Muchos consideran la capucha como una prenda privativa de los monjes. Sin embargo, la indumentaria específica de ellos era (y es) el escapulario o la cogulla. Conviene, entonces, contar algo de la historia del hábito religioso y su evolución, en especial en relación con la capucha y otros tocados clericales, además de las prendas de abrigo.
Monje benedictino (grabado de Wenceslao Hollar, S. XVII)
(Imagen: El nombre de la rosa)
Como no podía ser de otra manera, el hábito religioso proviene de la vestimenta usada por la sociedad civil cristiana de los primeros siglos, compuesto de túnica, manto o capa. Reducido a la mayor sencillez, constituyó el hábito de las personas que se consagraban a la vida ascética, retirada, y aún se prescindió del manto (distintivo de los filósofos) en la vida doméstica u ordinaria. Al abrazar algunos la vida común, reunidos en monasterios ya desde el siglo IV, y, sobre todo, al establecerse con más regularidad la vida monacal bajo la regla de san Benito en el siglo VI, quedó constituido el hábito religioso o hábito regular de los monjes con las siguientes piezas:
(a) La túnica o hábito propiamente dicho, que es la vestidura talar (que llega hasta los talones) de lana derivada del antiguo traje secular.
Hábito cartujo (grabado de Wenceslao Hollar, S. XVII). En la ilustración se aprecian la túnica, el escapulario y la capucha como componentes del hábito
(Imagen: Wikimedia Commons)
(b) El escapulario (con o sin capuchón para la cabeza), nombre con el que se denomina una prenda rectangular que cae por delante y por la espalda, hasta casi el borde de la túnica. Recuerda el paño que se solía poner sobre los hombros para llevar cargas, pues representa el yugo de Cristo. En algunas órdenes, el escapulario forma parte de la indumentaria de trabajo.
Escapulario cisterciense (sin capucha)
(Foto: Wikimedia Commons)
(c) La correa o cíngulo para sujetar la túnica, sobre todo en las marchas y en el trabajo, del que deriva aquel que ciñe el alba del sacerdote cuando se reviste para celebrar la Santa Misa.
(d) La cogulla o colobio, amplia túnica, con pliegues longitudinales y provista de grandes mangas y de capuchón que se lleva en los actos de vida comunitaria, tales como las reuniones capitulares y el rezo de la liturgia de las horas, vistiéndola sobre las demás piezas y que parece provenir de la penula viatoria o del capote de los campesinos. De estas vestimentas, el uso religioso evolucionó hacia dos direcciones. La una llevó, en parte, a la casulla litúrgica, mientras que la otra desembocó en el hábito del coro de los monjes. La cogulla es un signo de libertad que tiene el religioso respecto de la esclavitud del demonio.
Cogulla de un monje benedictino
Con el trascurso de los siglos, la Iglesia fue disciplinando la indumentaria eclesiástica. Ella quedó así dividida en tres grupos: el hábito religioso, el traje eclesiástico y los ornamentos sagrados. Los primeros son peculiares de las personas consagradas al divino servicio en los monasterios o conventos; el segundo comprende las vestiduras usuales y propias del clero secular en la sociedad, con mayor o menor grado de solemnidad, y los últimos pertenecen a éste cuando actúa como ministro del culto en sus funciones sagradas. Del traje eclesiástico y de los ornamentos hemos tratado ya en anteriores entradas.
Pero volvamos a la capucha. Ella era habitual entre las ropas de los laicos y, por tanto, fue también un elemento característico entre el clero secular. Dichos clérigos llevaban la capucha no en el hábito talar, sino en la muceta (sobre esta prenda, véase la entrada que sobre ella publicamos en su momento). La muceta sobre los hombros era una prenda de abrigo, que podía usar cualquier clérigo y solía tener una capucha. Esta costumbre de la capucha en el clero secular llegó hasta el siglo XX. De ahí que la muceta de los cardenales tuviese capucha, así como la de los Papas, y que unos y otros la llevasen aunque no pertenecieran al clero secular. Pero es verdad que, más allá de la Edad Media, muchas mucetas muestran unas capuchas exiguas que ya no hubiera sido posible ponerlas sobre la cabeza.
S.E.R. Mons. Ángel Suquía con una muceta con capucha
El deseo de que las vestiduras de los sacerdotes fueran enteramente clericales, trajo consigo que los sombreros tuvieran formas y hechuras propias. La forma de cubrirse la cabeza los eclesiásticos siempre había sido por antonomasia la capucha, tanto entre el clero regular como secular. Pero ya en la Edad Media se abrieron paso los gorros académicos o los civiles entre los eclesiásticos, frente a la capucha que parecía demasiado monástica y primitiva. Pero siempre se luchó por parte de las diócesis para que los gorros eclesiásticos tuvieran una hechura propia y no fueran iguales que los usados por los laicos. Aunque siempre había clérigos a los que les gustaba ponerse gorros que fueran más con la moda civil porque les parecían más elegantes.
Misa solemne en el rito dominicano, en el cual los ministros, en lugar de birreta, se cubren la cabeza con la capucha del hábito
(Foto: To God, about God/Latin Mass Society of San Francisco)
Los sombreros eclesiásticos evolucionaron a raíz de dos modelos diversos. Un modelo procedía de las gorras académicas, y de allí surgió la birreta, el birrete o bonete (sobre la birreta, véase lo que en su momento dijimos de ella aquí y aquí). Otro modelo procedía de tipos de sombreros más parecidos a los civiles, y de ahí surgieron diversos tipos de sombreros con ala plana, redonda o rectangular, tales como la teja o saturno y el galero (también había otros, como el tricornio o la gorra). El solideo (véase aquí la entrada respectiva) es la evolución de un gorro que cubría la cabeza desde la frente a la nuca. La función era preservar del frío, como todavía el camauro papal (caído en completo desuso luego de San Juan XXIII, pero rescatado brevemente por Benedicto XVI), pero poco a poco se hizo de él una prenda constante. Al llevarlo en toda estación, con el pasar de las generaciones, se fue haciendo más ligero para que no diera tanto calor, llevándolos de lana en invierno.
S.S. Benedicto XVI llevando la teja o saturno
(Foto: muyhistoria.es)
S.S. Benedicto XVI llevando el camauro
(Foto: ratzingerganswein.blogspot.com)
La vestidura de abrigo por excelencia era la muceta sobre los hombros, pero si hacía más frío se llevaba la capa. Cuando los abrigos aparecieron, muchos fueron arrinconando la capa. Pero para que el abrigo no fuera igual que el de los laicos, se diseñó de forma que llegara hasta el borde de la sotana, llamándose este abrigo dulleta. Sin embargo, la capa y la dulleta coexistieron. En España, la capa daba una vuelta colocándose sobre el hombro, y podía vestirse sobre la dulleta. Esta capa más larga se designaba con el nombre de manteo, la cual se confecciona con paño fino sin forro, ruedo de circunferencia completa, sin cuello ni gancho, atado con fiador de borlas o cintas de seda, con vistas de seda o satinadas. El ferraiolo, ferraiuolo o ferraiuolone se parece mucho al manteo, aunque no es tan amplio, no lleva fiador sino cintas, y tiene un amplio cuello duro rectangular que se abate sobre la espalda. No encaja exactamente con el uso del manteo español, pues si bien ambos son prendas de etiqueta, el manteo puede vestirse también como prenda de calle.
Sacerdote español de dulleta
Sacerdotes españoles de manteo
Como fuere, en España la esclavina (sobre esta prenda, véase aquí lo que sobre ella dijimos en su momento) era muy común y reemplazaba ventajosamente al manteo durante el tiempo estival. Fuera de España, por el contrario, era poco común. Los franceses llevaban una muceta corta, con botones. En Italia es desconocida, salvo para los clérigos del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote. En los Estados Unidos se conoce como shoulder cape, más parecida a la esclavina de la zimarra y desde luego sin la amplitud, el largo, el fiador y las vueltas de raso que ennoblecen a la esclavina hispana. Aparte de ser elegante y fresca, cubría las inevitables manchas de transpiración y también ocultaba el bulto que la billetera hacía en el bolsillo del pecho y permitía llevar discretamente al cuello la bolsa con el Santísimo para visitar a los enfermos.
Sacerdote español con esclavina sobre la sotana
En toda esta evolución de los trajes eclesiásticos, la costumbre era que cuando una persona se ordenaba como clérigo, a partir de ese momento, todas sus vestiduras eran clericales. Manifestando de forma externa y visible la consagración total a Dios del propio ser, de la propia vida, de todos los pensamientos y deseos. Por eso, desde la recepción de la orden menor de la tonsura todas las vestiduras debían ser clericales, cambiando incluso la fisonomía del nuevo clérigo. La tonsura era el signo de esta mentalidad. El sacerdote no sólo llevaba ropas sacerdotales, sino que incluso sus cabellos llevaban el signo de la consagración (por ejemplo, se afeitaba la barba y el bigote).
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