El II Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile, que tuvo lugar el pasado mes de agosto, contó, según lo informáramos en su oportunidad, con la distinguida presencia del Sr. Christopher Ferrara, destacado abogado católico norteamericano y colaborador del periódico digital The Remnant. Creemos interesante para nuestros lectores la conferencia que dictó en esa ocasión, la que debido a su extensión publicaremos en varias entregas.
Christopher Ferrara durante su conferencia
***
VIRUS EN EL CUERPO DE CRISTO:
UN OBSTÁCULO PARA LA RESTAURACIÓN
ECLESIAL [1]
I.
INTRODUCCIÓN
El tema de esta
conferencia es la restauración eclesial. Sobre la necesidad de restauración
parece no haber ya desacuerdo entre nosotros, como no lo hay tampoco respecto
de que la recuperación de la integridad litúrgica de la Iglesia es central en
el proceso de restauración. Por primera vez en su historia la Iglesia se ha
visto sometida a una serie de desastrosas “reformas” litúrgicas que resultaron
ser, como lo ha dicho tan reconocidamente bien Klaus Gamber, “mucho más radicales que cualquiera de los
cambios litúrgicos llevados a cabo por Lutero… sobre todo los cambios
fundamentales que se hizo a la liturgia de la Misa”[2].
Pero no pensemos
que una restauración de la tradición litúrgica latina, aun cuando ocurriera de
modo general en la Iglesia, a diferencia de lo que hoy ocurre en unos pocos
oasis de sanidad litúrgica, constituiría una restauración de la comunidad eclesial
en su totalidad. Nada de eso. Después de cincuenta años de la crisis eclesial
que el Cardenal Ratzinger describió como un “continuo proceso de
descomposición”[3],
y cuando el actual Romano Pontífice propone con toda seriedad conmemorar
precisamente a Lutero y su rebelión contra el papado –que algunos denominan
“Reforma”-, debiera resultar obvio para cualquier observador razonable, como ya
lo ha sido para muchos no católicos, que la crisis es mucho más profunda
incluso que lo que ocurre con la liturgia.
Lo que hemos
presenciado en el último medio siglo es no solamente una revolución litúrgica
sino una revolución en el pensamiento mismo de la Iglesia en su aspecto humano,
una especie de explosivo acontecimiento lingüístico que ha abrumado a su
vocabulario tradicional y, con él, a su modo global de presentar la Fe tanto ad intra como ad extra. Este asombroso
proceso –que empequeñece, se podría decir, a la revolución litúrgica y sus
efectos- es el foco de mi conferencia.
Comenzaré
diciendo que el hecho histórico de que, durante el Concilio Vaticano II y
después de él, la búsqueda de nuevos caminos para “hablar al mundo”, ha
producido en la Iglesia una perplejizante colección de neologismos y frases cliché que carecen
absolutamente de la clásica precisión de la doctrina católica: “colegialidad”,
“diálogo”, “diálogo con el mundo”, “diálogo interreligioso”, “ecumenismo”,
“emprendimiento ecuménico”, “diálogo ecuménico”, “comunión parcial”, “comunión
imperfecta”, “diversidad reconciliada”, “Iglesia del Nuevo Adviento”, “nueva
primavera del Vaticano II”, “nuevo Pentecostés”, “nueva Evangelización”,
“civilización del amor”, “purificación de la memoria”, “paternidad
responsable”, “solidaridad”, “globalización de la solidaridad”, “espíritu de
Asís”, “lo que nos une es mayor que lo que nos divide”, y otras cosas por el
estilo. Durante el actual Pontificado se ha introducido otro atado de novedades
lingüísticas: “acompañamiento”, “discernimiento”, “familias heridas”, “el
tiempo es mayor que el espacio”, “Iglesia como poliedro”, “Dios de las
sorpresas”, etc.
Nunca antes en
su historia la actividad de la Iglesia había llegado a ser dirigida por eslóganes
y expresiones de modo que no están presentes en parte alguna del Magisterio
perenne. En consecuencia, nunca el mensaje de la Iglesia había sido tan
incierto, como incluso el Sínodo de los Obispos Europeos se vio forzado a
reconocer hace diecisiete años[4].
¿Cómo hay que entender este fenómeno?
Encuentro ecuménico de Asís de 1986
II.
LA
ANALOGÍA DEL VIRUS EN RELACIÓN CON “ECUMENISMO” Y EL “DIÁLOGO”
El Stedman’s Medical Dictionary define la
palabra “virus” como “un agente infeccioso que carece de metabolismo
independiente y es incapaz de crecimiento o reproducción separado de las
células vivas”. Es decir, un virus no es en sí mismo una cosa viva, sino una
mera partícula de ARN o ADN. Esta partícula no puede reproducirse a menos que
encuentre una célula viva cuyo mecanismo pueda usar para hacer copias de sí
mismo. Un virus tiene información suficiente sólo para reproducirse si
encuentra células que pueda infectar y poner a su servicio. De hecho, el único
objetivo de un virus es hacer copias de sí mismo.
Análogamente,
pues, yo diría que ciertos “virus” verbales han infectado el Cuerpo Místico de
Cristo. Estos virus son pseudo-conceptos,
que, como los virus reales, tienen un contenido informacional mínimo. Tal como
los virus planean entre la vida y la no-vida, estos pseudo-conceptos planean
entre el significado y el no-significado. Parece
que significan algo, pero si se los examina de cerca no tienen un significado
real. Tal como los virus son partículas de RNA o DNA más bien que células
completas, así también estos pseudo-conceptos son partículas de una idea que no alcanzan a ser un concepto abstracto
inteligible. Estos pseudo-conceptos virales en el Cuerpo Místico de Cristo,
igual que los virus reales, sólo existen para reproducirse, cosa que hacen
infectando los conceptos genuinos que
tienen significados precisos, es decir, las enseñanzas perennes del Magisterio.
Voy a examinar
aquí dos de estos virus verbales, los dos que me parece que han tenido los
efectos más devastadores en la Iglesia: “ecumenismo” y “diálogo”. Ambos son
característicos del actual Pontificado.
Lo que me
propongo sugerir es que, mediante la introducción de “ecumenismo”, “diálogo” y
varios otros pseudo-conceptos “virales” en el Cuerpo Místico, Satanás ha
encontrado el modo de confundir, dividir y causar caos en el elemento humano de
la Iglesia, sin que la Iglesia haya
impuesto jamás un auténtico error de doctrina, cosa que es imposible. Todo
lo contrario: los pseudo-conceptos en cuestión no pueden ser llamados errores
doctrinales como tales, porque no se los puede reducir a proposiciones cuyas
palabras pudieran contradecir alguna doctrina católica en existencia. De hecho,
los términos “ecumenismo” y “diálogo” no contienen en sí nada que contradiga la
enseñanza previa de la Iglesia: tal como los virus reales, estos términos
permanecen inertes hasta que entran en contacto con algo que puedan infectar.
Esta es la razón por la que los tradicionalistas pueden ser acusados de
“disentir” del ecumenismo, pero sus acusadores son incapaces de articular con
precisión qué es, exactamente, lo que en esta noción requiere nuestro
asentimiento. Y ello es así porque esta
noción no implica ninguna doctrina católica inteligible.
Ilustración tomada de Father Z's Blog
Esto se
demuestra fácilmente. Cualquier doctrina católica calza perfectamente en el
esquema de frase “X significa que…”, en el cual X es esa doctrina católica.
Así, la Inmaculada Concepción significa que, desde el primer momento
de su concepción la Santísima Virgen María fue preservada de toda mancha de
pecado original. Del mismo modo, la transubstanciación significa que, al momento de la Consagración, la sustancia del pan
y del vino es, en su totalidad, milagrosamente convertida en la sustancia de
Cristo, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de modo que no queda nada del pan y
del vino sino sólo sus apariencias.
Si aplicamos
nuestro esquema de frase al “ecumenismo”, sin embargo, nos topamos de inmediato
con un callejón sin salida intelectual. La frase “ecumenismo significa que” no
puede ser completada, tal como no puede completarse la frase “elefante
significa que”. El ecumenismo, como un elefante, no puede ser definido como un
concepto abstracto, sino que sólo puede ser descrito
o mostrado, como en la frase “eso es
un elefante”. El ecumenismo, como el elefante, es una cosa o, más bien, una colección de cosas conocidas como
“actividades ecuménicas”. El ecumenismo es
algo, ciertamente, tal como un elefante es
algo. El ecumenismo es, según dicen,
“un movimiento en pro de la unidad cristiana”. Pero los movimientos son, por su
naturaleza misma, cosas contingentes y en perpetua mutación, y no se puede
obligar a ningún católico a creer en un “movimiento” como si fuera una doctrina
católica definible.
Lo anterior vale
también respecto del “diálogo”. El diálogo no es una doctrina católica, sino el
nombre que se da a un conjunto de actividades, a una serie de interminables
conversaciones con diversos no-católicos que, hasta el momento, no han
conducido a ninguna parte ni producido nada de valor, en tanto que ha llevado a
los católicos a descender por la vía del compromiso.
El Papa Francisco durante un encuentro ecuménico
Satanás
entiende, mejor que otra creatura alguna, que el Magisterio no puede jamás
enseñar el error. Pero, ¿qué pasa si los miembros humanos de la Iglesia
pudieran ser inducidos a abrazar no-doctrinas y no-enseñanzas que causan
confusión y división acerca del significado de las doctrinas propiamente tales
del Magisterio? Estoy convencido de que esto es precisamente lo que ha ocurrido
en la Iglesia postconciliar: los “virus” verbales han invadido el Cuerpo
Místico, disfrazándose de doctrinas católicas a las que se espera que
adhiramos. Y, con todo, nos damos cuenta de que no podemos prestarles adhesión,
porque no tienen contenido doctrinal alguno, no son enseñanzas específicas que
nos obliguen a prestar asentimiento a ninguna proposición definida. Aunque
estos virus han sido capaces de infectar muchas células individuales del Cuerpo
Místico, es decir, a miembros individuales de la Iglesia, no han podido alterar
en realidad el Depósito de la Fe, porque tenemos la garantía divina de que la
Iglesia jamás puede, oficialmente,
enseñar el error.
Si exploramos
esta analogía un poco más, advertimos que un virus tiene ciertas
características parecidas a los pseudo-conceptos con los que parece que estamos
enfrentados en esta época postconciliar. Primero, el virus aparece de
improviso, desde fuera del cuerpo, es decir, es extraño al cuerpo. Segundo,
puede entrar con éxito al cuerpo sólo si hay una brecha que se le abre en el
sistema inmunológico. Tercero, una vez que el virus entra, no añade nada a la
vida del cuerpo, sino que causa sólo desorden y debilidad, haciendo incapaz al
cuerpo para emprender actividades normales y vigorosas. Estos tres elementos
están presentes en los virus verbales del “ecumenismo” y el “diálogo”.
[1] Esta conferencia en la adaptación de un artículo del autor que
apareció primeramente en la revista The
Latin Mass y posteriormente como un capítulo con el que el autor contribuyó
al libro, escrito por varios autores, The
Great Facade: the Regime of Novelty in the Catholic Church from Vatican II to
the Francis Revolution (Angelico Press, 2015 [2002], 2ª. edición).
[2] Klaus Gamber, The Reform of the
Roman Liturgy (New York: Una Voce Press and The Foundation for Catholic Reform,
1993, p. 43.
[3] L’Osservatore Romano, noviembre 9, 1984, texto conocido después
como el Informe Ratzinger.
[4] El arzobispo Varela, para tomar un caso, reconoció que “La
descomunal tarea evangelizadora y educativa de las órdenes religiosas… ha
desaparecido totalmente en ciertas áreas o sectores. Sin duda, las razones de
esta alarmante situación son numerosas y complejas. Sin embargo, lo que es
cierto es que sus raíces más profundas se encuentran en la secularización al
interior de la Iglesia, es decir, en el progresivo abandono de la Verdad de la
fe en nuestras propias vidas y en nuestros deberes pastorales”. Ver “Sínodo
Europeo: Los obispos comienzan a admitir la existencia de una crisis
postconciliar”, UnaVoce.org.
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