Nacido el 27 de abril de 1874 en Londres, Maurice Baring fue un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista inglés, muy célebre en su época. Su padre era Edward Baring, el primer Barón de Revelstoke, Director del Banco de Inglaterra entre 1879 y 1891, y tatarabuelo de Diana Spencer, Princesa de Gales. Su hijo estudió Eton y luego en el Trinity College de Cambridge. Fue diplomático al servicio de la Corona entre los años 1898 y 1904, sirviendo en París, Copenhague y Roma, aunque pronto afloraría que la escritura era su verdadera vocación. Cuando dejó su cargo comenzó a trabajar para el Morning Post, donde lo designaron para cubrir la Guerra ruso-japonesa (1904-1905). Para dicho periódico fue también corresponsal en Rusia y Constantinopla. Más tarde trabajo para The Times, donde se ocupó de los reportajes relativos la crisis de los Balcanes. De más está decir que Baring hablaba fluidamente cinco idiomas (inglés, francés, italiano, alemán, ruso), además de latín y griego. Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, se unió a los Royal Flying Corps y en 1918 logró llegar a oficial de la Royal Air Force. Después de la guerra se dedicó por completo a la literatura, siendo los relatos breves su especialidad. En 1930 comenzó a sufrir de una parálisis, que le desencadenaría la enfermedad de Parkinson. Diez años después se vio forzado a dejar su casa en Rottingdean y trasladarse a Escocia, donde fue cuidado por un amigo. Murió el 14 de diciembre de 1945.
Maurice Baring (1874-1945)
(Foto: National Portrait Gallery)
Se cuentan varias anécdotas curiosas de Baring. Una de ellas es que tenía una particular forma de coleccionar libros o, mejor dicho, de coleccionar páginas de libros. Cuando leía un libro que le pertenecía y encontraba un pasaje que era de su agrado, simplemente arrancaba la página para pegarlas en un cuaderno que llevaba siempre consigo. Así lograba conservar las ideas que estimada debía conservar frescas. Otra anécdota cuenta que, viajando en tren por el continente y mientras conversaba con un amigo, se dispuso a guardar su abrigo en su maleta. Al ver que no cabía en ella, y sin dejar de conversar, cogió su abrigo y lo tiró por la ventana, continuando con la conversación como si nada hubiera pasado.
El aspecto de la vida de Baring que aquí interesa es su conversión al catolicismo, la que se materializó el 1° de febrero de 1909 cuando fue recibido en la Iglesia católica, en el Oratorio de Londres. En su autobiografía señala que esta decisión fue la única acción en su vida de la cual estaba ciertamente seguro que nunca se había arrepentido. En su conversión incluyeron dos de sus amigos: Hilaire Belloc (1870-1953) y de G. K. Chesterton (1874-1936), aunque este último sólo se convertiría en 1922. De hecho, cuando lo hizo escribió una carta a Baring agradeciendo la gran influencia que había tenido sobre él junto con el Rvdo. Ronald Knox (1888-1957), también converso. Célebre es el cuadro pintado por Sir James Gunn en 1932, en el que aparece Chesterton sentado y escribiendo en una mesa redonda en compañía de Belloc, sentado frente a él, y Baring, de pie, fumando un cigarrillo, ambos atentos a lo que su amigo escribía. Esta pintura se exhibe hoy en la National Portrait Gallery de Londres.
Conversation piece, Sir James Gunn, 1932, National Portrait Gallery (Londres)
(Imagen: National Portrait Gallery)
En 1922 apareció la obra autobiográfica de Baring intitulada The Puppet Show of Memory (El espectáculo de los títeres de la memoria). De ella queremos ofrecerles dos párrafos relativos a sus primeros recuerdos sobre la liturgia católica cuando todavía era agnóstico.
El primero de esos párrafos narra la impresión que tuvo cuando asistió por primera vez a una Misa católica. Lo hizo durante el otoño de 1899 en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias de París, acompañado de su amigo Reggie Balfour.
Me ha impresionado gratamente. Siempre me había imaginado los servicios católicos largos, complicados y sobrecargados de ritos. Pero la Misa se me hizo corta, sumamente sencilla y no sé por qué me recordó las catacumbas y las reuniones de los primeros cristianos. Uno se sentía como si estuviese contemplando algo muy antiguo. También me impresionaron el comportamiento de los fieles y la expresión de sus rostros. Evidentemente, a sus ojos, aquéllo era real.
Misa tradicional celebrada en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, París
(Foto: Pinterest)
En febrero de 1902, Baring coincidió en Roma con la celebración del jubileo de papa León XIII. Asistió a una Misa papal a la Basílica de San Pedro y fue testigo de cómo el Santo Padre era trasladado en silla gestatoria, mientras bendecía a la multitud.
Yo estaba justo debajo de la cúpula. En el momento de la elevación, la Guardia Papal cayó de rodillas y sus alabardas golpearon el suelo de mármol. con un ruido brusco y estruendoso, al tiempo que las trompetas sonaban bajo la bóveda. En ese momento alcé la vista y mis ojos tropezaron con la inscripción escrita alrededor con grandes caracteres: Tu es Petrus, y pensé que, sin lugar a dudas, la profecía se había cumplido de un modo sustancial y concreto... la solemnidad y la majestad del espectáculo eran indescriptibles, sobre todo porque la palidez del Papa hacía que su rostro pareciera transparente, como si el velo de carne que lo separaba del resto del mundo se hubiese visto reducido y atenuado hasta el extremo, hasta un punto casi sobrenatural.
Detalle del interior de la cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano
(Foto: Flickr)
Nota de la Redacción: Los textos han sido tomados de Baring, M., The Puppet Show of Memory, Londres, 1930, pp. 259 y 305, a partir de la traducción que se ofrece en Pearce, J., Escritores conversos, trad. de Gloria Estela Villar, Madrid, Palabra, 4ª ed., 2009, pp. 27-28.
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