenal Raymond Leo Burke y el cardenal Ennio Antonelli, ambos varias veces referido en esta bitácora. Puede verse aquí la nota de prensa al respecto.
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