Corresponde hoy ofrecer a nuestros lectores la continuación del artículo del Dr. Peter Kwasniewski publicado en esta bitácora la semana pasada. El argumento de esta secuela es que la Misa de siempre constituye en realidad ese paradigma con que los Padre conciliares definieron la Santa Misa, vale decir, es ella de la cual puede predicarse el ser en verdad la fuente y cumbre de la vida cristiana (Lumen Gentium, núm. 11). Esto se debe a que es la Misa tradicional la que atrae vocaciones, alimenta la vida contemplativa y apoya al sacerdocio, y su demostración de que así es resulta evidente incluso desde un punto de vista estadístico.
La entrada fue publicada originalmente en New Liturgical Movement, y la traducción ha sido preparada por la Redacción.
Monjes en Clear Creek: ¡Aquí no faltan las vocaciones!
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La liturgia
tradicional atrae vocaciones, alimenta la vida contemplativa y apoya al sacerdocio
Peter Kwasniewski
En mi artículo “La existencia de modelos políticos divergentes en las dos “formas” del rito romano” sostengo quienes llegan al Novus Ordo con una bien desarrollada vida de fe
están equipados para derivar de él beneficios espirituales, en tanto que
quienes asisten a la Misa tradicional se ven confrontados con una
espiritualidad fuerte y definida que los hace profundizar en los misterios de
la fe y en el ejercicio de las virtudes teologales. La forma nueva es un campo
de juego vagamente demarcado donde se realizan ejercicios litúrgicos de puertas
adentro, mientras que la forma antigua es una arena ascético-mística que educa
a los soldados del Señor. La primera supone virtudes; la segunda, las produce.
¿Existen pruebas
externas de que este análisis es correcto?
Yo diría que sí. Una
señal de su acierto es la frecuencia con que uno encuentra gente joven que, o
bien se ha convertido a la fe, o bien ha descubierto que tiene una vocación
religiosa precisamente gracias a la liturgia tradicional: ha sido la liturgia
misma la que los ha atraído poderosamente. Las historias de conversiones y de
vocaciones en el Novus Ordo tienen mucho más que ver con “conocí a una persona
maravillosa”, o “al leer la Biblia”, o “descubrí un gran libro de Ignatius Press”, o “pude conocer a las monjas de mi colegio”, o “su dedicación a los pobres era tan
emocionante”.
Todas estas
motivaciones son realmente buenas, y el Señor quiere servirse de todas ellas.
Aun así, resulta notable que el Novus Ordo raramente actúa como un imán
poderoso que atrae a las personas: lo que hace es que quienes han sido atraídos
por otras causas sigan adelante y lo cultiven como el servicio usual de
oración. Esto equivale a la diferencia entre confiar en la ayuda de un vecino y
enamorarse. Hoy los jóvenes confían en la ayuda del Novus Ordo, pero se
enamoran de la liturgia tradicional. También se puede decir que es como la
diferencia entre actuar por deber y actuar por placer. Asistimos al Novus Ordo
cumpliendo un deber, porque se lo considera “bueno para uno”, como comer avena
al desayuno; pero nos entusiasmamos cuando tenemos una Misa tradicional a
nuestro alcance, porque es deliciosa para el paladar espiritual.
Quizá los lectores
piensen que estoy exagerando el contraste. Puede que tengan razón. Pero sólo
puedo hablar desde mi propia experiencia y desde las conversaciones que, como
profesor, director de coro o peregrino, he tenido con cientos de jóvenes
durante los últimos veinte años. Me parece que hay una gran diferencia en la
percepción de cuánto atrae o cuán deseable es la antigua liturgia si se la
compara con la nueva. Y tanto es así que un colegio o universidad que quisiera
aumentar la asistencia a la Misa diaria, lo que tendría que hacer sería ofrecer
la Misa antigua, u ofrecerla más frecuentemente: el número de los asistentes se
incrementaría significativamente. Pareciera que esto es contrario a lo que uno
intuye que debiera ser el caso, pero la experiencia lo confirma una y otra vez
en las capellanías de todo el mundo.
Un psicólogo o un
sociólogo diría que esto puede tener muchas causas, pero lo que aquí me
interesa es que existe una explicación teológica real. Es posible ver por qué,
en términos litúrgicos, la forma antigua de la Misa (y del Oficio y de los sacramentos
y de los sacramentales, etcétera), resulta poderosamente atractiva para la juventud
de hoy que la descubre. Esas formas viejas de siglos, pre-industriales,
pre-democráticas son mucho más ricas y densas, más simbólicas, envolventes y
misteriosas, y apuntan más obviamente pero, al mismo tiempo, más oscuramente a
lo sobrenatural, a lo divino, a lo trascendente, a lo gratuito, a lo
inesperado: seducen, como sólo Dios puede seducir. Seduxisti me, Domine, et seductus sum: fortior me fuisti, et invaluisti
(Jer. 20, 7). Esto es, al cabo, lo que tenía en mente Benedicto XVI cuando
escribió a todos los obispos del mundo: “Se ha demostrado claramente que
también los jóvenes han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su
atractivo, y han encontrado en ella un modo de relacionarse con el Misterio del
Santísimo Sacramento que les resulta particularmente apropiado”.
La liturgia reformada,
en su simplicidad ginebrina, no ha ganado jamás un premio por ser seductora. La
gente apenas puede observarla cara a cara sin sentirse embarazada por su
desnudez, sin tratar de revestirla con todos los adosamientos que puede
encontrar o inventar. Tenemos que aportarle la devoción o la seriedad que ya
tenemos nosotros mismos, si es que vamos a poder beneficiarnos con el divino
sacramento que ella alberga espartanamente. Si no se existe un previo amor por
el Señor, esa liturgia resulta ser un asunto tedioso, ingrato, como cuando
tratamos de convencer de que se haga amigo nuestro a alguien a quien le
resultamos indiferentes. Es una lucha cuesta arriba desde que empieza. ¿Por qué
habrían de interesarse los jóvenes en algo que se parece tanto a una aburrida
conferencia, lógica y eficiente, o que necesita endulzantes artificiales, como la
música sagrada popular? La mayor parte de ellos preferiría estar en cualquier otra parte.
Una monja de la congregación tradicional de las benedictinas de María
Cuando se trata de
comprender cómo la liturgia ayuda u obstaculiza las vocaciones sacerdotales y
religiosas, hay que tomar en cuenta las exigencias de la vida activa y de la
vida contemplativa. Actualmente las comunidades religiosas sienten un fuerte
atractivo hacia la vida activa, realizando apostolados en el mundo. Como lo han
observado Dom Chautard y otros autores, los hombres modernos son poderosamente
tentados a caer en la “herejía del activismo”, según la cual creemos que, con
trabajar duramente, vamos a construir el reino de Dios en la tierra. La
teología de la liberación es un ejemplo extremo de esta tendencia, pero ella ha
estado operando desde, por lo menos, la herejía del americanismo, diagnosticada
por León XIII en Testem benevolentiae,
de acuerdo con la cual las denominadas “virtudes activas” del trabajo en el
mundo han dejado atrás, en valor y relevancia, a las denominadas “virtudes
pasivas” de la vida religiosa y contemplativa.
Puesto que el Novus
Ordo valoriza lo activo y denigra lo pasivo, parece calzar bien con la
mentalidad activista o americanista. Por ello, pareciera que las órdenes
religiosas activas podrían, de algún modo, encontrarlo aceptable, siempre que
pudieran inyectarle una vida interior cultivada mayormente con otros recursos.
Pero el sacerdocio, que necesita estar enraizado en los misterios del altar a
fin de permanecer robusto y fructífero, y la vida contemplativa, que se
concentra en el ofrecimiento de un sacrificio de alabanza y no en el apostolado
exterior, no pueden florecer con una dieta de subsistencia. Lo que puede
parecer “suficiente” para el trabajador en la viña, es peligrosamente
inadecuado para el sacerdote y el contemplativo, que necesitan una liturgia
auténticamente sacerdotal y contemplativa si es que han de poder responder a su
gran vocación.
He aquí por qué se
advierte, en todo el mundo, que los sacerdotes y contemplativos serios
“tradicionalizan” el Novus Ordo todo lo que pueden, o adoptan la Misa y el
Oficio tradicional, o hacen ambas cosas. Podemos encontrar ejemplos de esta
actitud, amigable con la Tradición, en comunidades como la Abadía de San José de Clairval, los Canónigos Regulares de San Juan de Kenty, la Comunidad de San Martín y los monjes de Nursia, Fontgombault, Clear Creek y Heiligenkreuz.
¿Quiere esto decir que
las comunidades religiosas con buena salud (relativamente pocas) que usan el
Novus Ordo estarían muchísimo mejor con el Vetus Ordo? Sí, absolutamente. El
bien de que gozan se mutiplicaría, su poder de atraer y su poder de intercesión
se verían grandemente intensificados. Sin embargo, por desgracia, incluso
aquéllos que llegan a reconocer la superioridad de la Tradición, se desaniman
por el clima hostil que el actual pontificado ha creado frente al regreso de la
auténtica lex orandi de la Iglesia. Y
procuran evitar la suerte que corrieron los Hermanos Franciscanos de la
Inmaculada, o los Trapenses de Mariawald. En estas señales de oposición oficial
a la restauración de la tradición católica, que necesitamos desesperadamente,
se puede ver los típicos signos del implacable odio del Diablo hacia el
celibato sacerdotal y la vida religiosa contemplativa.
Pero ni la oposición
de los hombres ni de los ángeles debiera impedir a cualquier comunidad
introducir, silenciosa y prudentemente, la liturgia tradicional en su vida
cotidiana. “Este es un llamado a la resistencia y a la fe de los santos”
(Apoc., 13, 10). Los antiguos ritos y usos litúrgicos latinos han alimentado a
los santos de la Iglesia de occidente por más de 1600 años, y tienen el mismo
perenne poder de hacer lo mismo con todos los santos que el Señor desea
suscitar hoy día. Jamás la liturgia tradicional dejó de atraer vocaciones de
todo tipo, o de sostener la vida cristiana del laicado, y sigue produciendo la
misma fascinación y fortalecimiento entre nosotros. El rito litúrgico
recientemente manufacturado está fallando, igual que el mundo americanista en
el cual se inculturó. Está comenzando a reaparecer una Iglesia más sana, una
más saludable ciudad espiritual.
Seminaristas de las FSSP en Alemania
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Crédito de las fotografías: Todas las imágenes de esta entrada acompañan al artículo original en New Liturgical Movement.
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