"Cristo agónico en el Calvario simboliza también la tribulación de todo sufriente, pues en la hora del dolor cualquier hombre está como clavado en un madero; inmóvil y perturbado no solo por una grave aflicción, sino además violentado por la tentación del sinsentido y de la desesperanza. Los clavos y las llagas de Jesús representan, entonces, las penurias y las heridas de todo padeciente, de aquel que vive la hondura de una desolación que no lo deja en paz y la perplejidad de la interrogación que se cuestiona acerca de por qué siente sobre sus hombros las punzadas del pesar y de la angustia."
El Papa Francisco celebra el Oficio de Viernes Santo en la Basílica de San Pedro del Vaticano (2015)
(Foto: Panorama)
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"Ante la oscura realidad del desconsuelo, el Viernes Santo, por tanto, parece erguirse no como una respuesta, sino más bien como un día con dos derrotas: la del bien frente al mal y la de la esperanza ante la tristeza. Sin embargo, para un cristiano esta capitulación es solo aparente, no porque no existan la desgracia y la agonía; no porque a veces él mismo no se adentre en un abismo existencial, sino porque todo revés al pie de la cruz no es el descenso del ser humano en una noche interminable, sino una llave para entrar en el alba de un domingo tan glorioso como definitivo."
Nota de la Redacción: Esta entrada está tomada de la sección "Día a día" escrita por Rodericus para la edición del periódico El Mercurio (Santiago de Chile) del 25 de marzo de 2016. Véase aquí el texto original.
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