La Asunción de Santa María es uno de los cuatro dogmas marianos, que la Iglesia celebra litúrgicamente como la más importante de las fiestas en torno a la Virgen: festum summum la denominaba ya el Breviario de Utrecht (1508). Los otros tres dogmas relacionados con ella son el hecho de ser María Madre de Dios, definido por el Concilio de Éfeso (431), su Perpetua Virginidad, proclamado por el II Concilio de Constantinopla (553), y su Inmaculada Concepción, fijado por el beato Pío IX a través de la Constitución Ineffabilis Deus (1854). De acuerdo con el calendario reformado, y salvo el segundo de ellos, estos dogmas marianos son honrados como solemnidades: la Inmaculada Concepción de la Virgen María (8 de diciembre), Santa María Madre de Dios (1° de enero) y la Asunción de la Virgen María (15 de agosto).
Juan Martín Cabezalero, La Asunción de la Virgen (entre 1665 y 1670), Museo del Prado
(Imagen: Wikicommons)
La primera referencia oficial a la Asunción se halla en la liturgia oriental, donde ya en el siglo IV se celebraba la fiesta de el Recuerdo de María, que conmemoraba la entrada al Cielo de la Virgen tras concluir su vida terrena y se hacía referencia al hecho de haber sido asunta. En Palestina, ella tenía lugar probablemente en agosto, en pleno verano. A partir del siglo VI, esta fiesta recibió el nombre de la Dormitio (χοίμŋσις) o "Dormición" de María, pues en ella se celebraba el misterio del tránsito de la Santísima Virgen a Dios. En el siglo VII, el nombre de esta fiesta pasó de "Dormición" a "Asunción", el que hacia fines del siglo VIII acabó prevaleciendo. Cumple señalar que la Iglesia no ha definido qué ocurrió con la Santísima Virgen cuando llegó el final de su días, puesto que había sido preservada del pecado original desde el momento mismo de su concepción. Las fechas asignadas para ese evento varían entre tres y quince años luego de la Ascensión de Cristo. Dos ciudades proclaman ser el lugar de la partida al cielo: Jerusalén y Éfeso. La opinión general favorece a Jerusalén, en cuyas cercanías se muestra su sepulcro; pero en Éfeso se encuentra la casa donde la tradición oriental dice que ella vivió junto con San Juan, quien asumió su cuidado desde el Calvario.
En Egipto y Arabia, sin embargo, esta fiesta se mantuvo en enero, y dado que los monjes de las Galias adoptaron muchos usos de los monjes egipcios, hay registros de que en dicha zona ella se celebraba en ese mes hacia el siglo VI. La liturgia galicana fijó la fiesta el 18 de enero bajo el título de Depositio, Assumptio, or Festivitas S. Mariae (día que el misal romano tradicional reserva para la fiesta de la cátedra de San Pedro en Roma). Esta costumbre permaneció en la Iglesia galicana hasta la época de la introducción del rito romano (siglo VIII). En la Iglesia griega parece que algunos mantuvieron la fiesta en enero, como los monjes egipcios, mientras que otros siguieron celebrándola en agosto, como ocurría en Palestina. Se atribuye al emperador Mauricio (582-602), el haber fijado su celebración para el imperio griego el 15 de agosto.
En Roma, la única y más antigua fiesta de Nuestra Señora era el 1° de enero, la octava del nacimiento de Cristo, que después pasó a ser la fiesta de la Circuncisión del Señor y finalmente, por disposición de San Juan Pablo II, nuevamente la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (antes celebrada el 11 de octubre). Primero se celebró en Santa María la Mayor, y más tarde en Santa María de los Ángeles y de los Mártires. Las otras fiestas marianas son de origen bizantino. Se piensa que antes del siglo VII ninguna otra fiesta se guardaba en Roma y, en consecuencia, la Fiesta de la Asunción, hallada en los sacramentarios de Gelasio y Gregorio, es un agregado espurio hecho en el siglo VII u VIII. De todos modos, hay fuertes y buenos argumentos que prueban que la Misa de la Santísima Virgen María, situada el 15 de agosto en el sacramentario gelasiano, es genuina, ya que no hace mención a la Asunción corporal de María, cuestión teológica que por entonces (sobre todo en Francia) era objeto de controversia. Esto prueba que la fiesta era celebrada casi con seguridad en la Iglesia de Santa María la Mayor por lo menos en el siglo VI. Para la época de Sergio I (700), ella era ya una de las principales festividades en Roma, acompañada de una procesión que comenzaba en las puertas de la Iglesia de San Adrián en el Foro. Fue ese mismo Papa quien introdujo en la Iglesia romana las fiestas de la Anunciación, la Purificación y la Natividad de la Virgen, todas de origen oriental, y acompañadas del rezo de las letanías que comenzaban en la iglesia recién mencionada. En 847, León IV dio un nuevo vigor a la solemne vigilia establecida por Sergio I, durante la cual todo el clero romano pernoctaba cantando alabanzas a la Madre de Dios, y agregó una octava que no fue observada por toda la Iglesia. Por ejemplo, en Alemania esta octava no fue celebrada en muchas diócesis hasta la época de la Reforma, donde se introdujo con una señal de identidad católica, y la Iglesia de Milán no la aceptó como parte del ordo ambrosiano hasta 1906.
El descenso de la imagen de la Virgen al río Sena para la tradicional procesión fluvial que atraviesa París
(Foto: Elcientoporuno)
Con todo, la doctrina teológica de la Asunción de María no fue desarrollada en la Iglesia latina sino hasta el siglo XII, cuando aparece el tratado Ad Interrogata, atribuido a san Agustín, el cual aceptaba la asunción corporal de María. Santo Tomás de Aquino y otros grandes teólogos se declararon en su favor. San Pío V, al acometer la reforma del Breviario, quitó las citas de Seudo-Jerónimo que se leían en el segundo nocturno y las sustituyó por otras que defendían la asunción corporal. En 1766, Benedicto XIV señaló la doctrina de la asunción de María como pía y probable, pero sin definirla todavía como dogma de fe. La influencia de las cartas atribuidas a Seudo-Jerónimo, que ponía en duda si María fue asunta al cielo con o sin su cuerpo (aunque manteniendo la creencia en su incorrupción) hizo surgir la duda de si la asunción corporal estaba incluida en la celebración de la fiesta. A esto se sumó otro libro que gozó de fama entre los conventos y cabildos, llamado el Martirologio del monje Usuardo (†875), el cual alababa la reserva de la Iglesia de aquella época que preferiría no saber "el lugar donde por mandato divino se oculta este dignísimo templo del Espíritu Santo y nuestro señor el Dios ", que es la Santísima Virgen.
En 1849 llegaron las primeras peticiones a la Santa Sede de parte de los obispos para que la Asunción se declarara de manera definitiva como doctrina de fe, y estas peticiones fueron aumentando conforme pasaron los años. Cuando en 1946 el papa Pío XII consultó al episcopado sobre esta materia por medio de la carta Deiparae Virginis Mariae, la afirmación de que el dogma fuese declarado fue casi unánime. Finalmente, el 1° de noviembre de 1950 se publicó la constitución apostólica Munificentissimus Deus en la cual el Romano Pontífice, basado en la tradición de la Iglesia católica, tomando en cuenta los testimonios de la liturgia, la creencia de los fieles guiados por sus pastores, los testimonios de los Padres y Doctores de la Iglesia y con el consenso de los obispos del mundo, declaraba como dogma de fe la Asunción de la Virgen María, vale decir, "que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial".
Vídeo de la solemne proclamación del dogma de la Asunción de María (1950)
Este dogma significa que la Virgen María, preservada inmune de toda mancha de pecado original desde su concepción, y una terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del Cielo y enaltecida por Dios como Reina del Universo, para ser confirmada más plenamente a su Hijo (CCE 966). El Misterio de la Asunción consiste, entre otras cosas, en que la Virgen María fue elevada al cielo por ángeles, y no por sus propios medios, puesto que es Dios quien desea conservarla en gracia hasta el final de sus días, pero ella sigue siendo un ser humano y carece del poder que tenía su Hijo para ascender por Sí misma. Hay, entonces, un ciclo mariano completo entre los dos últimos dogmas declarados: mientras en la Inmaculada Concepción se celebra el inicio de la vida de la Santísima Virgen, que fue preservada por Dios del pecado original para engendrar a su Hijo, en la Asunción la Iglesia honra el destino de plenitud y bienaventuranza de María, donde ella muestra su perfecta configuración con Cristo resucitado (Pablo VI, Encíclica Marialis cultus, 1974, núm. 6).
La Asunción de de Nuestra Señora siempre fue un fiesta doble de primera clase y un día santo de precepto, donde existe la obligación de oír Misa completa. Ella se festeja especialmente como día propio en todas las iglesias consagradas a Santa María sin una especial advocación. Cabe advertir, empero, que el catálogo de Wurzburgo señala para la fiesta de la Asunción de María dos lecturas evangélicas distintas, puesto que es probable que en el siglo VIII haya habido una segunda Misa para este día, a fin de permitir que pudieran asistir a ella los que no habían ido temprano por la mañana. De ahí la celebración de esta fiesta decantó en una Misa de la Vigilia y otra para el gran día 15, cada una con lecturas distintas. De hecho, para preparar la más importante de las fiestas marianas del año litúrgico, el antiguo calendario preveía la Vigilia de la Asunción como un día de ayuno y oración, que la liturgia expresaba mediante el empleo de ornamentos morados.
Con la proclamación del dogma, se modificó también el formulario litúrgico para la Misa y el Oficio de la fiesta, donde la verdad dogmática se manifiesta con mayor claridad (por ejemplo, ella se repite casi textual en la Oración). Antiguamente, el Evangelio era el mismo que el de la memoria de San Marta (29 de junio), donde se lee la perícopa de Lc 10, 38-42 (véase aquí el artículo de New Liturgical Movement sobre este punto). Con la reforma de Pío XII, el nuevo Evangelio está tomado de Lc 1, 39-52, que narra la visitación de María a su primera Santa Isabel y la entonación del Magnificat. Los formularios del misal reformado mantienen tanto el Evangelio de la Vigilia (Lc 11, 27-28) como el del día de la Solemnidad.
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