Hemos dicho muchas veces que la liturgia cautiva también a través de los sentidos, incluso a aquellos que no han recibido el don de la fe. Una muestra de este fenómeno es la reciente carta de Michel Onfray, un filósofo ateo que se ha declarado un "nietzscheano iconoclasta", escrita a propósito de la promulgación del motu proprio Custodes Traditionis, que restringe fuertemente la celebración de la Misa de siempre. La carta es dura y contrasta dos formas de entender la fe. Dice, por ejemplo, el autor francés: "El acto más importante del papa Francisco ha sido, en mi opinión, hacerse una foto delante de un crucifijo en el que Jesús lleva el chaleco salvavidas naranja de los migrantes. Este es el icono triunfante del Vaticano II, que descarta toda sacralidad y trascendencia en favor de una moralina extendida por todo el mundo como una capa dulce de un scout". A su juicio, la Misa tradicional es algo que la cultura occidental no puede echar por la borda: "La Misa en latín es el patrimonio genealógico de nuestra civilización. Heredera histórica y espiritualmente de un largo linaje sagrado de rituales, celebraciones y oraciones, todo ello cristalizado en una forma que ofrece un espectáculo total [...]".
En esta misma línea, les ofrecemos hoy un fragmento de los diarios de Ignacio Peyró, actual director del Instituto Cervantes de Londres, donde cuenta su añoranza por el Credo definido en los Concilios de Nicea y Constantinopla, que es el que se reza en la Misa tradicional:
Es una pena que ya no se rece el credo niceno-constantinopolitano. Fue el primero que aprendí. No creo que a nadie con un gusto por la poesía deje de resultarle fascinante: "Dios de Dios, Luz de Luz"..."de todo lo visible y lo invisible"..."que por nosotros los hombres y nuestra salvación"..."padeció bajo el poder de Poncio Pilato"...."y la vida del mundo futuro". Su majestuosidad conceptual encuentra -según mi buen entender, tan modesto en estas alturas teológicas- una plasmación verbal de categoría y empaque. Siempre pensé que me habría gustado, hombre al fin y al cabo no ajeno a las tentaciones de la escenografía, por esa tramoya magnificente: solo ahora entiendo que lo amo porque, por muy vacilante que sea mi fe, todavía representa algo así como un catálogo de dulzuras.
Nota de la Redacción: El texto está tomado de Peyró, I., Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011), Madrid, Libros del Asteroide, 2020, pp. 194-195.
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