domingo, 3 de mayo de 2020

Las transmisiones en vivo y la Misa reformada

Compartimos con nuestros lectores un nuevo artículo del Dr Peter Kwasniewski, que es continuación de otro publicado el pasado miércoles 29 de abril. El autor vuelve a insistir sobre la importancia de la correcta orientación litúrgica de las Misas celebradas en estos tiempos de pandemia, y también sobre el sentido que ella tiene, el cual es mucho más profundo que el mero acto de observar lo que ocurre en el altar.  

El artículo fue publicado originalmente en Life Site News y ha sido traducido por la Redacción. 

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La transmisión en vivo de la Misa durante la pandemia hace resaltar la debilidad de la liturgia del Vaticano II

Peter Kwasniewski

Lamenta Walter Hoeres que muchos liturgistas actualmente “comprenden la Misa no tanto como un acto de culto, como un sacrificio, sino como una obra de Dios para con el hombre, entendiendo, contrariamente a todos los grandes teólogos y concilios, que nuestra preocupación no es tanto dar culto y adorar al Todopoderoso con un sacrificio propiciatorio, sino el bien del hombre”.

¿Cuán a menudo nos hemos topado con esta mentalidad: la liturgia como un taller de autoseguridad, como un concurso de talentos colectivo, como un escenario para que los regalones emocionen a sus abuelitas, como un comentario de actualidad (especialmente con las oraciones de los fieles al estilo Greta Thunberg), o como cualquier cosa menos como el tremendo misterio del sacrificio de la cruz, por el cual adoramos al Padre en espíritu y en verdad?

En un artículo enviado el 13 de abril a New Liturgical Movement intitulado “Lo absurdo del 'versus populum' y el recogimiento del 'ad orientem' en latransmisión en vivo por Internet”, he hablado precisamente de cómo este muy extraño momento de nuestra historia, cuando la gran mayoría de los católicos se ve constreñida a orar en su propia casa, leyendo su misal o alrededor del aparato de televisión, ha hecho sentir, vívidamente, el contraste que menciona Hoeres.

(Imagen del artículo original)

El R.P. Rogers acaricia con una sonrisa amplia la fría cámara mientras conduce a su grey a los pastos de una sentimentalidad en tonos pastel: este episodio se refiere al bien (aunque entendido en un sentido estrecho).

Por otra parte, unos cuantos cliqueos sobre el ratón del ordenador lo transportan a uno a la Misa de Presantificados del solemne Viernes Santo del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote. El Rvdo. Padre, asistido por el diácono con una ancha estola, ignora la cámara al dirigirse hacia el altar, que es su foco y el nuestro. Apenas alcanzamos a divisar su rostro, no hacemos con él contacto ocular, nos sentimos -¡bendita sea!- excluidos de su atención. Nos consuela y nos alienta saber que él nos tiene presentes, al menos en términos generales, ya que va rogando insistentemente a Dios que nos conceda su misericordia y su gracia, que es exactamente todo lo que necesitamos para nuestro auténtico bien humano. Una liturgia como ésta conduce a los fieles hacia la oración contemplativa.

“Señor, es bueno estar aquí” (Mt. 17, 4). Este comentario de san Pedro en el monte Tabor adquiere un melancólico sabor en estos momentos. Quien mira la transmisión en vivo de la Misa está realmente aquí, en el salón de su casa más o menos desordenado o en su oficina, y no allí, donde la Misa (o cualquier otra ceremonia religiosa) tiene lugar en la Presencia Real de Dios. Nos da una idea de lo que es estar afuera mirando lo que pasa adentro, como un converso que aguarda ser bautizado, añorando sentir que se desliza por su cabeza el agua fresca o que le ungen la frente con el óleo; como un hambriento que ha tenido ya demasiadas comidas imaginarias y quiere hundir los dientes en un trozo de carne y beber una pinta de cerveza. “Señor, es bueno estar…bueno, aquí; en realidad, allá”.

Todo lo que el Señor quiere o permite en su Providencia es para el bien de aquellos a quienes ama (cfr. Rom. 8, 28). ¿Cuáles son algunas de las hermosas e invaluables lecciones que podemos recibir de estos tiempos?

Primero, el estar realmente presentes en la Misa constituye una cosa totalmente diferente, ya que, en tal caso, el Señor mismo se nos hace realmente presente. La Iglesia ha repudiado la antigua herejía del docetismo, que sostenía que la humanidad de Jesús era meramente aparente, una especie de ilusión holográfica producida por el poder divino. Si nos encontráramos ante una elección radical entre las dos cosas, arrojaríamos nuestro aparato de televisión al basurero a fin de poder asistir en persona a la Misa y poner nuestros cuerpos en contacto con el Cuerpo glorificado de Cristo. Porque “la carne de Cristo es el gozne de la salvación”, como dice Tertuliano: si Él no ha resucitado en la carne, vana es nuestra fe (cfr. 1 Cor. 15, 14).

Segundo, este tiempo de separación nos recuerda que nosotros, los fieles, somos también parte del signo eucarístico. Lo que quiero decir es esto: Cristo instituyó la Eucaristía no sólo como un objeto de adoración -cosa que por cierto es-, sino también como un medio de unirnos a nosotros consigo mismo en un solo Cuerpo Místico, la Iglesia. Por eso santo Tomás de Aquino dice que la res tantum, o sea, la realidad significada por la Eucaristía, es la unidad del Cuerpo Místico de Cristo: el sacramento nos conduce a nuestra comunión final con Cristo y los santos en los cielos. De ahí que sea simbólicamente importante para nosotros estar presentes en la Misa: cuando estamos físicamente presentes en un lugar adorando encabezados por el sacerdote que simboliza a Cristo el Sumo Sacerdote y actúa por Él, formamos parte de una imagen visible del Cuerpo Místico que estamos llamados a constituír, Cabeza y miembros. Cuando los fieles están dispersos por los cuatro puntos cardinales, no están, en ese momento, mostrando en sí mismos la unidad final que Cristo vino a traernos y a hacer posible que nosotros viniéramos a ella. La Misa es verdaderamente un acto social o colectivo, aunque, en la manera de celebrarse, jamás se reduzca a una función horizontal.



Tercero, nuestra Tradición da forma al modo en que ofrecemos la Misa, precisamente en el sentido de mantener “en acto” los muchos aspectos de la fe y relacionarlos unos con otros adecuadamente. Así, una celebración de la Misa en que los fieles parecieran orientados hacia el hombre individual que Él se digna usar como instrumento, más que hacia el propio Cristo, el Sumo Sacerdote, sería un error y podría considerársela sacrílega en la medida en que aparta de la soberanía y centralidad de Cristo. Esta es la razón por la que la liturgia celebrada versus populum es un problema tan enorme, aumentado mil veces por la pantalla: el ministro se convierte en el centro de la atención.

La Misa es el lugar, en este valle de lágrimas, donde no sólo queda expresado ritualmente el hecho de que no nos pertenecemos a nosotros mismos sino a alguien más, sino donde, además, ello se pone por obra: “No os pertenecéis a vosotros mismos; habéis sido comprados a gran precio” (1 Cor. 6, 19). La única manera en que el hombre es sanado, elevado, salvado, es mediante el culto y la glorificación de Dios realizados sin autorreferencia; la única vía a la plenitud, a la adquisición de algo que sea verdaderamente digno de ese nombre, es el sacrificio propiciatorio de Cristo, que hace al pecador capaz de unirse a Dios en amistad. Estamos llamados a ser como Él en todos estos modos, a ser re-creados en Él, “para alabanza de la gloria de su gracia, que nos concedió generosamente en el Amado” (Ef. 1, 6). La Misa pertenece al Amado, al Novio, no al amigo del novio (cfr. Jn. 3, 29).

A aquellos que entran en el misterio de unidad, simbolizado y verdaderamente contenido en la Eucaristía, la liturgia les promete un re-hacerse a sí mismos según la imagen de Cristo, Imagen Perfecta del Padre. Con las prácticas litúrgicas tradicionales somos desconfigurados por unas exigencias ascéticas y rituales que nos sacan de nuestra “zona de seguridad” a fin de poder ser re-configurados, re-creados, no según nuestras propias concepciones de la forma adecuada y la materia conveniente al “Hombre Moderno”, sino según la forma y materia del Señor, en relación con Quien somos como el barro en manos del alfarero. A lo largo de la historia de la Iglesia, el Señor nos ha conducido, por su Espíritu Santo, a ver, desear y llevar a cabo el culto correcto.

Sin un foco teocéntrico, la liturgia no hace sino validar el engaño colectivo de la comunidad, reemplazando la zarza ardiente por llamas tibionas. Mientras las circunstancias nos obliguen a seguir la liturgia “desde lejos”, debiéramos recurrir a los misales o libros de oraciones tradicionales y, si nos resulta provechoso meditar y orar con las transmisiones en vivo, debiéramos proponernos mirar las liturgias que son penamente tradicionales en sus textos, en su espíritu, en su belleza y, sobre todo, en su orientación en el sentido geográfico: orientación hacia oriente, hacia el este. Como dice la antífona del Benedictus de la Vigilia Pascual: “Y muy temprano, el primer día de la semana, salido ya el sol [orto iam sole], vinieron al sepulcro, aleluya”.

Que el Sol de Justicia, que vendrá “de oriente” al fin de los tiempos (Mt. 24, 27), tenga piedad de nosotros y conduzca a su pueblo de vuelta al puerto de la Tradición.

Nota de la Redacción: También existe una traducción castellana de este artículo publicada en Marchando Religión

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