El Papa es el Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores durante los siglos venideros. Como tal es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra. De ahí que Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia, se refiriese a él como "il dolce Cristo in terra", el dulce Cristo en la tierra (Carta 196, según la edición de su epistolario editado por Piero Misciatelli, III, p. 211).
En virtud de su función, el Santo Padre goza de una potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente (canon 331 CIC). Dado este carácter, ostenta los siguientes títulos: Obispo de Roma, Vicario de Cristo, Sucesor del príncipe de los Apóstoles, Pontífice supremo de la Iglesia universal, Primado de Italia, Arzobispo metropolitano de la Provincia Romana y Siervo de los siervos de Dios. Hasta 2006, el Papa era también el Patriarca de Occidente. Junto con esta función de Cabeza de la Iglesia, ostenta asimismo poder temporal como Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano desde los Tratados de San Juan de Letrán (1929).
En virtud de su función, el Santo Padre goza de una potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente (canon 331 CIC). Dado este carácter, ostenta los siguientes títulos: Obispo de Roma, Vicario de Cristo, Sucesor del príncipe de los Apóstoles, Pontífice supremo de la Iglesia universal, Primado de Italia, Arzobispo metropolitano de la Provincia Romana y Siervo de los siervos de Dios. Hasta 2006, el Papa era también el Patriarca de Occidente. Junto con esta función de Cabeza de la Iglesia, ostenta asimismo poder temporal como Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano desde los Tratados de San Juan de Letrán (1929).
El papa Francisco durante la celebración de la Santa Misa del Domingo de Resurrección de 2013
(Foto: Secretum meum mihi)
Pues bien, así como ocurre con los sacerdotes y obispos, el Papa tiene algunos ornamentos, insignias y elementos materiales de la liturgia que le son propias. Entre los principales se cuentan la falda y el manto papal, el subcinctorio, el fanón, la tiara, la silla gestatoria, los flabelos, el anillo del pescador y las mulas. Junto a ellos, hay ciertas vestimentas que comparte con los obispos, pero que en el Sumo Pontífice tienen una caracterización particular. Con todo, la mayoría de todos ellos han caído en desuso después del Concilio Vaticano II y de la reforma de las vestimenta de los cardenales y obispos.
Comenzamos hoy una nueva serie dedicada a estos ornamentos e insignias que históricamente ha usado el Santo Padre, así como a las particularidades de su vestimenta.
Comenzamos hoy una nueva serie dedicada a estos ornamentos e insignias que históricamente ha usado el Santo Padre, así como a las particularidades de su vestimenta.
La falda papal
La falda o fimbria es una larga y ancha falda de seda blanca, sujeta mediante cintas, con cola, muy amplia, y que cae sobre los pies por todos los lados por encima del roquete y bajo el alba. Este paramento es mencionado en la toma de posesión de San Pío V en 1556. Originalmente, la falda podía estar confeccionada de de seda o de lana según la estación, pero esta última quedó obsoleta y desde León XIII se usó exclusivamente la de seda. Su utilización comienza a disminuir con San Juan XXIII, para desaparecer completamente con el beato Pablo VI, quien nunca la vistió.
C. Valara, Encuentro entre Carlos V y Paulo III, Museo de Busseto
El uso de la falda estaba reservado para las funciones pontificales, vale decir, aquellas en las que el Papa está revestido solemnemente con manto papal o casulla. Existían dos clases de faldas: la mayor que llegaba al suelo se extendía medio metro adelante y un metro veinte detrás en amplísima cola; y la menor o consistorial que se usaba en los consistorios secretos, en las Misas rezadas con cierta solemnidad o en los oficios penitenciales, y que sólo se extendía veinticinco centímetros por delante y medio metro por detrás. Las cintas que ajustan la falda consistorial podían ser blancas o rojas, dependiendo del color litúrgico.
Siendo imposible para el Papa desplazarse sin ayuda cuando estaba revestido de la falda pontifical, la sostenían varios prelados: (i) la parte anterior era sostenida antes de la ceremonia por dos protonotarios apostólicos, a los que substituían durante la función litúrgica los dos primeros auditores del Tribunal de la Sagrada Rota Romana; (ii) los costados eran sostenidos siempre dos chambelanes papales; y (iii) el extremo posterior lo levantaba el Príncipe Asistente al Solio Pontificio (cargo que ocupaban dos miembros de las familias Colonna y Orsini respectivamente, como representantes de la Nobleza Romana, designados desde los tiempos de Julio II y que se turnaban anualmente junto al Trono papal durante los oficios). Cuando el Papa se sentaba, ponía los pies sobre el forro interno de la falda y los encargados de llevarla lo cubrían de modo que, además de su persona, quedase completamente cubierto el primer escalón del trono.
San Juan XXIII sentado al trono con falda papal
El origen de la fimbria papal está vinculado al uso del gran manto que lleva el Romano Pontífice en las solemnidades. Para los funerales del Papa, se usaba igualmente para envolver el cuerpo. Para Mario Righetti (1882-1975), en cambio, la falda es una derivación del subcinctorio. A su juicio, después de haber perdido su significado primitivo, aquél se transformó en un simple y extraño ornamento, con forma de gremial, que ya en el siglo XV era de uso exclusivo del Papa.
También el Patriarca de Lisboa, título que desde 1716 va anejo al Arzobispo de dicha ciudad portuguesa, tenía el privilegio de usar este paramento, flabelos, fanón y una mitra-tiara. En su caso, empero, se trataba de una falda de seda de color rojo.
También el Patriarca de Lisboa, título que desde 1716 va anejo al Arzobispo de dicha ciudad portuguesa, tenía el privilegio de usar este paramento, flabelos, fanón y una mitra-tiara. En su caso, empero, se trataba de una falda de seda de color rojo.
S.E.R. Antonio Mendes Belo, Patriarca de Lisboa, con la falda y flabelos
El manto papal
De color rojo, el manto papal (mantum) constituía desde el siglo XI, junto con la tiara, las insignias características de la dignidad pontificia, carácter que hoy reviste el palio y el anillo de pescador según el Ceremonial de la Santa Misa de inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma. La imposición de esta capa (immantatio) tenía lugar inmediatamente después de la elección, a diferencia de los otros que se postergaban hasta su coronación. Una vez elegido el nuevo Papa y aceptado el cargo, los doseles de los cardenales electores se plegaban, en signo de que a partir de ése momento el único soberano (y, por ende, el único con derecho a dosel) era el nuevo Obispo de la Iglesia de Roma, a quien se prestaba enseguida manifestación de obediencia tras su primer acto desde la Cátedra: escucha la palabra de Dios contenida en el Evangelio (Mt 16, 13-19 o Jn 21, 15-17 o Jn 21, 15-17) que proclama un cardenal diácono. De ahí la fórmula usada luego para la coronación: "Investio te de papatu romano ut praesis urbi et orbi". Ella era, entonces, una ceremonia de muchísima importancia dentro del ceremonial pontificio. Así, por ejemplo, en el cónclave de 1159, mientras el cardenal Rolando Bandinelli (Alejandro III), legítimamente elegido, dudaba sobre aceptar o no el pontificado, habiendo el cardenal Octaviano, candidato imperial, tomado por su cuenta el manto papal, el concilio de Pavía de 1160 se declaró a favor de este último precisamente por ese gesto. El manto viene mencionado en la Divina Comedia (Infierno, XIX, 67/69) y cayó en desuso durante el destierro de Aviñón (1309-1377), pero volvió a ser utilizado posteriormente.
Con los siglos, el color del manto fue tanto blanco como rojo, los dos colores habituales de la vestimenta papal. Comportaba una capa amplísima, confeccionada en una tela de gran calidad y ricamente decorada, con una longitud mayor que la estatura del Papa. De hecho, su amplitud hacía necesario que dos cardenales diáconos como caudatorios sostuvieran los extremos mientras el Papa se desplazaba. Cuando éste se arrodillaba lo hace sobre un cojín y apoyando los brazos sobre el faldistorio (véase lo dicho en esta entrada sobre este elemento de la liturgia pontifical), el cual es cubierto por el maestro de ceremonias con las extremidades del manto.
Su uso quedaba reservado para los casos en que el Sumo Pontífice asistía en el trono a las funciones pontificales celebradas por un cardenal, revistiéndose entonces con el manto papal rojo o blanco. Para las ceremonias de carácter privado, en cambio, se usaba la capa pluvial. Durante el cortejo papal, el Santo Padre vestía el manto desde la sala de paramentos hasta la basílica donde celebraba.
El último que llevó el manto papal de manera habitual fue el beato Pablo VI. Al igual que otros ornamentos litúrgicos no fue abolido, pero cayó en desuso y fue reemplazado por la capa pluvial. Aunque posteriormente ha habido algunas ocasiones que recuerdan el antiguo uso del manto papal. Por ejemplo, un manto que perteneció a San Juan XXIII fue usado por San Juan Pablo II para conmemorar el final del Jubileo Extraordinario de la Redención de 1983. De él se sirvió después Benedicto XVI con motivo de la bendición Urbi et Orbi de 25 de diciembre de 2007.
De color rojo, el manto papal (mantum) constituía desde el siglo XI, junto con la tiara, las insignias características de la dignidad pontificia, carácter que hoy reviste el palio y el anillo de pescador según el Ceremonial de la Santa Misa de inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma. La imposición de esta capa (immantatio) tenía lugar inmediatamente después de la elección, a diferencia de los otros que se postergaban hasta su coronación. Una vez elegido el nuevo Papa y aceptado el cargo, los doseles de los cardenales electores se plegaban, en signo de que a partir de ése momento el único soberano (y, por ende, el único con derecho a dosel) era el nuevo Obispo de la Iglesia de Roma, a quien se prestaba enseguida manifestación de obediencia tras su primer acto desde la Cátedra: escucha la palabra de Dios contenida en el Evangelio (Mt 16, 13-19 o Jn 21, 15-17 o Jn 21, 15-17) que proclama un cardenal diácono. De ahí la fórmula usada luego para la coronación: "Investio te de papatu romano ut praesis urbi et orbi". Ella era, entonces, una ceremonia de muchísima importancia dentro del ceremonial pontificio. Así, por ejemplo, en el cónclave de 1159, mientras el cardenal Rolando Bandinelli (Alejandro III), legítimamente elegido, dudaba sobre aceptar o no el pontificado, habiendo el cardenal Octaviano, candidato imperial, tomado por su cuenta el manto papal, el concilio de Pavía de 1160 se declaró a favor de este último precisamente por ese gesto. El manto viene mencionado en la Divina Comedia (Infierno, XIX, 67/69) y cayó en desuso durante el destierro de Aviñón (1309-1377), pero volvió a ser utilizado posteriormente.
El beato Pablo VI sentado al trono con el manto papal
El beato Pablo VI arrodillado al faldistorio con el manto papal
Su uso quedaba reservado para los casos en que el Sumo Pontífice asistía en el trono a las funciones pontificales celebradas por un cardenal, revistiéndose entonces con el manto papal rojo o blanco. Para las ceremonias de carácter privado, en cambio, se usaba la capa pluvial. Durante el cortejo papal, el Santo Padre vestía el manto desde la sala de paramentos hasta la basílica donde celebraba.
El último que llevó el manto papal de manera habitual fue el beato Pablo VI. Al igual que otros ornamentos litúrgicos no fue abolido, pero cayó en desuso y fue reemplazado por la capa pluvial. Aunque posteriormente ha habido algunas ocasiones que recuerdan el antiguo uso del manto papal. Por ejemplo, un manto que perteneció a San Juan XXIII fue usado por San Juan Pablo II para conmemorar el final del Jubileo Extraordinario de la Redención de 1983. De él se sirvió después Benedicto XVI con motivo de la bendición Urbi et Orbi de 25 de diciembre de 2007.
Benedicto XVI de pie en el trono revestido con el manto papal
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