Les ofrecemos a continuación un artículo del R.P. Christopher Smith sobre la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, de S.S. el Papa Francisco, y la liturgia. El artículo fue publicado originalmente en el sitio The Chant Cafe (el texto original inglés puede leerse aquí) y la traducción es de la Redacción.
Foto: AFP Photo / Alberto Pizzoli
Evangelii Gaudium y liturgia (primeras reflexiones)
P. Christopher Smith, S.T.D.
Hoy, 26 de
noviembre de 2013, se ha dado a conocer la Exhortación Apostólica post-sinodal Evangelii Gaudium del Papa Francisco. Este documento es, como se da a
entender, un resumen del Sínodo de los Obispos, de 2012, sobre la Nueva
Evangelización. Pero incluso algunos vaticanistas tan experimentados como John
Allen ya la ha comparado con el famoso discurso de Martin Luther King, “Yo tengo
un sueño”. Es posible que las futuras generaciones traten de descubrir cuánto
de este documento proviene de lo que tuvo lugar en el Sínodo de los Obispos, y
cuánto de él es una declaración programática del Papa Francisco para su pontificado.
Ciertamente se trata en él muchos temas que hemos llegado a asociar con
Francisco, integrados en un programa de reformas, desde aquello de los pastores
“con olor a oveja” (24) hasta su preocupación por los pobres (53-60, 186-210).
Se trata de un documento de largo aliento que, con toda seguridad, alimentará
muchas reflexiones de la Iglesia en tanto que Francisco sea el guía de la Nueva
Evangelización. En el presente artículo, quisiera concentrarme en cómo el
documento trata la sagrada liturgia y algunos de los temas teológicos
concomitantes (…).
Música
La música es mencionada sólo una vez en el texto (139) y dos veces en notas de pie de página (69, 131), y sólo como para usarla como analogía de una buena prédica. Aunque ello es, por cierto, una afirmación del valor de la música, el texto no menciona en parte alguna el tesoro de “musica sacra” de la Iglesia en cuanto parte de la antigua o la nueva evangelización, ni en cuanto condición de ella, ni en cuanto fruto de la misma. Sin embargo, el Papa Benedicto XVI, en una audiencia concedida a los peregrinos de la Asociación Santa Cecilia, expresó “La Constitución Conciliar sobre Liturgia recuerda la importancia de la música sagrada en la missio ad gentes… la música sagrada… puede tener y, de hecho, tiene una tarea importante: alentar el redescubrimiento de Dios, así como ser una renovada forma de aproximación al mensaje cristiano y a los misterios de la fe”. La idea del Papa Benedicto en este pasaje, de que la música “puede cooperar en la nueva evangelización”, está absolutamente ausente de esta Exhortación Apostólica.
La música es mencionada sólo una vez en el texto (139) y dos veces en notas de pie de página (69, 131), y sólo como para usarla como analogía de una buena prédica. Aunque ello es, por cierto, una afirmación del valor de la música, el texto no menciona en parte alguna el tesoro de “musica sacra” de la Iglesia en cuanto parte de la antigua o la nueva evangelización, ni en cuanto condición de ella, ni en cuanto fruto de la misma. Sin embargo, el Papa Benedicto XVI, en una audiencia concedida a los peregrinos de la Asociación Santa Cecilia, expresó “La Constitución Conciliar sobre Liturgia recuerda la importancia de la música sagrada en la missio ad gentes… la música sagrada… puede tener y, de hecho, tiene una tarea importante: alentar el redescubrimiento de Dios, así como ser una renovada forma de aproximación al mensaje cristiano y a los misterios de la fe”. La idea del Papa Benedicto en este pasaje, de que la música “puede cooperar en la nueva evangelización”, está absolutamente ausente de esta Exhortación Apostólica.
Jacques Blanchard, Santa Cecilia
Liturgia
La liturgia es mencionada cinco veces en el texto. Examinémoslas una a una.
1. La evangelización gozosa se vuelve
belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien
(24).
2. La Iglesia evangeliza y se evangeliza
a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la
actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.
3. En algunos hay un cuidado ostentoso
de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin
preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de
Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia
se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos (95).
4. Consideremos ahora la predicación
dentro de la liturgia, que requiere una seria evaluación por parte de los
Pastores (135).
5. Cuando la predicación se realiza
dentro del contexto de la liturgia, se incorpora como parte de la ofrenda que
se entrega al Padre y como mediación de la gracia que Cristo derrama en la
celebración. Este mismo contexto exige que la predicación oriente a la
asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía
que transforme la vida (138).
En estos cinco usos de la palabra “liturgia” en Evangelii Gaudium hay varios temas interesantes que se hacen presentes. Las primeras dos citas se ocupan principalmente de un aspecto de la celebración litúrgica, su belleza. La tercera forma parte de una aguda crítica titulada “Tentaciones de los agentes pastorales” (76-10), que procura diagnosticar algunas enfermedades espirituales que comprometen la integridad de la misión evangelizadora de la Iglesia. Las últimas dos se refieren más directamente al oficio del predicador y analizan la prédica, no sólo como parte de la proclamación kerygmática del Evangelio, sino en el contexto de la sagrada liturgia.
Liturgia y relaciones personales
Una de las cosas que encuentro fascinantes aquí es que, en parte alguna, la liturgia es vista como fuente, en sí misma, de evangelización, ni tampoco como el fin hacia el cual la evangelización debería procurar apuntar. ¿Habrá que deducir de esto que los Obispos en el Sínodo o el Papa Francisco no consideran la liturgia, ya no como algo central de la Nueva Evangelización, sino ni siquiera como parte de ella? Esto, ciertamente, es alejarse de uno de los temas centrales de Sacrosanctum Concilium del Vaticano II: “La liturgia es la cumbre hacia la cual toda la actividad de la Iglesia está dirigida y, al mismo tiempo, es la fuente de la que emana todo su poder. Porque el propósito y objetivo de las tareas apostólicas es que todos quienes son hijos de Dios por la fe y el bautismo se reúnan para alabar a Dios en su Iglesia, para tomar parte en el sacrificio y para comer la Cena del Señor” (S.C. 10). ¿Acaso la liturgia como fuente y culminación es, en este documento, algo que se da por supuesto, o es la omisión de ella una indicación de un cambio de perspectiva sobre el papel de la liturgia en la vida de la Iglesia que evangeliza y es evangelizada?
A
través de Evangelii Gaudium se insiste en una “relación personal con
Jesucristo”. Ya en el párrafo 3, Francisco escribe “Invito a cada cristiano, en
cualquier lugar y situación que se encuentre, a renovar ahora mismo su
encuentro personal con Jesucristo (…) cada día sin descanso”. Se pone mucho
énfasis en el hecho de que la Iglesia es un lugar de encuentro, en que el ser
humano debe confesar su fe desde el punto de vista de su relación con Cristo.
La noción de “una relación personal con Jesucristo” es muy corriente en círculos protestantes y carismáticos, y a menudo es descrita en términos emocionales,
para expresar una experiencia espiritual.
Ciertamente
hay un aspecto de esta experiencia personal, emocional, espiritual, que es
parte innegable de la fe cristiana, y su presencia es signo de la vitalidad de
ésta. Sin embargo, puede también quedarse en una realidad individualista,
incluso atomista. Una relación personal con Jesucristo, para la fe católica de
todos los tiempos, no es nunca algo que se contrapone o se separa de los
aspectos eclesiales, sacramentales, doctrinales y litúrgicos de la fe. Todos
estos aspectos constituyen una sola cosa. Evangelii Gaudium advierte que “la
secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia a la esfera de lo privado y
de lo personal” (64); pero no es evidente que el documento considere la
relación con Cristo, personal y transformadora, dentro del contexto de su
encuentro con una Iglesia visible, institucional, o que viva los sacramentos y
la liturgia de Ella. Se considera al bautismo como la puerta de la Iglesia
(47), pero hay sólo una vaga referencia a las implicaciones más profundas de la
conexión entre el bautismo, profesión de la integridad de la fe transmitida por
los apóstoles, y el resto de la economía sacramental.
Si
el objetivo de la Nueva Evangelización fuera solamente acercar la persona del
no creyente a la persona de Jesús, a fin de comenzar algún tipo de relación con Él, resultaría difícil encontrar alguna diferencia entre esto y las admirables
formas de evangelización que ya realizan nuestros hermanos protestantes. Pero
si su objetivo es una plena comunión con la Iglesia Católica, cuesta comprender
que esta Nueva Evangelización ignore el hecho de que la liturgia no es algo
tangencial a ésta, sino parte integrante de la misma.
Como
cristianos, no nos encontramos con Cristo sólo en un nivel emocional
individual, sino que nos encontramos con Él in medio Ecclesiae, como parte de
la Ecclesia Orans que, mediante la economía sacramental, nos transforma en el
Cuerpo de Cristo. Como ha dicho Kevin Irwin en su conferencia “Tareas
intectuales de la nueva evangelización”, “A través de la liturgia
experimentamos un compromiso inmediato y directo con el misterio de salvación
expresado en el misterio pascual de Cristo, y tomamos parte en él. Pero
experimentamos siempre ese encuentro a través de dos importantes planteamientos
católicos: la mediación y la sacramentalidad”. Los conceptos teológicos de
mediación y sacramentalidad son necesarios para poder entender cómo el católico
establece su relación con Cristo. Ignorarlos o minimizarlos nos hace correr el
riesgo de injertar una teología esencialmente protestante de la gracia en el modo en que explicamos las relaciones
entre Dios y el hombre. Si procedemos así, los sacramentos se convierten más en
formas consuetudinarias de expresión de nuestra conversión interior, que en
medios divinamente instituídos para unirnos con Dios, que producen el efecto de
hacer real dicha unión. La liturgia ya no sería el espacio del encuentro de Dios
con el hombre, y se convertiría en poco más que un conjunto de ritos exteriores
y de ceremonias, cuyo valor dependería de cuán importantes los veamos según la evaluación
que hagamos de nuestra propia conversión espiritual.
Para
decirlo en pocas palabras, la liturgia y la economía sacramental pueden quedar
drásticamente marginadas en términos de su impacto en la vida de la Iglesia y
del creyente individual.
Liturgia y belleza
Adviértase
que los dos primeros usos de la palabra “liturgia” en Evangelii Gaudium no
se refieren a la liturgia como tal, sino a una de sus características, la
belleza. Por cierto, algunos fervientes estudiosos de Benedicto XVI han de
apreciar este gesto hecho a la belleza como una de las características esenciales
de la liturgia. La Evangelii Gaudium está repleta de alusiones a la belleza
como parte de la Nueva Evangelización y, de hecho, Francisco escribe: “La
formación en la “via pulchritudinis” debiera formar parte de nuestro esfuerzo
por transmitir la fe”.
Sin
embargo, en parte alguna de este documento es la liturgia considerada en sí y
por sí misma; sólo lo es en cuanto tiene de belleza trascendente. En la primera
cita, leemos que “La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en
medio de la exigencia diaria de extender el bien”. Esta declaración suena
bellamente, pero ¿cuál es su significado? ¿Cómo se hace belleza la
evangelización? ¿O es que la evangelización lleva a la belleza?
“L’evangelizzazione gioiosa si fa belleza nella Liturgia”: esta versión en
italiano puede traducirse como “se vuelve”; pero “farsi” tiene una connotación
que es preferible traducir así: “La evangelización gozosa conduce a la belleza
de la liturgia”. Esta sola matización de la traducción haría mucho por corregir
la impresión de que Evangelii Gaudium identifica pocas instancias de
causalidad entre evangelización y liturgia. Si la versión italiana hubiera
usado la expresión “diventare”, como el castellano “deviene”, la frase hubiera
sugerido que la evangelización gozosa misma, en un momento desconocido, deviene
belleza en la liturgia. La cuestión entonces se hubiera transformado en la
siguiente: “¿Cómo tiene lugar tal cosa, exactamente?”.
En la segunda cita se lee: “La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo”. Impacta que el texto use un trascendental de la liturgia, y no la liturgia misma, para describir el modo cómo la Iglesia evangeliza y es evangelizada. Es verdad que la belleza tiene ese poder, pero, cuando la bondad y la verdad de la liturgia -trascendentales suyos también- son excluídos, y cuando la liturgia en sí y por sí misma no es considerada un agente de evangelización, ¿quiere ello decir que “la liturgia es la Belleza misma”? Tal cosa sería señal de una altísima teología de la relación entre la acción de Cristo en la liturgia y su esencial belleza. O quizá el texto simplemente reconoce que, a veces, las liturgias son bellas en términos de cómo mueven el corazón humano, y adquieren por ahí el poder de proclamar la Buena Nueva. Estas dos ideas no tienen por qué ser mutuamente exclusivas. Pero, supuesta la relegación a un segundo plano de la liturgia y de la economía sacramental que el texto sugiere en relación con los fines de la evangelización, parecería que las consideraciones sobre la belleza de la liturgia fluyen menos del Mysterium Pulchritudinis que es el Cristo de la liturgia, que del efecto que la belleza, presente a veces en las celebraciones litúrgicas, tiene de provocar una más profunda relación personal con Dios.
Tampoco
queda claro si la frase “la cual también es celebración de la actividad
evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo” se refiere a la
liturgia considerada en sí misma, o a la belleza de la liturgia. En cualquiera
de los dos casos, la cuestión se transforma en la siguiente: ¿de qué modo la
liturgia celebra la tarea de la evangelización? Esta es una pregunta
importante, porque involucra la idea de “participación activa”. ¿Puede uno
participar activamente en la liturgia si no ha sido evangelizado? ¿Depende, en
alguna medida, nuestra participación activa de la profundidad de nuestra
evangelización? ¿Acaso no es la participación en la liturgia una acción y una
profundización de la mistagogía de los ritos de iniciación? La aseveración de
que la liturgia es la fuente del “renovado impulso donativo” de la Iglesia es
ciertamente verdadera. Pero, ¿a quién se dona la Iglesia? ¿Es algo
autorreferencial, es el darse la Iglesia a sí misma? ¿Es la manifestación de
una relación personal, como en “yo doy mi corazón a Jesús”? ¿O es una mera
indicación de que la Iglesia se dona, amorosamente, al mundo, interpretación
que resulta verosimil dado el contexto del párrafo 24? ¿Y dónde está la
conexión de esto con el Sacrificio Eucarístico?
Cuidado ostentoso de la liturgia
En
el párrafo 95 se lee: “En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de
la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el
Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las
necesidades concretas de la historia”. Esto se lee después del párrafo previo,
que condena como mundanidad “el neopelagianismo autorreferencial y prometeico
de quienes, en el fondo, sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten
superiores a otros por cumplir con determinadas normas, o por ser
inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado”.
Francisco llama a esto una manifestación de “inmanentismo antropocéntrico”.
Algunos
comentadores aprovecharán esto como una condenación de los elementos
tradicionalistas de la Iglesia que procuran preservar la Forma Extraordinaria
del Rito Romano. Pero podría igualmente ser aplicado a quienes añoran hoy esos vertiginosos tiempos posteriores al Vaticano II cuando ciertos autoproclamados expertos
inventaban sus propios ritos y ceremonias -debido a que ésos sí eran
“verdaderamente litúrgicos”- y efectuaban restauraciones -putativas- de
prácticas de la antigüedad cristiana. El hecho de que la cita pueda ser usada
como arma por dos grupos diametralmente opuestos en su visión de la reforma de
la Iglesia significa que esta parte de la Evangelii Gaudium difícilmente puede
materializar la visión que Francisco expone en el párrago 165: “Esto exige al evangelizador
ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al
diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena”.
Es
difícil entender cómo un documento que irradia anhelos de calidez y diálogo
pueda contener también juicios tan generalizantes. Ello es especialmente así
porque Evangelii Gaudium dice en los párrafos 171 y 172 “Más que nunca
necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento,
conozcan los procesos donde campea la prudencia (…) Necesitamos el arte de
escuchar (…) La propia experiencia (…) nos enseñará a ser pacientes y
compasivos con los demás y nos capacitará para encontrar las maneras de
despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer”.
Hoy
hay muchos en la Iglesia que no sólo no fueron escuchados mientras luchaban por
su fe, ante la manipulación ideológica de todo lo que se les enseñó como bueno
y santo, sino que fueron ridiculizados. En la medida en que exista el
neopelagianismo autorreferente y prometeico (que, como etiqueta, clama por una
definición clara, si es que ha de ser del todo útil para diagnosticar
enfermedades espirituales), él constituye una de aquellas enfermedades que
difícilmente se curan echándole combustible al fuego, y pertenece al género de
males que, como todas las patologías espirituales, sólo pueden ser curadas por
la gracia de Cristo y por acompañamientos cooperadores, mansos y humildes. Muchos
de quienes son atacados de este modo, y que reaccionan a menudo atacando a su
vez, tienen, por lo demás, un genuino interés en la liturgia, la doctrina y la
Iglesia.
En
el párrafo que comentamos no hay indicación alguna de en qué consiste un sano
cuidado de la liturgia, de la doctrina y de la Iglesia. ¿No sería por ventura
más sensible, desde el punto de vista pastoral, sugerir cómo la Nueva
Evangelización puede encarar estos temas? De otro modo, los auténticos
ideólogos pueden fácilmente hacer suya esta frase para sembrar más desunión
entre los cristianos, transformando una interpretación abusiva de dudas,
consternación o ansiedad, en prueba de herejía psicopatológica. Además, en lo
que se refiere al antropocentrismo inmanentista, ¿no es acaso manifestación de
él esa reforma litúrgica radical que, desterrando de la liturgia lo
trascendente, provocó una reacción tan amarga en algunos fieles? ¿Acaso no
debiera estar la Iglesia preocupada con todas las formas de antropocentrismo
inmanentista, en vez de estarlo sólo con las que afectan a los católicos que
están simplemente tratando de abrirse hoy un camino que les deje intacta su fe?
Predicación y liturgia
En los párrafos 135-144 la Evangelii Gaudium analiza la homilía. La sección comienza con las palabras “Consideremos ahora la predicación dentro de la liturgia”. Esto implica que hay formas de predicar que no son intralitúrgicas. La experiencia de muchos católicos contemporáneos es que la prédica, tal como se realiza hoy, tiene lugar, de modo casi exclusivo, dentro de la Misa. Puede ser beneficioso para la Nueva Evangelización liberar la prédica de su contexto exclusivamente “intra-Misa”. Pero Evangelii Gaudium también advierte el lugar especial que tiene la prédica en la Misa: “Cuando la predicación se realiza dentro del contexto de la liturgia, se incorpora como parte de la ofrenda que se entrega al Padre y como mediación de la gracia que Cristo derrama en la celebración” (138). De hecho, “Hay una valoración especial de la homilía que proviene de su contexto eucarístico”. He aquí el punto donde Evangelii Gaudium realiza con mayor fuerza la conexión esencial entre la liturgia eucarística y la oblación sacrificial. Pero no queda claro quién hace la ofrenda aquí. La predicación “es parte de la ofrenda que se entrega al Padre”. La comprensión sacrificial de la Misa sostiene que quien hace la ofrenda es Cristo, y que nosotros participamos en ella como co-oferentes de ese sacrificio. El texto dice a continuación que la predicación es una mediación de la gracia de Cristo. La pregunta que surge es: ¿cómo? ¿Es la prédica, en sí y por sí misma, una mediación de la gracia de Cristo, o sólo en la medida en que la Palabra es comunicada a los fieles? ¿Significa esto que todos los que oyen la homilía reciben la gracia? ¿Hasta qué punto debe uno penetrar en la homilía para recibir la gracia? Además, ¿depende la mediación de la gracia de la calidad del predicador, de su “cercanía y habilidad para comunicarse con el pueblo”? Se ve aquí un deseo de que “la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida”. Si el mensaje del predicador no es recibido como debiera por los fieles hasta el punto de cambiar sus vidas, ¿tiene ello algún efecto en la mediación de la gracia de Cristo operada por la predicación, según el n° 138? ¿Queda la gracia de Cristo comprometida o disminuída por una mala predicación?
Devoción
Tal
como la palabra liturgia, la palabra devoción aparece también cinco veces en
Evangelii Gaudium. Dos están en la misma nota al pie de página (41) y una de
ellas (285) se refiere a la devoción de Cristo hacia su madre, en términos de
su amor y su preocupación por ella. Hay dos otros usos de la palabra en el
texto, sin embargo, que iluminan la postura de Evangelii Gaudium acerca de la
liturgia.
1. Existe un tipo de cristianismo hecho
de devociones que reflejan una vida de fe individual y sentimental, y que no es
compatible de hecho con la auténtica “piedad popular”. Algunos promueven estas
expresiones sin estar en absoluto preocupados por el progreso de la sociedad o
la formación del laicado, y en ciertos casos lo hacen para obtener beneficios
económicos o poder sobre los demás (70).
2. Las formas genuinas de la
religiosidad popular están encarnadas,
ya que nacen de la encarnación de la fe cristiana en la cultura popular.
Por esta razón ellas implican una relación personal no con vagas energías espirituales
o poderes, sino con Dios, con Cristo, con María, con los santos. Tales
devociones tienen carne, tienen un rostro, y son capaces de fomentar
relaciones, en vez de sólo proporcionar vías para el escapismo (90).
Estas
citas indican que hay una devoción verdadera y una falsa. Aunque Evangelii Gaudium
no define devoción, parece que la identifica con la piedad popular, que a
menudo se expresa en “devociones”, en plural. Francisco define como una
característica de la devoción falsa su individualista falta de preocupación por
los otros y sus necesidades. Esto es interesante. Las previas citas sobre
liturgia parecen indicar una subordinación de la oración pública de la Iglesia,
descrita sólo en términos de belleza y no en términos de su relación con los
sacramentos o ritos y ceremonias, a una relación personal con Cristo. Aquí
tenemos casi una reversión de la oración pública de la Iglesia a su apreciación
individual en la fe personal, y una exaltación de las devociones que, por su
naturaleza, son privadas y no públicas, en la medida en que son expresión de una
efectiva comunidad.
No
se hace mención alguna de lo estipulado en Sacrosanctum Concilium n° 13,
en orden a que “las devociones deben practicarse… de acuerdo con la sagrada
liturgia, en cierta forma derivan de ella, y conducen al pueblo hacia ella,
puesto que, de hecho, la liturgia, por su naturaleza misma, es superior a
cualquiera de ellas”.
En el párrafo 90 vemos que las devociones son valoradas esencialmente debido a su naturaleza privada, a su conexión con la cultura popular, a que “implican una relación personal… son capaces de alentar relaciones”. Las devociones, leemos, “nacen de la encarnación de la fe cristiana en la cultura popular”.
He
aquí una inversión de la perspectiva de Sacrosanctum Concilium n° 13. Según
la Constitución conciliar, la liturgia es la fuente y la cumbre de la fe
cristiana, la oración pública de la Iglesia, a la cual se le concede, por lo
tanto, el primer lugar. Todas las formas de piedad popular son secundarias y,
para ser consideradas auténticamente católicas, eclesiales, deben derivar de la
liturgia y ordenarse hacia ella. La perspectiva de Evangelii Gaudium es
diferente. La liturgia es un medio para el objetivo de una relación personal
con Cristo, y no queda claro cómo está relacionada con la economía sacramental
y la vida eclesial. Su valor principal está en el hecho de que su belleza puede
atraer hacia Dios. Las devociones son valoradas precisamente porque son
expresiones de los pueblos. Cualquier ordenamiento de ellas no es hacia la
liturgia sino hacia otras personas, de tal modo de evitar que se transformen en
ejercicios individualistas de escapismo.
Balance
En el último capítulo de Evangelii Gaudium, el Papa Francisco escribe: “no ofreceré una síntesis de la espiritualidad cristiana, ni desarrollaré grandes temas como la oración, la adoración eucarística o la celebración de la fe, sobre los cuales tenemos ya valiosos textos magisteriales y célebres escritos de grandes autores. No pretendo reemplazar ni superar tanta riqueza” (260). Esta declaración es un poderoso respaldo a toda la buena teología litúrgica que se ha escrito. El detalle de qué textos cree el Papa que son tesoros nos ayudaría mejor a entender la matriz desde donde Evangelii Gaudium deriva su teología litúrgica. Dicha declaración es también una defensa frente a quienes quisieran usar la Evangelii Gaudium como pretexto para romper con el trabajo realizado por Benedicto XVI.
Evangelii Gaudium es uno de esos documentos que, estoy seguro, van a ser
estudiados y citados durante muchos años venideros. Puesto que reúne muchos de
los fragmentos del enfoque personal de Francisco relativos a su ministerio
junto con una visión de la Nueva Evangelización, se lo va a identificar
estrechamente con él, más que con los Obispos que participaron en el Sínodo.
Hay en ella muchas intuiciones prácticas para la vida de la Iglesia, que sin
duda van a tener un positivo impacto en el futuro del catolicismo.
Sin
embargo, a la sagrada liturgia no parece dársele ningún lugar preferente en la
Nueva Evangelización aquí descrita. Aunque se la reconoce como la oración
pública de la Iglesia y como algo de atractiva belleza, ocupa un lugar
secundario frente a la piedad popular, que expresa el genio propio de los
diversos pueblos, y secundario también ante la necesidad de una relación
personal con Jesucristo.
Aunque
dudo que una Iglesia que responda a la imagen presentada por Evangelii
Gaudium pudiera jamás prescindir de la sagrada liturgia, resulta claro que la
perspectiva de este documento es diferente de la trazada en Sacrosanctum
Concilium. Es difícil, por otra parte, ver cómo el pensamiento litúrgico de Evangelii Gaudium pudiera considerarse continuación de los propósitos amplios
de los movimientos litúrgicos, ya sea clásicos o nuevos, o con la teología
litúrgica del Papa Benedicto XVI, aunque en muchas otras áreas este documento
definitivamente está en continuidad con muchas apreciaciones de Ratzinger y los
movimientos teológicos más amplios del siglo pasado y de hoy. De algún modo, la
teología litúrgica de Evangelii Gaudium puede ser considerada como el triunfo
de un indeseado subproducto de la Reforma Católica: una cultura eclesial en que
la liturgia es meramente algo que hay que hacer a fin de producir las especies
eucarísticas, y que es a menudo dejado de lado para que las gentes puedan practicar
devociones creadas por ellas mismas. En Evangelii Gaudium la liturgia está lejos de ser fuente y culminación. La
aseveración del Papa Benedicto XVI de que la liturgia es un poderoso elemento
de la Nueva Evangelización ha sido transmitida débilmente –si es que lo ha sido
del todo- a los planes de una Nueva Evangelización para nuestro tiempo. Pero
ello no desvirtúa la verdad de lo que la liturgia es en sí misma, ni su poder
para evangelizar y preparar a los discípulos.
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