jueves, 20 de octubre de 2016

50 años de Magnificat: conferencia de Christopher Ferrara (primera parte)

El II Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile, que tuvo lugar el pasado mes de agosto, contó, según lo informáramos en su oportunidad, con la distinguida presencia del Sr. Christopher Ferrara, destacado abogado católico norteamericano y colaborador del periódico digital The Remnant. Creemos interesante para nuestros lectores la conferencia que dictó en esa ocasión, la que debido a su extensión publicaremos en varias entregas.

 Christopher Ferrara durante su conferencia

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VIRUS EN EL CUERPO DE CRISTO:
UN OBSTÁCULO PARA LA RESTAURACIÓN ECLESIAL [1]

Christopher Ferrara

I.              INTRODUCCIÓN

El tema de esta conferencia es la restauración eclesial. Sobre la necesidad de restauración parece no haber ya desacuerdo entre nosotros, como no lo hay tampoco respecto de que la recuperación de la integridad litúrgica de la Iglesia es central en el proceso de restauración. Por primera vez en su historia la Iglesia se ha visto sometida a una serie de desastrosas “reformas” litúrgicas que resultaron ser, como lo ha dicho tan reconocidamente bien Klaus Gamber, “mucho más radicales que cualquiera de los cambios litúrgicos llevados a cabo por Lutero… sobre todo los cambios fundamentales que se hizo a la liturgia de la Misa”[2].

Pero no pensemos que una restauración de la tradición litúrgica latina, aun cuando ocurriera de modo general en la Iglesia, a diferencia de lo que hoy ocurre en unos pocos oasis de sanidad litúrgica, constituiría una restauración de la comunidad eclesial en su totalidad. Nada de eso. Después de cincuenta años de la crisis eclesial que el Cardenal Ratzinger describió como un “continuo proceso de descomposición”[3], y cuando el actual Romano Pontífice propone con toda seriedad conmemorar precisamente a Lutero y su rebelión contra el papado –que algunos denominan “Reforma”-, debiera resultar obvio para cualquier observador razonable, como ya lo ha sido para muchos no católicos, que la crisis es mucho más profunda incluso que lo que ocurre con la liturgia.

Lo que hemos presenciado en el último medio siglo es no solamente una revolución litúrgica sino una revolución en el pensamiento mismo de la Iglesia en su aspecto humano, una especie de explosivo acontecimiento lingüístico que ha abrumado a su vocabulario tradicional y, con él, a su modo global de presentar la Fe tanto ad intra como ad extra.  Este asombroso proceso –que empequeñece, se podría decir, a la revolución litúrgica y sus efectos- es el foco de mi conferencia.

Comenzaré diciendo que el hecho histórico de que, durante el Concilio Vaticano II y después de él, la búsqueda de nuevos caminos para “hablar al mundo”, ha producido en la Iglesia una perplejizante colección  de neologismos y frases cliché que carecen absolutamente de la clásica precisión de la doctrina católica: “colegialidad”, “diálogo”, “diálogo con el mundo”, “diálogo interreligioso”, “ecumenismo”, “emprendimiento ecuménico”, “diálogo ecuménico”, “comunión parcial”, “comunión imperfecta”, “diversidad reconciliada”, “Iglesia del Nuevo Adviento”, “nueva primavera del Vaticano II”, “nuevo Pentecostés”, “nueva Evangelización”, “civilización del amor”, “purificación de la memoria”, “paternidad responsable”, “solidaridad”, “globalización de la solidaridad”, “espíritu de Asís”, “lo que nos une es mayor que lo que nos divide”, y otras cosas por el estilo. Durante el actual Pontificado se ha introducido otro atado de novedades lingüísticas: “acompañamiento”, “discernimiento”, “familias heridas”, “el tiempo es mayor que el espacio”, “Iglesia como poliedro”, “Dios de las sorpresas”, etc.

Nunca antes en su historia la actividad de la Iglesia había llegado a ser dirigida por eslóganes y expresiones de modo que no están presentes en parte alguna del Magisterio perenne. En consecuencia, nunca el mensaje de la Iglesia había sido tan incierto, como incluso el Sínodo de los Obispos Europeos se vio forzado a reconocer hace diecisiete años[4]. ¿Cómo hay que entender este fenómeno?

 Encuentro ecuménico de Asís de 1986

II.           LA ANALOGÍA DEL VIRUS EN RELACIÓN CON “ECUMENISMO” Y EL “DIÁLOGO”

El Stedman’s Medical Dictionary define la palabra “virus” como “un agente infeccioso que carece de metabolismo independiente y es incapaz de crecimiento o reproducción separado de las células vivas”. Es decir, un virus no es en sí mismo una cosa viva, sino una mera partícula de ARN o ADN. Esta partícula no puede reproducirse a menos que encuentre una célula viva cuyo mecanismo pueda usar para hacer copias de sí mismo. Un virus tiene información suficiente sólo para reproducirse si encuentra células que pueda infectar y poner a su servicio. De hecho, el único objetivo de un virus es hacer copias de sí mismo.

Análogamente, pues, yo diría que ciertos “virus” verbales han infectado el Cuerpo Místico de Cristo. Estos virus son pseudo-conceptos, que, como los virus reales, tienen un contenido informacional mínimo. Tal como los virus planean entre la vida y la no-vida, estos pseudo-conceptos planean entre el significado y el no-significado. Parece que significan algo, pero si se los examina de cerca no tienen un significado real. Tal como los virus son partículas de RNA o DNA más bien que células completas, así también estos pseudo-conceptos son partículas de una idea que no alcanzan a ser un concepto abstracto inteligible. Estos pseudo-conceptos virales en el Cuerpo Místico de Cristo, igual que los virus reales, sólo existen para reproducirse, cosa que hacen infectando los conceptos genuinos que tienen significados precisos, es decir, las enseñanzas perennes del Magisterio.

Voy a examinar aquí dos de estos virus verbales, los dos que me parece que han tenido los efectos más devastadores en la Iglesia: “ecumenismo” y “diálogo”. Ambos son característicos del actual Pontificado.

Lo que me propongo sugerir es que, mediante la introducción de “ecumenismo”, “diálogo” y varios otros pseudo-conceptos “virales” en el Cuerpo Místico, Satanás ha encontrado el modo de confundir, dividir y causar caos en el elemento humano de la Iglesia, sin que la Iglesia haya impuesto jamás un auténtico error de doctrina, cosa que es imposible. Todo lo contrario: los pseudo-conceptos en cuestión no pueden ser llamados errores doctrinales como tales, porque no se los puede reducir a proposiciones cuyas palabras pudieran contradecir alguna doctrina católica en existencia. De hecho, los términos “ecumenismo” y “diálogo” no contienen en sí nada que contradiga la enseñanza previa de la Iglesia: tal como los virus reales, estos términos permanecen inertes hasta que entran en contacto con algo que puedan infectar. Esta es la razón por la que los tradicionalistas pueden ser acusados de “disentir” del ecumenismo, pero sus acusadores son incapaces de articular con precisión qué es, exactamente, lo que en esta noción requiere nuestro asentimiento. Y ello es así porque esta noción no implica ninguna doctrina católica inteligible.

 Ilustración tomada de Father Z's Blog

Esto se demuestra fácilmente. Cualquier doctrina católica calza perfectamente en el esquema de frase “X significa que…”, en el cual X es esa doctrina católica. Así, la Inmaculada Concepción  significa que, desde el primer momento de su concepción la Santísima Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado original. Del mismo modo, la transubstanciación significa que, al momento de la Consagración, la sustancia del pan y del vino es, en su totalidad, milagrosamente convertida en la sustancia de Cristo, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de modo que no queda nada del pan y del vino sino sólo sus apariencias.

Si aplicamos nuestro esquema de frase al “ecumenismo”, sin embargo, nos topamos de inmediato con un callejón sin salida intelectual. La frase “ecumenismo significa que” no puede ser completada, tal como no puede completarse la frase “elefante significa que”. El ecumenismo, como un elefante, no puede ser definido como un concepto abstracto, sino que sólo puede ser descrito o mostrado, como en la frase “eso es un elefante”. El ecumenismo, como el elefante, es una cosa o, más bien, una colección de cosas conocidas como “actividades ecuménicas”. El ecumenismo es algo, ciertamente, tal como un elefante es algo. El ecumenismo es, según dicen, “un movimiento en pro de la unidad cristiana”. Pero los movimientos son, por su naturaleza misma, cosas contingentes y en perpetua mutación, y no se puede obligar a ningún católico a creer en un “movimiento” como si fuera una doctrina católica definible.

Lo anterior vale también respecto del “diálogo”. El diálogo no es una doctrina católica, sino el nombre que se da a un conjunto de actividades, a una serie de interminables conversaciones con diversos no-católicos que, hasta el momento, no han conducido a ninguna parte ni producido nada de valor, en tanto que ha llevado a los católicos a descender por la vía del compromiso.

 El Papa Francisco durante un encuentro ecuménico

Satanás entiende, mejor que otra creatura alguna, que el Magisterio no puede jamás enseñar el error. Pero, ¿qué pasa si los miembros humanos de la Iglesia pudieran ser inducidos a abrazar no-doctrinas y no-enseñanzas que causan confusión y división acerca del significado de las doctrinas propiamente tales del Magisterio? Estoy convencido de que esto es precisamente lo que ha ocurrido en la Iglesia postconciliar: los “virus” verbales han invadido el Cuerpo Místico, disfrazándose de doctrinas católicas a las que se espera que adhiramos. Y, con todo, nos damos cuenta de que no podemos prestarles adhesión, porque no tienen contenido doctrinal alguno, no son enseñanzas específicas que nos obliguen a prestar asentimiento a ninguna proposición definida. Aunque estos virus han sido capaces de infectar muchas células individuales del Cuerpo Místico, es decir, a miembros individuales de la Iglesia, no han podido alterar en realidad el Depósito de la Fe, porque tenemos la garantía divina de que la Iglesia jamás puede, oficialmente, enseñar el error.  

Si exploramos esta analogía un poco más, advertimos que un virus tiene ciertas características parecidas a los pseudo-conceptos con los que parece que estamos enfrentados en esta época postconciliar. Primero, el virus aparece de improviso, desde fuera del cuerpo, es decir, es extraño al cuerpo. Segundo, puede entrar con éxito al cuerpo sólo si hay una brecha que se le abre en el sistema inmunológico. Tercero, una vez que el virus entra, no añade nada a la vida del cuerpo, sino que causa sólo desorden y debilidad, haciendo incapaz al cuerpo para emprender actividades normales y vigorosas. Estos tres elementos están presentes en los virus verbales del “ecumenismo” y el “diálogo”.




[1] Esta conferencia en la adaptación de un artículo del autor que apareció primeramente en la revista The Latin Mass y posteriormente como un capítulo con el que el autor contribuyó al libro, escrito por varios autores, The Great Facade: the Regime of Novelty in the Catholic Church from Vatican II to the Francis Revolution (Angelico Press, 2015 [2002], 2ª. edición).
[2] Klaus Gamber, The Reform of the Roman Liturgy (New York: Una Voce Press and The Foundation for Catholic Reform, 1993, p. 43.
[3] L’Osservatore Romano, noviembre 9, 1984, texto conocido después como el Informe Ratzinger.
[4] El arzobispo Varela, para tomar un caso, reconoció que “La descomunal tarea evangelizadora y educativa de las órdenes religiosas… ha desaparecido totalmente en ciertas áreas o sectores. Sin duda, las razones de esta alarmante situación son numerosas y complejas. Sin embargo, lo que es cierto es que sus raíces más profundas se encuentran en la secularización al interior de la Iglesia, es decir, en el progresivo abandono de la Verdad de la fe en nuestras propias vidas y en nuestros deberes pastorales”. Ver “Sínodo Europeo: Los obispos comienzan a admitir la existencia de una crisis postconciliar”, UnaVoce.org.

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