Les ofrecemos hoy la segunda parte de la ponencia presentada por el Rvdo. Andrés Chamorro de la Cuadra, miembro de la Comisión Doctrinal y ex Rector del Seminario de la Diócesis de San Bernardo, en el II Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile, celebrado en agosto de 2016 para festejar el quincuagésimo aniversario de nuestra Asociación.
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Santa Misa, verdadero Sacrificio: sus fines y sus frutos
Rvdo. Andrés Chamorro
1. Los fines y frutos de este Sacrificio[1]
Si la Misa es sacrificio, ha de tener todas las finalidades que por su esencia corresponden a todo sacrificio, lo que no rebaja el valor del sacrificio de Cristo en la Cruz, como sostienen los protestantes, porque lo que hace es actualizar y aplicar el valor meritorio de la satisfacción sobreabundante de Jesucristo.
La
enseñanza constante de la Iglesia, fundada en la Escritura y la Tradición
apostólica afirma cuatro fines en la Misa: latréutico, eucarístico,
propiciatorio e impetratorio. Es necesario definirlos adecuadamente para
conocer su eficiencia.
(a) El
fin latréutico es la adoración y el
culto que se le debe a Dios como Creador, Conservador y Gobernador de todo lo
creado. Comporta el acto de la virtud de la religión que es esencial y primario en todo
sacrificio.
(b) El
fin eucarístico es el agradecimiento
a Dios que se le debe en justicia en cuanto autor de todos los innumerables
beneficios que nos dispensa; y esta finalidad es también esencial al sacrificio
en cuanto es un obsequio a Dios.
(c) La
tercera finalidad admite a su vez tres dimensiones inseparables entre sí, que
sin embargo se distinguen. El pecado es una ofensa a Dios que exige una
penitencia interna en cuanto detestación de dicha ofensa; pero además, en
justicia, requiere una reparación de la injuria cometida, por eso el sacrificio
se llama satisfactorio en cuanto
ofrece una compensación conveniente y proporcionada a Dios; se llama propiciatorio en cuanto pretende hacer
a Dios propicio, es decir, que haga desaparecer el rechazo divino hacia el
pecado y el pecador; y el sacrificio se llama expiatorio en cuanto quiere destruir el impedimento para la unión y
amistad con Dios en la persona del pecador.
(Imagen: Radio Cristiandad)
La Misa tiene estos cuatro fines y con un valor infinito en razón de que es una acción de Cristo como sacerdote o causa principal; el sacerdote ministerial es causa instrumental que no puede desvirtuar o disminuir este valor. Y también la Misa tiene valor infinito en razón de la víctima ofrecida que es el mismo Cristo.
En razón del Sacerdote principal y de la Víctima, la eficacia de la Misa para obtener sus fines esenciales puede decirse que es ex opere operato, es decir, en virtud de la misma acción realizada. Sin embargo, esta eficacia puede quedar limitada por razón del sujeto o término a que se refieren sus fines.
Los fines latréutico, eucarístico y propiciatorio que tienen por término a Dios a quien se adora, se agradece y se hace propicio, son de eficacia infinita y no quedan limitados por las criaturas.
Pero cuando los fines se refieren a los hombres, por su misma naturaleza no pueden alcanzar un efecto o valor infinitos. Tal es el caso del fin impetratorio de dones y gracias, del fin expiatorio de los pecados y del fin satisfactorio de las penas temporales debidas a los pecados ya perdonados en cuanto a las culpas, ya sea en esta vida o en el Purgatorio.
Las razones de esta eficacia finita son tres:
(a) La
capacidad finita del sujeto a que refieren estos tres fines (imperatorio,
expiatorio y satisfactorio).
(b) La
práctica de la Iglesia que ofrece o hace ofrecer multiplicidad de Misas para
obtener un determinado fin expiatorio de pecados, o impetratorio de una misma
gracia, o en sufragio de un mismo difunto. Con lo cual da a entender que estos
frutos se consiguen, con cada Misa, en manera limitada.
(c) La
razón última tiene que buscarse en la voluntad de Cristo que así lo quiso al
instituir este sacrificio. Y así como los sacramentos, que son acciones de
Cristo, obtienen su fruto de una manera limitada en el sujeto que los recibe,
lo mismo hay que pensar de los frutos de la misa.
Aunque
algunos fines o frutos de la Misa sean de este modo limitados en un sujeto por
lo que se aplican, no por ello los frutos de la Misa se limitan a pocos
sujetos, como acción sacrificial de Cristo, tiene capacidad para extender su
acción y eficacia de una manera indefinida. Así, la Misa no disminuye su
capacidad o eficacia fructífera porque sea oída o aplicada por muchos.
(Imagen: Wikimedia Commons)
Los
frutos de la Misa alcanzan a diversos sujetos:
(a) A
toda la Santa Iglesia, es decir, a todos los fieles cristianos vivos y
difuntos: se llama fruto general.
(b) A
todos los están presentes en una Misa, han procurado que se celebre o ayudan en
ella: se llama fruto especial.
(c) Al
mismo sacerdote celebrante en cuanto ha realizado el acto voluntario de
celebrarla y en cuanto es una acción sacrificial instrumental: se llama fruto
especialísimo.
(d) A
quien o a quienes el sacerdote ministerial ha querido aplicar una determina
intención, en cuanto es dispensador de los ministerios de Dios y pertenece a su
ministerio el ofrecer el Sacrificio: se llama fruto ministerial[2].
Finalmente, hay que tener presente que, como en todos los sacramentos, quienes asisten a Misa recibirán mayor intensidad de sus frutos, o más perfectamente, según las disposiciones internas con las que se encuentren. Etas disposiciones no se refieren solamente a las necesarias para recibir este Sacramento en la Comunión, sino también y antes en el Sacrificio mismo que tiene su momento esencial en la transubstanciación o consagración; y que se pueden sintetizar en el ejercicio actual de las virtudes teologales y de la virtud de la religión, a la que pertenece la oración y el sacrificio u ofrenda personal a Dios, en unión a los fines de la Misa.
Terminemos
escuchando la voz del Doctor Angélico que nos muestra el grandísimo amor de
nuestro Señor Jesucristo por nosotros en este Santísimo Sacramento: "Mientras tanto, sin embargo, no ha querido
privarnos de su presencia corporal en el tiempo de la peregrinación, sino que
nos une con él en este sacramento por la realidad de su cuerpo y de su sangre.
Por eso dice en Jn 6, 57: Quien come mi
carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Por tanto, este
sacramento es signo de la más grande caridad y aliento de nuestra esperanza,
por la unión tan familiar de Cristo con nosotros"[3].
(Imagen: Radio Cristiandad)
[1] Cfr. NICOLAU, M., Nueva Pascua de la Nueva Alianza (Santiago, Ediciones
Studium, 1973), pp. 179-215.
[2] Es respecto de este fruto ministerial o aplicación de la intención de
la Misa, como suele denominársele, que se ha puesto un interrogante en la
época contemporánea y que se refiere a la dimensión canónica de estos conceptos
teológicos, y que aquí solamente menciono brevemente: la
problemática de las llamas Misas de “intención colectiva. Se trata de una práctica que comenzó después del Concilio Vaticano II en algunos países, especialmente
latinoamericanos en razón de la escasez de sacerdotes y otros motivos. Pero fue
clarificado canónicamente sólo en el año 1991
por la Santa Sede mediante un Decreto (cfr. Congregación del Clero,
Decreto Mos lugiter, de 22 de febrero de 1991, el que se reproduce como anexo). En el Código de Derecho
Canónico de 1983 permanece la norma tradicional de que por cada Misa que se
celebre el sacerdote puede aplicarla por una intención con un solo estipendio.
Las Misas “colectivas” son aquellas que con una sola Misa se satisfacen las
intenciones de varias personas oferentes. En el referido decreto se precisa que esas personas deben de estar de
acuerdo y así solicitarlo, y el sacerdote sólo puede recibir el dinero
correspondiente al monto de un estipendio y el resto se ocupará según los fines
establecidos por el Ordinario propio. Este tipo de Misas sólo está permitido
celebrarlas dos veces a la semana en un mismo lugar. Teológicamente, esto es
posible, según lo dicho más arriba, en razón de la extensión indefinida del
valor de la Misa. No es el caso de la limitación de algunos frutos en razón de
la limitación del sujeto por quien se ofrece.
[3] Summa Theologica, III, q. 75, a. 1 in c.
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