sábado, 26 de diciembre de 2020

Natividad del Señor

 

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons) 

El texto de la Misa de Medianoche de hoy es el siguiente (Lc 2, 1-14):

“En aquel tiempo, se promulgó un edicto de César Augusto, mandando empadronarse a todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho por Cirino, gobernador de la Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a la ciudad de su estirpe. José, pues, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David, llamada Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, la cual estaba encinta. Y estando allí aconteció que se cumplieron los días del parto. Y dio a luz a su Hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebre, porque no quedaba lugar para ellos en el albergue. Había unos pastores en aquellas cercanías, que estaban vigilando durante la noche, guardando su ganado, cuando he aquí se puso junto a ellos un Ángel del Señor, y la claridad de Dios los cercó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero díjoles el Ángel: No temáis, porque vengo a anunciaros un gran gozo que lo será también para todo el pueblo: y es que hoy os ha nacido el Salvador, que es Cristo el Señor, en la ciudad de David. Esta será para vosotros la señal: Hallaréis al Niño envuelto en pañales, y puesto en un pesebre. Y de pronto apareció con el Ángel un ejército numeroso de la milicia celestial, alabando a Dios y diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”.

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Reproducimos aquí el magnífico Sermón 184 de San Agustín sobre el Nacimiento del Señor:

“Un año más ha brillado para nosotros -y hemos de celebrarlo hoy- el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, gracias al cual la Verdad ha brotado de la tierra y el Día del Día ha venido a nuestro día. Alegrémonos y regocijémonos en él. La fe cristiana atesora lo que nos ha aportado la humildad de persona tan excelsa, de lo que está vacío el corazón de los incrédulos, dado que Dios escondió estas cosas a los sabios e inteligentes y las reveló a los pequeños. Posean, por tanto, los humildes la humildad de Dios para llegar, con tan grande ayuda, cual montura para su debilidad, a la excelencia de Dios. En cambio, aquellos sabios y prudentes que buscan la sublimidad de Dios sin creer en su humildad, al prescindir de ésta, tampoco alcanzan aquélla; por su vaciedad y levedad, su hinchazón y altivez, quedaron como colgados entre el cielo y la tierra, en el espacio intermedio propio del viento. Son sabios e inteligentes, pero según este mundo, no según el creador del mundo. Pues si morase en ellos la verdadera Sabiduría, la que es de Dios y ella misma es Dios, comprenderían que Dios pudo tomar la carne sin que pudiese transformarse en carne; comprenderían que asumió lo que no era y permaneció siendo lo que era; que vino a nosotros en condición humana, pero sin apartarse del Padre; que continuó siendo lo que es y a nosotros se nos manifestó en lo que somos; que el Poder se encerró en el cuerpo de un niño sin sustraerse a la mole del mundo.

“El que hizo el mundo entero cuando permanecía junto al Padre es el autor del parto de una virgen cuando vino a nosotros. Su majestad nos la manifestó la Virgen madre, tan virgen después del parto como antes de concebirlo. Su esposo la encontró embarazada, no la dejó embarazada él; embarazada de un varón mas no por obra de varón; tanto más feliz y digna de admiración cuanto que, sin perder la integridad, obtuvo el don de la fecundidad. Aquellos sabios e inteligentes prefieren juzgar ficción, antes que realidad, tan gran milagro. Así, respecto a Cristo, hombre y Dios, como no pueden creer lo humano, lo desprecian, y como no pueden despreciar lo divino, no lo creen. Cuanto más abyecto es para ellos, tanto más grato sea para nosotros el cuerpo humano al humillarse Dios, y cuanto más imposible lo consideran ellos, tanto más divino sea para nosotros el parto de una virgen al dar a luz a un hombre.

“Por tanto, celebremos el nacimiento del Señor con la asistencia y aire de fiesta que merece. Exulten de gozo los varones, exulten las mujeres: Cristo nació varón, nació de mujer, quedando honrados ambos sexos. Pase, pues, ya al segundo hombre quien había sido condenado antes en el primero. Una mujer nos había inducido a la muerte, una mujer nos alumbró la vida. Ha nacido la semejanza de la carne de pecado con que se purificaría la carne de pecado. No se culpe, pues, a la carne, mas, para que viva la naturaleza, muera la culpa, dado que nació sin culpa aquel en quien ha de renacer quien se había hallado en la culpa.

“Regocijaos vosotros, santos siervos de Dios, que elegisteis seguir ante todo a Cristo; vosotros que no buscasteis el matrimonio. Aquel a quien encontrasteis merecedor de seguimiento no llegó hasta vosotros mediante el matrimonio para concederos menospreciar la vía por la que vinisteis. En efecto, vosotros vinisteis a través del matrimonio carnal, sin el cual accedió él al matrimonio espiritual. Y os otorgó menospreciar el matrimonio a vosotros, a los que, de modo especial, os llamó a su boda. Por tanto, no buscasteis lo que está en el origen de vuestro nacimiento, porque habéis amado más que los demás a aquel que no nació de esa forma.

“Saltad de gozo vosotras, vírgenes santas: la virgen os alumbró a aquel con quien podéis casaros sin perder la virginidad; vosotras, que, al no dar a luz ni concebir, no podéis perder eso que amáis.

“Exultad de gozo vosotros, los justos: ha nacido el que os justifica. Exultad vosotros, los débiles y los enfermos: ha nacido el que os sana. Exultad vosotros, los cautivos: ha nacido el que os redime. Exulten los siervos: ha nacido el Señor. Exulten los hombres libres: ha nacido el que los libera. Exulten todos los cristianos: ha nacido Cristo”.

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Pedro Pablo Rubens, La adoración de los Reyes Magos, 1609-1628,  Museo del Prado (España)
(Imagen: Catholic Link)

El que, nacido del Padre, creó todos los siglos, enalteció este día, al nacer aquí de una madre. Ni aquel nacimiento pudo tener madre ni éste buscó padre humano. En definitiva, Cristo nació de padre y de madre, y sin padre y sin madre. En cuanto Dios, nació de padre; en cuanto hombre, de madre; en cuanto Dios, sin madre, y en cuanto hombre, sin padre. Por tanto, ¿quién narrará su nacimiento?, ya sea aquel, sin tiempo, ya sea este, sin semen; aquel, sin comienzo; este, sin otro igual; aquel, que existió siempre; este, que no existió ni antes ni después; aquel, que no tiene fin; este, que tiene el comienzo donde el fin.

Con razón, pues, los profetas anunciaron que había de nacer, y los cielos y los ángeles, en cambio, que había nacido. El que contiene el mundo yacía en un pesebre; no hablaba aún, y era la Palabra. Al que no contienen los cielos, lo llevaba el seno de una sola mujer. Ella gobernaba a nuestro rey; ella llevaba a aquel en quien existimos; ella amamantaba a nuestro pan. ¡Oh debilidad manifiesta y asombrosa humildad, en la que de tal modo se ocultó la divinidad entera! Gobernaba con su poder a la madre, a la que estaba sometida su infancia, y alimentaba con la verdad a aquella de cuyos pechos mamaba. Lleve a término en nosotros sus dones el que no desdeñó asumir también nuestro comienzo, y háganos hijos de Dios el que por nosotros quiso ser hijo del hombre.

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