Monseñor Robert Hugh Benson (1871-1914) fue el hijo menor de Edward White Benson (1829-1896), Arzobispo (anglicano) de Canterbury entre 1883 y 1896, y hermano menor de los también escritores Arthur Christopher (1862-1925) y Edward Frederic Benson (1867-1940). Benson estudió Teología Clásica en el Trinity College de la Universidad de Cambridge desde 1890 hasta 1893. En 1895 fue ordenado sacerdote de la Iglesia de Inglaterra por su padre, el ya mencionado Edward White Benson, quien era por entonces la cabeza religiosa de la Iglesia anglicana. Su padre murió repentinamente al año siguiente y Benson fue enviado a un viaje al Medio Oriente para recuperar su salud. Estando allí, comenzó a cuestionar el estatus de la Iglesia de Inglaterra y a considerar cuán plausible resultaba la doctrina enseñada por la Iglesia católica. Su pensamiento se volvió hacia la High Church y comenzó a explorar la vida religiosa en varias comunidades anglicanas, obteniendo permiso para unirse a la Comunidad de la Resurrección.
Esta búsqueda espiritual acabó el 11 de septiembre de 1903 con la recepción de Benson en la Iglesia católica, acto que no estuvo exento de polémica por tratarse de uno de los hijos de uno de los Arzobispos de Canterbury del período victoriano. Al año siguiente fue ordenado sacerdote y destinado a Cambridge para el ejercicio de su ministerio pastoral. Paralelamente continúo con su quehacer literario. Su proceso de discernimiento está descrito en Confesiones de un converso (Confessions of a convert), publicado en 1913. Dos años antes había recibido el nombramiento de Chambelán de Su Santidad, asociado el título honorífico de monseñor. A la obra de autor inglés está dedicado el sitio chileno Bensonians.
Esta búsqueda espiritual acabó el 11 de septiembre de 1903 con la recepción de Benson en la Iglesia católica, acto que no estuvo exento de polémica por tratarse de uno de los hijos de uno de los Arzobispos de Canterbury del período victoriano. Al año siguiente fue ordenado sacerdote y destinado a Cambridge para el ejercicio de su ministerio pastoral. Paralelamente continúo con su quehacer literario. Su proceso de discernimiento está descrito en Confesiones de un converso (Confessions of a convert), publicado en 1913. Dos años antes había recibido el nombramiento de Chambelán de Su Santidad, asociado el título honorífico de monseñor. A la obra de autor inglés está dedicado el sitio chileno Bensonians.
Robert Hugh Benson a los 40 años (1912)
(Foto: Wikimedia Commons)
Señor del mundo (Lord of the World) es una de las obras más famosas escritas por Benson y apareció publicada por primera vez en 1907. Se trata de una novela de ciencia ficción distópica (nombrada a veces junto a Un mundo feliz de Adolf Huxley y 1984 de George Orwell como los mejores exponentes de este género) cuyo argumento gira en torno al reinado del Anticristo y el fin del mundo. Ella ha recibido elogios públicos de diversas personalidades, entre las que se cuentan Dale Ahlquist, Joseph Pearce, Joseph Ratzinger y el papa Francisco. En apretada síntesis, la novela presenta al Anticristo (Julian Felsenburgh) que viene representado como un líder político elegante, moderado, que habla de paz y de unidad, y que seduce a las masas hasta la idolatría, mientras paralelamente persigue y acosa a la Iglesia hasta llegar a bombardear Roma para destruirla. Su rival es el Rvdo. Percy Franklin, físicamente muy parecido, quien acaba convertido en Silvestre III, el último Papa, a quien toca presenciar el Juicio Final. Ciertamente, Señor del mundo es una lectura muy recomendable en estos tiempos.
En esta entrada queremos compartir con nuestros lectores la descripción que se hace en dicha novela de la Misa de Silvestre III, el papa que debe presenciar, con la Iglesia reunida en concilio en Tierra Santa, la Venida de Cristo como Juez Supremo. Así relata Robert Hugh Benson la piedad con que el Santo Padre renueva el Santísimo Sacramento del altar:
El talante de Silvestre III en su Misa no era ostentoso en lo más mínima. Se movía prestamente como cualquier joven sacerdote, su voz era llana y baja, su paso ni veloz ni pomposo. De acuerdo a la tradición, empleaba media hora justa ab amictu ad amictum; y aun en esta vacía capillita se observaba que tenía los ojos bajos. Y sin embargo, el sirio no le ayudaba en la Misa jamás sin un tremor que se parecía un poco al miedo; y no era sólo el conocimiento de la tremenda dignidad del celebrante; era, aunque ciertamente él no lo hubiera expresa así, como el aroma de una emoción profunda desde el cuerpo revestido, que lo afectaba físicamente: una entera falta de autoconciencia, y en su lugar la conciencia de otra Presencia; y una precisión de gestos aun en los pormenores que sólo podía resultar de un recogimiento total. Aun en Roma, en aquellos lejanos días, era un espectáculo ver al Padre Franklin decir Misa; y los seminaristas en las vísperas de su ordenación era enviados a veces a esa Misa para que aprendiesen las rúbricas.
Diego de la Cruz, La Misa de San Gregorio (antes de 1480)
(Imagen: Wikimedia Commons)
Nota de la Redacción: La cita ha sido tomada de Benson, R. H., Señor del mundo, Barcelona Stella Maris, 2015, p. 252.
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