Los defensores del motu proprio Traditionis Custodes plantean, actualmente, que la actitud que corresponde a los fieles de la Iglesia es la de obedecer lo dispuesto por el Romano Pontífice. Que los partidarios de dicho motu proprio apelen hoy a la obediencia a los mandatos del Papa no deja de ser, al menos, paradójico, y es, en todo caso, incoherente con la actitud que, en otras destacadas ocasiones, han asumido frente a normas litúrgicas dispuestas por el Sumo Pontífice. La actitud que revelan dichos partidarios es la siguiente: obedezco cuando estoy de acuerdo con lo mandado y, cuando no, no. En consecuencia, difícilmente están en condiciones de exigir obediencia a quienes no están de acuerdo con lo dispuesto en el mencionado motu proprio, que se opone al derecho y deber de los fieles de dar a Dios culto en espíritu y verdad. La carta núm. 843 (17 de enero de 2022) de Paix Liturgique, que traducimos aquí, aborda este tema.
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La comunión en la mano: ¿consagración de la desobediencia?
El presente comentario es a propósito de lo que monseñor Nicola Bux escribe con ocasión del primer aniversario de la muerte de monseñor Juan Rodolfo Laise, el único obispo argentino que obedeció lo mandado por Pablo VI en orden a mantener la prohibición de dar la comunión en la mano.
Poniéndolos a la claridad de la luz, monseñor Bux aborda ciertos temas que están vinculados a la historia reciente del modo de distribuir la comunión. Esos temas son, en general, mal conocidos o interpretados equivocadamente, a veces en oposición, incluso, a la verdad de los hechos.
En efecto, a menudo se oye decir que la comunión en la mano habría “sido autorizada por Pablo VI, en 1969, mediante la instrucción Memoriale Domini, y que este uso habría sido confirmado por Juan Pablo II y aceptado luego, sin problema alguno, por el papa Benedicto XVI, como una de las dos maneras normales de recibir la comunión”. Existirían actualmente, por tanto, dos posibilidades ofrecidas por la Iglesia para la recepción del sacramento: en la lengua o en la mano, tal como hay dos posturas corporales igualmente posibles: de rodillas o de pie.
Sin embargo, monseñor Bux, apoyándose en dos obras monográficas publicadas sobre este tema -el libro del obispo argentino Juan Rodolfo Laise y la tesis doctoral del sacerdote italiano don Federico Bortoli-, muestra cómo Pablo VI, lejos de autorizar, y mucho menos de introducir, el uso de la comunión en la mano, confirmó formalmente su prohibición, exhortando a los obispos, sacerdotes y fieles a “someterse escrupulosamente a esta ley, de nuevo confirmada”.
Con todo -y nos enfrentamos aquí a uno de los puntos de mayor confusión, de los mencionados antes-, previendo que determinados sectores no estaban dispuestos a obedecer esta ley, Pablo VI estableció un mecanismo jurídico que habría de permitir a los obispos, cuyas diócesis se enfrentaran a una resistencia masiva e inflexible a la prohibición papal, de otorgar -si así lo consideraban según su conciencia y su prudencia- un indulto a los desobedientes. Esta posibilidad -dentro de límites claramente fijados en el texto de Memoriale Domini- fue otorgada por el Papa no sin grandes reticencias y aprehensiones, ya que temía que recibir la comunión en la mano contribuyese a debilitar la fe de los fieles en la Presencia Real.
Algunos años más tarde, hacia el final de su vida, la confirmación de este temor llevó a Pablo VI a tratar de poner término al uso abusivo que se estaba dando al indulto, y ordenó que se pusieran en vigor medidas para suspender el otorgamiento de nuevos indultos, añadiendo incluso que, en aquellos lugares donde ya se lo había concedido, se debía desalentar la comunión en la mano. Sin embargo, esta orden no fue en absoluto obedecida por las autoridades de la Curia que tenían la obligación de hacerla aplicar.
Algunos meses más tarde, el Papa recientemente elegido, Juan Pablo II, confirmó la decisión de su predecesor, ordenando que no se autorizara más el uso de la comunión en la mano en ningún país; suspensión que duró largo tiempo y que le valió numerosas presiones e incluso algunas expresiones sumamente impertinentes de parte de ciertos obispos.
En fin, el papa Benedicto XVI dispuso que, en las Misas que él celebrara, los fieles no recibieran la comunión sino en la lengua. Acto seguido explicó el porqué de esta decisión: “Al mandar que la comunión fuera recibida de rodillas y en la lengua, he querido dar una señal de profundo respeto y de agregar un signo de exclamación al tema de la Presencia Real. […] He querido dar una señal fuerte, que debía ser claramente afirmada: ¡se trata aquí de algo especial!”.
Monseñor Bux cita una cantidad de textos importantes de los colaboradores que fueron testigos de la posición del papa Benedicto, a los cuales deberíamos añadir aquellos del mismo autor de esta exposición, monseñor Bux. Este, en efecto, ha mantenido una larga relación personal con el cardenal Ratzinger, a quien le debe el haber sido nombrado consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y experto para los trabajos preparatorios del Sínodo mundial de obispos sobre la Eucaristía. Al comienzo de éste, ya convertido en Papa, Benedicto XVI lo nombró adiutor secretarii specialis de dicho Sínodo. Posteriormente, lo nombró consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice y de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Esta prolongada colaboración pone a monseñor Bux entre los testigos más privilegiados del pensamiento litúrgico de Benedicto XVI.
Todos estos elementos, presentados en el texto que comentamos, no hacen más que confirmar, en su conjunto, la conclusión a que llega monseñor Laise en su libro: “Por todas estas razones, podemos afirmar que la introducción y la difusión en todo el mundo de la práctica de la comunión en la mano constituye la más grave desobediencia de los últimos tiempos a la autoridad papal”.
En conclusión, permítasenos subrayar que es asombroso, por lo menos, que este uso, alentado por una actitud de clara desobediencia y de frontal desafío al mandato pontifical en la década de 1960 -actitud que es muy similar a la que tienen hoy los obispos alemanes ante el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la bendición de las parejas homosexuales- pretenda ser ahora impuesto a los fieles que, desde hace más de cincuenta años, han cumplido fielmente con los deseos y las órdenes de Pablo VI, de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, cuya confirmación fue reiterada por el prefecto del Culto Divino que el papa Francisco nombró a poco de asumir sus funciones, el cardenal Sarah, jubilado hace poco por haber alcanzado la edad límite.
No es una paradoja menor que esos fieles sean hoy acusados nada menos que de desobedecer precisamente por no querer adoptar un uso que no sólo ha sido desaconsejado permanentemente por los papas, sino que sólo es tolerado en virtud de un indulto otorgado a quienes han abiertamente desobedecido la autoridad papal. La actual actitud pareciera indicar que ha triunfado, finalmente, la desobediencia. Sin embargo, confirmar este triunfo con medidas draconianas tomadas en contra de quienes no han desobedecido, los transforma, de pronto, en “desobedientes”, lo cual es el colmo de la paradoja y contiene un mensaje implícito y muy peligroso: la desobediencia es el camino que hay que tomar, a condición de que ella sea inflexible.
Para quien le interese, el texto completo del artículo de monseñor Nicola Bux puede ser leído aquí (en francés).
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