Presentamos a continuación a nuestros lectores la segunda parte y final del examen crítico sobre la Plegaria eucarística II del Novus Ordo Missae del Prof. Augusto Merino Medina. En esta segunda parte, el Prof. Merino aporta más antecedentes que contribuyen a la desmitificación respecto de muchos lugares comunes que, a menudo, se esgrimen en defensa de esta plegaria eucarística, la que suele presentarse, sin fundamento, como un rescate de una plegaria de gran antigüedad, la llamada Anáfora de San Hipólito.
II. La historia real del origen de la “plegaria eucarística II”.
Misa concelebrada
***
La Plegaría eucarística II (segunda parte)
Augusto Merino Medina
II. La historia real del origen de la “plegaria eucarística II”.
En
la compleja red de hipótesis, suposiciones y reconstituciones más o menos
afortunadas que rodean al vínculo entre la Plegaria eucarística II y la Anáfora de San Hipólito o Tradición Apostólica, lo único que está históricamente
establecido, con absoluta certeza, es el modo cómo se redactó dicha plegaria después del Concilio Vaticano II.
El
relato de su redacción lo hace uno de sus dos autores, Louis Bouyer (1913-2004)[1],
quien se reunió, a este efecto, con Dom Botte durante los trabajos que llevó a
cabo el Consilium. El interés de lo dicho por un actor y testigo tan calificado
servirá de excusa por lo extenso de la cita.
Louis Bouyer
Especialmente
invitado a la subcomisión encargada del misal, quedé petrificado cuando, al
llegar, descubrí los proyectos de una subcomisión preparatoria, inspirada
principalmente por Dom Cipriano Vagaggini, de la abadía de Brujas, y por el
excelente prelado Wagner, de Tréveris, quienes creían, con dichos proyectos,
evitar la moda, llegada de Holanda, de las eucaristías improvisadas con un
total desconocimiento de la tradición litúrgica, que se remonta a los orígenes
cristianos. No logro comprender en virtud de qué aberración estas excelentes
personas, bastante buenas como historiadoras y, por lo general, espíritus
razonables, pudieron llegar a sugerir semejante descuartizamiento y rearmado,
ambos igualmente desconcertantes, del Canon romano y otros proyectos que se
decía “inspirados” por Hipólito de Roma, pero no por ello menos disparatados.
Por mi parte, me dispuse a renunciar de inmediato y a volver a casa. Pero Dom Botte me convenció de permanecer, aunque no fuera más que a fin de lograr un mal menor.
Al
cabo, se respetó, más o menos, el Canon romano, y logramos producir tres
plegarias eucarísticas que, a pesar de intervenciones bastante verbosas,
recuperaban algunos trozos de gran antigüedad y de una riqueza teológica y
eucológica sin par, caídos en desuso desde la desaparición de los antiguos
ritos galicanos. Tengo en mente la anamnesis de la tercera plegaria
eucarística, y también lo que se pudo salvar de un ensayo, bastante logrado, de
adaptación al esquema romano de una serie de fórmulas de la antigua plegaria
llamada de Santiago, gracias a un trabajo del padre Gélineau, no siempre
igualmente bien inspirado.
Pero,
¿qué decir, en circunstancias que se hablaba de simplificar la liturgia y
hacerla volver a los modelos primitivos, de ese actus poenitentialis inspirado en el padre Jungmann (excelente
historiador del misal romano… pero que jamás en su vida celebró una misa
solemne)? Lo peor fue un inverosímil ofertorio, de estilo Acción Católica
obrero-sentimentaloide, obra del Abbé Cellier, quien manipuló, con medios a su
alcance, al despreciable Bugnini, a fin de hacer pasar su producto, no obstante
una oposición casi unánime.
Mons. Annibale Bugnini
Se
podrá tener una idea de las condiciones deplorables en que esta reforma a toda carrera fue despachada cuando
relate ahora cómo se amañó la segunda plegaria eucarística. Entre, por una parte,
los fanáticos que querían arqueologizar a toda costa, y que hubieran querido suprimir de la plegaria
eucarística el Sanctus y las
intercesiones, tomando tal cual la eucaristía de Hipólito y, por otra parte,
algunos que se burlaban no poco de la pretendida Tradición Apostólica, y que
deseaban solamente una misa como fuera, se nos encargó a Dom Botte y a mí,
¡para el día siguiente!, reacomodar su texto de modo de introducir en él ciertos
elementos más antiguos. Por casualidad descubrí en un escrito, si no del mismo
Hipólito, al menos de su estilo, una feliz fórmula sobre el Espíritu Santo que
podía servir de transición, al estilo de Vere
Sanctus, a la breve epíclesis. Botte, por su parte, fabricó una intercesión
más digna de Paul Reboux y de su A la
manière de… que de su propia ciencia. ¡Pero me es imposible releer esta
composición inverosímil sin volver a pensar en la terraza de la trattoria del
Trastevere, donde tuvimos que trabajar a la rápida en nuestro cometido, a fin
de estar listos para presentarnos con él en la Puerta de Bronce, a la hora señalada
por nuestros mandantes![2].
En
resumen, como lo narra Bouyer, la Plegaria eucarística II es el resultado,
logrado a la carrera y sin ninguna meditación o ponderación, de un ensamblaje
de ideas, algunas inspiradas en la apócrifa obra atribuida a un discutido autor
del siglo IV conocido por uno de los dos redactores, que se barajaron por sólo dos
personas sobre la mesa de una trattoria del Trastevere romano durante la sobremesa, a fin de evitar
que se aprobara algo peor por el Consilium dirigido por el "despreciable" (méprisable en el original) Annibale Bugnini.
El
caso es, sin lugar a dudas, absolutamente sorprendente e impactante. Y, por
cierto, son poquísimos en la Iglesia de hoy quienes conocen estos escandalosos
entretelones, cuya veracidad histórica está sólidamente establecida con el
texto de Bouyer citado anteriormente. Mientras, el pueblo fiel es adoctrinado
en la idea de que esta Plegaria eucarística es de una venerable antigüedad,
lo cual es enteramente falso. Y quizá sea mejor que nunca se divulguen demasiado estas barbaridades, a fin de no escandalizar.
Estatua hallada en Roma y que se cree por algunos representa a San Hipólito
Vale
la pena reproducir un párrafo más de Louis Bouyer sobre la misma materia.
Después de todo esto, no hay motivo para asombrarse de que, por sus increíbles debilidades, el aborto que produjimos estuviera destinado a suscitar risa o indignación…, hasta el punto de hacer olvidar numerosos elementos excelentes que, a pesar de todo, él conlleva, los que sería una lástima que la revisión, que tarde o temprano terminará por imponerse, no pusiera a salvo, como perlas perdidas […][3].
El
momento de la revisión, previsto por alguien tan experto e interiorizado en el
tema como el padre Bouyer, no ha llegado todavía, según todos los indicios.
Pero, si hemos de prestar atención a su opinión, llegará. Tarde o temprano.
[1] El P. Louis Bouyer, de la Congregación del Oratorio, es quizá el principal responsable
de la nueva teología que se expresa en la Misa del Novus Ordo por las opiniones,
expresadas en su libro La vie de la liturgie (París, Editions du Cerf, 1960),
que recogen ideas de un libro escrito en 1930 por el ecumenista luterano sueco
Yngve Brilioth (véase Cekada, Anthony, Work of Human Hands. West Chester, OH, SGG
Resources, 2010, p. 35 y passim). Con
todo, consumada la reforma de la Misa a fines de la década de 1960, el P.
Bouyer se manifestó extraordinariamente crítico de lo que se había logrado en
esta materia (ver nota 4 más adelante).
[3] Bouyer, Mémories, cit., p. 200.
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