En el altar y encima del ara se extiende el corporal, sobre el cual descansa el cáliz y a
su tiempo la hostia y el copón. Ellos contienen la materia del sacramento de la Eucaristía, que son, por institución de Cristo, el pan y el vino mezclado con agua (OGMR 319).
El
corporal es un trozo de lino o cáñamo, generalmente cuadrado y de unos 50
centímetros por cada lado, que recibe este nombre por su contacto inmediato con
el Cuerpo de Cristo, dado que sobre él reposan las oblatas que serán consagradas en la Sana Misa o bien el Santísimo Sacramento que usa durante la adoración y bendición. Esta función, así como el hecho de ser uno de los
paramentos de más antigua data (su uso está documentado al menos desde el siglo
IV), ha traído consigo que sea considerado un símbolo de la sábana donde fue
envuelto Jesús en el sepulcro (Mt 27, 59; Mc 15, 46; Lc 23, 53), la cual, según la tradición, se conserva y
venera en la catedral de Turín. Por el uso que recibe, conviene que no tenga
bordada una cruz u otro adorno ni en el centro ni en ninguna parte de su cara delantera , para permitir al celebrante recoger de mejor manera las
partículas. Cabe recordar
que en España y sus reinos de Ultramar existía la práctica
de desplegar no uno sino dos corporales: el «verdadero» de lino sencillo y otro
un poco mayor muy almidonado con bordados y profusión de encajes.
El corporal se lleva al altar doblado en nueve partes dentro de una bolsa del color de los ornamentos del día, costumbre que se ha ido perdiendo. Esta bolsa es una especie de carpeta formada por dos piezas de cartón de forma cuadrada, unidas y forradas generalmente con la misma tela del terno vestido por los ministros.
El corporal se lleva al altar doblado en nueve partes dentro de una bolsa del color de los ornamentos del día, costumbre que se ha ido perdiendo. Esta bolsa es una especie de carpeta formada por dos piezas de cartón de forma cuadrada, unidas y forradas generalmente con la misma tela del terno vestido por los ministros.
Paños sagrados
(Ilustración: La Misa de Siempre)
El copón, píxide o ciborio es un recipiente con tapa en que se conservan las Sagradas Hostias, para poder llevarlas a los enfermos (generalmente a través de una caja más pequeña llamada teca) y emplearlas en las ceremonias de culto. En la actualidad, los copones suelen ser de menos estatura y con una forma distinto que los cálices para distinguirlos de ellos. De ser más de uno los copones con formas a consagrar, habrán de extenderse sobre el altar uno o más corporales suplementarios, dado que los vasos sagrados no pueden estar posados ni siquiera un milímetro directamente sobre el mantel (cfr. también OGMR 248 249).
La patena es uno de los vasos sagrados más importantes (OGMR 327), que consiste en un platillo de oro o plata o de otro metal, dorado, en el cual se pone la hostia antes y después de consagrada. Previo al Ofertorio y tras la Consagración va cubierta por un pedazo de lienzo circular y que se llama también hijuela. Es curioso que los términos hijuela y palia se usan, según las regiones, para referirse ya a la palia que cubre el cáliz (paño cuadrado), ya a la palia que cubre la patena (paño circular), lo que causa confusión al leer algunos manuales de ceremonias antiguos. Propiamente, conviene reservar este término para el último uso señalado. Las hijuelas las hay acartonadas y sin acartonar. Para las hostias que serán consagradas puede utilizarse provechosamente una patena más amplia en la que se ponga el pan, tanto para el sacerdote y el diácono, como para los demás ministros y para los fieles (OGMR 331).
La patena es uno de los vasos sagrados más importantes (OGMR 327), que consiste en un platillo de oro o plata o de otro metal, dorado, en el cual se pone la hostia antes y después de consagrada. Previo al Ofertorio y tras la Consagración va cubierta por un pedazo de lienzo circular y que se llama también hijuela. Es curioso que los términos hijuela y palia se usan, según las regiones, para referirse ya a la palia que cubre el cáliz (paño cuadrado), ya a la palia que cubre la patena (paño circular), lo que causa confusión al leer algunos manuales de ceremonias antiguos. Propiamente, conviene reservar este término para el último uso señalado. Las hijuelas las hay acartonadas y sin acartonar. Para las hostias que serán consagradas puede utilizarse provechosamente una patena más amplia en la que se ponga el pan, tanto para el sacerdote y el diácono, como para los demás ministros y para los fieles (OGMR 331).
La hijuela o palia redonda con una presilla o botoncito es uso exclusivo de España y sus antiguos provincias ultramarinas. Se cubre con ella la hostia en la patena hasta el ofertorio. Su origen puede ser el siguiente: la palia cuadrada en España era de reducidas dimensiones, a menudo sin acartonar, y se colocaba dentro del corporal doblado, de manera que al desplegarlo quedaba en el cuadrante medio derecho. Nunca salía la palia del corporal, sin duda por respeto, al haber estado en contacto con la Sangre de Cristo que tras la sunción podría haber quedado en el borde de la copa del cáliz. Siendo impensable cubrir la hostia directamente con el velo del cáliz, se ideó esta hijuela para protegerla hasta el Ofertorio.
El pan (la hostia) debe ser de harina pura de trigo, sin mezcla de ninguna sustancia extraña, y ácimo (OGMR 320). La harina con que se lo prepara ha de ser reciente (OGMR 320), y las hostias se renovarán con la frecuencia ordenada por el Ordinario (OGMR 323).
El pan (la hostia) debe ser de harina pura de trigo, sin mezcla de ninguna sustancia extraña, y ácimo (OGMR 320). La harina con que se lo prepara ha de ser reciente (OGMR 320), y las hostias se renovarán con la frecuencia ordenada por el Ordinario (OGMR 323).
La naturaleza misma del signo sacramental exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Por eso, conviene que el pan eucarístico, aunque sea ácimo y elaborado en la forma tradicional, se haga de tal forma, que el sacerdote en la Santa Misa celebrada con pueblo, pueda realmente partir la Hostia en varias partes y distribuirlas, por lo menos a algunos fieles, sin que de ningún modo se excluyen las hostias pequeñas, cuando lo exija el número de los que van a recibir la Sagrada Comunión y otras razones pastorales (OGMR 321).
Vasos sagrados
(Ilustración: La Misa de Siempre)
(Ilustración: La Misa de Siempre)
Junto a la patena, el
cáliz es un el más importante de los vaso sagrados, pues sobre él se vierte el vino que se transubstanciará en la Sangre de Cristo (OGMR 327). Es un recipiente en forma de copa alta con ancha apertura, que recuerda a aquel humilde vaso que Jesús utilizó en la Última Cena para realizar la primera consagración eucarística. Nos recuerda ciertos pasajes bíblicos en los cuales Nuestro Señor asocia a sí mismo y de una nueva manera el uso de una copa: los discípulos "tomarán de la copa que Jesús tomará" (Mc 10, 38); en la Última Cena les da a beber de la la copa que contenía vino que "es Su Sangre" (Mt 26, 27-28; Mc 14, 24; Lc 23, 17-18), y en Getsemaní ora para que, si es posible, se aparte de él "la copa" (Mt 26, 39; Mc 14, 36; Lc 23, 42).
Históricamente, los cálices para el servicio del altar se clasifican en tres tipos: (i) consagrados o sacrificiales, que son aquellos que se emplean en la liturgia; (ii) ministeriales, que servían para administrar a los fieles la comunión bajo la especie de vino; y (iii) ofertorios, que tenían por objeto reunir el vino que los fieles entregaban en el Ofertorio de la Misa. De ellos, sólo la primera función se conserva en la actualidad.
De igual modo, su forma, materia y estilo han variado mucho en el curso de la historia. El material en que están fabricados los cálices fue muy diverso en los primeros siglos, empleándose de igual forma la plata, el oro, la piedra ágata, el vidrio, el cuerno y la madera, según los recursos de las Iglesias o de los donantes. Pero ya a mediados del siglo IX el papa León IV (847-855) prohibió los de madera, plomo y vidrio, bastante raros ya desde el siglo VII, y a principios del XIII se suprimieron todos los que no tuvieran la copa de oro, plata o estaño, quedando también excluido este último metal en la época moderna (OGMR 328). Hoy, y bajo ciertas condiciones, pueden ser también de ciertas maderas nobles (OGMR 329), con la condición que que el material, cualquiera que éste fuere, no absorba líquidos (OGMR 330).
La palia es una pieza de tela cuadrada, de unos 12 centímetros por lado, y reforzada generalmente con cartón, madera o plástico duro en el interior. De uso opcional, ella se utiliza para cubrir el cáliz durante la Santa Misa y proteger su contenido del polvo, insectos, etcétera. Si tiene forma redonda se la llama hijuela. Puede estar decorada en su cara superior. Su origen proviene del doble uso que tenía en su origen el corporal y que todavía conservan los cartujos en su rito propio. Éste era cuadrado o rectangular y se doblaba de forma que en su parte delantera contuviese la hostia, y la parte posterior pudiese doblarse para cubrir el cáliz. Al parecer desde el siglo XVI, esta segunda función pasó a ser cumplida por un trozo de tela cuadrado, generalmente reforzado con almidón, quedando el corporal reservado para que sobre él (y no sobre la patena, como hoy) se dispusiese la hostia que debía transubstanciarse durante la Misa en el Cuerpo de Nuestro Señor.
Históricamente, los cálices para el servicio del altar se clasifican en tres tipos: (i) consagrados o sacrificiales, que son aquellos que se emplean en la liturgia; (ii) ministeriales, que servían para administrar a los fieles la comunión bajo la especie de vino; y (iii) ofertorios, que tenían por objeto reunir el vino que los fieles entregaban en el Ofertorio de la Misa. De ellos, sólo la primera función se conserva en la actualidad.
De igual modo, su forma, materia y estilo han variado mucho en el curso de la historia. El material en que están fabricados los cálices fue muy diverso en los primeros siglos, empleándose de igual forma la plata, el oro, la piedra ágata, el vidrio, el cuerno y la madera, según los recursos de las Iglesias o de los donantes. Pero ya a mediados del siglo IX el papa León IV (847-855) prohibió los de madera, plomo y vidrio, bastante raros ya desde el siglo VII, y a principios del XIII se suprimieron todos los que no tuvieran la copa de oro, plata o estaño, quedando también excluido este último metal en la época moderna (OGMR 328). Hoy, y bajo ciertas condiciones, pueden ser también de ciertas maderas nobles (OGMR 329), con la condición que que el material, cualquiera que éste fuere, no absorba líquidos (OGMR 330).
La palia es una pieza de tela cuadrada, de unos 12 centímetros por lado, y reforzada generalmente con cartón, madera o plástico duro en el interior. De uso opcional, ella se utiliza para cubrir el cáliz durante la Santa Misa y proteger su contenido del polvo, insectos, etcétera. Si tiene forma redonda se la llama hijuela. Puede estar decorada en su cara superior. Su origen proviene del doble uso que tenía en su origen el corporal y que todavía conservan los cartujos en su rito propio. Éste era cuadrado o rectangular y se doblaba de forma que en su parte delantera contuviese la hostia, y la parte posterior pudiese doblarse para cubrir el cáliz. Al parecer desde el siglo XVI, esta segunda función pasó a ser cumplida por un trozo de tela cuadrado, generalmente reforzado con almidón, quedando el corporal reservado para que sobre él (y no sobre la patena, como hoy) se dispusiese la hostia que debía transubstanciarse durante la Misa en el Cuerpo de Nuestro Señor.
El vino ha de ser natural y puro de vid, sin mezcla de otras sustancias, y no corrompido (canon 924 § 3 CIC). El sacerdote, al Ofertorio, mezcla en el cáliz una pequeña cantidad de agua (canon 924 § 1 CIC), ya directamente desde la vinajera, ya ayudado por una pequeña cucharilla.
Es privilegio hispánico que el cáliz pueda estar preparado de antemano sobre el altar para las misas rezadas, ya extendido sobre los corporales, el misal abierto y registrado. Pueden asimismo ponerse el vino y el agua inmediatamente antes de iniciar la Santa Misa, como ocurre en en el rito dominicano.
Exquisita diligencia han de poner los que preparan las hostias y el vino para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, pues toda adulteración es ilícita, y puede ser tal, que comprometa la validez misma del sacramento (canon 924 CIC). Por cierto, está terminantemente prohibido, aun en caso de extrema necesidad, consagrar una materia sin la otra, o ambas fuera de la celebración eucarística (canon 927 CIC). De hecho, si después de la consagración o cuando toma la Comunión, el sacerdote advierte que no había sido vino lo que había vertido, sino agua, dejada ésta en un vaso, ha de verter en el cáliz vino y agua, y lo consagrará, diciendo la parte de la narración que corresponde a la consagración del cáliz, pero sin que sea obligado a consagrar de nuevo el pan (OGMR 324).
Al preparar el cáliz, se coloca sobre la copa
el purificador, un lienzo de lino o cáñamo que sirve para enjugar su interior
y limpiar los dedos del celebrante. Se suele plegar longitudinalmente en tres partes. Encima de él, se dispone la patena con la hostia de mayor tamaño, cubierta con
la hijuela, y todo ello con el velo del cáliz (llamado por eso también cubrecáliz), que será del color litúrgico del
día. Sobre este velo se deposita la bolsa que contiene el corporal plegado en
nueve cuadrados iguales, según se ha dicho, también del color litúrgico que corresponda, sobre la
que no debe llevarse ninguna cosa (permiten algunos que excepcionalmente se
ponga encima la llave del sagrario o la caja que la contiene).
El turíbulo o
incensario es un brasero pequeño con cadenillas y tapa, que sirve para
incensar. Dentro de él y merced a un carbón previamente encendido arde el incienso, que es una gomorresina en forma de lágrimas, de
color amarillo blanquecino o rojizo, fractura lustrosa, sabor acre y olor
aromático al arder. Proviene de árboles de la familia de las Burseráceas,
originarios de Arabia, de la India y de África, y se quema en las ceremonias
religiosas. Una vez bendecido es un sacramental. La quema del incienso significa celo y fervor; su fragancia: virtud; el humo que se eleva: las oraciones del Pueblo de Dios que ascienden al Cielo. Se usa en la Santa Misa para el libro de los Evangelios, el altar, la feligresía, los ministros y el pan y el vino. Se usa también en la bendición con el Santísimo y en procesiones. El incienso se guarda en una naveta provista de una cucharilla, con la que el ministro lo vierte dentro del turíbulo.
Los portadores de incensarios durante la Santa Misa se llaman turiferarios. En España e Hispanoamérica existe el privilegio de que quien oficia de turiferario que no sea diácono. De esta manera, un acólito puede incensar al coro y a los ministros en la Misa solemne. Naturalmente, el diácono es quien inciensa al celebrante.
Los portadores de incensarios durante la Santa Misa se llaman turiferarios. En España e Hispanoamérica existe el privilegio de que quien oficia de turiferario que no sea diácono. De esta manera, un acólito puede incensar al coro y a los ministros en la Misa solemne. Naturalmente, el diácono es quien inciensa al celebrante.
Otro elemento material de la liturgia es el
agua bendita. Consiste ésta en un sacramental obtenido a partir de la bendición
que un presbítero, obispo o diácono hace del agua
contenida en un recipiente para propósitos de bautismo y otros rituales y
prácticas religiosas. La tradición dice que fue el papa san Alejandro I († 115)
quien instituyó el uso del agua bendita, a la que había que añadir sal, para purificar
las casas cristianas. Como todo sacramental, el agua
bendita representa un signo sagrado instituido por la
Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los
sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida, en este caso,
aplicando sobre las personas y cosas asperjadas la bendición recibida en su
momento por dicho elemento material de parte de un ministro instituido
(CEC 1668, 1671 y 1677). El agua bendita es
un recuerdo del bautismo (CEC 1668),
sacramento por el cual una persona se incorpora espiritual y jurídicamente a la
Iglesia (cánones 204 y 849 CIC). Tiene especial importancia en el rito preparatorio de la Santa Misa dominical conocido como asperges o aspersión, también existente en la forma ordinaria (OGMR 51).
El agua bendita se asperge mediante el acetre y
el hisopo. El acetre es un caldero pequeño en que se lleva el agua bendita para
las aspersiones litúrgicas. Dentro de él descansa el hisopo, que es el
utensilio usado para dar o esparcir agua bendita, consistente en un mango de
madera o metal, con frecuencia de plata, que lleva en su extremo un manojo de
cerdas o una bola metálica hueca y agujereada, en cuyo interior hay alguna
materia que retiene el agua.
Acetre e hisopo
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Actualización [10 de julio de 2017]: La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha hecho pública una carta circular dirigida a los obispos sobre ciertos aspectos que deben cuidarse en relación con el pan y el vino que se utilizan en la Santa Misa. Ahí se dice, por ejemplo, que las hostias sin gluten no sirven para ser consagradas, pero sí el mosto de uva, en caso necesario, si no se ha cambiado "su naturaleza". Incluso las materias primas pueden provenir de cultivos modificados genéticamente. El documento sugiere que los obispos pueden crear un sello de calidad que garantice la fidelidad del producto de acuerdo a las normas de la Iglesia. La versión castellana de su texto puede ser consultada aquí.
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