jueves, 17 de enero de 2019

Las causas de la tentación de ver orígenes apostólicos a aquello que no lo tiene

Ofrecemos a nuestros lectores una traducción de un interesante ensayo del Dr. Peter Kwasniewski, en el que se refiere a aquel falso arqueologismo, ya denunciado con fuerza por el Papa Pío XII en su magistral encíclica Mediator Dei (1947) y que con frecuencia acompaña la argumentación de los modernistas litúrgicos.

El articulo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción.

 Excavación de ruinas romanas en Londres

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El eterno fantasma del falso anticuarismo

Peter Kwasniewski

Uno de mis amigos me escribió una vez acerca de un foro sobre la Eucaristía al que había asistido en un conocido instituto católico, durante el cual cierto profesor, no obstante ser talentoso, había proferido ciertas cosas que eran ambiguas, por decir lo menos, y que ilustraban muy bien el tipo de verdades a medias que usan algunos para justificar automáticamente su preferencia por determinada forma de liturgia que, si investigaran con un poco de detención, se les revelaría como el resultado del racionalismo ilustrado, como el cumplimiento de los ideales del Sínodo de Pistoya, y no como algo auténticamente romano, y ni siquiera católico.

He aquí las tres ideas que planteaba el profesor:

1. El episodio de Emaús prefigura a la Misa Novus Ordo porque Jesús explicó las Escrituras (“liturgia de la Palabra”) y a continuación partió el pan (“liturgia de la Eucaristía”).

2. El comentario de Orígenes sobre Ex 35, 4-5, demuestra que el pueblo recibía la Comunión en la mano en los comienzos de la Iglesia: “Con qué cuidado y respeto recibís el cuerpo del Señor cuando se os lo distribuye, temiendo que alguna mínima partícula pueda caer y perderse así una pequeña parte de este sagrado tesoro. Os recriminaríais -y con toda razón- si cualquier fragmento se perdiera por negligencia vuestra”.

3. La Primera Apología del mártir San Justino describe una Misa mucho más parecida al Novus Ordo que a la Misa tradicional. Se encuentra en ella incluso el término “presidente”, tal como el término “presidir” se encuentra en el contexto del Novus Ordo. Así pues, el Novus Ordo es un regreso a la “verdadera” Misa de los primeros católicos.

Adviértase que hay un hilo que une a estos tres puntos: el “falso anticuarismo”, como lo llamó Pío XII. Esta apelación a la antigüedad es siempre selectiva: los reformadores eligen los elementos antiguos que calzan son su programa modernista, y desechan, sin esfuerzo alguno, todo el resto, aunque se trate de cosas igualmente antiguas o incluso más antiguas, como la postura ad orientem del sacerdote.

En otras palabras, existe un filtro moderno que determina qué quiere decir “antigüedad”, y qué es lo que hace que un elemento antiguo sea aceptable por los modernos. Y así, todas estas “recuperaciones” son intrínseca e inevitablemente más modernas que antiguas. El anticuarismo está, pues, sentenciado a subsumirse en el modernismo auto-referente, que toma y escoge algunos ítemes, que se considera todavía “relevantes”, de entre una masa indiferenciada de cosas sin propósito, que es en lo que la filosofía moderna ha convertido el pasado de la Iglesia. No se valora nada simplemente por el hecho de habernos sido transmitido; sólo se valora lo que es deseado por el reformista según sus propias luces y para sus propios fines, buenos o malos. Lo cual podría servir de lema para una organización con un nombre como “Oracionalidad Planificada”: “Un rito no deseado, no es un rito”.

Por ejemplo, a los reformadores les agradó la comunión en la mano porque calzaba con su mentalidad anti-medieval, anti-escolástica, anti-metafísica, anti-tridentina, disfrazada con el ropaje del “regreso a las fuentes”. Pero cuando se trató de la Septuagésima, que viene del siglo VI y es más antigua incluso que el Miércoles de Cenizas, simplemente la tiraron por la ventana. Se puede citar docenas de ejemplos como éste. Sin embargo, hay evidentes y buenas razones de por qué la liturgia de la Iglesia se desarrolló, a lo largo de los siglos, del modo que lo hizo: en el caso de la Septuagésima, ésta siguió a  la introducción de un período de preparación para la Cuaresma y, en el caso de la comunión, la experiencia demostró que era más seguro y más reverente dar la comunión en la lengua a los fieles puestos de rodillas. 

 Pío XII

El programa modernista es, pues, mañoso en su manera de apelar a la práctica antigua y de olvidar (¿o negar?), muy convenientemente, que el culto de la Iglesia se fue perfeccionando a través del tiempo bajo la guía de la Divina Providencia. A pesar de su desafortunada y poco profesional intromisión en materia de reforma litúrgica, parece que Pío XII se dio cuenta de esta verdad y la destacó en la encíclica Mediator Dei de 1947 en tres párrafos que debiera haberse grabado en las paredes de la sede del Consilium

[62] Por cierto, es cosa muy sabia y laudable volver en espíritu y con afecto a las fuentes de la sagrada liturgia. Los estudios en este campo, que rastrean sus orígenes, constituyen una valiosa ayuda para una mayor y más cuidadosa investigación del significado de las fiestas y del significado de los textos y de las ceremonias sagradas usadas con ocasión de ellas. Pero no es ni sabio ni laudable recurrir a cualquier pretexto para reconducirlo todo a la antigüedad. Así, para citar algunos casos, sería desviarse del camino recto si se quisiera volver el altar a la forma de mesa de madera que tuvo primitivamente; si se quisiera excluir el negro como color de los ornamentos litúrgicos; si se quisiera prohibir el uso de imágenes y estatuas sagradas en las iglesias; si se dispusiera que los crucifijos se hicieren de tal forma que el cuerpo del Redentor no exhibiera las señales de sus crueles sufrimientos o, por último, si se mirara en menos o se rechazara la música o el canto polifónico, aunque se los ejecutara de acuerdo con las normas dispuestas por la Santa Sede.

[63] Es claro que ningún verdadero católico puede rehusar aceptar la formulación de la doctrina cristiana recientemente elaborada y proclamada como dogma por la Iglesia [esto se refiere al Concilio de Trento], bajo la inspiración y guía del Espíritu Santo, y con abundantes frutos para las almas, porque le agrada más regresar a las viejas fórmulas [de la antigüedad]. Tampoco puede ningún católico sensato repudiar la actual legislación de la Iglesia para volver a normas basadas en las fuentes más tempranas del Derecho canónico. Igualmente necio y errado es el celo de quien, en materias litúrgicas, quisiera regresar a los ritos y usos de la antigüedad, desechando las nuevas formas introducidas por disposición de la Divina Providencia para responder a los cambios de las circunstancias y situaciones.

[64] Tal modo de actuar se empeña en revivir el anticuarismo exagerado y sin sentido a que dio origen el ilegal Sínodo de Pistoya, e intenta, asimismo, insistir en una serie de errores que fueron la causa de la convocatoria de aquella reunión, y en los errores que resultaron de ella, con grave daño para las almas, y que la Iglesia, guardián siempre atento del “depósito de la fe” que le encargó su Divino Fundador, ha condenado con toda razón y derecho. Los perversos propósitos y empresas de este tipo tienden a paralizar y debilitar el proceso de santificación por el que la Iglesia conduce a los hijos de adopción hacia su Padre celestial para la salvación de sus almas.

Adviértase cuántas de las cosas que Pío XII menciona para condenarlas terminaron siendo llevadas a la práctica, al pie de la letra, por el Capitán Bugnini y su tripulación, vendedora de novedades (en mi libro Noble Beauty, Transcendent Holiness [Noble belleza, santidad trascendente], trato en detalle todas estas cosas, especialmente en el capítulo en que hago el contraste entre el Movimiento Litúrgico original y lo que llegó a ser).   

Consideremos, ahora, brevemente, los tres puntos que mencionaba el profesor citado al comienzo de este artículo.

Ad 1. La división de la Misa en Misa de los catecúmenos y Misa de los fieles es muchísimo más antigua que la división en Liturgia de la Palabra y Liturgia de la Eucaristía. Esta última división proviene de los protestantes y, por cierto, se la puede extraer de Emaús, tal como se puede extraer a Lutero de la Epístola a los Romanos, o a Calvino de Agustín. Pero no es tradicional ni es católica.

Ad 2. El libro de Mons. Athanasius Schneider Dominus Est constituye una definitiva refutación de la idea de que la primitiva Iglesia “hacía justo lo que hoy hacemos nosotros” en relación con la comunión en la mano. Nada podría ser más ajeno a la verdad. Primero, el modo antiguo era mucho más cuidadoso, más devoto y más solemne. Segundo, el número de fieles era mucho menor. Tercero, la razón por la que la Iglesia cambió a la comunión en la lengua dada a fieles arrodillados es por piedad, la misma piedad que encontramos en los Padres de la Iglesia. Véase la actitud que encontramos en San Cirilo de Jerusalén y adiciónesela con varios siglos de meditación, adoración y experiencia, y nos encontraremos al cabo con la costumbre medieval (no hay para qué decir que el modo bizantino de distribuir la comunión, a pesar de algunas diferencias superficiales, tiene mucho más en común con el uso romano tradicional que con el actual uso “romanístico”).

Ad 3. Sí, la liturgia primitiva descrita por San Justino suena un poco a Novus Ordo. Pero ello es así porque todavía no habían transcurrido 1.800 años de desarrollo natural y sobrenatural que enriquecieron el solemne culto oficial de la Iglesia, especialmente después de que éste se hizo legal y público. San Justino debe estar revolcándose en su tumba al ver cómo hay quienes se privan a sí mismos, y privan al Señor, de una conveniente reverencia y belleza con el fin de simular una ficción de liturgia primitiva.   

 
Los redactores del Novus Ordo echaron mano de una erudición selectiva (y, como lo podemos ver hoy, errónea) de las primitivas prácticas católicas, con el fin de incentivar y justificar el novel producto de su propia creación que, en su conjunto y en la constelación de sus detalles, no tiene parecido alguno con ningún rito litúrgico que, hasta donde sabemos, haya realmente existido, como los ritos y usos latinos de fines del primer milenio, o como el rito romano de mediados del segundo milenio. A lo más, se parece a ellos tal como un osito de peluche se parece a un oso gris: ambos tienen la misma forma, ambos tienen ojos, orejas, nariz, hocico y cuatro garras, ambos son peludos. Pero uno es grande, pesado, vivo y hambriento, en tanto que el otro es pequeño, liviano, sin vida, y relleno. 

Para volver al punto de partida, aquel profesor bien intencionado pero mal informado que presentó información sólo a medias verdadera, le hizo a su auditorio católico un mal servicio al sugerir que el Novus Ordo está más en continuidad con la Iglesia antigua que la tradición litúrgica latina con todo su desarrollo. Al hacerlo, sin darse cuenta se convirtió en un “tonto útil” que dio ventaja a los autores modernistas de la reforma litúrgica, llenos de odio hacia la fe católica tradicional, que se deshicieron de todas las llamadas “incrustaciones medievales o barrocas” que pudieron. El resultado es una liturgia Bauhaus, desnuda, que le penará a Pablo VI hasta el fin de los tiempos. 

Con el propósito de cubrir la desnudez del nuevo rito, los partidarios de la “reforma de la reforma” amontonan todos los recursos litúrgicos imaginables o que consiguen hacer aceptables. Pero no existe cantidad alguna de latín capaz de cambiar lo que las oraciones dicen (o no dicen); no hay cantidad de canto llano que pueda cambiar la dañada estructura de los Propios, del leccionario o del calendario; no hay montaña suficiente de incienso capaz de disimular el olor penetrante del motor, del espíritu que hay detrás de la reforma. La “reforma de la reforma” es un inmenso parche adhesivo puesto sobre una herida abierta, que rehúsa cerrarse porque la ruptura con la Tradición no puede ser bendecida por Dios. Habrá muchos que se salven a pesar de todo; pero, en sí mismo, esto no puede ser bueno.

¿Por qué, entonces, hay católicos que adhieren a la “reforma de la reforma” cuando, en muchos casos, podrían tan fácilmente cambiarse a la Misa tradicional, existiendo para ello, por ejemplo, una parroquia dirigida por la Fraternidad [de San Pedro] o por el Instituto [de Cristo Rey Sumo Sacerdote o del Buen Pastor] apenas al otro lado del pueblo, o incluso a pocas cuadras, o donde el párroco ha agregado el usus antiquior a las Misas del domingo? ¿Por qué conformarse con un Citroën o un Renault cuando se podría tener un Jaguar o un Rolls Royce? ¿Por qué ocurre que quienes no tienen estudios especiales ni credenciales académicas a menudo pueden ver la bondad de los usos antiguos y la inanidad del nuevo, en tanto que quienes debieran estar liderando a sus hermanos, con su enseñanza y su ejemplo, resultan ser víctimas del engaño e ignorantes?

Creo que hay una razón moral y una razón cognitiva.

Dichas personas no ven porque no quieren ver. Esta es la dimensión moral, resultado de un falso ultramontanismo, en virtud del cual Pablo VI, o cualquier otro papa, no se equivoca; resultado, también, de un miedo a que la liturgia que él ha promulgado resulte estar dañada, y se cuestione de algún modo la indefectibilidad de la Iglesia -cosa que, ciertamente, no ocurre-. Es resultado, además, del miedo a la inestabilidad personal: si la nueva liturgia es gravemente defectuosa, ello podría significar que la nueva teología y el enfoque pastoral introducidos por el Concilio Vaticano II son dignos de crítica (lo cual es verdadero). Y ello exigiría una interior reorientación espiritual e intelectual que muchos no quieren considerar ni, mucho menos, llevar a cabo, aunque el papa Francisco haya venido haciendo esa reorientación tentadora e, incluso, irresistiblemente tentadora, cosa que le debemos agradecer.

Además, esas personas no ven porque no han tratado de ver. Esto se llama dimensión cognitiva o perceptiva. Para que los secretos de la liturgia tradicional se nos revelen en plenitud, tenemos que permitir que ella nos empape el cuerpo y el alma, como las olas del mar, a fin de ir pacientemente conociéndola, adecuándonos a su suave ritmo. Quienes descubren esos secretos comprueban una vez más la eficacia de la oración del Señor: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11, 25).


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Actualización [27 de agosto de 2019]: El Dr. Peter Kwasniewski ha publicado un interesante artículo en New Liturgical Movement sobre la restauración del Misal Romano al estado en que éste tenía en 1920, vale decir, previo a las reformas de la comisión constituida por Pío XII y que modificaron el sentido de los ritos, como también ocurrió con el Ordo provisional de 1965, sin que ese propósito comporte un "anticuarismo tradicionalista". Dicho artículo ha sido traducido al castellano por el sitio Dominus est

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