jueves, 31 de marzo de 2016

El Oficio Divino en las parroquias

Ofrecemos a continuación un texto preparado por D. Augusto Merino Medina, miembro de nuestro equipo de Redacción, sobre el oficio divino en las parroquias, que complementa sus reflexiones ofrecidas en una entrada anterior (véase ella aquí). 

 Vísperas solemnes en la parroquia católica de San Jaime (Spanish Place, Londres)
 
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El Oficio Divino en las parroquias

Prof. Augusto Merino Medina

En una de las novelas que integran La Comédie Humaine y que tiene por título La maison du Chat-qui-pelote, Balzac narra las costumbres de una familia de burgueses parisienses y devotos, cuyo programa dominical contemplaba, en la mañana, Misa parroquial y, en las tardes, oficio de Vísperas en la parroquia. 



Esto ocurre en el primer tercio del siglo XIX, cuando todavía quedaban en Europa restos de antiguos usos litúrgicos que sobrevivieron a la gran crisis de la oración pública de la Iglesia, u “Oficio Divino”, provocada, entre otras causas, por el vendaval de la “Ilustración Católica” de fines del siglo XVIII, cuando algunos gobernantes bienintencionados decidieron suprimir abusos eclesiásticos, como el exceso de frailes y monjas que, sin vocación real, atestaban inmensos conventos sólo por la sopa. Con la consiguiente clausura de centenares de iglesias monásticas, disminuyó hasta casi desaparecer la celebración de la hora de Vísperas con asistencia, el domingo, del pueblo fiel. De ahí en adelante, la oración del pueblo en la Iglesia quedó reducida, prácticamente, a la Misa dominical.

Hasta hoy, en cambio, la iglesia anglicana celebra los domingos en la tarde la hora canónica de Vísperas, con maravillosos corales y gran boato, con la presencia de numerosos fieles. La calidad de la música es tal que, a menudo, este oficio es transmitido por las radios locales.  A quienes hemos tenido la suerte de asistir a ese Evensong anglicano se nos parte el corazón al recordar la pobreza casi abyecta de nuestras celebraciones litúrgicas dominicales. Porque, aparte de la Misa, dicha según el Novus Ordo, de por sí deslucido, y sin casi ninguna preocupación por la calidad litúrgica de la misma (piénsese sólo en la “amenización” de estas Misas, que corre enteramente por cuenta de algunos jóvenes musicantes provistos de guitarras pero desprovistos de toda formación), ¿qué ocasión de oración pública ofrecen las parroquias a sus feligreses en nuestro medio, sea domingo o día de semana?

 Servicio de Evensong anglicano
(Foto: BBC)

Podría mencionarse, quizá, el rezo vespertino del Santo Rosario, a cargo de algunas señoras piadosas, sin intervención alguna del cura. En general, esto se hace antes de la única Misa diaria, dicha a la caída de la tarde, cuando la mayoría de las personas, cansadas por el peso de la jornada diaria, no está de ánimo para asistir a ella. Podría agregarse alguna novena a algún santo popular, o algún “ciclo” de oraciones por determinadas intenciones o con motivo de algunas actividades parroquiales, como encuentros, conferencias, “semanas de” esto o lo otro, y otras cosas análogas. Últimamente, sin embargo, ha comenzado a retomarse la felicísima práctica de la Bendición con el Santísimo, por lo general en algunas tardes de días de semana, porque en la tarde del domingo se suele poner la segunda Misa dominical (la otra es en la mañana). Hay un rasgo común a todas estas celebraciones: no hay en ellas sermón del cura que exponga y explique la Palabra de Dios (en el rito de la Bendición con el Santísimo se ha incorporado, afortunadamente, la costumbre de leer un trozo de los Evangelios relativo a la Eucaristía). 

¿Qué efectos tuvo y sigue teniendo la desaparición del rezo público de Vísperas dominicales en las parroquias, o la Bendición con el Santísimo, o el rezo del Santo Rosario, prácticas todas dificultadas hoy por la necesidad de poner una Misa vespertina los sábados y domingos?

Como se sabe, la Liturgia de la Iglesia no comienza ni termina con la celebración de la Santa Misa, sino que es precedida y continuada por la celebración del Oficio Divino. Existe la opinión de que éste es algo que corresponde o interesa o beneficia sólo a los religiosos,  vivan o no en conventos, especialmente a aquéllos, como los benedictinos, cuya existencia misma gira en torno a la oración continua realizada en dicho Oficio. Pero se trata de una pérdida de perspectiva o de sentido que el paso del tiempo ha ido solidificando lamentablemente. Como decíamos hace un momento, para los laicos de hace doscientos años atrás era claro que el rezo de, al menos, las Vísperas, era algo que correspondía a todos los católicos, laicos o religiosos. Y la Misa y ese entorno de oración pública tiene una estructuración tal que es fácil advertir, por quien los analice o viva, la unidad de motivos que se ofrece al fiel cada día del año para la meditación y, al cabo, para alimento de su vida espiritual. Todavía en el Misal Diario y Vesperal de Gaspar Lefevbre OSB, de uso corriente entre los fieles hacia mediados del siglo XX, los comentarios de los días litúrgicos, al menos los especiales, hacen ver la conexión entre, por ejemplo, las lecciones de los nocturnos que se leen en Maitines y las oraciones u otras partes de la Misa del día (Gradual, Tracto, Aleluya, etcétera). Tanto la profundización en las ideas centrales de la oración pública de la Iglesia, Misa y Oficio Divino, como la piedad litúrgica, se hacen mucho más fáciles por la reiteración de aquellas ideas en diversos momentos del día. 


Una de las consecuencias de esta estructura diaria de la oración de la Iglesia –Santa Misa y Oficio Divino- es que se descarga a la Misa de parte del peso pedagógico indebido e innecesario que se le ha echado encima desde el Concilio Vaticano II. Como se sabe, ya desde los tiempos del “Mouvement Liturgique” francés anterior al Concilio y de otros movimientos análogos, se ha insistido en la función “pedagógica” de la Misa, entendiendo por tal sólo lo que podríamos llamar su “dimensión lógica”, constituida por la transmisión oral de enseñanzas mediante palabras, es decir, conceptos: es mediante éstos, se piensa, que se transmite la Palabra, el Logos, cosa que se concentra en la homilía. Este énfasis lógico quedó consagrado en el Novus Ordo en detrimento de la “dimensión sacrificial” de la Misa, en que el lenguaje no es tanto, o no sólo, lógico sino, fundamentalmente, concreto: el lenguaje concreto aspira a comunicar una realidad inefable, y recurre a cosas materiales como el aroma del incienso, los colores de los ornamentos, el sonido de la música, los gestos, etcétera. Con las innovaciones posconciliares se alteró la proporción que había existido entre estos dos elementos o partes de la Misa hasta antes del Novus Ordo: por cierto, en el Vetus Ordo sí existe una dimensión pedagógico-lógica, en la llamada “Misa de catecúmenos” (quienes originalmente asistían sólo a ella y precisamente para instruirse), pero ella cede el paso a la “dimensión sacrificial”, que comienza con el Ofertorio, que es la que expresa la esencia misma, lo central de esta Acción Sagrada, y que tiene, por lo tanto, mayor peso, dignidad y extensión. El cambio introducido en el posconcilio es, ciertamente, coherente con algunos de los aspectos del trasfondo de la innovación litúrgica posconciliar, en cuanto que hace que la Misa se acerque más a la concepción protestante de una reunión de oración y lectura de la Sagrada Escritura en que no hay propiamente un “sacrificio” sino una mera “conmemoración” situada en el marco de una “cena”. La ausencia en nuestros días de otras oportunidades de oración pública en la Iglesia redunda en que la entrega de “información” sagrada a los fieles, es decir, de los conceptos, de la Palabra, tiende a concentrarse en la Misa, a falta de otra oportunidad litúrgica o sagrada. Y así la Misa resulta, en este sentido, desequilibrada, para decirlo suavemente. Todo esto se ha hecho, hay que advertirlo, so capa de dar mayor importancia a la lectura de las Sagradas Escrituras, creándose el concepto, nuevo en la historia de la liturgia, de “liturgia de la Palabra” o incluso “mesa de la Palabra”; pero los reformadores litúrgicos no han perdido de vista aquel propósito “ecuménico” que guió a todas las reformas litúrgicas posconciliares.


Los seis observadores protestantes que participaron en la elaboración del misal reformado son recibidos en audiencia por el Beato Pablo VI. De izquierda a derecha: A. Raymond George (metodista), Ronald CD Jasper (anglicano), Massey Shepherd (episcopaliano), Friedrich-Wilhelm Künneth (calvinista), Dr. Smith (luterano), y Max Thurian (Comunidad Thaizé).

En la concepción y en la antigua práctica católica, sin embargo, aunque existe naturalmente el propósito de transmitir y explicar la Palabra de Dios, esta actividad se realiza no sólo en la Santa Misa, como ya hemos dicho, sino también en otras manifestaciones de la liturgia, como las lecturas propias de los nocturnos de Maitines y otras múltiples ocasiones, de las cuales hemos mencionado algunas. Esto evita que se confunda la Misa con una especie de “escuela bíblica” dominical, oportunidad para la pedagogía bíblica que el pueblo de Dios necesita, y que quede así desfigurada. Con ello, de paso, se deja de lado la función tradicional de la catequesis, ahora sólo reservada a la recepción de los sacramentos. 

Resulta claro que descargar a la Misa de este indebido énfasis pedagógico que ha puesto en ella el Novus Ordo, que distorsiona e incluso oculta el carácter esencialmente latréutico y sacrificial que ella tiene, sólo se puede realizar si la liturgia actual encuentra otras oportunidades adicionales para realizar la “actividad docente”. El Oficio Divino es una de esas oportunidades, en la medida en que, parte de él, es llevado a cabo con la presencia de los fieles. Otras oportunidades especialmente favorables para la enseñanza de la doctrina son, como sugeríamos antes, la Bendición con el Santísimo, el rezo del Santo Rosario de un modo mejor concebido y ejecutado que el que es usual hoy, la práctica de ciertas devociones como novenas, triduos, etcétera, realizados en horarios diferentes del de la Misa y, ojalá, en día domingo, y acompañados de homilías breves, sustanciosas y, sobre todo, bien preparadas (cosa que, hay que decirlo con pena, es rara en la actualidad). 

 Oficio de vísperas en una parroquia de los EE.UU.

Seguramente la puesta por obra de estas ideas encontrará algunas dificultades prácticas. En efecto, en muchas parroquias donde sólo hay dos oportunidades para decir la Misa dominical, la mañana y la tarde, muchos curas optarán por celebrar una Misa en la tarde para quienes no pueden asistir en la mañana, y preferirán esta segunda Misa al rezo de las Vísperas. Curiosamente, la flexibilidad otorgada por la Iglesia para celebrar Misas vespertinas, que pareciera no tener más que buenas consecuencias, las tiene también inconvenientes, como creemos haber dejado en claro aquí, en la medida en que ella resta posibilidades de que los feligreses se encuentren con la Palabra de Dios y con la oración en contextos diversos de la Misa, tal como siempre fue el caso en el pasado, favoreciendo así la oración comunitaria. 

Queda, por cierto, entregado a la experiencia de los sacerdotes y a su inventiva el volver a integrar a la vida de la parroquia esos contextos diversos. Se podría sugerir que se introduzca, ad experimentum, el rezo de Vísperas después de la Misa dominical de la tarde, como se ha visto hacer en algunas iglesias en Santiago de Chile, o rezar Vísperas en la tarde del sábado, dejando la Misa sabatina para ser celebrada en la mañana o a mediodía. Esto último tendría la enorme ventaja adicional de evitar que se escamotee del calendario litúrgico los textos de la Misa del sábado: hasta ahora, los sábados en la mañana no se dice Misa, sino que se la dice en la tarde, pero entonces lo que se celebra es la Misa del domingo anticipada. El sábado queda, así, sin celebración propia de ningún tipo: es un día en blanco, un “no día” litúrgico. Y, recuérdese, este es el día que la Iglesia destina tradicionalmente a honrar la memoria de la Santísima Virgen. 

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